sábado, 18 de julio de 2015

EL REFERENDUM DE PODEMOS

Preguntas sobre una pregunta. El referéndum de Podemos






El partido de Pablo Iglesias ha venido diciendo cada día cosas distintas respeto a una posible confluencia de fuerzas de izquierda y populares de cara a las próximas elecciones. Me parece una buena noticia que la última propuesta hable de consultar sobre el tema a eso que toda la vida se ha llamado las bases. Es lo lógico y congruente. Sin embargo, dada la formulación concreta de la pregunta me parece que algunos militantes, afiliados o simpatizantes de Podemos lo van a tener complicado, si no imposible, para contestarla de manera que refleje realmente su opinión sobre el tema, y con ella la opinión colectiva de Podemos.

Veamos la pregunta tal y cómo la ha reproducido la prensa:

“¿Aceptas que el Consejo Ciudadano de Podemos, en aras de seguir avanzando en la construcción de una candidatura popular y ciudadana, establezca acuerdos con distintos actores políticos y de la sociedad civil siempre que 1) los acuerdos se establezcan a escala territorial (nunca superior a la autonómica) 2) se mantengan siempre el logotipo y el nombre de Podemos en el primer lugar de la papeleta electoral incluso si eso implica concurrir a las elecciones generales en algunos territorios con fórmulas de alianza (Podemos-X)?".

Supongamos ahora que uno cualquiera de entre los muchos que van a votar en ese referéndum está de acuerdo con avanzar en el proceso unitario, pero no con que la circunscripción sea autonómica o provincial ni con que haya que mantener el logotipo en primer lugar en la papeleta electoral. ¿Qué vota en este referéndum? ¿No? ¿Sí? ¿Tal vez? ¿Sí al primer enunciado pero no a las dos condiciones?

Otra duda del votante puede surgir si está, por ejemplo, de acuerdo con mantener el logo, pero a favor de que el alcance de los posibles acuerdos sea estatal, y no autonómico o provincial. Y si las preferencias son a la inversa, tres cuartos de lo mismo.

Sea cual sea la respuesta final por la que opte el tal votante anónimo, y quizás inexistente, no parece que pueda servir para expresar completo su pensamiento sobre la cuestión. En caso de ganar un sí la cosa estaría más o menos clara, ¿pero qué significado tiene votar no? El más evidente parece ser que el votante está en contra de la confluencia, lo que con toda probabilidad sería una apreciación falsa.

¿No sería más adecuado y comprensible preguntar?:

1.- “¿Aceptas que el Consejo Ciudadano de Podemos, en aras de seguir avanzando en la construcción de una candidatura popular y ciudadana, establezca acuerdos con distintos actores políticos y de la sociedad civil?
A.- Si
B.- No

2.- ¿Cual crees que debe ser el ámbito en que se desarrollen estos acuerdos?
A.- Provincial
B.- Autonómico
C.- Estatal

3.- ¿Consideras que es condición indispensable para alcanzar esos pactos que el logotipo de Podemos aparezca en primer lugar en las posibles papeletas electorales?
A.- Sí
B.- No.


No acabo de desentrañar las razones que han podido llevar a la cúpula directiva de Podemos a establecer la pregunta en los términos en que parece que lo han hecho o lo van a hacer, y no quiero especular sobre ello, aunque haya motivos para la especulación. Ya somos mayorcitos y que cada cual especule por su cuenta. Solo pretendo destacar la incongruencia y el dirigismo de la pregunta, que difícilmente servirá ni para acabar con la polémica ni, y eso es lo fundamental, para conocer con certeza las opiniones de las bases del partido. 


Otras cosillas sobre el tema: 



jueves, 16 de julio de 2015

¿POLÍTICA SIN IDEOLOGÍA?

¿Política sin ideología?



Dibujos: Ángel Aragonés, 
realizados en el transcurso de una reunión política 
la noche de los asesinatos de los abogados de Atocha


Al final va a acabar teniendo razón el ínclito franquista Gonzalo Fernández de la Mora que decretó en un libro de 1971 “el crepúsculo de las ideologías”, al modo preclaro en que Franco había proclamado mucho antes y por decreto la caducidad de la lucha de clases. El viejo ideólogo de la dictadura parecería, tal cual, un prematuro filósofo postmoderno de acuciante actualidad.

