miércoles, 2 de octubre de 2013

Cantautores 1984. ¿De la crisis a la renovación? (2)





Vías de recuperación

Desde hace aproximadamente un año, no obstante, los cantautores han vuelto a subir a los escenarios con cierta regularidad y sus grabaciones comienzan a aparecer de nuevo en los mercados. Parece una tímida recuperación que viene marcada, sin duda, por factores que incluyen tanto el éxito de algunos cantautores veteranos (Serrat, Aute, Víctor Manuel), y otros llegados hace poco (Sabina), que ocupan los primeros lugares en las listas de ventas, como una cierta remisión del famoso desencanto, la aparición de un nuevo público que desconocía su trabajo anterior y está empezando a descubrirlo en el último año, y el agotamiento de ciertas formas explotadas hasta la saciedad por la industria discográfica (el rock más comercial, mimético y adolescente, básicamente). Que el fenómeno acabe de cuajar en la necesaria normalización de una canción de contenidos y formas expresivas adultas, de riqueza musical y madurez literaria, dependerá en buena medida de la actitud que adopten los propios creadores y de que los medios de comunicación y la industria discográfica sean capaces de seguir la misma evolución de maduración que ha seguido la música popular española.

Los años transcurridos entre el silencio y el olvido han debido servir, al menos, para que el replanteamiento y la valoración del trabajo de cada artista se realice fundamentalmente en función del propio valor estético que ofrezcan. Se plantea así la necesidad de una definición musical y temática de la canción de autor que se base tanto en una profundización de lo realizado en etapas anteriores como en la necesidad de una madurez expresiva que debe llegar aceptando aportaciones y renovaciones necesarias, adoptando los lenguajes actuales e incorporándolos a sus constantes estilísticas previas. Igualmente la canción de autor española se enfrenta con el desafío de una redefinición de la función propia de la figura de cantante, de su relación con el público y de su papel como vehículo artístico de comunicación, así como con la necesidad de un nuevo marco de actuación, de unos canales de distribución estables en los que se conjugue la iniciativa privada con el apoyo institucional, a través de la creación de infraestructuras y del apoyo a la canción como una forma de cultura, no sólo de entretenimiento.

Aunque se corra el peligro de una nueva utilización industrial (ya no tanto política) y comercial de la canción de autor, explotando los aspectos más superficiales y vendibles de su posible nueva imagen, la aparición de un universo expresivo diferenciado que apunta en las nuevas obras que van surgiendo al mercado y en las que están en proceso de preparación, va a posibilitar su asentamiento y madurez.



Un universo de formas

En la canción de autor española no ha existido nunca una homogeneidad formal, de estilos o influencias, pese a que se puede hablar de grandes líneas que han influido más o menos decisivamente en los diversos movimientos que se han dado, y lo que es más importante, en los creadores individualizados. Reducir no obstante los esquemas musicales a cada una de estas corrientes o movimientos y no tener en cuenta las variantes que cada autor ofrece con su obra, sería una simplificación reductora de la riqueza musical que han aportado. Decir que la nova canco ha sido un movimiento de influencia francesa no pasa de ser un lugar común, a pesar de la influencia que Brassens pudiera tener sobre Josep Maria Espinàs, Brel sobre Guillermina Mota o Serrat y Leo Ferré sobre Lluís Llach. Afirmar la influencia de la canción sudamericana sobre el movimiento madrileño, o la del catalán sobre los inicios de la canción gallega, son generalizaciones que ignoran las características propias que en cada creador se han dado. Se pasan a menudo por alto realidades musicales que han imprimido sello a las creaciones de determinados cantautores y que ayudan a entender tanto su obra pasada como la que están desarrollando en el presente. El peso, por ejemplo, del blues y la música negra americana en general sobre cantantes tan dispares como Pi de la Serra, Lluís Llach o Hilario Camacho, ha sido decisivo en sus evoluciones. La obra de Raimon apenas puede entenderse si no es teniendo en cuenta sus raíces tanto en el primer rock and roll, en algunos aspectos vocales de su primera época (ese “grito metafísico” de que hablaba Joan Fuster), o en la tradición musical del mediterráneo, tan decisiva en su obra en general y en algunas de sus obras concretas en particular (las «Cançons de la roda del temps», sin ir más lejos). O la incidencia tanto formal como ideológica del folk-rock electrificado de los setenta sobre los más jóvenes, comenzando por los cantantes que se iniciaron en el grupo de folk de Barcelona (Pau Riba, Sisa, Albert Batiste) hasta Bibiano en Galicia o Joaquín Sabina en Madrid. O la de la rumba en Gato Pérez, la de la música celta en Benito Lertxundi y la del serialismo en Mikel Laboa. Temas todos ellos que deberían estudiarse y profundizarse antes de lanzar juicios gratuitos sobre el caduco concepto de cantautor con guitarra, tan denostado. La música de autor ha sido y es, no sólo aquí, una forma de concebir la canción, no un estilo musical.

