sábado, 30 de noviembre de 2013

TEBEOS CONTRA FRANCO. EPILOGO I




















Toda forma de lenguaje es un cuerpo vivo que nace, crece, se multiplica y al final acaba, o acabará, muriendo. En este recorrido vital, cada paso procede del anterior y conduce al siguiente, como piedras en el camino que, a modo de modernos pulgarcitos, nos permiten conocer el recorrido entero, saber dónde estamos y de dónde venimos. Tal vez por eso convenga echar la vista atrás, aunque tan sólo sea en una mirada breve y superficial, a la construcción a través del tiempo de esa forma de lenguaje, de arte, si es que lo es, que supone la historieta dibujada, el TBO, la ilustración gráfica, el chiste o el cómic, cualquiera que sea la denominación con la que decidamos bautizar la narración de historias y sucedidos a través de dibujos y textos que se interrelacionan y complementan. Así, pienso, será más fácil entender las peripecias que hemos contado hasta ahora, cuando hemos andado metidos de hoz y coz en el tema principal.

Sin necesidad de recurrir a la arqueología y remontarnos hasta las pinturas rupestres y los frisos egipcios, griegos o aztecas --que vendrían a ser como la etapa muda de la historieta, en la que ya había narración e imágenes pero aún no habían aparecido las palabras--, bien podemos retroceder hasta la mismísima Edad Media para encontrar el origen del tema que pretendemos abordar. Sin ir más lejos, en España, territorio geográfico acotado para la ocasión, habría que poner los indicadores de la máquina del tiempo hacia los comienzos de la segunda mitad del siglo XIII.

A tenor de lo aceptado por estudiosos y expertos, entre los años 1265 y 1282 se crearon en la corte de Alfonso X, que al parecer escribió personalmente algunas de ellas, las 418 composiciones conocidas hoy como Las Cantigas de Santa María. Se conservan cuatro códices de ellas. El primero, llamado “toledano” por haberse guardado en la catedral de esta ciudad castellana hasta 1869, año en el que se trasladó a la Biblioteca Nacional de Madrid, lo forman 160 hojas de pergamino a dos columnas que contienen 129 composiciones con sus correspondientes notación musicales, y en el último de los cuatro, que se puede consultar incompleto en la Biblioteca Nacional de la localidad italiana de Florencia, se incluyeron los textos de 104 cantigas, con notaciones musicales y viñetas, en muchos casos inacabadas.

Para nuestro propósito son más interesantes los dos que se encuentran en la biblioteca de El Escorial. En uno de ellos, considerado el más rico y, desde luego, el más completo, se encuentran el texto de 406 cantigas y 40 miniaturas, además de las músicas correspondientes. Sin embargo, pese a esta riqueza, más cercano a nuestro tema es el último ellos. Aunque contenga un número menor de poemas, tan solo 195 (más ocho que desaparecieron con la pérdida de los folios en los que estaban escritos), ofrece nada menos que 1275 ilustraciones, ordenadas en 212 páginas de pergamino, con seis dibujos cada una, excepto la primera, que tiene ocho. Aquí sí que caemos de sopetón en los tebeos. Cada imagen, aparte de ilustrar el texto (“iluminar” es la terminología que utilizan los expertos que se han dejado los ojos y la inteligencia estudiando códices medievales), lo complementa y le da forma visual, lo que contribuye poderosamente a la comprensión del poema, cuyos versos acompañan a cada dibujo, creando una unidad expresiva que, a su vez, ayuda a completar la narración y el sentido de la historia de que se trate.

En aquellos momentos de definición de los géneros artísticos modernos, Las Cantigas de Santa María y otros códices medievales constituían una nueva forma de contar historias, que debería recorrer un complicado camino hasta alcanzar su plenitud a comienzos del siglo XX, con la inclusión de los “bocadillos” o diálogos insertos en el mismo dibujo y con la posterior ruptura de la regularidad de la página, con viñetas de distinto tamaño y otras técnicas. El libro, pues de un libro se trataba, aunque fuera de ejemplar único, estaba destinado, como el resto de los códices, a ser exhibido sobre un atril dentro del palacio real, de forma que pudiera ser consultado y leído por los visitantes, y en él se encuentran ya los elementos básicos que dan forma a los modernos tebeos.

Una consideración adicional tomaría en cuenta que, a más de textos y dibujos, Las Cantigas contenían también las partituras musicales necesarias para que los poemas se convirtieran en canciones, difundidas urbi et orbi por juglares y trovadores. Vamos, que como concepto no andaban tan lejos del actual deslumbramiento por los medios y obras multimedia.

La protagonista indiscutible de Las Cantigas es María, la madre que concibió sin necesidad de varón, por obra y gracia del espíritu santo, y dio a luz a Jesús, coparte de una divinidad que es una y trina, y que como los mosquetes debían ser tres pero acabaron en cuatro. No es extraño este estrellato de María. En tiempos oscuros en que la devoción mariana era la ideología dominante, impuesta por curas, clérigos y frailes a un pueblo iletrado, sometido y supersticioso, resulta lógico que la obra esté llena de loas a los milagros, apariciones, curaciones, maravillas y portentos del personaje principal. Retorciendo un tanto el hilo argumental, llama la atención que esa ideología de lo mágico, del milagro, esa necesidad de un ser todopoderoso y omnipresente que nos proteja del mal y nos ayude en las dificultades, continúe presente, setecientos años después, en los cómics de superhéroes, que, discípulos de la labor milagrosa de María, siguen instalados en el subconsciente colectivo como garantes de nuestra seguridad y felicidad en la tierra.

Pero no solo de vírgenes, santos y milagros tratan Las Cantigas de Santa María. Aunque menos abundantes, también quedan reflejadas en ellas otras temáticas que acaban por componer un auténtico fresco de la época. Además de las de inspiración religiosa, están las cantigas de amor, que dan voz al caballero enamorado, las de amigo, que refieren historias de doncellas que ansían encontrar el hombre de su vida, y, para esta historia concreta las más interesantes, las llamadas “de escarnio y mal decir”, de contenido satírico, el origen mismo de la temática que más adelante intentaremos desarrollar.

Singular importancia adquieren en Las Cantigas de Santa María los dibujos, iluminaciones o miniaturas, que constituyen, además de una de las obras pictóricas más importantes del gótico español, un completo retrato del mundo de la época, permitiendo visualizar algunos de sus aspectos más significativos. Como han dejado en negro sobre blanco los más variados especialistas, en esos dibujos o “ilustraciones” aparece una minuciosa representación de la vida religiosa, cortesana y social de la época, que permite visualizar desde los instrumentos musicales del Medievo hasta detalladas imágenes de vestuarios, ritos y ceremonias, tejidos, edificios, industrias y oficios, armas, armaduras e instrumentos bélicos, laborales o artísticos. Comparten pues estas Cantigas con las mejores historietas gráficas contemporáneas el ser un espejo fiel de las sociedades respectivas.






miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mi novia es una estrella del video porno

Mi novia es una estrella 
del vídeo porno








Albert Pla

1

Mi novia es una estrella del vídeo porno. Cuando lo descubrí no daba crédito, no entraba en mi cabeza, y sin embargo, tenía delante de mí una prueba que no podía ignorar. Ella, tan modosita, siempre tierna y romántica, cariñosa y dulce, tímida e incluso timorata, convertida, de repente, en la encarnación de todos los vicios.
        
