POLEMICA SOBRE EL TOP-LESS CON EL ALCALDE DE LAS
PALMAS (1983)
Aunque los prejuicios moralistas y machistas sobre
el desnudo en general y el femenino en particular todavía perviven (“dicen que
van cambiando, pero se van disfrazando”, Moncho dixit), en 1983, casi a ocho
años de la muerte del dictador, constituían una pesada losa sobre las
libertades de las mujeres y sobre la conciencia moral del conjunto de la
población. Por eso estos textos tan antiguos, que hoy en día pueden parecer que
cuentan divertidas peripecias ya superadas, espero que también puedan servir
para mover a una cierta reflexión actual sobre una vieja tara de la humanidad,
en tanto en cuanto tal vez reflejen una doble perversión del pensamiento.
Por un lado, la consideración del cuerpo desnudo (y
por ende el sexo, pues de eso se trata) como sucio, oscuro y pecaminoso, en
lugar del algo luminoso y feliz que es. El mundo al revés: el sufrimiento es
bueno y el placer malo. Jamás ha sido condenada la iglesia católica y sus
adláteres por la retorcida invención del concepto de pecado, que a tantos
siglos de remordimientos de conciencia y la consiguiente infelicidad nos
condenó y que sobre tantos millones y millones de personas recayó.
Por el otro (y aquí entra la polémica con el
alcalde), está esa igualmente antigua perversión machista que subyade en la
idea de que sólo el cuerpo “bello”, femenino, faltaría más, debe ser exhibido.
Según ello, la mujer y su cuerpo están hechos por el altísimo para el exclusivo
disfrute del macho. Es una concepción machista y rijosa que a estas alturas
debería pasado al Museo Internacional de Aberraciones Históricas (con sede,
como todo el mundo sabe, en el Valle de los Caídos). Me temo que no ha sido
así.
Juan Rodríguez Doreste era en 1983 alcalde de Las
Palmas de Gran Canaria. Con 79 años de edad era un veterano socialista, que ya
en la República había destacado entre los jóvenes intelectuales de vanguardia.
Tras el golpe militar de 1936 (en Canarias no hubo guerra. Se acostaron
republicanos el 17 de julio y amanecieron franquistas el 18. Sin posibilidad de
escape, además) fue detenido y pasó una temporada en el campo de concentración
de Gando. Sí, donde ahora está el aeropuerto, señores turistas.
Sobrevivió durante la dictadura nadando entre dos
aguas y colaborando regularmente en la prensa mientras comía de su labor
empresarial. Era un hombre de respeto al que a veces se le consideraba el
Tierno Galván canario, y alguna razón tenían, porque había rasgos comunes entre
ellos, los buenos y los malos, que también los tenían. Yo no era de su club de
fans, ni político ni personal, pero eso de que las tetas caídas no tenían
derecho a asomar por el escote me sacó de quicio.
Hay un primer artículo de la polémica, en el que estaban
las declaraciones del alcalde, que no he encontrad, pero sí los dos siguientes.
En el primero cuestionaba su pensamiento, en el segundo contaba un suceso de un
par de días después que concluía el tema.
DIARIO DE LAS PALMAS. 3 DE AGOSTO DE 1983
AYER, al comprar
DIARIO DE LAS PALMAS, una noticia de primera página, una noticia intrascendente
y veraniega, me saltó de forma agradable a los ojos: «El top-tess se puede practicar en Las Canteras». Digo que era una
noticia intrascendente y veraniega porque hoy, a estas alturas, la presencia en
las playas canarias de mujeres con sólo la parte inferior del biquini sobre el
cuerpo es una realidad cotidiana que se ha apoderado con normalidad de la
opinión pública y pocos o ninguno se escandaliza por ello. Y si se escandalizan
no tienen más remedio que soportarlo, ante el evidente sentido minoritario de
su oposición. Sin embargo, la playa de Las Canteras venía siendo el último
reducto del puritanismo.
Un puritanismo
caduco y poco consecuente, que encuentra inadmisible que las mujeres se bañen
con el torso desnudo mientras que no se escandalizan ante el top-less masculino
que, al fin y al cabo, no hace ni siquiera cincuenta años constituía un
espectáculo tan escandaloso y criticado como lo fue hace cinco o diez el
femenino. Hay quien afianzará su opinión anti top-less con la sacrosanta cita a
la pureza de la infancia y a la moral ancestral. Menos que nadie los niños se
escandalizan con el desnudo femenino en una playa. Son más bien los honorables
padres de familia los que al día siguiente comentan en la oficina la jornada de
«voyeurismo» dominical, sin darse cuenta que en realidad no critican el
libertinaje de los demás sino su propia represión. De padres tales sí pueden
salir niños reprimidos; en otro caso es sumamente difícil.
