Venturas y desventuras de Raimon en
aquel Madrid franquista
“Qui perd els orígens
perd identitat”
“Jo vinc d'un silenci”
La
primera vez desde 1939 que en Madrid se pudo escuchar el catalán sobre un
escenario fue, casi con toda seguridad, el 1 de noviembre de 1965. Ahora, cuando
Raimon está cerrando su carrera musical en el Palau, bueno será que desde aquel
mismo Madrid, pero 52 años después, recordemos que quién primero nos hizo
escuchar a los madrileños la lengua de Ausias March o Salvador Espriu fue él. Y
de paso, comprobar lo poco que le gustaban a Franco sus cantos. En cualquier sitio
en general, pero en la capital del reino especialmente.
Es
un dato aceptado casi universalmente que el primer recital de Raimon en Madrid
tuvo lugar en la Facultad de Económicas de la Universidad de Madrid el 18 de
mayo de 1968, aquel que acabó como el rosario de la aurora y que dio lugar a
una inspiradísima canción. Sin embargo es una pista falsa, pues en realidad el
cantautor había actuado ya en Madrid dos años y medio antes, en un problemático
concierto organizado por el Club de Amigos de la Unesco de Madrid (CAUM), un
centro cultural progresista y antifranquista fundado en 1961, pionero de la gran
cantidad de centros similares que inmediatamente se abrieron por todo el
Estado, también en Barcelona.
La
idea era difundir “El Correo de la UNESCO”, la revista mensual en castellano de
la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que aunque apolítica y básicamente
antropológica y científica significaba en aquella España de la Dictadura un
soplo de libertad y conocimiento. Con aquel acto pretendían ofrecer una idea
exacta de lo que era la asociación, sus objetivos y sus principios. En la
primera parte estaba previsto proyectar un documental sobre la Unesco, seguido
de un recital sobre “La poesía y la Paz”,
con textos de Pedro Salinas, Miguel Hernández, Ángela Figueras, Ramón de
Garciasol y Nicolás Guillén que declamarían los actores del grupo teatral del
Club, y la escenificación de un cuadro de la obra “Historias para ser contadas”, del argentino Osvaldo Dragún,
entonces una promesa y luego una brillante realidad del nuevo teatro
latinoamericano.
Pero
el número fuerte, sin embargo, el que debía ser el principal atractivo de cara al
público joven y comprometido al que se quería llegar con el espectáculo, era la
presentación en Madrid del cantautor valenciano Raimon, que desde hacía un par
de años había descubierto, primero a los catalanes y luego al resto de los
españoles, que la canción no era sólo una forma de entretenerse o bailar, sino
también de sentir, de denunciar y de expresar en versos y música lo que muchos
pensaban en prosa. Así lo entendía desde luego el CAUM, que en su boletín, que
se prohibiría pocos meses después, publicó un artículo que dejaba clara la
identificación y el respeto por su obra apenas iniciada: “Faltaba una canción popular digna, sin concesiones ni memeces
epilépticas y entontecedoras, una canción que aportase creadoramente, que
hiciese de la poesía cantada un medio estimulante y renovador para la juventud,
que pusiese letra y música al servicio del progreso humano, mediante la
interpretación honesta de la realidad, con un sentido crítico, valiente y sano.
Raimon, el poeta que canta para el pueblo, se ha ganado la simpatía de la
juventud con sus canciones en catalán, convirtiéndose en ejemplo y guía de los
que medran con sones facilones”, explicaba el artículo, que acababa con una
selección, en el catalán original, de algunas estrofas de las canciones de Raimon,
encabezadas por un fragmento de “Al vent”,
que ya era todo un himno popular en los ámbitos políticos y culturales
antifranquistas, no sólo los catalanes.