Nunca antes había entrado en un sex-shop, jamás había sentido la necesidad de hacerlo, y si lo visité aquella vez fue movido por una mezcla de curiosidad, morbo y el empujón que me dio Macario, un compañero del curro que aseguraba que no se podía morir uno sin ver una colección de  consoladores colocados en fila, de mayor a menor. Yo intentaba convencerle de que los vibradores en formación, aunque fuera marchando al ritmo de tambor que les pudieran imprimir sus pilas alcalinas, no eran mi fantasía sexual preferida, ni siquiera la duodécima de la lista, pero el argumentaba que no era una cuestión sexual, sino artística.

“Eso lo dices porque eres un ignorante”, me reprochó el conserje esteta mientras contemplaba arrobado una vitrina de rasuradas vaginas de plástico y fantaseaba sobre cómo se podrían exhibir en el Reina Sofía poniéndoles dientes y simulando que cada una de ellas devoraba a los siete enanitos. “Sería una instalación cojonuda –concluyó--. La titularíamos Blancanieves renuncia al Príncipe encantado”, para añadir entre dientes como colofón práctico: “la crueldad y la polémica venden”. Y es que Macario, además de pornógrafo y miope de culo de vaso, es un alma sensible amante del arte de vanguardia y apasionado de los hermanos Chapman. Aún le recuerdo comentándome sus desgracias de coleccionista el día que le conocí en el bar del ministerio. Ahorrando euro a euro de su magro sueldo funcionarial había conseguido hacerse con una de las latas de excrementos en conserva que Piero Manzoni puso a la venta a precio de cocaína un año antes de morir. Tartamudeando y compungido me contó los últimos rumores sobre que la lata no contenía en realidad mierda del artista sino simple, vulgar e incorruptible yeso. “Para una inversión de futuro que he hecho en mi vida y ahora resulta que es una mierda”, se quejaba ante un vaso de cerveza ya caliente sin darse cuenta del contrasentido de su desgracia. 

Pero dejemos a Macario, que bastante tiene con lo que tiene. Les estaba hablando de mi novia, y sigo a lo mío. Había conocido a Helena, con hache, hacía casi dos años y nuestras relaciones hasta ese momento habían sido las propias de una pareja que se quiere apasionadamente, pero que, por algún motivo, siente una cierta incertidumbre sobre si ese amor que ha nacido entre ellos será eterno --inmune al tiempo y a su paso inclemente--, o si la convivencia diaria --los pelos en el lavabo, los calzoncillos en el suelo, el bote de azúcar sin tapar, la elección de la cadena en la televisión y todos esos grandes problemas con que la realidad va minando el enamoramiento-- no acabarían por diluir la pasión en un mar de monotonía y conflictos.

Para ahuyentar la bicha, cada uno vivíamos en nuestra casa. Ella trabajaba, al menos eso creía yo hasta entonces, en una distribuidora internacional de cosméticos, lo que la obligaba a frecuentes viajes, tanto por el interior de España como por el extranjero. A causa de su profesión pasábamos temporadas de separación en las que yo la suponía en este o aquel país, aburrida en cualquier aburrida convención de directores de marketing, o, en los momentos más duros, asediada por el subjefe de la sucursal de Atenas. Sólo ahora me doy cuenta de que en realidad ignoraba su paradero en aquellos viajes y lo que hacía en realidad en ellos, pues sólo nos comunicábamos por móvil o facebook y yo creía a pies juntillas todo lo que me contaba. Ella me decía que se iba a Gijón, a un cursillo con unos clientes, o a una feria internacional de Milán, o a intentar ampliar el mercado de tal o cual firma en Argentina, y yo, palabra de santo. Nos llamábamos casi a diario, ella a mi casa o a mi oficina, yo a su móvil, y manteníamos largas conversaciones en las que ella se quejaba del tedio de las largas demostraciones en algunos grandes almacenes de la ciudad donde estuviera y yo de cualquiera de los muchos líos del Ministerio de Economía, en el que trabajaba y aún trabajo. Algunas veces hicimos sexo por internet. No fue tan mal como yo pensaba que sucedería, aunque la noté un poco retraída.

Así transcurría nuestra relación, placentera y cómoda como la de un matrimonio de osos panda, hasta el día en que, por casualidad, hube de enfrentarme de sopetón a que Helena tenía otra vida de la que yo no participaba.

Hagamos flash-back: Macario, ya saben, el esteta, me había llevado a un supermercado del sexo que está en la calle de Atocha, junto a la plaza de Antón Martín, en la acera de los pares. Macario había resultado un guía excelente, experto y ameno, y desde el vestíbulo, inhóspito como un garaje en agosto, fue dándome detalles, aclarándome dudas, desbrozándome misterios, ilustrándome, en suma, con su enciclopédico conocimiento del tema.
        
Llevado de su mano e ilustrado por su sabiduría fui descubriendo, sin solución de continuidad, un mundo ignoto y desconocido, más por vergüenza que por auténtica falta de interés, que aparentemente prometía insondables fuentes de placer pero tan sólo daba profilácticos remedios a la insatisfacción. Las cabinas de vídeo parecían celdas de un penal imaginario y sombrío, al que los presos fueran voluntarios para redimir su vida insatisfecha. La pasarela en la que se desnudaban chicas ante cuatro pares de ojos somnolientos, el puente de los suspiros. El expositor de la tienda del piso superior, un escaparate de la soledad humana. 
        
Dejé a Macario ayuntando con su imaginación en plena orgía de ideas y di una vuelta por la sala. En un rincón, entre la lencería erótica de tejidos imposibles y las muñecas hinchables de boca siliconada, frente a la vitrina de los mil y un consoladores, estaba la sección de CD´s porno. Películas de todo tipo: bestialismo y simples polvos, dúos en habitaciones cerradas y tríos en un jardín, orgías nocturnas al borde de una piscina y supuestas reconstrucciones históricas con despelote generalizado en las almenas de un castillo medieval, lesbianismo entre rubias y morenas, homosexualidad de grandes penes, cráneos rapados y culos apretados, sexo entre ancianos y jovencitas,  jovencitos y ancianas en pleno sexo, exhibicionistas, travestis, lluvia dorada, sadomaso y sexo oriental.
        
-Cada loco con su tema y cada humano con su paja --concluyó Macario, que es un sabio popular travestido de ordenanza con librea, mientras contemplaba  con ojos de catador de vino francés la interminable sucesión de portadas adornadas con las más esplendorosas mujeres, que nada dejaban en su exhibición a la curiosidad del posible comprador.
        
Y en medio de todas ellas, Helena. Desnuda, impúdica, sonriente,  provocativa, hiriente. La película se titulaba Jóvenes depravadas y se veían en la portada dos parejas en plena faena. La silueta reconocida estaba fotografiada de frente, en cuclillas, ensartada en un hombre de piernas delgadas y pies con juanetes. Llevaba un liguero que yo le había regalado y, aunque tenía la cabeza echada hacía atrás y apenas se le distinguía el rostro, la reconocí; aparte de por el liguero, de los que sin duda había muchos iguales en el mercado, por la curva de sus caderas, el peso intangible de sus pechos, el corto vello de su pubis y la marca de nacimiento que tiene en el tobillo izquierdo: un gran lunar oscuro con forma de nube, o elefante, o coche de bomberos, según el punto de observación, detalles todos que la delataban a ella y sólo a ella, como una huella dactilar de cuerpo entero, como un ADN del exceso.
        
