lunes, 6 de marzo de 2017

PREGUNTAS SOBRE EL DESAHUCIO DE MAX AUB Y FERNANDO ARRABAL

Preguntas sobre el desahucio de Max Aub y Fernando Arrabal.





Leo la justificación municipal para quitar el nombre a las salas teatrales del Matadero madrileño, pasando de estar dedicadas a Max Aub y Fernando Arrabal a denominarse Sala 10 y Sala 11. Se me caen a la alcantarilla los palos del sombrajo. Según parece, tamaño dislate viene dado “únicamente por el cambio de rumbo del espacio, que vira ahora hacia la experimentación escénica”. Toma candela.

¡Pero serán cenutrios! ¿acaso no saben estas lumbreras que la experimentación y la vanguardia artísticas no son sólo patrimonio del presente, sino que se han venido forjando a lo largo de cada momento de la historia? ¿Ignoran estos pontífices de lo nuevo que las obras de Arrabal y, para mí muy especialmente, por querencia personal, las de Aub ejemplifican cuanto de innovador, experimental y vanguardista ha tenido la literatura española, no sólo la escénica, en momentos determinantes de nuestra historia cultural, y que gracias a cuyas innovaciones, experimentos y vanguardias hemos llegado hasta este punto en el que a unas salas teatrales se les puede llamar 10 y 11 para clamar a los cuatro vientos su aséptica modernidad?

¿Tendría razón el viejo Max cuando a raíz de un breve viaje a España en 1969 desde su exilio mexicano reflexionó amargamente en su “Gallina ciega” sobre el mal trato que España, franquista entonces, daba a los intelectuales en general y en particular el olvido en que se tenía su propia obra?

No era aquella España franquista la España que hubiera deseado y esperado Max Aub.

¿Es esta España democrática de hoy la España democrática que nosotros mismos hubiéramos deseado y esperado cuando tocaba era de cambios?

¿Estamos en el último paso por ahora del proceso de aculturización de la sociedad que sufrimos desde hace ya tanto, otra batalla que vamos perdiendo por goleada?

¿En que nos equivocamos?

Habría que encontrar respuestas, pero yo no las tengo. Sólo la de seguir en pie, al menos hasta que los callos nos lleven a manos del podólogo.







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