miércoles, 28 de agosto de 2013

Mujeres y amores en las canciones de Hilario Camacho





Frente a la falsa idea de Hilario Camacho como creador de paraísos idealizados y mundos de estallantes coloridos, como narrador de historias de arrebatado idealismo romántico, pienso que, muy al contrario era un fiel cronista de la realidad. De “su” realidad, eso sí, y aún más de “su” realidad íntima, en la medida en que el principal protagonista de sus canciones era siempre él mismo, incluso cuando los textos se los escribirán otros. A estas alturas me parece claro que quizás sea Hilario uno de los cantautores españoles con una obra más autobiográfica, uno de los que de manera más directa ligó sus canciones y su vida. En ellas dejó perfectamente expresados sus miedos y sus esperanzas, sus pasiones y sus decepciones, su deseo de vivir y su espanto ante la vida, que siendo temas profundamente personales resultan también asumibles por quienes le escucharon en vida o escuchen ahora sus discos.

El mundo expresivo de Hilario, y el vital, tienen un fondo común, que es la contradicción, entre la búsqueda permanente de valores absolutos (felicidad, amor, libertad, serenidad…) y la imposibilidad de conseguirlos. La lucha entre la utopía y la realidad (o la realidad y el deseo, que diría Cernuda). Alrededor de este eje se estructuran la gran mayoría de sus canciones, desde las que tratan directamente de su enfrentamiento con el mundo (“Como todos los días”, “Madrid amanece”, “Táxi” y, sobre todo, esa obra maestra que es “Volar es para pájaros”, entre otras pocas, no demasiadas) hasta las que le han dado su toque más característico y las convirtieron en la referencia más clara para su público: las canciones de amor.

Los mujeres y el amor protagonizan, pues una buena parte de la obra de Hilario, no sólo porque sean los temas más comunes, sino porque a través de ellos explicó sus complejas y a veces contradictoras ideas, sueños y anhelos sobre el amor y las mujeres, y en general sobre la vida con una sinceridad a veces estremecedora. Es precisamente esa capacidad para analizar las relaciones amorosas en toda su matizada variedad y complejidad. Un análisis que aún partiendo de su propia experiencia, o quizás precisamente por ello, se aleja de los tópicos y resulta perfectamente identificable por el oyente, que ha vivido o pensado situaciones y sentimientos similares. Esa profundización en el universo amoroso es lo que desmiente el tópico de “cantante romántico” con el que ciertos indocumentados le catalogaron a lo largo de su vida y en las necrológicas. En todo caso, Hilario sería un “indagador de sentimientos”, aunque también fuera un denunciador de realidades íntimas.

Así pues, a lo largo de sus casi 40 años de carrera musical, Hilario escribió muchas canciones de amor, tanto con letras propias como ajenas. Todas ellas unidas dan una imagen poliédrica de la personalidad de Hilario en este tema, partiendo de ese hecho esencial en su vida que es la dicotomía sueño-realidad. En estas canciones, Hilario habla casi siempre en primera persona, lo que tiende a acentuar su carácter autobiográfico, y describe y canta a diferentes tipos de mujeres y, por consiguiente, de amores, claramente identificables en sus rasgos fundamentales. Diferentes, sí, aunque, a mi parecer, no contradictorias, sino complementarias. Hilario, como todo humano, es capaz de desear con singular intensidad una cosa y la contraria, tal vez porque, como nos pasa a todos, con cada una ellas se puede cubrir un hueco distinto de nuestras particulares personalidades, una carencia, un deseo o una pasión perfectamente compatibles en su diferencia. 

Están, por ejemplo, la mujer-refugio, que ofrece cobijo en los momentos de angustia, la mujer-deseada, que se anhela pero no se llega a conseguir, la mujer-compañera, con la que se comparte (o se desea compartir) la vida entera, o la mujer-contradicción, a la que no se sabe si odiar o amar. También hay mujeres-destructoras, que te machacan la vida como una percanta de Discépolo, e incluso, es el colmo, mujeres-felices, con las que realiza un amor pleno y explosivo (como nota al margen, resulta curioso que en las notas que he tomado la mayoría de las canciones que he anotado en esta categoría estén en el disco “No cambies por nada”, 2003). Pero las dos variantes que más abundan en su repertorio, o al menos, las dos para las que yo he encontrado más canciones, son la mujer-imposible, inalcanzable, y la mujer-ilusión, igualmente fuera de plano. Quizás sea significativo.