Un hombre apático y aburrido atendía el mostrador. Verle allí, inconmovible como un dependiente de ultramarinos, un peluquero sin faena o un funcionario de la posta y el timbre, rodeado de aquel abigarrado escenario de sexo obsceno y aséptico me hizo reflexionar un momento sobre el destino del ser humano. Compré la cinta de vídeo como si la cosa no fuera conmigo, me la dio en una bolsa de plástico negra, sin cartel ni inscripción que delatara su origen, como si la cosa no fuera con él, y me la llevé a casa, colocada bajo el brazo, como si fuera el último libro de Muñoz Molina. Macario se felicito por mi atrevimiento. “Olé tus muertos –jaleó--. Que el que no quiere peces se moja el culo”.



2

La bronca fue fenomenal cuando, unos días después, Helena regresó de un viaje promocional, cerrado con una convención de vendedoras en un lujoso hotel de Barcelona. Nunca habíamos tenido una tan gorda, aunque en nuestra relación no hubieran dejado de existir las discusiones y pequeñas peleas, normalmente por causas nimias que sólo la intransigencia del amor hacía importantes. Aquel día, sin embargo, el cristo supero todos los récords.
        
-¿Para qué te lo iba a decir? ¿para que te pusieras hecho un fiera?
        
-¿Esa es la confianza que tienes en mí?
        
-Si te lo digo seguro que te sentaba mal.
        
-Peor me sienta que no me lo dijeras.
        
-Además, de algo tengo que vivir, no es nada malo.
        
-Joder que no, pues ya me contarás, tú follando de todo el mundo y yo en Babia, creyendo que vendías colonias y coloretes.
        
-A ti lo que te jode es que yo joda con otros hombres.
        
-Además eso.
        
-Y tienes miedo de que me den más placer que tú, os pasa a todos.
        
-Lo único que falta es que digas que conmigo no te has corrido nunca.
        
-Pues mira, ahora que lo dices, alguna vez me he quedado a dos velas.
        
-Pues sabes fingir muy bien. Claro, lo habrás aprendido en el cine.
        
-Por lo menos yo he aprendido algo. También tú podías aprender lo que hay que hacerle a una mujer.
        
-Lo que pasa es que eres un putón verbenero.
        
-Y tu un inútil y un machista.
        
-¿Pues sabes lo que te digo? Que te den por culo, guapa, que seguro que te gusta.
        
-Mira, mejor lo dejamos, que está claro que no nos comprendemos.
        
Estábamos en su casa. Me marché dando un portazo. Nunca lo hubiera hecho, porque desde entonces, desde aquel mismo momento en que la puerta se cerró con un golpe seco que resonó en toda la escalera y recorrió el hueco del ascensor parándose en cada descansillo, mi vida fue un infierno. Mi orgullo masculino me impedía ponerme en comunicación con ella cuando ya había marcado los primeros números de su teléfono; mi deseo erizado me animaba a buscarla y encontrarla sin demora, a pedirle perdón, a suplicarle, a consentir; mi timidez me llevaba a espiar el portal de su casa escondido detrás de un árbol cercano, o de un coche aparcado, o del canto de una esquina, para verla salir de casa. Ella se perdía por el lado opuesto de la calle y yo la dejaba marchar sin abandonar mi escondite.

Una vez llegué a parar un taxi y pedir que la siguiera. “Oiga –me dijo el taxista mirándome con ojos acuosos por el retrovisor--. Usted se ha creído que esto es una película”. Volví a casa y me puse de nuevo la cinta en el vídeo.
        
Así transcurrieron unos meses, pendiente del móvil a cada instante, por si era su voz la que llamaba. Obsesionado por escuchar el contestador nada más llegar a casa, por si un mensaje suyo deshacía el entuerto. Colgado del correo electrónico. Ansiando una carta suya, un telegrama, una postal, un sms, un email, un timbrazo del telefonillo. Ensimismado en la visión continuada de su película: Jóvenes depravadas. Joder, y tan depravadas, pensaba yo a cada nuevo visionado cuando contemplaba, no sin estupor, a Helena metida en harina con su compañera de reparto y el enorme consolador con que ambas jugaban a darse placer. Y a tenor de la cara que ponía mi ex-novia, a medio camino entre el éxtasis y la sorpresa, una expresión que yo conocía bien, se lo daban. Y tanto que se lo daban. Eso es lo que más congoja me provocaba, lo que más me indignaba, lo que más celoso me ponía, lo que más me acercaba al incumplimiento del sexto mandamiento. Y lo que más me excitaba.

Al fin vencí mi orgullo de macho, superé mi timidez y me deje llevar por el deseo. Marqué los nueve números de su móvil y una voz anónima con regusto a altavoz de aeropuerto me comunicó que el teléfono estaba fuera de cobertura o desconectado. Una vez y otra, una tercera, una cuarta y una quinta, y siempre la misma cantinela: la señorita que usted busca está desaparecida en combate.
        
Dejé pasar dos o tres días y al fin me decidí a visitarla. Llamé con insistencia desde el portero automático de su vivienda en un edificio antiguo de López de Hoyos, pues mi último gesto heroico el día de la despedida fue tirarle las llaves al suelo como un desafío, pero solo el silencio contesta a mi S.O.S. Una vecina me dijo que se había mudado. Volví a mi vídeo.
        
Conforme fueron pasando las semanas, cada vez la echaba de menos con mayor frecuencia. Me cansé de su presencia en el vídeo y deseé más. Revisé uno por uno todos los sex-shop de Madrid hasta encontrar otra película en la que trabajaba, y aún una tercera, y me encerré en casa a verlas una y otra vez. Eran más explicitas que la primera que compré, más atrevidas, más provocativas, más atractivas: me enganché y no podía prescindir de ellas. También la descubrí en alguna revista.
        
Poco a poco me convertí en un asiduo de aquellas boites del sexo y fui marcando en mi cerebro la geografía de su distribución por las calles de la ciudad. A base de frecuentarlos aprendí a distinguir Private de Mirate, el látex del cuero, las bolas chinas anales de las vaginales, los condones de sabores y las infinitas marcas de lencería sexy. Conforme pasaba el tiempo y aumentando mi pericia en la investigación fui descubriendo nuevas producciones protagonizadas por Helena, que ya no se llamaba así, sino Nadia Never, seudónimo del que no logré entender la lógica interna que lo motivaba. En ese proceso, o camino iniciático por las ignotas rutas del amor solitario, también aprendí lo que eran los celos. Ella con otros hombres, hombres que la disfrutaba y, aparentemente al menos, la hacían disfrutar, hombres que la poseían y a los que poseía, con los que desarrollaba unas artes amatorias que a mí me habían quedado vedadas y que, cuando alguna vez intentó practicar conmigo, deseché con el miedo a descubrir en qué lugar y situación las habría aprendido.
        
En un principio pensé que con el tiempo se me pasaría, o que el conocimiento de otras mujeres me proporcionaría ocasión para el olvido. Durante unos meses practiqué una desesperada búsqueda de amor y alivio erótico que me llevó a situaciones en las que nunca hubiera imaginado poderme encontrar: dando consejos fiscales a una prostituta madre de tres hijos a la sombra de dos cubatas en un motel de carretera, bailando como el más torpe del lugar en alguna discoteca de moda a la espera de que Cupido descendiera alado de la bola de espejitos, o acudiendo con ensimismamiento a un cursillo de yoga de cuya profesora creí haberme enamorado tras presentármela mi amigo Paco, antiguo compañero de facultad, en el transcurso de una cena de solteros. Nada resultó: cada vez echaba más de menos a Helena.
        