Esa conjunción de universos sonoros ha desembocado en la actualidad en la gran variedad de fórmulas musicales que utilizan cada uno de los cantautores. Si algo se ha avanzado en todos estos años de evolución y crisis ha sido precisamente en el afianzamiento del estilo propio de cada creador, resumiendo influencias, asumiendo lenguajes diversos y creando multitud de estilos personales que en nada se parecen unos a otros, y que, aún así, no sólo no se enfrentan, sino que se complementan y conviven en un conjunto que si ya no tienen unas claras señas de identidad musical o temáticas colectivas sí las tiene individuales.

Desde las raíces en el folklore propio, asumidas con diversos grados de evolución y transformación, que ha dado lugar a las excelentes obras que hoy están grabando desde el Nuevo Mester de Juglaría a Oskorri, desde Al Tall a Los Sabandeños, desde Milladoiro a Mosaico, hasta las influencias de diverso tipo que han permitido la creación de una canción de autor española de esencia radicalmente urbana, que queda patente en la obra de creadores como Luis Eduardo Aute, Luis Pastor, Pi de la Serra, Antonio Resines, Hilario Camacho, Ruper Ordorika, Pablo Guerrero y un largo etcétera, pasando por el rock como base de los trabajos de Miguel Ríos, Joaquín Sabina o Noel Soto, y por el experimentalismo de Mikel Laboa, la serenidad estética de Raimon, el clasicismo del último Labordeta, la profundidad indefinible de Benito Lertxundi o de María del Mar Bonet y la sobriedad expresiva de Paco Ibáñez. Todo ello constituye un amplio abanico de fórmulas artísticas profundamente enriquecedor del panorama de la música popular española.

Algo similar puede afirmarse con respecto a los textos de las canciones que se están escribiendo en estos momentos. Un fenómeno significativo en este sentido es la espectacular disminución de textos de poetas musicalizados, recurso que en muchos casos no era sino reflejo de la inmadurez y la incapacidad de muchos cantantes para encontrar por si mismos una forma literaria propia y de calidad. Hay quien sigue acudiendo a los poemas ajenos para componer sus canciones, pero esto ya no es una fácil llamada de auxilio, sino una forma de expresión propia, que parte del rigor, la identificación y el conocimiento profundo del poema o el autor que se música. Amancio Prada, Paco Ibáñez o Raimon, siguen tomando como fuente de su obra, en parte o en su totalidad, la poesía ajena, y eso constituye una manera particular de desarrollar sus propios estilos, tan valiosa como cualquier otra. Sin embargo, se ha dejado de lado el acudir ocasional y desordenadamente a la poesía como forma de suplir las limitaciones literarias, y la gran mayoría de los cantautores o bien escriben sus propios textos, o colaboran con otros letristas y poetas en escribir textos específicamente pensados para ser cantados, como la fórmula más precisa de decir exactamente lo que se quiere y no otra cosa más o menos cercana que pueda estar en los poemas ajenos.

También el temario tratado por los cantantes populares se ha enriquecido y diversificado en sus producciones recientes, fruto de una visión distinta y más compleja de su trabajo y fruto también de los cambios del entorno en el que se mueven. Dado que este terreno es el que específicamente recoge Fernando González Lucini en su trabajo y que profundizar en él significaría escribir un nuevo tomo de su estudio, cosa que, en todo caso, le correspondería hacer a él en su momento, me voy a limitar a apuntar algunos aspectos. Los años de silencio o de escasa actividad de muchos cantautores, la reflexión que han hecho sobre su propia obra y la aparición de fenómenos nuevos que han adquirido carácter de protagonismo en la vida diaria de las ciudades españolas, han variado la temática de las canciones que se están publicando y también el punto de vista y el tratamiento lingüístico y estilístico que en ellas ofrecen.