MUJER REFUGIO


Debajo de aquel Hilario de camisas coloristas, bromas y jolgorio, pelos rizados, lacados o tintados y simpatía arrolladora, a veces aparecía el niño desprotegido, inseguro y temeroso que era en el fondo de sí mismo, revelando al menos una de esas partes de la personalidad que cada uno tenemos, y así lo dejó plasmado en algunas hermosas canciones. El tema aparece pronto en su obra, en 1973, aunque sea de escritura bastante anterior, en “A pesar de todo” y en esa canción titulada “Ven aquí” (que con “Imagen” es la primera canción con letra propia que grabó). Paradójicamente, aquel primer Hilario desprotegido que se confesaba en este tema inicial se presentaba no como el receptor de la protección, sino como el donante. Es él quien se ofrece como refugio a otra persona, en un contexto, no de amor, que eso llegaría luego, sino de amistad.

La canción tiene una fuerte carga de ambigüedad, pues sólo la utilización en masculino de la palabra “aprisionado” nos indica que se dirige a otro hombre en un contexto amistoso, que si no fuera por ella podría aplicarse a una mujer a la que se ama o se quiere amor: Pese a todo, estas dos circunstancias no difuminan el mensaje de la canción, esa necesidad de refugio que las personas tenemos cuando ya no podemos aguantar más.



La mujer-refugio vuelve a aparecer en su siguiente disco (“De paso”, 1975), ya en el contexto amoroso, en “Testimonio”, en la que tras definir al objeto de su amor como “mujer fuerte”, “mujer árbol, manantial”, reconoce la protección que le ofrece como característica básica de la relación: “… En su profunda gruta/ no existe el tiempo./ En su profunda gruta/ no existe el dolor terrible de la música./ No existe esa angustia impalpable/ de llorar boca abajo…”.
Y aún hay otras variaciones del Hilario que busca en la mujer amada no sólo un objeto de deseo, o una compañera con quien compartir la vida, sino, ante todo, alguien ante quien esa dolorida persona que era nuestro amigo pueda romperse como un niño, que asustado ante las fantasmales sombras que en la noche hace el árbol de la calle en su ventana corre a la cama de su madre y se acurruca en sus brazos: “Puedo apoyarme sobre ti/ si estoy cansado,/ quedarme a tu lado/ sin hablar./ Puedo confiarte en ti/ mientras te cuento/ secretos sentimientos /que hay en mí” (“Nube de arena”, 1981).

Sin embargo, la composición en la que esa faceta de persona necesitada del refugio y la protección que le puede ofrecer la mujer de la que se enamora está más clara es en “María”, esa obra maestra que compuso en una de sus huídas mayorquinas y que grabó en 1976 en “La estrella del Alba”.


Al igual que en otras canciones suyas (“Como todos los días”, “Taxi”, “Dolores, dolores”, “Madrid amanece”…), Hilario comienza “María” con una referencia espacio-temporal, concretando con ello un principio de realidad: “Amanece y en mi cuarto/ hablo de la oscuridad/ pienso en ella y necesito/ compartir mi soledad”. La historia puede ser una fantasía, un sueño o una reflexión fruto de su mente, pero siempre surgen en un momento preciso y en un espaci físico concreto e identificable. Tras esa concreción, que viene a ser como la fecha de una carta, cuenta lo que le diría o haría a la amada en el caso de tenerla delante, rememorando la aventura que ya han vivido y que, indefectiblemente, ha acabado mal: “Y sin pensar nada más partí/ hacia un largo viaje sin final/ y en aquella entrega me perdí”. Tras establecer que la historia ha acabado lamenta lo que pudo haber sido y no fue y explica el desamparo en que se ha quedado, la desprotección, en definitiva, en la que vive sin la mujer-refugio que necesita, y que creía haber encontrado frente a ese mundo que se le presenta hostil: “Sin ella me encuentro solo/ en medio de una calle oscura/ sin ella la noche es larga/ noche azul, noche sin luna”. Para acabar expresando su deseo más profundo de regazo, refugio y reposo: “Ven, María, que quiero/ anidar en tu blanco pecho/ y besar esos ojos que inundan/ mi cuerpo de claridad”. 



