lunes, 15 de abril de 2013

GRETA, SUEÑO DE MUJER





Mi estancia en Canarias sirvió para hacerme comprobar la preeminencia del periodismo provinciano sobre el capitalino. La cercanía entre el escribano y el lector y la convivencia de ambos en un mismo mundo reconocible me permitieron cumplir uno de mis sueños como profesional de la pluma: secuestrar las páginas del periódico a los famosos y poderosos y entregárselas a seres anónimos cuyas vidas me parecía que tenían un dramatismo, una valentía, un riesgo y una representatividad social de las que carecían las noticias obligadas por la actualidad. Así realicé en 1983 varias entrevistas, largas y detalladas, destacadas con largueza en primera página, en EL DIARIO DE LAS PALMAS, de gente que tenía a mi alrededor y que nadie veía o quería ver. Claro, que también es verdad que eran otros tiempos. No sé si hoy en día sería posible.

Ni siquiera hoy es frecuente que la vida de una transexual salga en las páginas de un periódico, a no ser que venga asociada a cualquier escándalo o cotilleo. En 1983 pienso que era un hecho un tanto insólito. Greta era el nombre artístico que utilizaba quien antes se había llamado Orlando y en cuyo carnet de identidad figuraba ya el de Orlanda. Esta es la charla que tuvimos y la historia que me contó.




 DIARIO DE LAS PALMAS. 1 DE AGOSTO DE 1983

«Desde mis primeros años mis inclinaciones eran femeninas. Le pedía a mi madre que comprase una muñeca que había en la tienda y tanto insistía que al final la convencía y conseguía que la comprara. Entonces le decía que la pusiera en la cama de matrimonio, y cuando nadie rae veía la cogía en mis brazos y jugaba con ella». Es una habitación no demasiado grande, a un lado una pequeña cocina de gas, el fregadero y la nevera. Sobre la cocina se hace un poco de café. En la otra parte, junto a una mesa de comedor y un pequeño televisor en color, en el que se puede ver, sin sonido, un programa nocturno, una mecedora blanca y un viejo tresillo sobre el que Greta, Orlanda en él carnet de identidad y Orlando en la partida de bautismo, escucha, envuelta en una bata roja, con las piernas cruzadas y las manos nerviosamente quietas sobre el regazo, la entrevista que esa misma tarde le han hecho para un programa de radio.

Son fragmentos de su vida, contados por su voz de difícil equilibrio entre graves y agudos. Desde que comenzó a ir al colegio hasta que decidió qué la naturaleza se había .equivocado con ella y dejó que el cirujano corrigiera el error convirtiéndole definitivamente en una mujer. «Me siento como se sentiría una mujer de cualquier parte, de cualquier lugar, muy feliz, muy contenta conmigo misma. Decidí dar el salto porque el medio ambiente en el que me movía, porque mi propia psique me exigió que lo hiciera. Era algo dentro de mi tenía una fuerza tan grande que era superior a la fuerza que yo tenía. Y lo hice, lo hice».

Vive en un barrio obrero, en uno de tantos barrios obreros de viviendas protegidas en el que los niños juegan en la calle a la pelota o a los pistoleros, en el que las vecinas comentan en los bazares los últimos acontecimientos del barrio. Desde niño (¿o se podría decir ya que desde niña?) Greta estuvo marcada por el estigma de los que son diferentes, de los que no comparten los gustos y las características de los «normales»: «En el colegio fue una vida quizás como de fugitiva, porque siempre iban los niños detrás de mi. Yo salía del colegio y los niños detrás diciéndome “mariquita, mariquita”. Y yo corría, corría hasta llegar a casa».

Mientras escucha, una mirada de tristeza, quizás de angustia, le sube a los ojos. Cruza las manos nerviosamente, atiende a las preguntas y a las respuestas como si quien estuviera hablando en esa caja cuadrada, negra, que es el magnetófono, no fuera ella, como si asistiera por primera vez a un espectáculo que no acierta a comprender del todo, pero que la aterra.

