En recuerdo y loor de José Manuel Bravo, Cachas.
1968/69. Primera foto promocional de Cachas estando en LA TRAGALA, meses antes de irse a Barcelona. |
Cachas fue un pionero que al llegar a la
última cordillera siempre quedaba hambriento de camino. José Manuel Bravo se había ganado ese apodo por su inicial afición
a la práctica del atletismo, devoción juvenil que luego costaba entender ante
aparente fragilidad de su aspecto, acentuado quizás por su habitual desaliño
indumentario, tan hippy, pero herencia también del confesado por Machado, poeta
al que cantó en su primer disco. Su obra fue breve, pero escucharla permite
descubrir, si es que no lo tenías ya descubierto, a un artista, músico en este
caso, perteneciente a esa rara categoría que es la de los únicos, aquellos que
aún teniendo raíces no tienen antecedentes y que ejerciendo influencia no paren
discípulos.
Hace unos días,
en una exploración en busca de temas para colgar aquí, tropecé con un viejo
texto biográfico sobre él que no se ha publicado, así que lo tome de base y me
puse a intentar recordarle. Puesto en la faena, he montado un par de vídeos
sobre sendos temas de MÚSICA DISPERSA.
Con las limitaciones que da la casi absoluta ignorancia sobre cómo funciona la
cosa y la que impone la falta de materiales, he intentado, en la medida de mis
posibilidades, dar una cierta interpretación visual de su música tal y como yo
la entiendo.
Si habéis tenido
paciencia para leer la declaración que se incluye en el vídeo al final de la
canción, habréis apreciado la frase “cada
vez más el arte tiende a buscar unas formas de comunicación universales que
puedan ser tan simples que dentro de ellas estén contenidas toda la gente”,
con la que expresa lo que yo pienso que es el elemento sustancial de su música
y su principal aspiración: la universalidad y la esencialidad. Su breve
trayectoria artística atestigua la permanente búsqueda de ambos conceptos, tan
relacionados por otra parte con esa especie de peculiar hipismo que caracterizó
su evolución ideológica, en una permanente depuración formal. Tan coherente fue
el viaje, que no me parece casual, sino causal, su silencio musical desde
comienzos de los años 70, cuando finalizó la aventura de Música Dispersa, en el
que permaneció, como funcionario municipal en algún pueblo balear, hasta su
fallecimiento en 2004, con 56 años de edad. La búsqueda de la esencia universal
acaba inevitablemente en la abstracción absoluta, en el silencio.
En alguna
declaración, Hilario Camacho destacó la “seriedad” ideológica de Cachas, del
que fue compañero en sus inicios. Es una apreciación que a mí, que traté a
ambos por aquellos años, me parece acertada, y que el mismo José Manuel
achacaría posteriormente a la influencia de su hermana mayor, Pilar Bravo, en
aquel momento la máxima dirigente del PCE en la Universidad de Madrid, luego
anunciada sucesora de Carrillo y finalmente Delegada del Gobierno del PSOE,
antes de morir hace unos años. Sin embargo, ya en aquellos años, alrededor de
1967, cuando apenas contaba 19 años, era posible detectar en él un ansia de heterodoxia y búsqueda que
se mostraba en su música e, incluso, en su manera de vestir. Personalmente era
alguien ante quien me sentía de alguna manera intimidado, aún teniendo los
mismos años y pese a mi condición oficiosa de “comisario político” del grupo
con que alguno me invistió irónicamente a posteriori. No acierto a saber
porqué, pero presentía en él, pienso ahora que me he puesto a ella, una cultura
superior a la mía y, desde luego, un talento artístico y una profundidad
conceptual poco común. Pero no estoy aquí para contar mis batallitas, sino para
intentar explicar (explicarme) la música de José Manuel Bravo.
1967. de izquierda a derecha: Fernández Toca, Juan Luis Pita, Cachas, Luis Leal y Luis César Ródriguez (periodista). foto de la primera información sobre el grupo aparecida en MUNDO SOCIAL |
Cachas fue de
los primeros que intentaron hace en Madrid un tipo de música distinta a las
tonadillas de moda a comienzos de los años sesenta. Algo que tuviera que ver
con la cultura, el arte y, sobre todo, con la expresión personal del cantante,
para lo que su primer paso le introdujo en el terreno de los cantautores, espacio
musical inexplorado por aquel entonces. De hecho fue uno de los participantes
en el primer recital madrileño del género (antes incluso del fundacional de
Canción del Pueblo que se celebró en el Ramiro de Maeztu en Noviembre del 67),
que tuvo lugar el 9 de diciembre de 1966 en la Residencia Universitaria
Agustinos de Madrid. En él participaron Ignacio
Fernández Toca, estudiante de ingeniería industrial, Luis José Leal, que estudiaba derecho, Juan Luis Pita, que hacía económicas y que abandonó pronto, y José Manuel Bravo, Cachas, que estaba
matriculado nada menos que en Arquitectura, carrera que nunca acabó. Los tres
que siguieron participaron después en Canción
del Pueblo junto, como se sabe, Hilario
Camacho, Elisa Serna, Adolfo Celdrán, Julia León y algún otro que se perdieron para la canción.