MUJERES SOÑADAS

En su vida real, cotidiana, el sueño y la fantasía constituían el mundo irreal pero plausible en el que a Hilario le hubiera gustado habitar, el paraíso perdido a veces, la felicidad presentida en muchas ocasiones, la utopía en definitiva, que hace tolerable con su sola enunciación ese otro mundo más sórdido, contradictorio y doloroso de la realidad. Y si eso era así en la faceta más social de su vida y su obra, también lo era en la más personal, la amorosa. Ese deseo de perfección que marca la utopía y el sueño amorosos no podía dejar de quedar reflejado en sus canciones, en las que abundan las referencias a la mujer ideal, soñada, deseada, que él sabe que no es sino el fruto de su imaginación pero a la que no renuncia a darle carta de naturaleza física, real y tangible a través del deseo.

Hilario se dirige a esa mujer ideal “desde los sueños extraños / que recuerdo y no describo”, dice en “Te escribo” (2004), “desde el mundo en blanco y negro / en el que pienso en que vivo”, un mundo pues de contradicción entre lo deseado y lo posible, que, como siempre en Hilario, no deja de tener esos apuntes descriptivos que enmarcar la acción en un lugar y un momento: “desde mi habitación / sentado en un lecho vacío / te escribo mientas espero / mientras espero te escribo”, para rematar el estribillo contraponiendo ambos ámbitos: “te espero mientras te sueño / mientras te sueño te escribo”. La ambigüedad proverbial de Hilario, su resistencia a las definiciones unívocas y a las lecturas únicas de sus canciones juegan en este tema con la realidad y la ensoñación como modelo amoroso que ya estaba presente en alguna de sus composiciones anteriores: “Tu serás princesa de mi cuento, / compañera de mi vida real” (“Princesa de cera”, 1975).

A veces, como en “Sin decir adiós” (1986), la mujer que se apoderaba de los sueños de Hilario con tal intensidad como para quedar en una canción era también el recuerdo añorado de la adolescencia, la remembranza de lo que pudo haber sido y no fue, que es condición, como bien se sabe, de la perfección amorosa, aunque irrealizada. Siempre queda la duda permanente e insoluble de saber si aquel amor inocente y primerizo de “dos niños escondidos, tu y yo en aquel portal” hubiera podido ser el amor total y completo tan difícil de encontrar en los seres de carne y hueso: “Unidos en el sueño/ por la bola de cristal/ nuestros labios se saludan / otra vez en el portal”.


Y puesto a soñar un amor imaginario, esa mujer ideal que siempre espera a la vuelta de cualquier sueño, ¿por qué no imaginar también el decorado en el que se desarrollará el amor, como hace en “Arquitecto de sueños” (1976): “Construí una casa azul junto al lago”, comienza diciendo, para que a nadie se le escape que la ilusión es tangible, tiene formas, colores y olores, aunque sea “sobre el papel” en el que pinta las “siete ventanas /siete azules ojos/ de cristal/ y dejé después/ la puerta abierta /invitando siempre a entrar”. Pese a haber levantado con palabras ese paisaje ideal, ese jardín del Edén con “claveles, rosas y violetas” en el que “las guitarras daban al lugar / el color alegre de una fiesta”, no ha de ser sino hasta que se duerma “pensando en ella” cuando esa mujer ideal llegue por fin al sueño y se instale en la vida del cantante, aunque sólo sea en ese momento de la inconsciencia, el más feliz pese a todo, porque con la mañana llega el desencanto: “Tus palabras eran / como un cascabel / que triste sonaba / cuando desperté”. Sin embargo, siempre con los pies en la tierra, Hilario sabía que hay que alimentar los sueños, porque aún intangibles, también formar parte de la realidad, y porque, al fin y a al cabo, “a un sueño ¿qué más / se le puede pedir?