--¿Eso no deja una sensación como de estar toda la vida corriendo?

--Quizás, puede ser, tal vez. Ahora, ya en la actualidad corro y no corro, según las circunstancias. Una acaba por aprenderlo todo, por acostumbrarse a todo.

Toma el último sorbo del café que acaba de preparar y que ha servido en unas tazas. Se mueve por la habitación suavemente, como quien conoce muy bien la casa y los objetos que la rodean, con un exagerado cariño de ama de casa hacia los muebles, los cacharros de cocina y los pequeños detalles.

--¿Cómo vivías esa situación de darte cuenta de que te gustaban cosas que no gustaban a los demás, de que eras distinto (o distinta, otra vez la duda entre la realidad y el deseo)?

--La vivía encerrada en mí misma, cubierta como por un caparazón, como si fuera un pollito que todavía no ha salido del cascarón, hasta que un día se rompió el caparazón y salí afuera.

Hay en los juegos infantiles una cierta crueldad hacia los más débiles, hacia los gordos, hacia los bajitos, hacia las niñas que tienen bigote o hacia los niños que no son demasiado “machos”. «Cuando los niños jugaban al balón y las niñas a las muñecas yo estaba siempre metida en casa --ella utiliza indefectiblemente el femenino, para toda su vida, como si la operación que la convirtió al sexo contrario no hubiera sido sino un accidente--. No solía salir mucho a la calle, aunque a veces quizás con un amigo, con un niño vecino, salía a jugar a la pelota. Jugaba como niño, pero mi fondo lo tenía escondido, como mi cajita musical con su bailarina, allí la tenia escondida, siempre esperando a que pasaran los años».

Greta resalta con una cierta insistencia los aspectos más femeninos de su carácter, jugando con los diminutivos, acariciando las palabras con una coquetería que a veces resulta exagerada. Cuando escucha sus palabras en el magnetófono lo hace concentrada en sí misma, riendo a veces, permaneciendo en silencio otras, encerrada en un pasado de juegos imposibles en el que la soledad causa miedo pero en el que ciertos recuerdos traen la sonrisa a los labios.

--Yo había descubierto que me gustaban los niños muy pronto, desde los cinco años más o menos que tuve mi primera e inocente relación amorosa.

--¿Cuándo te enamoraste la primera vez?

--La primera vez me enamoré de un chico del colegio --cuenta rápido y escucha en silencio, con una media sonrisa iluminándole la cara--. Se llamaba Carlos y tendría unos trece años, aproximadamente. No fue un enamoramiento frustrado, aunque terminó muy pronto, apenas unos minutos. Nos hablamos con las miradas, con los gestos, y luego pasamos a los hechos.

--¿Nunca tuviste amigas como los demás chicos?

--Ya bastante mayor. Hace corno unos nueve años. Frente al bloque donde vivo, en la parte de atrás, había una chica que tendía la ropa, de la misma edad que yo aproximadamente, rubia, muy bonita. Yo solía hacerle señas, me reía con ella y ella conmigo. Mi madre me dijo que por qué no la llamaba y la invitaba a casa a merendar. La invité y merendamos, pero creo que fue solamente que yo necesitaba a alguien con quien estar. Como no tenía amigos vi aquella niña que estaba enfrente y la llamé para hablar con ella. En lugar de una novia me eché una amiga. No he tenido ocasión de volver a hablar con ella. La he visto pasar por la calle, ella me ha visto a mí, pero nada más.

A veces para el magnetófono y vuelve la cinta para atrás, escuchando dos veces sus propias palabras. Quizás le cuesta trabajo encontrarse en ese niño del que habla, quizás hace tanto tiempo que lo dejó atrás que ya se ha olvidado de las miradas indiscretas, de las palabras a media voz, de las risas de los niños. «A mucha gente le molestaba como era. Lo decían por detrás, no por delante, se lo decían a mi propia familia y entre ellos. A veces lo oía yo».