O, mejor dicho, a la que echaba de menos era a Nadia Never. Si he de respetar el propósito de que estas confesiones, pues no otra cosa que confesiones son estas líneas, sean tan ciertas y verdaderas como ser humano pueda serlo, debo reconocer que a estas alturas la pasión se había transmutado de Helena a su personaje, pues era con él con quien compartía los momentos más placenteros, la laxitud  más tranquilizadora, los sueños más turbadores. Quise serle infiel y compré otras películas, protagonizadas por otras mujeres, quizá más atractivas, quizá más viciosas, pero con ninguna fue lo mismo. Todas me sirvieron para algo, como me sucedía con las de carne y hueso, pero con ninguna sentía la imperiosa necesidad de ir corriendo en taxi desde el sex-shop hasta mi casa para poner la película en el reproductor, dejar sobre el suelo del pasillo, las sillas o el sofá la ropa que en la calle me vestía y tenderme en la cama, pues había trasladado el ordenador a la habitación, y darle luego, con el alma en un puño, al botón del enter.
        
Me había enamorado. Ahora sí que inexorable e inevitablemente me había enamorado como un chiquillo. Aquella imagen intangible de la pantalla que era Nadia me reclamaba desde su escondrijo catódico y yo acudía cada vez como si fuera la primera. Caí cada vez más en una obsesión que personalmente no me parecía perniciosa, sino liberadora, pues había soltado al fin todas las amarras de mis pasiones y ya no me ataba a su realización ningún lazo físico. Seguí el recorrido por el mundo de mi amada a partir de las productoras para las que grababa las películas, pues debía haber ido consiguiendo el éxito en ese mundillo en el que había decidido vivir y cada vez ampliaba más el círculo de su actividad. Colegialas viciosas, en la que, aunque un poco mayor para ir al colegio, estaba espléndida, se había rodado en Holanda. Atadas y violadas, una variedad sofisticada de sadomasoquismo que resultaba un fiasco, pese a la credibilidad que Nadia le daba a su papel, en Alemania, donde también se había producido Orgía de azafatas, una producción barata que transcurría integra en la supuesta cabina de vuelo de un avión. Igualmente seguí su paso por Italia, Suecia, Inglaterra e incluso Estados Unidos. Otra vez el reguero de sus viajes se convirtió en mi principal actividad diaria, lo que me condujo a una reprimenda del jefe de la sección por mi despiste al fichar los oficios que habían referencia a tal o cual asunto ministerial. No podía vivir sin ella.
        
No deje de sentir un complejo de culpabilidad que me sepultaba en espantosas depresiones durante las que apenas salía de casa, siempre pegado al ordenador, atrás y adelante una y otra vez con misma escenas, paralizando la imagen en ese fotograma en que aparecía en todo su esplendor, imaginando en una traducción inventada, pues ni inglés, ni francés, ni alemán, ni griego entiendo, lo que musitaba Nadia-Helena entre gemido y gemido. Incluso llegué a pensar en acudir a un psicólogo que me librara de aquel pesado sentimiento de culpa que me embargaba. Puesto en el trance de colocar cada pieza en su sitio, curandero por curandero, preferí a Macario, origen y motivo primero de mis males, al que le conté la historia, un poco por encima, sin establecer ninguna relación entre Helena y Nadia, de la que al principio no me atreví a hablarle.



3

“Las garras del sexo a la carta han caído sobre ti” --me diagnostico el conserje, que a su condición de pornógrafo y experto en arte de vanguardia, que ya me había demostrado, añadía ahora la de terapeuta síquico--, mientras pinchaba con el palillo una aceituna con anchoa que nos habían puesto en el bar de debajo del ministerio donde una mañana me decidí a contarle parte de mi historia en la hora del aperitivo.

Desde entonces me vi a menudo con Macario. En el bar de la primera vez, en tascas cutres de cualquier barrio extremo de Madrid, de las que también resultó ser profundo conocedor y cliente asiduo, o en puticlubs, barras americanas y locales de streptease a lo que me llevó, estoy seguro aunque él nunca me lo dijo, con el sano propósito de enfrentarme con la realidad de la vida y sacarme de la vorágine en que me había metido por aquellos meses. Las reuniones eran siempre parecidas: yo hablaba hasta romperme la garganta --eso y el alcohol que ingeríamos y los canutos que nos fumábamos, que también influían lo suyo--, y el callaba, aparentemente concentrado en mirar los culos de las mujeres que anduvieran por el local. Pero escuchaba. Vaya si escuchaba. Y al final entre dientes me daba la clave para progresar en mi proceso curativo.

“Diversificación de riesgos”, aseveró cuando le dije que había empezado a comprar películas que ya no protagonizaba Nadia Never, conocedor como ya era yo por aquel entonces hasta la saturación de cada pliegue de su cuerpo, repetido una y otra vez en la pantalla, analizados y disfrutados ya en mil y una ocasiones calenturientas cada fotograma de cada secuencia de cada película de mi amada, a la que descubrí, casi sin darme cuenta, una cierta tendencia a la exhibición gimnástica. Y sin darme explicación del motivo, Macario empezó a hablarme del mundo erótico de internet, al que hasta el momento yo había permanecido ajeno, inmerso como estaba por mi obsesión hacia Nadia, y en el que pronto encontré un océano de sexo que colmó mis fantasías más ocultas y en el que me sumergí sin escafandra. Mi ordenador lo pagó, a manos de una legión de virus que dieron con él en el contenedor de basura con todos los archivos dentro, ya irrecuperables, y mi cuerpo se agotó de dar brazadas hasta que Macario me dio su bendición urbi et orbi. “Has llegado a la saturación de efectivos. Ahora empezarás la búsqueda de la excelencia”, pontificó de repente una tarde en la que yo no le había contado nada y en la que habíamos ido a visitar una exposición en la Biblioteca Nacional sobre “Editorial Bruguera. El tebeo español en la inmediata posguerra. Autores de izquierdas para cómics de derechas”, tema del que Macario podía hablar horas seguidas, según me estaba demostrando con cada nueva viñeta a la que nos enfrentábamos.

No me di cuenta exacta de aquello que me había dichos sobre la saturación, los efectivos y la excelencia hasta que unos días después me sorprendí quedando con una compañera de trabajo para cenar y tomar unas copas. Ella se acababa de divorciar, siempre nos habíamos caído bien e incluso nos habíamos tirado los tejos en ratos libres, así que me pareció una candidata ideal para volver a poner los pies en la tierra. O las manos en la masa, no sé yo. La cosa no fue mal, incluso repetimos un par de veces, pero yo aún seguía con lo mío en internet y todo me resultaba un esfuerzo excesivo. Aparte de que ella mantenía al mismo tiempo una historia con el subdirector de recursos humanos, sección en la que trabajaba, que le exigió que rompiera conmigo. También traté con una amiga de mi hermana, “progre, guapa y simpática, lo que tú necesitas”, según me aseguró, que al final resultó, además, una apasionada del ocultismo que buscaba un padre y no un amante. Y con una jovencita que conocí una noche de verbena, más lista que el diablo, que me dio un par de alegrías y me dejó porque yo era un muermo. Y con… nadie más, que yo recuerde en este momento. Las cosas se amainaron solas y retomé mi vida más o menos común: comidas familiares, novias efímeras en la realidad y relaciones suplentes en internet, que no llegué a abandonar, tardes de lectura o de cine, concursos televisivos… y Macario, que siguió siendo mentor de mi vida, paño de lágrimas y compañero divertido en aventuras disparatadas.