Contraportada del primer disco. |
En 1968, cuando
un grupo de personas crearon la editora EDUMSA
mediante pequeñas contribuciones económicas, a la manera en que ya se había
creado EDIGSA en Catalunya, los dos primeros que grabaron fueron Juan Luis Leal
(que luego grabaría otro disco y se retiraría, para acabar con los años
dirigiendo el sello musical de Radio Nacional de España) y Cachas. Era un disco
de cuatro canciones, dos de cada uno. Para esa época, Cachas ya había dejado de
cantar sus anteriores textos “comprometidos” (de entre unos papeles recojo
estos versos suyos de una canción que tituló Los asesinos de la felicidad: “Para
que luego digan que ellos no quieren la guerra / la guerra la consiguieron con
su sociedad entera”), que, la verdad no eran demasiado buenos. En aquel primer
disco incluyó dos musicalizaciones de poemas: “La propiedat qu’el dihnero ha”, del Arcipreste de Hita, que también
había musicalizado Paco Ibáñez, aunque Cachas, que la cantaba en castellano
antiguo, entonces no lo sabía, y un poema de Machado Discutiendo están dos mozos). También cantaba por entonces la
primera canción de Violeta Parra que yo escuché, no sé de dónde la habría
sacado. Era Casamiento de negros (“Se ha formado un casamiento / todo vestido
de negro /negros novios y padrinos / negros cuñados y suegros / y hasta los
propios novios / eran de los mismos negros…”), de la que tal vez le
fascinaban las anáforas utilizadas por la escritora.
Logotipo de Canción del Pueblo y de La Trágala, Dibujado por Cachas, en su esquematismo y simplicidad se detecta ya el rasgo esencial que buscaba. 1967 |
Pero también fue
Cachas fue el primero de todos ellos en iniciar una evolución radical. En un
doble sentido. En primer lugar una evolución de los textos, que bien podría
estar relacionada con una cierta desconfianza en el estricto poder comunicativo
de la palabra, que debió parecer demasiado concreta, particular y limitada,
enfrentada a la universalidad y esencialidad que ya empezaba a estar presente
en su trabajo. Lentamente pasó de musicalizar poemas clásicos a cantar textos
cada vez más breves e inconcretos hasta finalizar prescindiendo totalmente del
texto y de cualquier significado que este pudiera dar.
1968. Primer cancionero a multicopista de Canción del Pueblo. Musicalización de Cachas de un poema de León Felipe en su etapa más "comprometida" |
También fue una
evolución formal, en el camino paralelo de una especie de desestructuración de
la música, con armonías complejas, aunque de gran simplicidad instrumental, y melodías casi salmodiadas. Cachas, que a la
manera de Dylan comenzó tocando la guitarra y la pasó luego a instrumentos
menos habituales, como la mandolina o el rabel, y se hacía acompañar por un
grupo informal, bautizado “Los tijuanas
inconformistas” (échale hilo a la cometa), caracterizado por que estaba
formado por músicos que no sabían tocar música (ahí es nada). En ese grupo, por
cierto, creo recordar que estaba el
luego poeta y catedrático Carlos
Piera.
De esos tiempos,
todavía Cachas en LA TRAGALA, el
grupo que continúo a CANCIÓN DEL PUEBLO, es la letra siguiente, que parece
resultado de la escritura automática de los surrealistas.
AMERICA
“Una caricia de metal,
un elefante de orinal,
una sonrisa con bozal
de cien rubíes;
cien mil rubíes en napalm,
cambio de marcha sin pedal”.
De ese tiempo es
también el tema Rabel con el que he
compuesto el vídeo que cierra estas líneas. Una versión libérrima de las
tradicionales canciones de rabel asturianas que ilustra a la perfección, ese
momento de su evolución artística.
Desplegable de "Miniatura" |
En 1969 Cachas
se fue a vivir a Barcelona, donde entró en contacto, como anteriormente había
hecho Ignacio Fernández Toca, con El Grup de Folk, aunque con su parte
más vanguardista y menos “peteseegeriana”, la más hippie. Si Ignacio se llevó
mejor con Jaume Arnella o Xesc Boix (de los que aprendió el “No
nos moverán” que luego difundiría en Madrid y grabaría), Cachas se lió
inmediatamente con Pau Riba, Sisa y Albert Batiste (el hermano mayor del Jordi de Máquina), fruto
un disco de cuatro canciones titulado “Miniatura”, quizás la primera muestra de
“música progresiva” que se hacía en España. Poco después, y ya sin Pau Riba,
los tres que quedaban del disco, más Selene,
cantante y variada instrumentista, hicieron Música Dispersa, que era básicamente, un disco de Cachas, aunque
también hubiera alguna canción de Jaume y Albert de los demás. Ese disco
constituye no sólo la propuesta más original de la música progresiva española,
sino la más radical; más que las de Smach
y Máquina, cuyos débitos al “progresismo”
USA era más evidentes, al menos hasta el descubrimiento del flamenco por parte
del primero. Cuentan que por aquellas fechas no se vendieron más allá de 300
ejemplares del LP, y es posible que fuera verdad. El tiempo, sin embargo, le ha
hecho justicia, y no en vano se ha reeditado en dos ocasiones en CD y la
edición original se ha convertido en un álbum de culto que alcanza altos
precios en internet.