Desde la adolescencia vivió una doble personalidad, una lenta transformación hacia la femineidad que, no obstante, nunca fue una ruptura. «Nunca he roto nada, siempre ha sido como si hubiera plantado una semilla que ha ido creciendo. Es como un árbol que va creciendo y el viento lo mueve de un lado a otro». Utiliza metáforas a menudo, metáforas ingenuas, sencillas, tal vez no metáforas, sino sueños.

--Todos se daban cuenta menos mis padres. Todo el mundo decía: “Este niño, siempre metido aquí en casa, no sale nunca”. Mi tía misma lo decía: “Vete de aquí, marica».

Mi hermana también: «Parece un marica». En cualquier sitio que fuera, en todas partes, hablaban conmigo con aquel cierto sarcasmo y me lo decían, todos menos mis padres, que tuve que contárselo yo.

LA RUPTURA DEL ESPEJO

Fue probablemente en la habitación de matrimonio cuya ventana da al cuarto en el que ahora escucha la grabación. «Cuando cumplí catorce años es cuando exploté. Mis padres no se habían dado cuenta de nada hasta entonces. Yo misma abrí la puerta de su habitación. Era de noche. Les dije: Soy así. Vengo tarde a casa porque soy de esta manera, me gusta y me siento así, como yo he querido siempre. Ellos se echaron a llorar. Lloraron como dos niños, pero todo fue pasando, hasta llegar a hoy». En algún momento intentaron averiguar lo que le pasaba al niño, tal vez volverle a la normalidad, hacerle un hombre de provecho. «Cierta vez, estando mi padre vivo, me llevó a casa de su hermana y allí me presentó a un señor que yo no conocía. Resultó ser un psiquiatra. Nos sentamos solos y me hizo una serie de preguntas que yo contesté. Luego habló con mi padre y le dijo que yo no tenía nada, absolutamente nada, únicamente le preguntó si no se había dado cuenta de que no me había crecido bello en la cara, que lo que yo tenía es que era femenina».

«Desde antes de empezar a hormonarme --añade, y al escucharse sonríe con un cierto relajamiento, mitad nervioso y mitad descansado-- tenía rasgos femeninos... Yo nunca llegué a ser el “hombrecito” de la casa y no me importó. Siempre me gustó más ser la «mujercita» de la casa».

EL PRECIO DE LOS SUEÑOS

--¿Cuándo decidiste comenzar a vestirte y a comportarte corno una mujer?

--El proceso comenzó hace unos cinco años, más bien seis, cuando tenía diecinueve años y comencé a trabajar en una cafetería de la Playa de Las Canteras en la que limpiaba, las mesas, lavaba los vasos y fregaba el suelo. La vecina de arriba de mi casa le contó a mi madre que me había visto por la mañana con un pantalón vaquero, con una blusa de mujer, unos pechitos pequeños y muy pintada. Se lo dijo al volver de un viaje al campo y mi madre me llamó. Le contesté que era verdad lo que le habían dicho, abrí los botones de mi bata y le ensené mis interioridades. Ella se quedó como si nada y sólo me dijo que estaba bien, que no la afrentara y que no quería que le volvieran a decir que daba escándalos, Entonces ya me estaba hormonando y había decidido ser mujer.

Esa doble vida se rompió pronto. Greta fue abandonando cada vez más rápidamente su papel masculino y asumiendo la ropa, el maquillaje, los gestos y el lenguaje femenino. Mejor aún, fue adoptando esa especial forma de maquillarse, vestirse, hablar y gesticular que utilizan los travestis, un intento de buscar la quintaesencia de una femineidad más que perdida nunca poseída.

