Preguntas sobre el desahucio
de Max Aub y Fernando Arrabal.
Leo la justificación municipal para quitar el nombre a las salas teatrales del
Matadero madrileño, pasando de estar dedicadas a Max Aub y Fernando Arrabal
a denominarse Sala 10 y Sala 11. Se me caen a la alcantarilla los palos del
sombrajo. Según parece, tamaño dislate viene dado “únicamente por el cambio de rumbo del espacio, que vira ahora hacia la
experimentación escénica”. Toma candela.
¡Pero
serán cenutrios! ¿acaso no saben estas lumbreras que la experimentación y la
vanguardia artísticas no son sólo patrimonio del presente, sino que se han
venido forjando a lo largo de cada momento de la historia? ¿Ignoran estos
pontífices de lo nuevo que las obras de Arrabal y, para mí muy especialmente,
por querencia personal, las de Aub ejemplifican cuanto de innovador,
experimental y vanguardista ha tenido la literatura española, no sólo la escénica,
en momentos determinantes de nuestra historia cultural, y que gracias a cuyas
innovaciones, experimentos y vanguardias hemos llegado hasta este punto en el
que a unas salas teatrales se les puede llamar 10 y 11 para clamar a los cuatro
vientos su aséptica modernidad?
¿Tendría
razón el viejo Max cuando a raíz de un breve viaje a España en 1969 desde su
exilio mexicano reflexionó amargamente en su “Gallina ciega” sobre el mal trato
que España, franquista entonces, daba a los intelectuales en general y en particular el
olvido en que se tenía su propia obra?
No
era aquella España franquista la España que hubiera deseado y esperado Max Aub.
¿Es
esta España democrática de hoy la España democrática que nosotros mismos hubiéramos
deseado y esperado cuando tocaba era de cambios?
¿Estamos
en el último paso por ahora del proceso de aculturización de la sociedad que sufrimos
desde hace ya tanto, otra batalla que vamos perdiendo por goleada?
¿En
que nos equivocamos?
Habría
que encontrar respuestas, pero yo no las tengo. Sólo la de seguir en pie, al
menos hasta que los callos nos lleven a manos del podólogo.
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