Aunque en muchos casos no sea sino una continuidad de líneas creativas aparecidas ya en muchos de sus trabajos anteriores, ha variado el eje de interés, tanto de los propios cantantes como del público, dando paso a lo que se podría definir como un cierto redescubrimiento de la individualidad del creador y, por consiguiente, de los temas y personajes a que se acercan en sus canciones. Frente a una interpretación globalizadora de la realidad, tendente a tratar de los grandes temas en las canciones (libertad, justicia, igualdad, solidaridad, etc...), necesariamente cerrada sobre sí misma, se empieza a ofrecer una visión más abierta, más compleja, menos elemental y generalizadora. Cada vez se habla menos de la libertad en abstracto y más de ella en concreto, con nombres y apellidos; cada vez se trata menos de conceptos y más de individuos. De alguna manera se ha pasado del estereotipo al tipo, del héroe ejemplar y ejemplificador a la persona, de la generalización a la particularidad.


En esta evolución temática han empezado a tomar papel protagonista dos características que, si no resultan nuevos, pues ya se pueden encontrar en las obras pasadas, si resultan significativos en las actuales circunstancias de la canción y del país: la marginación y la cotidianeidad. Una visión del mundo marginal, representativo de cada vez más amplias capas sociales, como una forma de la realidad que circunda y asalta al cantante desde la calle, mostrado a través de su presencia en la vida diaria, de su carácter no tanto testimonia, moralizador y representativo, como cotidiano, narrativo y cercano.

A través de ellos se intenta desvelar una realidad difícil y desorientadora («Si el autobús ignora el camino del cielo /si echaste a la basura tu mejor consuelo /si el horizonte es humo y el mar es gasolina», Pablo Guerrero, «Evohe»), en la que están presentes personajes que nunca han ocupado la primera página de los periódicos o las aperturas de los telediarios («Voy a contar la historia de un colega/ prisionero de nubes sin ventanas/ jinete de aves ciegas», A. Gómez/Antonio Resines, «Sombras»). Personajes que han sufrido también el cambio de los tiempos («Todas te aventajaban en virtud/ pero ninguna daba lo que tú.../ Luego volaste, alguien me contó/ que has hecho del amor tu profesión», Joaquín Sabina «Por el túnel»), que no viven por encima de nosotros, sino a nuestro lado («Quien te ve y te mira nunca te enviará una flor. /Sencilla y discreta, estrella incolora, reina de ficción», Sisa, «Actriz secundaria»), fruto de un medio ambiente duro e implacable («hijo de la calle / de este tiempo que no acaba», Carlos Cano, «Hijo de la calle»), inmersos en un ambiguo sistema de valores, derrumbadas las utopías («Nació quemao, rabioso del volante,/ amante de las máquinas y la velocidad,/ se encandiló con el brillo tic los fierros/ y tuvo un sueño repetido en forma de espiral», Gato Pérez, «Nació quemao»), en el que prima la insolidaridad y la incomunicación («Nuestros vacíos a dos vagones de distancia,/ frágil, como un transatlántico de seda/ y una tristeza que se pega», Castor/Luis Pastor, «Metro del lunes»), ofreciendo una visión de la vida dura pero no exenta de esperanza, el gran tema --según el propio Fernando González Lucini-- de la canción de autor en España, que no desaparece, aunque se muestre más pegada a la realidad de cada día («Un día dijo adiós y se ha escondido/ en bosque de abedules y sirenas./ Y volverá, quizá, para reírse/ de tanta nada y tanto desaliento», Pablo Guerrero, «Buscando a Moby Dick»). Nada que no existiera ya en canciones anteriores de los mismos autores, en muchos casos de manera destacada, pero que se expresa ahora desde una nueva perspectiva, desde una forma de interpretación de la realidad que viene marcada por una adecuación a una realidad opaca, exenta de triunfalismo e imposibilitada para la consigna o la proclama.