--Yo ya estaba metida en el mundo de los travestis. Cierto día, en una bolera que ya no existe, me encontré con una amiga, un travestí, que se llama Paola. Ese mismo día había dejado el trabajo en el bar y ella me dijo que por qué no iba al Britania y me presentaba allí. Fui, cuando entramos me presentó al director quien me pidió inmediatamente que me quitara el pantalón. Me quedé un poco parada, pero me lo quité. Dijo: “Perfecto, perfecto, mañana mismo tienes que empezar a trabajar para hacer un streptease”. Me dio un disco, me lo estudié y al día siguiente hice mi primer número de streptease.

La geografía del mundo de los travestis se extiende en Las Palmas en un marco muy determinado. Los alrededores del cabaret Britania, en el que cada noche hay un espectáculo transexual, la calle Fernando Guanarteme y un poco más abajo Franchi y Roca. En las calles del Puerto donde también se ejerce la prostitución femenina y en algunos clubs como el Sagitario, donde se reúnen, hablan, recuerdan sus triunfos con hombres de verdad y se ríen de quienes acuden a verlos como si fuera el zoológico. Es un ambiente cerrado en sí mismo, sin salidas, donde siempre se ven las mismas caras, las mismas actitudes, probablemente los mismos sueños y, desde luego, las mismas envidias y rencillas. Las mismas soledades.

--Cuando era travestí me sentía como si siempre estuviera asediada, acuciada. Cuando iba al cine, por ejemplo, me sentía muy nerviosa y esperaba ansiosamente que apagaran las luces. En primer lugar porque iba sola, y también porque me sentía entre tanta gente que me ponía nerviosa.

Otra vez se mueve inquieta ante el espejo de la grabación. Sus manos, quietas pero sudorosas, muestran ese nerviosismo que se convierte en concentración. La principal ocupación de los travestís se orienta hacia el mundo del espectáculo. Un espectáculo divertido y triste a un tiempo en el que matrimonios de turistas, curiosos en general, homosexuales reprimidos y juerguistas a medios pelos intentan darle un toque de aventura desconocida y misteriosa a sus vidas. Pero no todos pueden dedicarse al espectáculo o ésa es una ocupación sólo transitoria. Por encima de ello, la prostitución y muchas veces la delincuencia es la única salida posible para quienes no tienen dotes para cantar o bailar, para quienes no son suficientemente femeninas o sólo escasamente atractivas. «Un travestí se tiene que dedicar a la prostitución porque a cada puerta que llamas siempre le saldrán con una evasiva y la mayoría de las veces con un no rotundo, grande y aplastante».

En un mundo de oscuridad y tristeza el travestí hace su papel. Allí, probablemente en una habitación cerrada y poco iluminada, sobre una colcha sucia, sin otro mobiliario que la cama, una silla para dejar la ropa y una mesilla de noche pequeña y anticuada, satisfacen unos minutos de sexo a honorables padres de familia, respetables ciudadanos que esa noche han alargado ficticiamente su trabajo en la oficina o juerguistas nocturnos que quieren probar el sabor de lo desconocido. Tal vez también dan compañía a quien sabe que puede conseguir rozar el límite de lo prohibido por tan solo mil o mil quinientas pesetas. «A mí me hubiera gustado ser oficinista, secretario, dependienta en una boutique, hubiera sido un deseo hermoso, pero da la casualidad de que nunca lo hubiera podido cumplir por ser lo que soy, por ser lo que siempre he sido».
Greta tomó el camino del espectáculo, sin dejar de rozar algunas veces ese límite peligroso entre el arte y lo que no lo es. «En la sala del Britania estuve ocho meses, de allí pasé a salas de alterne con espectáculo y en ese momento surgió la idea de operarme, que con el tiempo fue verdad».

SUEÑO DE MUJER

Hasta que un travestí no se opera no es una mujer. Es como un caldero al que le falta la tapa». Cuenta Greta, estableciendo así una frontera entre el pasado y el presente, entre lo que no se quiso ser y lo que no se puede llegar a ser si no es a costa de la negación total de su masculinidad original, y aún así...