Es
imposible entender los criterios censores de aquel Ministerio de Información y
Turismo, regido entonces por el ilustre superviviente profesional Don Manuel
Fraga Iribarne, pero es de suponer que tanta actividad de aquellos rojos del
CAUM y la mala fama que ya les merecía el valenciano debió romperles el colmo
de su paciencia. Aquel lunes uno de noviembre todo estaba preparado, el aforo
vendido por completo, Raimon en Madrid y el escenario con decorado propio, una
multitud de siluetas recortadas que había diseñado para la ocasión el pintor
Manuel Calvo, miembro de Estampa Popular y socio del Club. Un oficio de
Gobernación dio por la mañana la orden de suspensión del acto. Sólo un
descubierto legal --la posibilidad de cualquier asociación de convocar cualquier
tipo de actos en la sede propia (desliz que pronto sería reparado)-- permitió
que el recital finalmente se celebrara, aunque no ya en el teatro, sino en la
sede del CAUM en el siete de la Plaza de Tirso de Molina.
A
pesar de que hubo dificultades para comunicar el cambio de local, y de que al
nuevo recital sólo estaba permitida la entrada de los socios del CAUM, mucho
antes de la hora de comienzo el Club estaba ya hasta los topes. Todavía no se
había acabado de colocar la decoración cuando comenzaron a llegar los primeros
espectadores, que pronto llenaron el salón de actos y luego los pasillos hasta
acabar por ocupar las escaleras, salir a la calle y desparramarse por la plaza.
Fue preciso improvisar sobre la marcha unos altavoces que se colocaron en los
balcones para que todos pudieran escuchar el recital.
Se
cumplió el programa completo, aunque lo que sin duda se convirtió en un
recuerdo imborrable para quienes asistieron fue la actuación de Raimon. En las
imágenes que por fortuna quedaron de aquel momento casi se puede escuchar al
cantautor, tan joven que no cumpliría los 25 años hasta el mes siguiente, que
con el pie derecho subido en una silla de tijera y la guitarra apoyada en la
pierna interpretó ocho de sus canciones más populares, de entonces y de después:
“Ahir
(Diguem no)”, “Al
vent”, “Som”, “La pedra”, “La nit”, “Canço de les mans”, “D’un
temps, d’un país”, y “Cantarem la
vida”.
Los asistentes aplaudieron hasta romperse las manos, acompañaron con sus voces algunos de los temas y al final se arremolinaron ante el cantante para que les firmara algunos de aquellos primeros discos que ya había grabado. En la calle, escondidos a la vuelta de la esquina, una furgoneta de la policía y varios agentes uniformados vigilaban que la cosa no se saliera de madre. Habría que ver cuantos sociales de paisano circulaban entre la gente con el oído atento y la pistola dispuesta. No hubieran hecho falta, pues nada pasó, pero allí estaban. Por si acaso.
Los asistentes aplaudieron hasta romperse las manos, acompañaron con sus voces algunos de los temas y al final se arremolinaron ante el cantante para que les firmara algunos de aquellos primeros discos que ya había grabado. En la calle, escondidos a la vuelta de la esquina, una furgoneta de la policía y varios agentes uniformados vigilaban que la cosa no se saliera de madre. Habría que ver cuantos sociales de paisano circulaban entre la gente con el oído atento y la pistola dispuesta. No hubieran hecho falta, pues nada pasó, pero allí estaban. Por si acaso.
A
Fraga debió parecerle brillante aquella idea de prohibir el recital del Teatro
de la Zarzuela, pensando quizás que dejándolo en acto interno perdería su
mordiente, pero el tiro le salió por la culata. La voz de Raimon no se silenció
en Madrid por ello, sino que se amplificó en los años siguientes, y el CAUM,
por su parte, en lugar de reducir su presencia social, la aumento, pese a la
ola de prohibiciones y cierres que seguirían. Por dar sólo dato: aquel mismo
día, probablemente con la motivación principal de escuchar a Raimon, se
inscribieron en el Club 47 nuevos socios, condición indispensable para asistir
al acto. Entre ellos figuraban algunos cuyos nombres se harían populares con el
tiempo, como el autor de historietas dibujadas, escritor y profesor
universitario Iván Tubau, el sociólogo Vidal de Nicolás, el periodista y
novelista Javier Alfaya, Sabina de la Cruz, esposa del poeta Blas de Otero, o
José Luis Núñez, que con el sobrenombre de Patri
ocuparía un lugar destacado en la creación de los primeros despachos
laboralistas, en la organización de abogados del PCE y en su posterior Grupo
Parlamentario.