Hasta aquí todo
normal: en Las Canteras las mujeres se podrán bañar con un bañador como el
nuestro, los hombres: sólo con la parte inferior. Eso está bien, pero la
sorpresa viene con un comentario de don Juan Rodríguez Doreste que se
reproduce: «Pienso que sólo lo deberían
practicar las mujeres que tienen unos senos bien moldeados. En la actualidad
estas cuestiones no tienen trascendencia porque la gente es lo suficientemente
educada y respetuosa con las posturas de los demás. En definitiva, creo que la
práctica del top-less en las playas compete sólo al exhibicionismo,
constituyendo más que un problema de moral un problema de estética».
Reconozco que
una de las cosas que a nivel humano siempre me han resultado más atractivas de
nuestro alcalde es ese aire de intelectual calavera que a veces se desprende de
él. Pero nunca hubiera llegado a pensar que esa actitud, que le convierte en un
ser de carne y hueso, como nosotros, algo de lo que tan necesitados están
ciertos hombres públicos, se pudiera convertir en una declaración tan
desafortunada y machista.
Para don Juan,
el top-less (horrible palabra, por cierto), no es una cosa de comodidad que los
hombres llevan practicando desde hace muchos años, sino un problema de exhibicionismo.
Es decir, no es una forma de liberación contra la pacatería moral de una
sociedad reprimida y represora, por fortuna en trance de extinción, sino una
anormalidad: «exhibicionismo» que aparece en los viejos libros de sexología
junto a otras presuntas burradas sexuales acabadas también, cómo no, en «ismo»:
bestialismo, sadomasoquismo, lesbianismo, etc…ismo.
Según este
principio, es lógico que don Juan establezca la conveniencia de que las
exhibicionistas sean «bellas». Toda exhibición tiene un público y todo exhibicionista
tiene un «voyeur». Es para ese «mirón» para quien tiene valor la belleza del
que se exhibe, pero para el que enseña y para el que no tiene ningún interés
morboso en el tema (por mucho que se prefieran las cosas más bellas a las menos
bellas y considerando la relatividad de la belleza) la cosa da exactamente lo
mismo. Para esta mayoría, la actitud femenina de bañarse y tomar el sol con el
pecho descubierto es tan sólo una cuestión de comodidad, libertad individual y
dignidad de la persona, y con ninguna de estas cuestiones tiene nada que ver la
manera en que estén moldeados los pechos de los individuos, sean del sexo que
sean, ¿o es que no hay cuerpos masculinos poco estéticos?
Siguiendo con la
lógica que destila la poco afortunada frase del señor alcalde, los ancianos,
los contrahechos, los gordos o los demasiado flacos, los inválidos y tantos
otros, deberían permanecer en toda circunstancia y momento con su cuerpo oculto
para no «ofender» nuestro sentido estético con el deterioro que,
inevitablemente el tiempo, la enfermedad u otros factores han causado a sus
fisonomías. ¿Verdad que no, señor alcalde?
Dos días después se solucionó la cuestión, no sin un
incidente del que parece ser que fui testigo y al que, me temo al leerlo ahora,
que no dejé de ponerle algo de literatura al reflejarlo.
DIARIO DE LAS PALMAS. 5 DE AGOSTO DE 1983.
La primera
batalla por el derecho a estar en top-less en la playa de Las Canteras se ha librado
ya entre una joven y un guardia municipal, con la victoria, evidente para los
defensores del derecho de la mujer a llevar descubierto el pecho en las playas.
Era por la tarde, poco después del mediodía. Hacía un sol que comienza ya a ser
excepcional en estos días de agosto en Las Palmas, y en la zona de La Puntilla
se estaban bañando y tomando el sol cinco jóvenes, tres canarias y dos iraníes.
Una de las primeras había decidido, siguiendo las noticias publicadas de que el
top-less no estaba prohibido en la primera playa capitalina, quitarse la parte
de arriba del biquini, tomando el sol con el pecho descubierto sin que nadie se
escandalizara de entre el mucho personal que, solos o en familia, tomaban el
sol a esa hora.
EL PESO DE LA LEY
Un guardia se acercó
a las jóvenes y pidió a la que se encontraba en top-less que se pusiera el
sujetador, a lo que ésta argumentó que en todas las playas se podía practicar
el top-less, que incluso en muchas playas igual de públicas que aquélla, con
familias y todo tipo de gente, se practicaba sin mayor escándalo, Y que,
además, el periódico había dicho que el alcalde de la ciudad y el gobernador
civil de la provincia estaban de acuerdo en que se practicara en la playa de
Las Canteras.