Aquella vieja teoría crepuscular parecería que hoy debiera ser de total aplicación en lo que, para abreviar y sin identificar, llamaré la derecha, en la que supuestamente prima la eficacia técnica y los resultados, frente a la igualdad, la justicia y la solidaridad teóricamente preconizados por las ideologías de izquierdas. No es verdad. La derecha, identificada con los grandes poderes económicos, actúa empujada por una ideología clara y contundente. Una ideología, que permítaseme la paráfrasis acrónica de un concepto del viejo don Vladimiro, podría titularse como “El Capitalismo Especulativo fase superior del Imperialismo”.

Curiosamente, donde resulta aplicable el concepto de González de la Mora es al nutrido campo la izquierda, que a veces parece avergonzada de su ideología y otras convencida de que es la sociedad quien repudia sus ideas.

Desde que los partidos políticos modernos comenzaron a existir en el siglo XIX su definición ideológica quedó patente en sus respectivos nombres, que anunciaban ya desde su propio enunciado el sentido del programa político que aplicarían en caso de acceder al poder. Liberales y Conservadores, Comunistas de distintas facciones, Socialistas de grupos diferentes, Anarquistas de varias formaciones, Demócrata Cristianos, Cristianos por el Socialismo, Juventudes Obreras Católicas. Da igual los ejemplos que podamos buscar, que son infinidad. Todos ellos llevaban retratado en el nombre su pedigrí y su utopía.

Es esa una característica que ha desaparecido por completo de los nombres de los nuevos partidos, grupos o colectivos políticos, unitarios o no, que han surgido en los últimos años. Nombres ambiguos que parecen ideados por alguien que se encuentra en alguna de estas tres posiciones: o se avergüenza de su ideología, pasada, presente y futura, o le mueve tan sólo el tacticismo a corto plazo, sin pensar en estrategias más allá de las electorales inmediatas, o, considera que el descredito de las ideologías de izquierda que han funcionado hasta ahora es tan grande, que mejor esconderlas para propiciar el éxito transversal en las urnas.

¿Qué significa “podemos” aparte de la incierta posibilidad de alcanzar un objetivo indeterminado? ¿Alguien va a dudar de que es un ciudadano y que junto a otros como él forman un colectivo de “ciudadanos”, bien se trate de aficionados a los coches antiguos o de miembros de la derecha civilizada? ¿Quién puede resistirse a dejarse llevar por una “marea atlántica”, sobre todo si estamos en día suavecito? ¿Qué otra cosa expresa “ahora en común” sino “en este momento juntos”.

A partir de esas dudas surgen otras preguntas: ¿Quiénes y qué podemos? ¿Qué nos une como ciudadanos y qué pretendemos al agruparnos? ¿Las mareas del Atlántico son de pleamar o de bajamar? ¿Quiénes nos juntamos y hacia dónde vamos cuando nos juntemos? No digo yo que no haya ideología, e incluso ideologías, en estas variadas formaciones políticas recién nacidas, pero de lo que no cabe duda es que, de tenerla, la enmascaran.


Y hago estas preguntas desde la desde el convencimiento de que están plenamente justificadas las reticencias actuales de la gente (¿los ciudadanos? ¿el pueblo?) hacia las ideologías de izquierda que han llegado hasta nuestros días, más a barrancas que a trancas.

A mi parecer, la totalidad de corrientes de pensamiento, de acción y de organización que compiten hoy por la hegemonía de la izquierda descienden directamente, con las distintas derivas y actualizaciones que se quiera, de las tres corrientes básicas y fundamentales de la izquierda organizada desde una perspectiva de clase, que sin nos atenemos al orden cronológico de su aparición serían el anarcosindicalismo, el socialismo y el comunismo. De ellas derivan las múltiples variaciones que se pueden encontrar hoy en nuestro panorama político, incluso las que hacen gala de antipartidismo, asamblearismo o apoliticismo, que de todo hay. También podríamos incluir una cuarta variante de modelo constructivo de la izquierda, que sería la que de manera bastante confusa se denominó en un tiempo populismo (¡sí, el ominoso concepto existe!) y que tanto éxito dio en el primer cuarto del siglo pasado, aquí en España, a organizaciones como el Partido Republicano Federal de Pi y Margall, el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux o el movimiento “blasquista”, bautizado así en consonancia con su líder e ideólogo, el escritor Vicente Blasco Ibáñez. Se podría añadir, pero no creo que se trate de una corriente ideológica, por mucho que haya pervivido hasta hoy mismo en diferentes momentos y países, en la medida en que bajo su faldón se han inscrito movimientos de muy distinto signo ideológico, de la derecha a la izquierda pasando por el centrocampismo transversal.

