martes, 14 de julio de 2015

HEGEMONIA Y UNIDAD POPULAR

Galgos y podencos
Contra la hegemonía en la construcción de la unidad popular






A las izquierdas las separan las ideologías y a las derechas las unen los intereses”. Es una frase que llevo en la cabeza, como un tambor de recuerdos, desde que era un niño. Mi padre la sacaba a colación con cualquier excusa, especialmente cuando daba su versión del porqué del resultado final de la guerra civil, que personalmente le había costado derrota y cárcel. No sabía el viejo, que aún rojo de toda la vida nunca había tenido acceso a los círculos en los que se jugaban tales cuestiones, que en eso de la unidad también contaban las ambiciones personales, las inquinas mutuas y, sobre todo, un perverso concepto “hegemónico” de la unidad. Ni que decir tiene que estamos hablando de ahora mismo.

Hegemonía. Otra palabra que me llega de lejos como un eco del pasado que me gustaría ahuyentar. La primera vez que se me apareció, cual paloma mensajera de la verdad divina, debió ser en un verano de finales de los sesenta o principios de los setenta del siglo pasado. Perdonad que mezcle el ayer y el hoy, pero es que voy para viejo y soy de ascendencia Cebolleta. En una finca rural de Guadalajara, entre huertos y frutales, nos instalamos en tiendas de campaña un grupo numeroso de militantes de la Unión de Juventudes Comunistas (los alevines de Santiago Carrillo, si lo miras desde otro lado de la pantalla), para debatir nada más y nada menos que un extenso programa bajo el nombre de “El pluripartidismo en la vía pacífica al socialismo”. No es moco de pavo ni teta de novicia. Por el contrario, se trata de una vieja cuestión que, con los debidos cambios semánticos sigue estando de total actualidad, precisamente ahora, cuando se vislumbra que las cosas, al fin, pueden ser algo diferentes, por lo menos.

La conclusión que saqué muy a posteriori sobre lo debatido en aquel picnic de Guadalajara es que aquello de la unidad consistía, más o menos, en un “todos unidos en un frente común, pero los que mandamos somos nosotros, que no por nada somos el partido hegemónico, la vanguardia del proletariado”. Toma castaña: todos juntos bajo el paraguas del PCE camino de la revolución en un pluripartidismo perfecto. Así nos fue. Y no se olvide que en aquellos momentos el PCE era el partido más numeroso, con mayor y mejor organización y con mayor currículum en la lucha por la democracia de toda la izquierda española. Tampoco conviene echar en saco roto que en aquellos años todo el amplísimo arco de partidos, organizaciones y grupos de izquierda, del maoísmo al troskismo, el castrismo, el pro-sovietismo, el cristianismo de base o el asamblearismo, tanto da que da lo mismo, tenían la hegemonía en el primer punto de sus tácticas unitarias. El que se salve que tire la piedra al río.

No es una historia nueva. Esa misma concepción hegemónica de la revolución (del cambio, traduciría ahora, para ser más preciso) es la que llevó a los jacobinos a masacrar a los girondinos en la Revolución Francesa o a los bolcheviques a expulsar al vacio exterior a los mencheviques. No hace falta pensar mucho para ver en lo que desembocaron. Aquella vieja batalla por quién y cómo se conduce y orienta el proceso de unidad y de cambio vuelva a reaparecer ahora de manera aguda. No me preocupa que surja el problema, cuya reaparición es lógica en momentos como este. Me preocupa que no se le encuentre solución. O que la solución consista en una repetición de los viejos errores.

La importancia de la aparición en las municipales de plataformas unitarias como Ahora Madrid, Barcelona y Zaragoza en Común o las Mareas gallegas, no está sólo en su éxito electoral, sino, sobre todo, en que plantean un proceso de construcción de la unidad de la izquierda del que quedan excluida, por la propia constitución de estos grupos, cualquier tentación hegemónica partidista. Ahí está su mayor virtud. Ese, pienso yo, debería ser el germen de una política no solo de tacticismo electoral, sino de estrategia futura.

A mi entender, a día de hoy existen sobre el tapete dos propuestas, diferentes, aunque no excluyentes, de proceso de unidad (popular o de izquierdas, tanto monta, monta tanto) de cara a conseguir un peso político determinante en las próximas elecciones generales. Aún no veo debates estratégicos, pero quizás son prematuros. Ya llegarán si el proceso acaba solidificándose en algo distinto a lo existente hasta ahora.  

El una, propugnada por Pablo Iglesias como líder del sector mayoritario de Podemos, el partido se ofrece como el lugar ideal para albergar bajo sus siglas --o compartiéndolas en alguna autonomía en la que el partido tiene menos fuerza--  a cuantos estén por eso que andamos llamando, con cierta ambigüedad, el cambio. No importa el pedigrí. Da igual que sea tirio o troyano, o incluso candidato de unos u otros, lo que cuenta es que sean capaces de aportar votos y que acepten el papel hegemónico, en forma de paraguas, del partido más poderoso. Ironizo, pero es así.