--Cuando decidí operarme fue por medio de una amiga que a través de otra me consiguió la dirección de Casa-blanca, fui allí y me operé.

Desde hace unos meses se han despenalizado las operaciones de cambio de sexo. Así fue aprobado por la Comisión de Justicia e Interior del Congreso ante la que el socialista Álvaro Cuesta defendió una enmienda que obtuvo la mayoría de la comisión y el rechazo de la minoría formada por aliancistas y centristas. Se intenta así paliar un problema cuya magnitud en otros países de Europa ha llegado a preocupar al Parlamento Europeo que ha planteado la necesidad de solucionar la ambigua situacionjuridica.de este tipo de operaciones y de las personas que se someten a ella. La República Federal Alemana es el único país europeo que tiene una legislación completa sobre el tema, en los demás, las operaciones de cambio de sexo están despenalizadas, como en Italia o Inglaterra, o son consentidas, como en Francia y Bélgica, pero no existen unas leyes que las regulen y que den salida jurídica legal a la situación civil en que quedan quienes deciden convertirse en mujeres.

«Antes de ir a operarme yo ya había salido de Canarias en un par de ocasiones, había ido a Barcelona y a Vigo, pero Casablanca era muy diferente, a mí me resultó maravillosa». Acostumbrada a la clandestinidad en que había vivido hasta entonces, la clínica se convirtió para Greta en el primer sitio donde la trataban como mujer. «Cuando llegué me trataron muy bien, fue un impacto para mí. Por todos lados me trataban de señorita. Señorita por aquí, señorita por allá. Fue maravilloso, un recuerdo inolvidable. Me acogieron muy bien, me instalaron en una linda habitación que por fuera tenía una flor grabada, una margarita. Era una habitación para dar a luz, porque era una clínica de maternidad. Tenía su cuna y todos los accesorios».

En algunos países ha habido problemas por accidentes durante las operaciones. En Bélgica se retrasó la adaptación de la legislación a consecuencia del escándalo creado por el fallecimiento de un transexual en el transcurso de una operación hace diez años. «En realidad la intervención no es nada complicada --escribía hace meses un médico español--. Se extirpan el pene y los testículos, y con la piel del pene se construye una nueva vagina. De hecho, el paciente ya tiene extirpados sus órganos masculinos, en su psiquis, desde niño». Greta recuerda el momento de su transformación sin miedo, con tranquilidad. Frente a la cinta que va desgranando sus palabras se muestra sonriente, relajada quizás por primera vez.

--Anteriormente a entrar en el quirófano me pusieron unas inyecciones y estaba como sonámbula, medio tonta. Me fui andando, pero no me daba cuenta de nada. Cuando estaba en el quirófano vi una gran luz justo encima de la mesa de operaciones. Me dijeron que me estuviera tranquila y me fui quedando dormida. Por la mañana desperté.

En esa habitación, seguramente clara, de Casablanca, en una clínica de maternidad, como en un segundo nacimiento que estuviera precedido del suicidio de su anterior personalidad, Orlando se despertó transformado en Orlanda. Greta lo era ya desde antes, desde que decidió vivir como una mujer y se autobautizó de nuevo. «Lo primero que vi al abrir los ojos fue que estaba atada de pies y manos. Entonces llamé a la enfermera y me desató. Estuve doce días de reposo después de la operación. En ese tiempo tenía una sonda puesta, comía, me levantaba con la sonda, veía la calle, la gente. Un día oí que había otra igual que yo en la habitación de al lado, pero nunca la vi».