Se podría afirmar, sin dogmatismo, pero con un cierto convencimiento, que, como en otros países de Europa y el mundo, los cantautores siguen teniendo un importante papel cultural que desarrollar. Las bases sobre las que podría discurrir empiezan a estar puestas. El desarrollo de ellas será un proceso tal vez lento, en el que los criterios de valoración deberán empezar a ser, al fin, artísticos y culturales y no meramente sociológicos o testimoniales, y en el que los juicios y la difusión se harán sobre la obra creativa de cada cantante y no sobre generalizaciones de carácter idiomático, ideológico o generacional.



El nuevo rock ¿también cantautores?

Por último, y para terminar estas breves y apresuradas notas alrededor de la canción de autor en el Estado español, constatar una realidad que no por nueva puede seguir ignorándose. A la hora de hablar de cantautores habría que empezar ya a incluir a los nuevos creadores que están surgiendo, o que vienen del pasado, utilizando el rock como vehículo expresivo; incluido ese nuevo rock y pop cargado de contradicciones e ingenuidades que representan todos los movimientos de los años ochenta: neo-pop, rock duro, tecno, after-punk, modernos o post-modernos. Son fenómenos nuevos, todavía inmaduros en gran cantidad de casos, contradictorios en su manera de expresarse y en lo que quieren expresar, dubitativos e inseguros en las fórmulas expresivas que quieren manejar, pero en absoluto despreciables y, desde luego, plenamente representativos de mundos personales y colectivos que retratan en sus canciones.

Grupos y solistas como Nacha Pop, Golpes Bajos, Barón Rojo, Mecano, Ramoncín, La Orquesta Mondragón, Radio Futura, Dinarama, Itoiz, Hertzaina, Topo, Barricada, La Polla Records, Loquillo, Martirio, Siniestro Total, Revolver, La Mode, y otros, constituyen una nueva generación de músicos, cantantes y autores, bien distintos unos de otros, que se expresan a través de las múltiples formas del rock y el pop para ofrecer su imagen del mundo que les rodea. Pueden ser contemporizadores o agresivos, insultantes o modosos, pero expresan directa y conscientemente realidades concretas que se expresan a través de formas sonoras, propias y personales, simplemente distintas a las de la mayor parte de los cantautores, y cuyo mayor hándicap puede estar, precisamente, en unos ciertos deseos de exclusividad y una cierta prepotencia, como si tuvieran el convencimiento de estar en posesión de la verdad artística, la única verdad, cuando bien se sabe que esa verdad es múltiple y cambiante, nunca absoluta sino profundamente relativa.

Despreciarlos o alabarlos sin valorarlos individualmente puede llevarnos a caer en el mismo defecto que hemos achacado para las críticas a los cantautores de las décadas anteriores. Las generalizaciones, tanto a favor como en contra, de un movimiento que está apenas naciendo en una fuente de confusionismo. Enfrentarlos con la canción de autor (enfrentamiento que en la mayoría de los casos parte de ellos mismos, como reafirmación de ruptura con lo que consideran falsamente caduco) no es sino establecer una barrera que cierra las puertas al futuro. Por mucho que a veces no hagan sino imitarse a ellos mismos e imitar a los modelos anglosajones de los que beben musical e ideológicamente, por mucho que en gran cantidad de casos respondan a la necesidad de la industria de crear productos de caducidad anunciada y nulas aspiraciones estéticas, estos grupos representan a la generación que ha nacido a la música en plena crisis, sin otros modelos que los que les ofrecen los medios de comunicación, escaparate comercial de la industria. Se expresan en un lenguaje literario y musical que se corresponde con el entorno y la realidad que viven, y muestran, a su manera, la sociedad de su momento y su generación.

Aún cuando lo ignoren o se resistan a admitirlo (y aún cuando lo queramos ignorar o nos resistamos a admitirlo los demás), la suya es una continuidad de la canción de autor que Fernando González Lucini ha estudiado en este libro. Sin los canutores seguramente no existirían o serían de otra manera. Las roturas formales que anuncian no son tan fuertes que no les lleve a formar parte de un género musical, la canción popular, que --como he dicho al principio de estas notas-- ya es adulto y está en plena evolución. Una forma de entender la canción que no sólo no se empobrece, sino que se enriquece constantemente, con las aportaciones de nuevos creadores y nuevas formas musicales. En la no exclusividad ni preponderancia de unas sobre otras, en la convivencia de todas ellas, cada una con su ámbito de acción determinado y concreto, se basa la continuidad y el progreso de la música popular española.





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