El otro, auspiciado por integrantes de movimientos y candidaturas de unidad en distintas partes del Estado y militantes y cargos medios de (según su porcentaje de participación en el manifiesto inicial) el propio Podemos, EQUO, IU, Partido Humanista y Compromis. Su propuesta pasa por la confluencia de las distintas fuerzas, movimientos y partidos, en la constitución de una plataforma bajo el nombre de Ahora en Común, nacida fuera de la lógica del equilibrio y la hegemonía partidista, pero en la que también participen los partidos, aportando ideas y propuestas, por supuesto, así como capacidad organización, difusión y, faltaría más, candidatos.


Me parece que se me ve el plumero ¿no? Pues sí, para qué negarlo. La vía anunciada por Pablo Iglesias me parece la puesta en práctica contemporánea del viejo concepto, a mi parecer tan pernicioso, del hegemonismo político. Un concepto que aparece necesariamente ligado a la convicción de ser los únicos en conocer la verdad y sus caminos. “Solo conmigo asaltarás los cielos”, viene a decir el mensaje, “sin mí, caerás en el abismo de los infiernos”. “Yo soy el único camino”, se podría apostrofar, recuperando el título de las memorias de Dolores Ibárruri (“El único camino”), a la manera en que Podemos ha recuperado del pasado su más utópica consigna.

Me gustaría (a día de hoy debo condicionar mi gusto, soy demasiado escéptico para dejarme vencer por la fe) que la propuesta de Ahora Madrid representara la comprensión de la política como una relación no hegemónica, sino igualitaria, entre partidos, organizaciones y el conjunto del común, que finalmente son quienes han de decidir. Este paso del hegemonismo al, llamémosle, igualitarismo entre fuerzas de distinto tipo me parece sustancial para establecer perspectivas de futuro en la unidad de la izquierda. Máxime cuando lo que caracteriza a la izquierda actual es, precisamente, la falta objetiva de caminos ciertos Una izquierda en la que todo son tanteos, jugadas a corto plazo, en las que la única perspectiva es la de la esquina siguiente. Y que sigan.

Leo y escucho, como crítica, que detrás de Ahora en Común están Alberto Garzón y sus secuaces de Izquierda Unida. Vade Retro. ¡Como si fuera pecado castigado con el ostracismo llamarse Alberto o ser de IU! No sé si ha sido realmente así. Algunos de los promotores iniciales de la plataforma lo desmienten, pero si no fue, bien pudo haber sido, pues la propuesta de Ahora Madrid está en total consonancia con el modelo de confluencia defendido por Garzón desde hace tiempo. Tonto sería que tras el desplante de Pablo Iglesias IU se hubiera encerrado en esas cuevas en las que dicen que está a relamerse las heridas y dejarse morir dulcemente. Mal hubieran hecho si desde ese mismo momento no hubieran intentado acercar a su idea de confluencia al resto de partidos y movimientos que, por otra parte parece que le han ido dando calabazas a las propuestas de matrimonio de Pablo Iglesias. Y si en algún momento surge una marcha en colectivo que circula en la misma dirección, ¿Cómo no apoyarla e integrase en ella? Otra cosa no sólo sería una nueva equivocación política, sino una traición a la propia esencia actual que proclaman.

Que en este contexto IU acepte que no debe intentar ser la fuerza hegemónica del proceso unitario y colectivo de cambio, sino una igual entre iguales, participantes todas de un debate sobre las vías aún desconocidas para la profunda transformación social, económica y política, no es solo una muestra de realismo político, que lo es, sino ante todo un cambio sustancial, en profundidad, en las estrategias políticas de IU y, en visto históricamente, de las izquierdas españolas. Esperemos que vayan por ahí los tiros, aunque mi confianza sea limitada.

Pero estamos ante unas elecciones, y parece claro que la presentación de dos listas de izquierdas, o similar, supondría un quebranto para ambas y un error político de singulares proporciones en este preciso momento. Personalmente me gustaría --es de dos y dos son cuatro-- que Podemos renunciara a su concepción hegemonista de la unidad. Es evidente, por lo demás, que integrarse en una plataforma colectiva e igualitaria como Ahora Madrid (o llamémosla con el nombre que mejor nos venga en gana) no supondría ninguna merma de su capacidad de actuación, influencia ideológica, movilización, poder y representatividad política en las instituciones. Ni siquiera peligraría la detentación de la candidatura a Presidente del Gobierno. O a Jefe de la Oposición, no seamos triunfalistas y admitamos otras posibilidades. ¿Alguien duda de que en estos momentos ese puesto le correspondería en cualquier negociación o votación popular actual a Pablo Iglesias Turrión?

Y en esas ando, esperando que Camilo de Lelis, presbítero y militar que tras arrepentirse de una vida disipada y disoluta consiguió terminar como el santo del día de hoy, 14 de julio, cante el Grándola con nosotros. O povo é quem mais ordena.

Conglomerado de perdedores soñadores

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