Hace tan sólo unas semanas volví a ver a Helena en un desfile de ropa interior de la Pasarela Cibeles, al que, precisamente, me llevó Macario. Estaba entre el público en el cóctel posterior, en el que conseguimos colarnos gracias a las argucias de mi amigo, que en un momento de aglomeración nos hizo pasar por periodistas enseñándole al vigilante de la puerta su carnet sindical y una pequeña cámara de fotos que me acababa de dar para que yo hiciera el papel de reportero gráfico. Nuestras miradas se cruzaron, e incluso en un momento llegamos a estar espalda contra espalda ante la mesa de las bebidas. Escuché que aún seguía bebiendo Gordon’s con un chorrito de menta. Olí de nuevo su perfume de siempre. No nos saludamos. Al volver a casa celebré una gloriosa reconciliación con Nadia Never.




Carlos Villarrubia/Hilario Camacho

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sábado, 23 de noviembre de 2013

TEBEOS CONTRA FRANCO. (4)






La pérdida de las colonias, la guerra de Marruecos y la creciente industrialización de España contribuyeron de manera decisiva a transformar radicalmente el panorama político español, al que accedieron con fuerza y pasión las capas populares de la población, obreros y campesinos, rompiendo el monopolio de la oposición política que hasta entonces había mantenido la burguesía ilustrada, liberal, republicana y progresista, y radicalizando los enfrentamientos con el régimen monárquico. La unión de los obreros en los primeros sindicatos anarquistas y socialistas y la aparición de los partidos de clase potenciaron el surgimiento de un nuevo tipo de prensa popular en la que la ilustración gráfica, el chiste y la caricatura, cargadas ya de fuertes significados satíricos e ideológicos, ocupo un lugar predominante, dada la facilidad con que la mezcla de dibujos y textos permitía comprender los mensajes emitidos a unas capas sociales, un proletariado incipiente y un campesinado sometido al dominio caciquil, en buena medida aún analfabetas.

Desde que El Eco de la Clase Obrera, primer periódico obrerista de España antes de que existieran sindicatos como tales, comenzó a publicarse en 1855 en Madrid, aunque tanto su fundador, el tipógrafo Ramon Simó i Badia, como su inspirador, Fransçesc Pi i Margall, exministro de la primera República de ideas federalistas, fueran catalanes, las publicaciones de clase se multiplicaron y diversificaron de manera vertiginosa.

Las primeras fueron las anarquistas, que aparecieron incluso antes de que la CNT se fundara en 1910. Así, La Federación se creó en 1869, La Emancipación en 1871, y Solidaridad Obrera, que sería el periódico anarquista más difundido, en 1907. Especial relevancia alcanzó en el campo teórico y cultural del anarquismo, no tanto en el gráfico, La Revista Blanca, dedicada, según indicaba en cada número su portada, a “Arte, Ciencias, Literatura y Sociología”, que dirigió el novelista y pensador libertario Federico Urales, padre de Federica Monseny, en dos etapas, de 1898 a 1905 y de 1923 a 1936.


Pablo Iglesias fundó El Socialista en 1886, siete años después de que 15 compañeros le hubieran acompañado en la creación del Partido Socialista Obrero Español en una tasca madrileña, y en 1896 hizo lo propio con Unión Obrera, órgano de la Unión General de Trabajadores.

Nacida en 1910 como órgano de las Juventudes Socialistas, Renovación pasaría 10 años después a convertirse en El Comunista, primera publicación regular que editaron en España los partidarios de la III Internacional leninista que acababan de fundar por esas fechas el PCE. Se adelantaron en 10 años a Mundo Obrero, órgano oficial del partido desde entonces, que salió a la calle el 13 de agosto de 1930 con el lema “Defensor de los trabajadores de la ciudad y el campo”.

A partir de estas publicaciones “madre”, el pensamiento de izquierdas (de las varias izquierdas, porque las izquierdas siempre han sido varias frente a una derecha que era sólo una) se ramifico en revistas y folletos editados por organismos centrales, provinciales y locales, secciones profesionales de los sindicatos y asociaciones culturales, recreativas o sociales de todo tipo. Fue tal la cantidad y la variedad que en la actual hemeroteca de la Fundación Pablo Iglesias se conservan más de 500 títulos editados entre 1886 y 1939. Fue tal la variedad, que incluso en 1932 llegó a editarse en Sabadell La Lucha, revista trimestral que se presentaba como “Publicación Cristiana Anticlerical de Cultura Progresista” (¿Alguna revista del catolicismo progresista posterior se ha atrevido a declarar algo parecido?).

Es cierto que en un principio todas estas publicaciones prestaron poca o nula atención al chiste o la caricatura como instrumento de lucha ideológica, y no fue hasta finalizados los años 20 cuando comenzaron a incorporar a los humoristas gráficos a sus redacciones, una tendencia que se aceleró con la llegada de la República.

No obstante, en el terreno de la ilustración gráfica, el chiste y la caricatura, surgieron nuevas publicaciones, de una radicalidad más acusada que las revistas satíricas del siglo anterior. Los últimos años de la monarquía, y especialmente los de la dictadura de Primo de Rivera y la República fueron el marco histórico en el que se consolidaron y radicalizaron las viñetas satíricas españolas, que ya sin subterfugio alguno apuntaron sus lápices contra el militarismo, el caciquismo, el clericalismo y la explotación social.

La huida del rey Alfonso XIII la noche del 13 de abril de 1931, tras la derrota abrumadora sufrida en las elecciones municipales, y la proclamación el día siguiente de la II República, desató un aire de libertad y entusiasmo, pero también de enconados enfrentamientos políticos, que radicalizó de manera inmediata los periódicos y, con especial virulencia, las revistas satíricas y de humor.

Fue un fenómeno que afectó de manera similar a las publicaciones de izquierdas y derechas, aunque de manera similar a como ya se ha visto, unas y otras eran de muy distintos carácter. Al igual que sucedería durante la guerra, las revistas republicanas y antifascistas fueron más numerosas y variadas que las que se publicaron bajo la advocación de la vieja reacción española, caciquil, militarista, clerical y antiobrerista.

En ese terreno, el humor satírico ilustrado tuvo cada vez mayor presencia en los periódicos de derechas, como El Debate, La Nación, órgano oficioso del dictador Primo de Rivera, o el que quizás sea el más antiguo de ellos, el tradicionalista y carlista El Siglo Futuro, que pese a haber nacido en 1875 no incorporó la caricatura y el chiste político a sus páginas hasta octubre de 1932, ya en pleno periodo republicano.

En el mismo bando, en septiembre de 1931 apareció el primer número del semanario Gracia y Justicia, que publicado por la Editorial Católica habría de convertirse en uno de los principales fustigadores de la República mediante la sátira dibujada. El lema que le definía era ya significativo: “Órgano extremista del humorismo nacional” y a él hicieron gala aunque llegara a costarles sangre. Hasta tal punto se pusieron a la labor, que la revista fue suspendida durante cuatro meses en agosto de 1932, a raíz de su apoyo al intento de golpe militar protagonizado por el general Sanjurjo, situación que solventaron los responsables de la revista cambiándole el nombre y sacándola a la calle hasta enero del año siguiente con el título de Bromas y veras, un paliativo que no era novedoso, pues ya antes lo habían practicado otras revistas y volvería a ser utilizado posteriormente, como veremos, en publicaciones básicamente de izquierdas.