Hilario, nuestro querido, inocente, amistoso, simpático, reidor y chistoso amigo era también un pájaro de cuenta, y detrás de la cara de adolescente despistado que tuvo la mayor parte de su vida, incluso en sus últimos años, se encontraba un ser ligeramente distinto, capaz de convertir la imagen erótica de una revista en una fuente de placer solitario. Ese amor soñado o imaginado resulta ser el autentico amor perfecto, el que no provoca contradicciones, ni discusiones ni desamparos, nos viene a decir en “Chica de papel” la canción que escribió con Carlos Villanueva y que grabó en “Subir, Subir” (1986)




MUJERES IMPOSIBLES


Abundan en el repertorio de Hilario las mujeres inaccesibles, imposibles, ansiadas pero no conquistadas o perdidas; es decir, mujeres ante las que el amor solo se realiza en el deseo. 

Ya en las primeras composiciones de Hilario aparece esa dificultad para comunicarse con las mujeres y para realizar los sueños y las pasiones que ansía. Esas “piernas de Conchita (que se cubre afanosa)” que tanto llaman la atención del protagonista de “Como todos los días” intentaban ser, por un lado, la alusión a la represión y frustración sexual, la pacatería y ñoñería de unos tiempos grises y plomizos como los de la España de los años 60, pero también la frustración del protagonista tímido, apocado e indeciso de la canción, su incapacidad para lanzarse a por la Conchita de la oficina, llevársela contra un archivador y disfrutar justos de un momento de pasión justo para sobrellevar el aburrimiento del curro.

Pero entonces Hilario tenía 20 años y su timidez, que a veces podía llegar al sonrojo, como en el chico de la canción, o sus dificultades de comunicación, que bien podías recubrirse de torrentes de palabras, resultaban comprensibles. Más significativo es que Hilario volviera, 30 años después, a mostrar similar incapacidad para entablar comunicación con una mujer a la que desea: “El metro”: “… Casi toco tus manos/ casi me roza tu pelo./ Si no fuera tan tarde/ te hablaría de amor”. Y ya se sabe que cuando se pone como excusa la hora es que uno no se atreve a dar el paso.

En el amplio catálogo de fracasos, huidas, incomprensiones, incompatibilidades y renuncias que dificultan la plenitud del amor en las canciones de Hilario figura en primer plano la incomunicación, la imposibilidad de hablar un idioma común con la persona a la que, por otra parte, amas con pasión: “Eres la imagen virtual/ de la mujer ideal:/ eso me atrae de ti./ Tu voz persuasiva,/ tu verdad tan relativa/ me alejan de ti.// Yo te digo que te quiero/ y tú me dices bla, bla, bla…” (“Bla, bla, Bla”, 1998, letra en colaboración con Raimundo Fernández).


Hilario hablaba mucho. Todos quienes le conocieron coincidirán en este dato. Y si se trata de lo que hablaba con las mujeres hemos de reconocer que la conversación podía ser interminable, y a poco que la noche se extendiera en un bar cercano, no había problema, esa mujer que le hacía caso se convertía en “la imagen virtual de una mujer ideal”, y eso es lo que le “atraía” de ella. Porque pienso que Hilario, o así se desprende de sus canciones, que como en todo artista muestran su ser más profundo, no era tan extrovertido como a veces parecía, y especialmente con las mujeres. En sus temas, hay a menudo un muro infranqueable entre hombre y mujer, que parecen vivir en dos mundos paralelos, en los que cada uno anda de manera independiente, lo que lleva a la incomprensión y la imposibilidad del amor:

“…Ahora necesito de tu amor,/ Corro hacia tu caso, aún con miedo/ De que no sientas igual que yo…”, “” (1981). “Entro en un bar para beber felicidad,/ Miro a una chica como enfría su café,/ Entro en conversación con ganas de sorprender,/ me observa y se larga./ No hay nada que hacer, no hay nada que hacer, no hay nada que hacer…”, “No hay nada que hacer” (en colaboración con Miguel Vigil y Javier Batanero).  “…Noche tras noche trato de llenar/ ese vacío que ahora siento/ buscando en ti respuesta a mi pasión./ Noche tras noche, noche tras noche,/ jugando al gato y al ratón,/ cambiamos de conversación,/ tus ideas nublan siempre mi razón./ Valdría más dejar de hablar,/ perder el miedo y no pensar, y entregarse todo, y olvidarse todo…”, “Noche tras noche” (1986).