Entiendo el descrédito actual de esas ideológicas, teniendo en cuenta los resultados de sus puestas en práctica, que solo llevaron a que unos no consiguieran ni siquiera poner la suya en pie a no ser en las efímeras comunas anarquistas aragonesas de la guerra civil, otros, en su socialdemocracia, sólo han logrado ser la cara b del disco del sonsonete capitalista y neocapitalista, y los terceros convertidos en consentidores colectivos de la traición estalisnista a sus principios básicos, con la secuela de haber convertido los regímenes de aquello que se llamó socialismo real en dictaduras en muchos casos sangrientas.

Si a ello añadimos, aquí y ahora, los numerosos dislates cometidos en los últimos 30 años por los discípulos (más o menos cambiados, evolucionados actualizados y etcétera) de unas u otras líneas ideológicas, es fácil deducir que el descredito de unas y otras sea comprensible. Creo, además, que no se trata de un descredito coyuntural y pasajero, sino plenamente justificado y firmemente anclado en la realidad. Mi pregunta es: ¿la obsolescencia de las ideologías realmente existentes hace automáticamente innecesaria la ideología? O dicho de otra manera: ¿ya no se debe buscar una forma coherente de entender el mundo, sus mecanismos sociales, políticos y económicos, para elaborar estrategias y formas de cambiarlo a medio y largo plazo en pro de su mejoramiento, que a mi entender solo se consigue con una profundización de la democracia?

Si la confluencia de la izquierda que actualmente parece en marcha a lo único que conduce, y ya es mucho conducir, es a conquistar “gobiernos de cambio”, cuyo único horizonte ideológico esté en la solución de los problemas inmediatos y no incluya la posibilidad de elaboraciones estratégicas (ideologías) elaboradas desde parámetros diferentes a los utilizados hasta ahora, aunque aprovechen cuanto de actual y valioso pueda haber en ellos, mal favor le habremos hecho a la creación de una alternativa de izquierdas a más largo plazo y que pueda garantizar cambios más en profundidad y más permanentes que los que permite cualquier táctica electoral de aplicación inmediata. Ese es, si se admite mi punto de vista, el principal reto al que se enfrenta la izquierda española y sus aledaños en cualquier proceso de unidad o confluencia que se plantee. Las conquistas tácticas son efímeras sin perspectivas estratégicas. No es trabajo de un día, pero algún día habrá que empezar por algún sitio.




Otras cosas sobre el tema



martes, 14 de julio de 2015

HEGEMONIA Y UNIDAD POPULAR

Galgos y podencos
Contra la hegemonía en la construcción de la unidad popular






A las izquierdas las separan las ideologías y a las derechas las unen los intereses”. Es una frase que llevo en la cabeza, como un tambor de recuerdos, desde que era un niño. Mi padre la sacaba a colación con cualquier excusa, especialmente cuando daba su versión del porqué del resultado final de la guerra civil, que personalmente le había costado derrota y cárcel. No sabía el viejo, que aún rojo de toda la vida nunca había tenido acceso a los círculos en los que se jugaban tales cuestiones, que en eso de la unidad también contaban las ambiciones personales, las inquinas mutuas y, sobre todo, un perverso concepto “hegemónico” de la unidad. Ni que decir tiene que estamos hablando de ahora mismo.

Hegemonía. Otra palabra que me llega de lejos como un eco del pasado que me gustaría ahuyentar. La primera vez que se me apareció, cual paloma mensajera de la verdad divina, debió ser en un verano de finales de los sesenta o principios de los setenta del siglo pasado. Perdonad que mezcle el ayer y el hoy, pero es que voy para viejo y soy de ascendencia Cebolleta. En una finca rural de Guadalajara, entre huertos y frutales, nos instalamos en tiendas de campaña un grupo numeroso de militantes de la Unión de Juventudes Comunistas (los alevines de Santiago Carrillo, si lo miras desde otro lado de la pantalla), para debatir nada más y nada menos que un extenso programa bajo el nombre de “El pluripartidismo en la vía pacífica al socialismo”. No es moco de pavo ni teta de novicia. Por el contrario, se trata de una vieja cuestión que, con los debidos cambios semánticos sigue estando de total actualidad, precisamente ahora, cuando se vislumbra que las cosas, al fin, pueden ser algo diferentes, por lo menos.