El triunfo del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936, que devolvió el gobierno a los partidos progresistas y de izquierda tras el involucionista bienio negro que había encabezado Gil Robles, condujo al cierre de Gracia y Justicia apenas una semana después del cambio de gobierno. De sus páginas salió toda una generación de humoristas de derechas, del maestro K-Hito --seudónimo de Ricardo García López, al que más abajo encontraremos al frente de publicaciones infantiles esenciales como Macaco y Gutiérrez, y al que ya hemos visto con sus inteligentes y vanguardistas chistes en La Ametralladora o La Codorniz-- a Orbegozo, Galindo, Maciá, Morán, Prieto y Soravilla, que tras la guerra formarían parte de los humoristas del régimen.

También Gracia y Justicia pagó el precio de su ideología, con varios de sus colaboradores detenidos en Madrid al estallar la guerra civil. El director de la revista, Manuel Delgado Barreto --un veterano periodista que había dirigido otras publicaciones de humor, como El Mentidero, y el diario La Nación, y que ya en la República había sido el responsable de El Fascio, órgano de expresión de Falange desde el que José Antonio Primo de Rivera había lanzado sus principales consignas políticas--, y el dibujante Gerardo Fernández de la Reguera y Aguilera --que con el nombre de Areuguer había firmado la mayor parte de las excelentes portadas a dos colores de la revista, al margen de su significado político-- fueron detenidos a los pocos días del golpe militar del 18 de julio. En noviembre de 1937, mientras las tropas rebeldes acosaban la capital y se encontraban ya a las puertas de la capital, formaron parte de los aproximadamente 2.500 derechistas fusilados en Paracuellos del Jarama, entre ellos el dramaturgo Pedro Muñoz Seca.



Para el objetivo de estas páginas, que tratan, no se olvide, de los historietistas rojos y no de los del bando contrario, resulta significativa la presencia entre los colaboradores de Gracia y Justicia de Joaquín de Alba, que con seudónimo de Kin firmaría una buena parte de las miles de caricaturas y chistes que haría en su vida.

Joaquín de Alba había nacido en Cádiz en 1912 y ya en 1931, con 19 años de edad, se le podía encontrar como dibujante de la recién nacida Gracia y Justicia y del veterano, y derechista, diario La Nación. Al estallar la sublevación militar el 18 de julio de 1936 fue detenido junto al director y a otros redactores de la revista, si bien fue liberado poco después, según parece por influencia de Santiago Carrillo, responsable de la seguridad en el Madrid resistente, al que habría recurrido el hermano del dibujante, militante comunista y dirigente de la UGT, la organización sindical en la que por la época convivían socialistas y comunistas.

Ya en la calle, Kin se pasó a la zona “nacional”, llegando a través de la sierra madrileña hasta Burgos, en donde dibujó para El Norte de Castilla y formó parte del Servicio de Prensa y propaganda de los rebeldes que dirigía Dionisio Ridruejo. Esta relación no fue circustancial, pues bien podría considerarse a Joaquín de Alba integrante de ese grupo de jóvenes intelectuales franquistas, falangistas o católicos, que, encabezados por Ridruejo e integrado por nombres tan destacados después como los de José Luis López Aranguren, Luis Rosales, Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar o Joaquín Ruiz Jiménez, se desengañaron pronto del régimen y pasaron a enfrentarse a él con mayor o menor energía. Habrá que añadirle a la lista generacional, porque no conozco ningún estudio sobre el tema en el que se le cite.

Joaquín de Alba fue de los que, como el propio Ridruejo, estuvieron entre los primeros en incorporarse a la División Azul para librar del comunismo a Rusia, aunque parece ser que fue la crueldad nazi aplicada a los ciudadanos soviéticos, tantos los crímenes y barbaridades a las que asistió, que al regreso era otro hombre. No obstante, al poco de regresar de la Unión Soviética entró como principal caricaturista de Arriba, el diario oficial del Movimiento.

La interiorización de su disidencia con el franquismo se fue acentuando hasta que en 1954 decidió exiliarse a Estados Unidos para no regresar a España hasta 1978. En el exilio se convirtió en uno de los grandes caricaturistas políticos de América a través de sus colaboraciones regulares en The Washington Daily News, siendo candidato al premio Pulitzer a la mejor caricatura del año en 1966, un año después de que el National Right to Work Committee le otorgara su premio a las dos mejores caricaturas anuales. Falleció en Palma del Río, Córdoba, en 1983.



En el otro lado del espectro político, la ilustración satírica y política estuvo mucho más dispersa y contó con un mayor número de autores, que desde muy distintos enfoques ideológicos, defendieron a muerte las aspiraciones democráticas y republicanas y se opusieron con firmeza a cualquier intento de desestabilizarla y acabar con ella cuando al fin se consiguió en 1931. La utilización de el humor grafico como vehículo ideológico se puede rastrear en todos los diarios de la época, tiene especial relevancia el que Bagaría y otros dibujantes publicaron en El Sol, el periódico fundado en 1917 por Nicolás María de Urgoiti (promotor también de Unión Radio, predecesora de la actual cadena SER), que bajo la dirección de José Ortega y Gasset se convirtió en el principal diario pro-republicano y en cuyos talleres se imprimió, tras la guerra civil, Arriba.


No obstante, lo más del humorismo gráfico se publicó en la infinidad de revistas satíricas de la época, en las que el chiste, la historieta y la caricatura política tuvieron una presencia de singular importancia. El conjunto de la obra publicada en ellas por una infinidad de autores especialmente destacados en la historia del tebeo y la ilustración española constituye una documentación de primera línea para conocer las ideas, los usos y costumbre y, en general, la historia de ese periodo histórico.

Si las publicaciones de la derecha tomaron por dianas de sus envenenados dardos humorísticos a los políticos republicanos, los sindicatos, la masonería y otras instituciones y personajes progresistas, las de izquierda volcaron toda su artillería dialéctica contra militares, curas, monjas, cabecillas reaccionarios, capitalistas y terratenientes de toda laya y condición. Se estaban afilando las plumas y los lápices ante la guerra civil que se avecinaba y que, a su conclusión, acabaría premiando a los que habían apoyado a los vencedores con honores y prebendas y condenando en muchos casos a los defensores de la República con la cárcel, el exilio o la muerte.

El entusiasmo desatado por la llegada de la República provocó, como hemos visto, las propias publicaciones anti republicanas, aunque también promovió revistas a favor. En septiembre de 1931 apareció Fray Lazo, cuyo subtítulo, “Diario anticlerical cortésmente desvergonzado”, ya daba noticia de su envenenada ironía y no dejaba duda sobre su contenido. Sería una tenaz denunciadora de los excesos del clero, al que caricaturizó con feroz insistencia hasta que el triunfo militar y religioso en la guerra civil, que la dejó fuera de circulación. Sin embargo, los medios más fecundos en el terreno del humorismo gráfico se correspondieron con revistas que venían de lejos y aguantarían hasta el último momento. Intentaremos dedicarle alguna atención a las dos que se encentran entre las más longevas y que sin duda fueron las más influyentes entre las clases populares: la valenciana La Traca y la catalana L’Esquella de la Torratxa.