Como se ve, hay muchas alusiones en la obra de Hilario a esa imposibilidad de comunicación con la mujer, aunque, quizás, con toda su ambigüedad, la que de forma más completa aborda el tema sea “Claros sentimientos” (1976), donde las dificultades para compartir las mismas inquietudes conduce inexorablemente a dos universos no sólo diferentes, sino enfrentados.


Un sentimiento parecido ya lo expresó Hilario en una canción de “A pesar de todo”, su primer álbum, por lo que el tema viene de antiguo. Era “Imagen” (1973), en la que le reprochaba a la amada que no pudiera liberarse de ella misma y de su desconfianza: “…Pienso más bien/ que sin querer/ clavas espinas en tu propia piel,/ crees defenderte contra mí,/ mas tu enemigo eres tan sólo tú./ Tan solo soy un pensamiento, reflejo de lo que quisiste ser./ Si es real o falso el sentimiento, tan sólo tú lo puedes resolver”.

En fin, se podrían escribir folios y folios sobre el tema. Las mujeres imposibles son legión en la obra de Hilario, y las razones por las que se da esa imposibilidad aún más variadas de las que se han reflejado aquí. Están en “Acabarás quizás” (1973), en la que el amor se agosta antes de nacer y con el paso del tiempo será tan sólo “sombra de mi mente”. Están también en “C.D.O.D”, donde no entiende las razones de que todo termine y se queda “despistado, confundido / ofuscado, deprimido / despistado, confundido / ofuscado, deprimido”, aunque su ironía le lleve a terminar que lo que más le confunde es que deje una nota de despedida “con tantas faltas de ortografía” (¿venganza de amante despechado?). Igualmente se encuentran en “Tristeza de amor” (1986), o en una canción tan emblemática como “Dolores, dolores” (1973), en la que “tú buscabas por la tarde / el rocío y no lo hallabas / y otro rocío caía / de tus ojos que lloraban”. Siguen en “Sin dar la cara” (1986): “Niña de satén / nube de cristal / nuestro amor se acaba / justo al comenzar / huyes de mis brazos. / Te asusta soñar / te acobardas y te vas / sin dar la cara”, y aún permanecen en “Eclipse lunar” (2002, letra en colaboración con J. A. Sánchez Paso): “…Por un momento creí / que ella era para mí / me miró, me sonrió/ y luego escapó”.

Y, en fin, esas mujeres inasequibles o perdidas también se hicieron presentes en “Una mirada diferente”, su disco póstumo, en una canción que tiene, escuchada ahora, un cierto tono de testamento amoroso, de balance vital, que, personalmente, me resulta estremecedor (reproduzco la letra, que no he encontrado la canción en internet):

“Las amantes perdidas,
Casi desconocidas,
De la foto de ayer,
Hoy están más hermosas
En el lecho de rosas
De una memoria fiel.
Quizá su piel
Ya no sea tan dulce como fue ayer
Cuando sobre sus senos
Correteaban mis dedos.

Amores deseados
Amores temidos
Amores que alumbran
Un día feliz.
Amores oscuros,
Recelos y olvidos,
Pasiones que duran
Un beso… y se van.

Las amantes gloriosas
que una vez fueron musas
de mi corazón,
hoy que acaba el verano,
desde un lugar lejano,
despiertan mi amor.
Quizás la luz
De un paraíso perdido destella aún,
Cuando en cada suspiro
Mis recuerdos disparan latidos.

Amores deseados,
Amores temidos,
Amores que alumbran
Un día feliz.
Amores oscuros,
Recelos y olvidos,
Pasiones que tejen
Su fin en la piel.

Las amantes vencidas
Que se fueron dolidas
Por mi desamor,
Hoy son cicatrices
Que acarician felices
A este viejo león,
Con la sensación
De una dura batalla que nadie ganó,
Porque en cada huida
Robé y destrocé nuestras vidas.

Amores deseados
Amores temidos,
Amores que alumbran
Un día feliz.
Amores oscuros,
Recelos y olvidos,
Pasiones ocultas
Que duermen en mí.

Las amantes calladas
Son como bofetadas
De amargura y dolor.
Me reprochan mis dudas,
Me clavan agujas
Con un simple adiós.
En el rincón de algún bar
Se pregunta mi corazón
Por qué, con su desprecio,
Algo de mí muere en silencio.