Aquel disco de Música Dispersa supone la síntesis y la
máxima expresión del pensamiento musical de Cachas. Al contrario de lo que se
llamó “música progresiva”, en la que se le encasilló, la propuesta estética era
singular y diferente de todas las demás, aunque coincidiera en una similar manera
de ver la vida y vivirla. Frente a la electrificación y su exuberancia sonora,
Música Dispersa ofrecía la simplicidad y claridad de los instrumentos naturales
más elementales. Frente al grito apostaban por la salmodia, el susurro o el
silencio. Frente a los bailes, la luminotecnia espectacular y los fuegos
artificiales, Cachas, Albert, Jaume y Selene se sentaban en una sillita, se
inclinaban sobre sus instrumentos y tocaban.
Es sintomático
que de los cuatro integrantes de Música Dispersa, solo Sisa continuara una
carrera profesional. Selene desapareció de los ambientes musicales, Albert se
dedicó a su profesión creo que de aparejador y Cachas acabó de secretario o
algo así en un ayuntamiento mallorquín. Cuando volví a reencontrarle casi 20
años después, cuando participó en el capítulo dedicado al Underground patrio en “España
en solfa”, el programa que entonces hacíamos Resines, Herminia Bevia
y yo en LA 2 DE TVE, disfrutamos de una excelente comida y una mejor charla.
Volví a encontrar a la persona tranquila, inteligente y sensible que había conocido
cuando ambos éramos jóvenes. No recordamos mucho el pasado y no le pregunté por
qué había dejado la música. En aquella ocasión también se reencontró después de
muchos años con Gualberto, y tuvo
ocasión de conocer a Ricardo Solfa,
que en el programa interpretaba el personaje de su viejo compañero Jaume Sisa.
Para no terminar
de forma tan pomposa, permitaseme contar una anécdota que pienso que es
divertida, pero que también desenmascara mucho de ese cierto carácter zem de Cachas, tan patente en su música. Debía
ser el año 69 y la cosa iba de una manifestación, o mejor dicho, un “salto”, la
única forma de manifestarse en la época, en el que unas veinte o treinta
personas, estudiantes en este caso, deambulaban por el sitio convenido hasta
que a una señal se pegaban cuatro gritos, se tiraban al aire mil panfletos y se
salía corriendo antes de que llegara la policía. Cachas había llegado antes de
tiempo, como correspondía, y en lugar de ponerse a pasear se sentó en las
escaleras de metro esperando la señal. Ya por entonces peinaba la característica
melena con la que aparece en las fotos de la época y, además, vestía una
especie de chaquetón, que debía ser de piel de perro peludo o algo así y que le
daba un aspecto realmente llamativo en aquellos tiempos. Incluso en estos
llamaría la atención. O quizás más en estos. El caso es que aquel día una
señora que salía del metro, al verle con aquel aspecto cuando menos exótico y el
gesto un tanto desvalido que solía tener, le confundió con un pobre, y
caritativa como era la dama se acercó a él y le dio una limosna. Lo más lógico,
y tal vez alguien piense que lo más digno, probablemente hubiera sido rechazarla
amablemente. Él no hubiera pasado por un pobre, sino por un excéntrico, y la
señora se hubiera avergonzado de su equivocación y se habría deshecho en
excusas. Cachas no. De manera si duda inconsciente decidió ceder en su dignidad
y no avergonzar a la señora. Cogió amablemente la limosna y al toque de llamada
se fue a saltar. Debió quedar además agradecido, pues lo contaba alegremente. Y
era para estarlo. Los cinco duros que creo recordar le dio la señora eran en
aquella época, en la que además todos andábamos caninos, una pasta, y venían de
puta madre para un darse un banquete de huevos fritos con patatas en la tasca
de San Vicente Ferrer, que ahora, leche, no me acuerdo como se llamaba.
Un pequeñísimo pero: el rabel, amigo Antonio, es típico de Cantabria, no de Asturias.
ResponderEliminar¡Salud!
Efectivamente, compañero, el rabel se toca en Cantabria, pero también en Asturias, León o Zamora, incluso en Extremadura o Toledo. Y como es un instrumento internacional, hasta se puede encontrar en sitios tan lejanos como Panamá o Chile.
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