Desde su nacimiento en 1984 de la mano de Manuel Lluch i Soler, La Traca fue una revista tocapelotas que a la hora de la crítica no se cortaba ni con el filo de un hacha. Ya en su primera etapa, que duraría tres años, fue cerrada siete veces por orden de la autoridad gubernativa, que la acusó desde por injurias al Rey hasta por denunciar que en Valencia se organizaban juegos clandestinos. La última de ellas, que acabó con el director entre rejas, conllevó el cierre definitivo, que aunque al final no fue tal, implicó un silencio de 24 años.

Reapareció en 1911, bajo la dirección de Vicent Miquel Carceller, que sería su responsable hasta el cierre definitivo a finales de 1938, ya con las tropas sublevadas cercando los últimos territorios aún en poder de la República. Esta segunda etapa no fue menos acerada que la primera desde la misma reaparición, y en 1912 una caricatura de Alfonso XIII llevó a Carceller a la cárcel. En este tiempo se acentuó su carácter político, obrerista y antiburgues, aunque no por ello dejó de abordar otros temas costumbristas o incluso sicalíptico, esa palabra preciosa hoy en desuso que servía para definir un incipiente erotismo picaresco que hoy sería autorizado a los menores de la casa pero que entonces constituía un claro motivo de escándalo.

Las relaciones entre el poder y La Traca siguieron siendo conflictivas, de tal manera que la revista volvió a ser suspendida de nuevo en 1924, ni siquiera un año después del golpe militar de Primo de Rivera estableciera la dictadura, lo que abriría un nuevo periodo de silencio, aunque esta vez sólo fuera de 15 años. En realidad, el silencio no fue completo ni real, sólo simulado, pues Carceller utilizó la trampa que ya hemos visto de inventar un nombre nuevo para seguir haciendo lo mismo. Así se inventó La Sombra, “semanari festiu y lliterari”, que publicó 87 números hasta que en 1926 la rebautizaron como La Chala, recuperando un título que había pertenecido anteriormente a una revista fallera, dando lugar a una revista independiente que siguió publicándose, aún cuando reapareció la original, hasta el final de la guerra civil.


El 21 de abril de 1931, justo la semana siguiente a la derrota de la monarquía y la proclamación de la deseada República, La Traca volvió a estar en la calle, ahora en castellano y no en catalán, para iniciar una nueva y última etapa. Su apoyo a los principios republicanos y sus críticas a la tibieza a la hora de aplicarlos, fue constante, lo que le costó de nuevo la suspensión durante el llamado bienio negro (1934-1936), únicamente dos simples años, en el que la derecha accedió al poder bajo la jefatura de Gil Robles e intentó desmantelar lo conseguido durante el trienio anterior. Cuando regresó de nuevo tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 ya estaba gestándose la sublevación militar que desembocaría en la guerra civil, en la que la revista valenciana desempeñó un importante papel propagandístico, lo que condujo al paredón a su director y a dos de sus colaboradores, como hemos visto en el capítulo anterior de esta historia en flash back.

No menos accidentada que la de La Traca fue la existencia de L’Esquella de la Torratxa, la segunda publicación en catalán más longeva de la historia, de la que llama la atención que fuera creada y mantenida, por alguien que se llamaba Inocencio López Barnagossi y que regentaba la Librería Española en Barcelona. También había fundado La Campana de Gracia, otra revista emblemática del catalanismo, a la que sustituyó L’Esquella en sus dos primeras e interrumpidas apariciones, en 1872 y 1874 con motivo de sendas suspensiones de la revista madre, para comenzar a publicarse de manera definitiva e ininterrumpida, excepto por las consabidos cierres temporales, desde 1879 hasta el 6 de enero de 1939, la misma semana de la caída de Barcelona en mano franquistas.

Hay que reconocer que las revistas de la época no engañaban a nadie desde el mismo lema que las encabezaba. El que definía lo que era L’Esquella de la Torratxa no podía ser más evidente y sincero: “Periòdich satíric, humorístich, ilustrat i literari. Donarà al menys uns esquellots cada setmana (Periódico satírico y humorístico, ilustrado y literario. Dará como mínimo una polémica cada semana)”. Y bien que cumplió su promesa.

L’Esquella de la Torratxa publicó un total de 3097 números, que la convertieron en la principal publicación satírica ilustrada, no sólo de Catalunya, sino, con La Traca, de toda España, tanto en los largos años que fue propiedad de la familia López, pues los hijos de don Inocencio habían continuado la labor editorial del padre, como cuando, a raíz del estallido de la guerra, se hizo cargo de ella el Sindicato de Dibujantes Profesionales de Barcelona. En ella colaboraron los más importantes intelectuales y escritores catalanes, siendo cuna de varias generaciones de ilustradores y caricaturistas que marcarían la historia que aquí se está abordando con letras de oro.

Aunque desde 1907 estuvo dirigida siempre por Josep Roca i Roca, la responsabilidad editorial recayó en diversas etapas en intelectuales tan significados en la cultura catalana fueron Màrius Aguilar, Prudenci Bertrana, Francesc Madrid, Lluís Capdevila, Ramon Vinyes y Pere Carlders, entre otros, contándose en su larga lista de redactores con Santiago Rusiñol, Gabriel Alomar o Ramón Reventós. La nómina de dibujantes fue realmente deslumbrante: Apeles Mestres, Bagaría, Manuel Moliné, Marià Foix, Xavier Nogués, Isidro Nonell, Josep Costa (Picarol), Feliu Elias (Apa), Goñi, Jaume Passarell, Escobar, Ricardo Opisso, Tisner 


Llegados a este punto, se debería prestar una cierta atención particularizada al humorismo gráfico satírico catalán y a sus publicaciones, pues fue, sin duda el más importante de toda España en aquellos primeros 39 años del pasado siglo, y aún del anterior. El entusiasmo liberal y republicano a que dio lugar el sexenio democrático, iniciado  con la destitución de Isabel II en 1868 y concluido tras los apenas dos años de la Primera República Española, de febrero de 1873 a diciembre de 1874, fomentaron el género en el conjunto del Estado, aunque en Catalunya tendría características especiales. A aquella inicial explosión de libertad de expresión generalizada, se juntaron en Catalunya el esplendor cultural que supuso la Renaixença, la explosión de los sentimientos nacionales y el auge de las organizaciones obreras, especialmente anarquistas, que supuso la fuerte implantación industrial. Todo un conjunto de circunstancias que cuajó en publicaciones en catalán de fuerte contenido político y satírico hasta sumar una cifra que ronda las 200, según se puede consultar en las que están escaneadas en el Archiu de Revistes Catalanes Antigues, un trabajo de recuperación bibliográfica que prácticamente no tiene parangón en España, a no ser por el que se puede encontrar en la hemeroteca digitalizada de la Biblioteca Nacional,  más amplio, pero quizás menos minucioso, dado el territorio estatal que abarca.

Ya en 1865, en plena Renaixença, Albert Llanas fundó la primera de ellas, Un tros de paper, a la que siguieron publicaciones como Lo Noy de la Mare, La Xanfania, L’Embustero o La Rambla, iniciando un reguero de palabras y dibujos impresos que incluiría revistas fundamentales para el tema que estamos intentado tratar. Reseñaremos brevemente algunas de las más importantes, a beneficio de inventarío y sin ánimo de exhaustividad.