En la calle, la gente escucha por los altavoces de los balcones, a la vuelta de la esquina la policía vigila |
La
verdad, hay que insistir en ello, es que al franquismo no le gustaba Raimon,
como sigue sin gustarles a sus continuadores. Ese es un galardón ganado a pulso
por el cantautor que nadie puede menospreciar. Ninguno de sus tres recitales
madrileños de aquellos años estuvo libre de problemas, represión y
prohibiciones. Los tres fueron, pese a ello, gritos de libertad que tuvieron
singular resonancia en la vida cultural y política de Madrid y alrededores.
Ya
hemos visto, quizás con demasiado detenimiento, aunque se lo merezca por lo
desconocido, lo sucedido aquel 1 de noviembre de 1965, pero no hay que echar en
saco roto el 18 de mayo de 1968 y la presencia de Raimon en la Facultad de Económicas. Lo había organizado el SDEUM (Sindicato Democrático de la Universidad
de Madrid) y los estudiantes, en un momento álgido de su lucha, asistieron en
masa, escucharon con fervor, cantaron con entusiasmo y luego se desparramaron
por el Campus exigiendo justicia y libertad. Quien mejor lo contó,
naturalmente, fue el propio cantautor.
O
seis años después, cuando recién muerto el dictador abarrotó el Palacio de
Deportes, y con toda la oposición política democrática en la primera fila, de
los todavía clandestinos comunistas a los ya semilegales democristianos,
desafió a los agonizantes continuadores del dictador que daban sus últimos pero
violentas dentelladas. Si dio, y por fortuna se grabó, el
primero de los cuatro recitales previstos, pero se prohibieron los otros tres
que estaban programados.
En
estos días de despedida de los escenarios, los madrileños --o algunos al menos,
como servidor-- debemos mostrar nuestro agradecimiento a Raimon. A más de por
la excelente calidad de su obra, que en un artista es siempre lo primero, por
haber estado siempre ahí. Antes, en los tiempos difíciles, poniendo Catalunya
ante nosotros, su cultura, su poesía, su idioma, su historia, sus gentes, su
propia existencia. Luego, en años no tan fáciles como deberían haber sido,
aparte de por haber seguido componiendo y cantado excelentes canciones, por
haber continuado ahí, sin perder los orígenes, sin perder la identidad.
Gracias, compañero, ya quedamos cualquier día en algún hogar del jubilado y nos echamos unos
cotilleos.
Este artículo ha sido publicado originalmente en el Boletín de la Fundació Alternativa de Catalunya.
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Por ese tiempo que Raimon cantaba en Madrid, De Cos, comercial de profesión, había descubierto una verdadera vocación por la fotografía, especialmente en el terreno de la documentación de la actividad de los partidos y organizaciones de la izquierda española y de la conservación de la naturaleza. Fruto de esa vocación es un monumental archivo de imágenes sobre ambos temas, que llega hasta ahora mismo, con cientos de miles de fotografías y decenas de miles de horas de grabación en vídeo, digital y super 8. Buena parte de esa colección se conserva en la Biblioteca Nacional, la Fundación Botín y Comisiones Obreras.
En la fotografía adjunta, se le puede ver, casi en la actualidad, cuando ha incorporado a su arsenal fotográfico todos los adelantos técnicos más modernos, utilizando todavía su vieja cámara soviética, que tenía ya en aquella época y con la que probablemente hizo las fotos del reportaje. (Ver declaración autobiográfica y de principios)
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