Greta cuenta que a la vuelta fue algo distinto, que la gente fue a visitarla y que su familia estaba muy contenta. «Era un poco como si hubiera legalizado mi situación. Lo que la naturaleza me negó fui yo y lo conseguí con mis medios». Reivindica orgullosa, aunque en la soledad de su casa, mientras escucha su propia vida contada por alguien que se esconde en una caja llena de teclas, vive todavía el peso de las ausencias que la rodean. «Lo que más me aterra es la soledad. Me he sentido sola cantidad de veces, casi toda mi vida. Nunca he encontrado a nadie con quien me sintiera realmente acompañada y no sólo a nivel amoroso, sino simplemente amistoso. Cuando he tenido un conocido han sido como flechas, puntas que me hacían daño, comentarios irónicos. Nunca he tenido un amigo de verdad».

SUEÑO DE ARTISTA

Sin embargo, el cambio de sexo la ha colocado ante el imposible sueño de la felicidad. «Cuando volví siendo mujer no tuve mayores problemas para encontrar trabajo en las; salas de fiestas. Una amiga me dio el nombre de un representante de Madrid, le envíe fotografías y luego fui allí. Me metió en un ballet donde comencé a trabajar por varias provincias españolas».

De esa época conserva un álbum de fotos en el que aparece en los diferentes espectáculos en que ha participado. También algún recorte de periódico, como uno de DIARIO DE LAS PALMAS, en el que salió una vez un reportaje sobre el local en el que trabajaba y sobre el espectáculo. Ahora no trabaja, pero no por eso ha olvidado su otro gran sueño, quizás más difícil de realizar que el de ser mujer; ser artista. Confiesa que no admira a nadie en especial, que quiere ser ella misma, pero puesta a elegir entre ser una mujer de su casa o una artista famosa prefiere lo último. «Por supuesto que ser una mujer de esas famosas de Hollywood o Broadway». Afirma que no está enamorada, que lo estuvo una vez, cuando tenía 21 años, después de operarse, pero que la experiencia acabó mal, y admite tener novios casi todos los días, «son novios habituales, de paso. Soy una mujer que siente y padece como toda mujer, capaz de experimentar placer cuando estoy con un hombre».

En esa desesperada búsqueda de identidad que ha llevado a Greta a cambiar su sexo, la balanza se ha inclinado por una exacerbada femineidad que a veces parece paródica y que se tiñe de los tintes más tradicionales. «Las mujeres no estamos explotadas, la mujer está en lo que ella ha querido ser. Si ella ha querido eso ahora lo tiene, y hay que conformarse». Es duro ese contraste entre una vida transcurrida entre el miedo y la desvergüenza, a lucha diaria con los convencionalismos sexistas de una sociedad cuyo papel asume totalmente, aunque, lógicamente, se muestre liberal en ciertos terrenos: «La homosexualidad forma parte de las personas, es una manera de ser como otra cualquiera. Es una forma de sentir la vida y de vivirla».

Le gustan los hombres guapos, naturalmente, «altos, morenos y con los ojos negros», y sus sueños de artista, a medio camino entre el poster de Elvis que cuelga en su habitación y las fotos de Marylin que guarda en su álbum, se mezcla con los de mujer. «Me encanta hacer las cosas de la casa, cocinar, fregar, tener la casa bien limpia y ordenada. Son cosas que me chiflan». Y es celosa, «terriblemente celosa, muchísimo, en cantidad. Al hombre que yo quiero no me gusta perderlo».

En contraste con su otra personalidad, vivida constantemente en ese lado peligroso de la vida, en esa orilla de indefinidos límites que se pierden en la oscuridad de la noche, se declara miedosa. «Soy miedosa cuando estoy sola en casa. Le tengo miedo a la noche, también le tengo miedo a los hombres --y sonríe al escucharlo como sonrió al decirlo en la entrevista grabada que ha venido escuchando durante la charla-- que no es que sean malos, es que son muy astutos». Y tal vez con el tiempo haga posibles, sin rencor, sus sueños de mujer y de artista. «Quizás tenga algunos pequeños resquicios de resentimiento con la gente que no me ha tratado bien, pero espero que con el tiempo se acaben las llamas del resentimiento».




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