Amores deseados,
Amores temidos,
Amores que alumbran,
Un día feliz.
Amores oscuros,
Recelos y olvidos,
Pasiones que viven
Por siempre… quizás”

Las amantes perdidas” (2004, en colaboración con J. A. Sánchez Paso)


AMORES FELICES





Pero no dramaticemos en exceso, que también hay en la obra de Hilario temas menos desesperanzados, en los que el amor es un hecho realizado, una sensación de plenitud, una pasión arrolladora (y, por consiguiente peligrosa), que ansía una relación de confianza, acicate compañerismo e igualdad, de compartir y disfrutar.

Resulta curioso que al ordenar por temas las canciones, las que incluí en esta categoría de “amores realizados” están concentradas prácticamente en un disco. Exactamente en “No cambies por nada”, del 2002, su último trabajo con canciones originales, en el que hay nada menos que cuatro temas que aborden la cuestión: “donde tu amor me lleva”, “Noches de Fuego”, “Y así te vi volver” y “El lado bueno de la vida”. Otra, “Contigo volaré” la grabó en “Lunático veneno” (1998), en el que hay otro tema, “Fuego y rumba”, que podría ponerse en la lista, aunque su tema principal sea la pasión y no tanto el amor, aunque no quepa duda de que la protagonista traía loco a nuestro amigo.

En cualquier caso, en estas canciones felices siguen presentes las constantes del deseo amoroso del autor, colaboré o no con otros. Por ejemplo: el amor y la pasión como creadores de paraísos para salir de la realidad: “Hay en ti algo esencial / en el calor de tus labios / en tu forma de besar / Veo en ti una jungla tropical / en el calor de tu cuerpo / en tu movimiento al bailar / Eres tú la esmeralda y el coral / Un cielo azul turquesa / blanca espuma verde mar/… / Dime que me quieres otra vez / bésame y contigo volaré / contigo, contigo, contigo / contigo volaré…” (“Contigo volaré”).

Los amores felices de Hilario surgen a partir de un deslumbramiento momentáneo, el escalofrío de un momento de enamoramiento en el que el deseo del otro nos eleva a un terreno en el que sólo existe la felicidad, que merece cualquier riesgo que se corra y por la que uno está dispuesto a ir a cualquier sitio, físico o mental: “Tú eres como una canción, / tú, un relámpago de amor, / tú eres el filo de una espada / acariciándome la piel, / bajando por mi espalda. / Yo me demoro en recordar, / sólo un instante después / de morder tu tierna boca, la música que ha de acompañar / este viaje de placer, / por debajo de tu ropa, de tu ropa. // Navega sin destino mi alma viajera… / donde tu amor me lleva.” (“Donde tu amor me lleva”).

Esa idea del viaje a un espacio irreal, algo así como el país del nunca jamás, a que nos conduce el amor se repite en otras composiciones de Hilario: “Noches de fuego, cielos de carmín, / tú sobre mí, yo sobre ti / los dos sin control / abrasándonos de amor.” (“Noches de fuego”), en la que también hace referencia expresa a la esperanza de hacer realidad la utopía de la perfección: “con tu insinuación me dice el azar / que las noches son un sueño sin soñar”.

Y para finalizar este apartado de canciones felices del más atormentado de los cantantes de lengua hispana (dejando aparte a Violeta Parra y a los tangueros argentinos, Discépolo en cabeza, que eran igual de atormentados, pero andaban más amargados), una explosión de alegría amorosa: “La cara alegre de la luna eras tú, / la sonrisa que me alumbra tú / un regalo que me envía cada día, / el lado bueno de la vida / el lado bueno de la vida ¡sí! / el lado bueno para mí / el lado bueno de la vida ¡sí! / el lado bueno para ti” (“El lado bueno de la vida”). Un desparrame de felicidad que, además, no se estropea al final, sino que se sublima en un tema tan querido para Hilario desde “Ven aquí” como es el de la complementariedad de los amantes, cada cual una cara de la misma moneda. Una búsqueda de la que no desistió en su vida, que tanto le costó encontrar y que, a tenor de lo escuchado, tan fugaz fue cuando surgió:

Soy para ti / igual que tú eres para mí”.






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