La conclusión que saqué muy a posteriori sobre lo debatido en aquel picnic de Guadalajara es que aquello de la unidad consistía, más o menos, en un “todos unidos en un frente común, pero los que mandamos somos nosotros, que no por nada somos el partido hegemónico, la vanguardia del proletariado”. Toma castaña: todos juntos bajo el paraguas del PCE camino de la revolución en un pluripartidismo perfecto. Así nos fue. Y no se olvide que en aquellos momentos el PCE era el partido más numeroso, con mayor y mejor organización y con mayor currículum en la lucha por la democracia de toda la izquierda española. Tampoco conviene echar en saco roto que en aquellos años todo el amplísimo arco de partidos, organizaciones y grupos de izquierda, del maoísmo al troskismo, el castrismo, el pro-sovietismo, el cristianismo de base o el asamblearismo, tanto da que da lo mismo, tenían la hegemonía en el primer punto de sus tácticas unitarias. El que se salve que tire la piedra al río.

No es una historia nueva. Esa misma concepción hegemónica de la revolución (del cambio, traduciría ahora, para ser más preciso) es la que llevó a los jacobinos a masacrar a los girondinos en la Revolución Francesa o a los bolcheviques a expulsar al vacio exterior a los mencheviques. No hace falta pensar mucho para ver en lo que desembocaron. Aquella vieja batalla por quién y cómo se conduce y orienta el proceso de unidad y de cambio vuelva a reaparecer ahora de manera aguda. No me preocupa que surja el problema, cuya reaparición es lógica en momentos como este. Me preocupa que no se le encuentre solución. O que la solución consista en una repetición de los viejos errores.

La importancia de la aparición en las municipales de plataformas unitarias como Ahora Madrid, Barcelona y Zaragoza en Común o las Mareas gallegas, no está sólo en su éxito electoral, sino, sobre todo, en que plantean un proceso de construcción de la unidad de la izquierda del que quedan excluida, por la propia constitución de estos grupos, cualquier tentación hegemónica partidista. Ahí está su mayor virtud. Ese, pienso yo, debería ser el germen de una política no solo de tacticismo electoral, sino de estrategia futura.

A mi entender, a día de hoy existen sobre el tapete dos propuestas, diferentes, aunque no excluyentes, de proceso de unidad (popular o de izquierdas, tanto monta, monta tanto) de cara a conseguir un peso político determinante en las próximas elecciones generales. Aún no veo debates estratégicos, pero quizás son prematuros. Ya llegarán si el proceso acaba solidificándose en algo distinto a lo existente hasta ahora.  

El una, propugnada por Pablo Iglesias como líder del sector mayoritario de Podemos, el partido se ofrece como el lugar ideal para albergar bajo sus siglas --o compartiéndolas en alguna autonomía en la que el partido tiene menos fuerza--  a cuantos estén por eso que andamos llamando, con cierta ambigüedad, el cambio. No importa el pedigrí. Da igual que sea tirio o troyano, o incluso candidato de unos u otros, lo que cuenta es que sean capaces de aportar votos y que acepten el papel hegemónico, en forma de paraguas, del partido más poderoso. Ironizo, pero es así.

El otro, auspiciado por integrantes de movimientos y candidaturas de unidad en distintas partes del Estado y militantes y cargos medios de (según su porcentaje de participación en el manifiesto inicial) el propio Podemos, EQUO, IU, Partido Humanista y Compromis. Su propuesta pasa por la confluencia de las distintas fuerzas, movimientos y partidos, en la constitución de una plataforma bajo el nombre de Ahora en Común, nacida fuera de la lógica del equilibrio y la hegemonía partidista, pero en la que también participen los partidos, aportando ideas y propuestas, por supuesto, así como capacidad organización, difusión y, faltaría más, candidatos.