Justo será empezar por la más veterana y la más longeva, La Campana de Gracia, hermana de L’Esquella de la Torratxa, con la que compartió plantilla de colaboradores y con la que bien pudiera intercambiar sitio en esta reseña. Creado por el mismo Inocencio López en 1870 se publicó, insisto que con los paréntesis obligados por las repetidas suspensiones, durante 64 años y publicó un total de 3.403 números. Seguidora del republicanismo moderado de Pi y Margall durante la primera República, defendió a Castelar en la restauración monárquica, más interesada como estaba en un principio en la política estatal que en la catalana. Esta ideología inicial se fue radicalizando con el tiempo, hasta acabar en 1932 siendo propiedad de Esquerra Republicana de Catalunya.





El dibujante y humorista Feliu Elias, Apa, fundó Papitu en 1908 con la intención de dar una visión de la cultura y de la política desde la izquierda y el catalanismo, sin pelos en la lengua y sin complejos. Elias fue procesado durante la dictadura de Primo de Rivera, por lo que tuvo que exiliarse en Francia y dejar la revista en manos de Francesc Pujols, que introdujo más humor y, sobre todo, dio cabida a las insinuaciones, el erotismo y el doble sentido sexual que caracterizan al arte sicalíptico. Tanto debió ser el escándalo que estuvo prohibida por razones morales entre 1923 y 1926, periodo en el que fue reemplazada sin ningún complejo por un clon al que titularon, por si no se notaba en la maquetación idéntica y en los mismos colaboradores, Pakitu. Aunque siempre se editó en catalán, entre junio de 1909 y mayo de 1910, se publicó una edición en esperanto (algo que también hizo por aquellas fechas Cu Cut, de la que hablamos a continuación), aquel intento utópico y hermoso de crear un idioma de comprensión universal, que no supusiera el dominio o la extinción de ninguna lengua propia de cualquier comunidad nacional. Por favor, comprobar cómo sigue siendo el esperanto en este enlace http://enesperantujo.blogspot.com.es/2012/07/jen-la-lauroj.html, que además detalla lo que estamos comentando.




Cu-cut se fundó en 1902 bajo la advocación de Françesc Cambo y su Lliga Regionalista. Dirigida por Manuel Foch y Torres, en sus páginas publicaron muchos de sus primeros chistes y caricaturas Llaverias, Junceda, Opisso, Apa, Bagaria, Smith o Lola Anglada. Más moderada que la Campana de Gracia o L’Esquella de la Torrataxa, se fue escorando progresivamente a la izquierda, hasta el punto de que un chiste de Junceras publicado en 1905, considerado ofensivo para el honor militar, provocó su suspensión por cinco meses. Tal fue su radicalización, que los dirigentes de la Lliga decidieron cerrarla en 1912. Había publicado 518 números y vendía 60.000 ejemplares semanales.

Ya en la República, el mismo 1931, se fundó El Be Negre, que una vez más intercambió colaboradores con otras publicaciones semejantes. Prosa, ripios, viñetas y caricaturas les sirvieron para ofrecer una imagen descarnada de la cultura, la sociedad y la política catalanas, la milicia o el clero, sin dejar títere sin cabeza, figurando entre sus víctimas casi en igual proporción españolistas y dirigentes de Esquerra Republicana. Con el estallido de la guerra civil dejó de publicarse, y en la confusión y las luchas intestinas de la Barcelona de aquellos años, milicianos de la FAI asesinaron a su director, Josep María Planes.

Si las publicaciones de la derecha tomaron por dianas de sus envenenados dardos humorísticos a los políticos republicanos, los sindicatos, la masonería y otras instituciones y personajes progresistas, las de izquierda volcaron toda su artillería dialéctica contra militares, curas, monjas, cabecillas reaccionarios, militares, capitalistas y terratenientes de toda laya y condición. Se estaban afilando las plumas y los lápices ante la guerra civil que se avecinaba y que, a su conclusión, acabaría premiando a los que habían apoyado a los vencedores con honores y prebendas y condenando en muchos casos a los defensores de la República con la cárcel, el exilio o la muerte.


Para el nene y la nena

Cuentan quienes saben que en 1910 el dibujante y guionista José Robledano Torres, al que ya hemos encontrado en presidio y condenado a muerte en los capítulos anteriorres, publicó en la revista Infancia, que dirigía, la serie “El suero maravilloso”. En ella, por primera vez en España los diálogos de la historieta se situaban no al pie del dibujo, como era habitual en las aleluyas, sino dentro de globos en el interior de la propia viñeta, introduciendo así en nuestro país el modelo narrativo de origen anglosajón que iba a ser habitual a partir de entonces en la historieta dibujada.

Aunque las revistas infantiles ya existían en España prácticamente desde que los avances técnicos de la imprenta habían permitido las publicaciones periódicas de gran tirada, habiéndose datado en 1798 el nacimiento de la primera ellas, Gaceta de los niños, no sería hasta la innovación de Robledano cuando este tipo de publicaciones alcanzarían una importante difusión entre los niños a los que iban dedicadas.

En un principio, las revistas de historietas ilustradas infantiles aparecieron como suplemento semanal de ciertos periódicos diarios. Tal fue el caso de Gente menuda, que acompañó la edición dominical de ABC desde 1906 y en la que colaboraron buena parte de los dibujantes y guionistas que luego iban a repartirse entre las diversas revistas que siguieron: Atiza, Robledano, Xaudaró o Cilla. Con periodos de silencio, exclusivamente por razones editoriales, bien como suplemento del diario monárquico y del semanario Blanco y Negro o bien como publicación independiente, Gente Menuda prolongó su andadura hasta prácticamente llegado el siglo XXI.






En 1917 se creó TBO, que tal vez por la sencillez y sonoridad de su título y el inteligente juego verbal que planteaba se convirtió pronto en el nombre genérico con el que se denominarían desde entonces las revistas de historietas infantiles.





Anterior era, sin embargo, la catalana En Patufet, que se editó de 1904 a 1938 (aunque volvió a editarse, todavía en pleno franquismo, entre 1968 y1973) y que también sirvió para denominar el género en catalán.




Las dos primeras décadas del siglo vieron también el nacimiento de otras publicaciones tan importantes como Dominguín (1915), Charlot (1916) o, posteriormente, Pulgarcito (1921), Buen Humor (1921) o Pocholo (1931).












Especial interés ofrecen Gutiérrez (1927) y Macaco (1928), más infantil la segunda y tendiendo hacia el humor estilizado y abstracto la primera, tanto por la originalidad de su planteamiento como por la relevancia de sus principales colaboradores. Aunque entre ellos los hubo de todo tipo, como los republicanos Antoniorobles, Escobar o Bluff, el cuerpo central estuvo compuesto por humoristas como K-Hito, que las dirigió, Miguel Mihura, López Rubio y Tono, que luego formarían parte de lo más granado del teatro y el humor franquistas de la postguerra, siendo los responsables de crear en plena contienda La Ametralladora, la revista de humor adulto que tendrían continuación en La Codorniz.




La importancia de los humoristas que colaboraron en estas publicaciones de las dos primeras décadas del siglo radica tanto en que crearon una formas de lenguaje específicas, que en las décadas posteriores alcanzarían gran predicamento entre el público infantil, como en la distinta evolución política que siguieron cuando la República vino a extremar las ideologías, lo que contribuyó a los muy enfrentados destinos que tuvieron que afrontar al finalizar la guerra civil.