Me parece que se me ve el plumero ¿no? Pues sí, para qué negarlo. La vía anunciada por Pablo Iglesias me parece la puesta en práctica contemporánea del viejo concepto, a mi parecer tan pernicioso, del hegemonismo político. Un concepto que aparece necesariamente ligado a la convicción de ser los únicos en conocer la verdad y sus caminos. “Solo conmigo asaltarás los cielos”, viene a decir el mensaje, “sin mí, caerás en el abismo de los infiernos”. “Yo soy el único camino”, se podría apostrofar, recuperando el título de las memorias de Dolores Ibárruri (“El único camino”), a la manera en que Podemos ha recuperado del pasado su más utópica consigna.

Me gustaría (a día de hoy debo condicionar mi gusto, soy demasiado escéptico para dejarme vencer por la fe) que la propuesta de Ahora Madrid representara la comprensión de la política como una relación no hegemónica, sino igualitaria, entre partidos, organizaciones y el conjunto del común, que finalmente son quienes han de decidir. Este paso del hegemonismo al, llamémosle, igualitarismo entre fuerzas de distinto tipo me parece sustancial para establecer perspectivas de futuro en la unidad de la izquierda. Máxime cuando lo que caracteriza a la izquierda actual es, precisamente, la falta objetiva de caminos ciertos Una izquierda en la que todo son tanteos, jugadas a corto plazo, en las que la única perspectiva es la de la esquina siguiente. Y que sigan.

Leo y escucho, como crítica, que detrás de Ahora en Común están Alberto Garzón y sus secuaces de Izquierda Unida. Vade Retro. ¡Como si fuera pecado castigado con el ostracismo llamarse Alberto o ser de IU! No sé si ha sido realmente así. Algunos de los promotores iniciales de la plataforma lo desmienten, pero si no fue, bien pudo haber sido, pues la propuesta de Ahora Madrid está en total consonancia con el modelo de confluencia defendido por Garzón desde hace tiempo. Tonto sería que tras el desplante de Pablo Iglesias IU se hubiera encerrado en esas cuevas en las que dicen que está a relamerse las heridas y dejarse morir dulcemente. Mal hubieran hecho si desde ese mismo momento no hubieran intentado acercar a su idea de confluencia al resto de partidos y movimientos que, por otra parte parece que le han ido dando calabazas a las propuestas de matrimonio de Pablo Iglesias. Y si en algún momento surge una marcha en colectivo que circula en la misma dirección, ¿Cómo no apoyarla e integrase en ella? Otra cosa no sólo sería una nueva equivocación política, sino una traición a la propia esencia actual que proclaman.

Que en este contexto IU acepte que no debe intentar ser la fuerza hegemónica del proceso unitario y colectivo de cambio, sino una igual entre iguales, participantes todas de un debate sobre las vías aún desconocidas para la profunda transformación social, económica y política, no es solo una muestra de realismo político, que lo es, sino ante todo un cambio sustancial, en profundidad, en las estrategias políticas de IU y, en visto históricamente, de las izquierdas españolas. Esperemos que vayan por ahí los tiros, aunque mi confianza sea limitada.

Pero estamos ante unas elecciones, y parece claro que la presentación de dos listas de izquierdas, o similar, supondría un quebranto para ambas y un error político de singulares proporciones en este preciso momento. Personalmente me gustaría --es de dos y dos son cuatro-- que Podemos renunciara a su concepción hegemonista de la unidad. Es evidente, por lo demás, que integrarse en una plataforma colectiva e igualitaria como Ahora Madrid (o llamémosla con el nombre que mejor nos venga en gana) no supondría ninguna merma de su capacidad de actuación, influencia ideológica, movilización, poder y representatividad política en las instituciones. Ni siquiera peligraría la detentación de la candidatura a Presidente del Gobierno. O a Jefe de la Oposición, no seamos triunfalistas y admitamos otras posibilidades. ¿Alguien duda de que en estos momentos ese puesto le correspondería en cualquier negociación o votación popular actual a Pablo Iglesias Turrión?

Y en esas ando, esperando que Camilo de Lelis, presbítero y militar que tras arrepentirse de una vida disipada y disoluta consiguió terminar como el santo del día de hoy, 14 de julio, cante el Grándola con nosotros. O povo é quem mais ordena.

Conglomerado de perdedores soñadores

lunes, 13 de julio de 2015

MEDITACION ELECTORAL DE UNA NOCHE DE VERANO

Meditación electoral de una noche de verano







¿De verdad alguien en su sano juicio puede pensar que Podemos, con el 13% de votos que le augura la encuesta de hoy puede aspirar, como aspiran Pablo Iglesias y su cúpula dirigente, a ser la única fuerza capaz de dar la vuelta a la tortilla en solitario? ¿Solos? ¿Sin nadie más en común? ¿No es el suyo un paraguas demasiado pequeño para que se cobijen bajo él las fuerzas del cambio? ¿No sería bueno, aventuro, que alguien más aportara sus propios paraguas para que así, paraguas con paraguas, juntemos los metros de lona suficientes para enfrentar del aguacero que nos amenaza?

Sí, ya sé. Las encuestas están manipuladas. Sobre todo cuando los sondeos se nos ponen de cara y no nos dan los resultados que nos gustaría obtener. Lo he leído en numerosos comentarios, sobre todo de fieles seguidores del solos Podemos. “¿Pero cómo es posible que no vayamos a Poder, si somos los únicos que Podemos, los destinados a Poder? Alguien tiene que tener la culpa. Faltaría más que ahora nos convirtiéramos nosotros en perdedores desnortados y caducos que no saben leer el lenguaje de las masas?  Las encuestas están manipuladas”.

De acuerdo, las encuestas están manipuladas. Los malvados estadísticos y el perverso Diario.es, tan socialista él, tan favorable a Ahora en Común, tan acérrimo enemigo de Podemos, les han quitado puntos para ponérselos en las cuentas de ¿PP? ¿PSOE? ¿Ciudadanos? Desde luego a Ahora en Común no le han regalado ni una brizna de porcentaje, porque aún no han computado. Espero que hasta aquí podamos estar de acuerdo. La casta ha llamado a Juan Tamariz y han escamoteado votos a uno y se lo han dado a los otros. Pero las preguntas siguen siendo inquietantes. ¿Han trasvasado un 5% de los votos? ¿Acaso un 7%, un 8%, un 9%, un 10%? Mucho más deben haber cambalacheado la encuesta, porque hay 14 puntos porcentuales de distancia con el PSOE y 17 con el PP. Saca la bota, María, que me voy a emborrar, que esta noche me emborracho yo, me mamo bien mamao, pa no pensar.



Pongámonos serios, por favor, que la cosa no es de broma. Ese dato del 13,1% que le augura la encuesta a Podemos está en absoluta consonancia con los resultados que obtuvieron en las autonómicas, que como media en las comunidades en que se celebraron fue del 13,14%. Y eso no son encuestas, sino datos reales. Es verdad que algunos, con un centralismo mental preocupante, se fijan en el 18,59% de Madrid, o, si son de miras más amplias, en el 20,51 de Aragón o el 19,02 de Asturias, poco en cualquier caso, pero se olvidan de que también existen Valencia (11,23). Cantabria (8,83), Castilla la Mancha (9,73) o Extremadura (7,99). O, incluso, el 14,84 de Andalucía. También es consecuente con la evolución de las expectativas de votos que las distintas encuestas le vienen dando a Podemos. Como la del CIS, en la que desde enero, fecha del máximo acercamiento a su objetivo celeste, se puede observar una bajada permanente de más de siete puntos porcentuales. Ya, ya sé que las encuestas, además de manipulables, no son un dato real y no deben adorarse a pies juntillas sino ser ante ellas saludablemente escépticos. Lo pienso sin ironía alguna. Los sondeos no constituyen una realidad, pero indican tendencias que, por lo general, suelen ser bastante aproximativas y se deben tomar en cuenta. 

Seamos serios y responsables. Nos jugamos muchos en el envite y, a ser posible, me gustaría no tener que volver a cantar otra vez el perdimos, perdimos, perdimos otra vez de Les Luthiers.

Basta ya de escaramuzas, paraguas y chascarrillos de pico de oro y pongámonos a tomar impulso todos juntos, a ver si la fuerza reunida nos alcanza, no digo ya para asaltar los cielos, pero, por lo menos, para llegar al purgatorio.

Y a seguir en la faena.