Se inició una
larga discusión entre el guardia municipal y la bañista. Los muchos vecinos al
suceso comenzaron a interesarse en el tema y en algunas ocasiones a dirigirse
al guardia confirmando lo que decía la muchacha. Incluso uno de los bañistas, algo
alejado del lugar, pero lo suficientemente cerca como para oír la discusión,
levantó sobre su cabeza un ejemplar del DIARIO DE LAS PALMAS en el que se
publicó, en primera página, la noticia. Había comenzado una batalla entre la
ley, defendida por su representante en la tierra, el guardia municipal, y la
voz popular, el derecho del individuo ante cosas que son de uso común y de
efecto escandaloso nulo:
-Mire señorita, usted podrá decir lo que
quiera, pero la ley es la ley, y yo no he leído en ningún sitio que esté
autorizado enseñar el pecho en la playa.
--Pero si lo hace todo el mundo, si hasta ha
salido en el periódico, que yo lo he leído--, contestaba la señorita
asombrada, quizás, ante el desfase entre la ley y la realidad, entre el deseo
de los gobernantes y la aplicación de ese deseo.
-Verá usted, si lo hubiera leído en un
decreto ley lo hubiera creído --insistía el guardia-. Si usted me trae el decreto ley, yo no tengo ningún inconveniente.
-Yo soy una ciudadana de a pie
--continuó la joven-- y no recibo en mi
casa decretos leyes. Recibo el periódico, y es por eso por lo que me guío.
La conversación
había ido subiendo de tono, aunque sin llegar en ningún momento a ser
escandaloso. Matrimonios, hombres y mujeres, parejas de extranjeros y
nacionales, asistían curiosos a un espectáculo veraniego ciertamente insólito a
estas alturas del tiempo que corre.
-Verá, señorita, a mí no me importa, pero
comprenderá usted que es una cuestión de estética y moral.
-No me venga con cosas de moral y estética
--afirmó la señorita “desbiquinada”,
que de estética estaba bastante bien, por cierto, y es de suponer que no había
nada que decir de su moral- ¿Quién es
usted para decirme cuál es mi estética y mi moral?
En la orilla,
dentro del agua, un grupo de jóvenes entre catorce y dieciocho años de edad,
jugaban a la pelota, con el consiguiente escándalo, salpicones para los que
tomaban el sol e incomodidad para los bañistas. La señorita señaló hacia ellos.
-¿Y esos? ¿no molestan más que una mujer sin
sujetador?
-Lo siento, señorita, pero eso sucede dentro
del agua y allí yo no puedo decir nada --afirmó él guardia--. Y la
discusión terminó al momento. Ni corta ni perezosa la señorita se levantó, se
introdujo un par de pasos entre las olas, que eran suaves y tranquilas, y
pausadamente se sentó con sus estéticos pechos al aire. Al pasar a otro Estado,
como en las películas americanas, y no ser el top-less un delito federal, el sheriff
dio media vuelta y se alejó con su caballo cantando una vieja canción de
cowboys.
TOP-LESS PASADO POR AGUA
Los niños
siguieron jugando en la playa y en el agua, los veraneantes tomando el sol, las
parejas diciéndose cosas cariñosas al oído, y la joven del top-less continuó
sentada a un metro de la orilla, tomando desafiante el sol a pecho descubierto.
La gente se acercaba a saludarla, sus amigas y ella jugaban y se bañaban,
aunque sin secundarla en el “desbiquinamiento”,
y un matrimonio de extranjeros se acercó a ella, se sentó en la playa, y se
puso a comentar, en un castellano bastante chapucero, como de dos o tres
veraneos en las islas, la absurda situación.
No entendían que
pudiera suceder una cosa de ese tipo. Para ellos era algo natural, como para la
gran mayoría de los españoles, y comentaban, entre incrédulos y sorprendidos,
que ellos habían estado también en Las Palmas este invierno y que habían visto
a una cantidad considerable de extranjeras tomando el sol en top-less, y
también a algunas españolas, sin que nadie se acercara a molestarlas y ningún
guardia municipal quisiera ser más moralista que el resto del español medio.
-Claro, habría canarias pero eran mayoría
las extranjeras; si no, hubieran visto que pronto se habrían acercado para
pedirles que se cubrieran —argumentó nuevamente la bañista, que a estas
alturas comenzaba a sentir las posaderas ligeramente húmedas y frías. Un
momento después se levantó, volvió a la toalla y, con la cabeza erguida, pero
consciente de su victoria moral, se colocó el sujetador.
QUINTO DE CABALLERÍA EN FORMA DE ALCALDE
Pocó después se
presentó en la zona de la playa, donde se habla desarrollado el suceso, un
grupo de jóvenes que corriendo y saltando llenaban de arena a todos los presentes.
Nuevamente la señorita dio la batalla. Que por lo visto se había replegado,
paro no estaba dispuesta a perder la guerra de su dignidad. Se acercó al
guardia, que charlaba con un compañero bastantes metros más allá, y 1e recriminó
que no se ocupara de que a la gente se la estuviera llenando de arena.
Preguntando que quién estaba haciendo eso, recibió la contestación de que ella
no era ninguna «soplona» ni «chivata», que su obligación era estar
al tanto de lo que pasaba en la playa. Hubo escusas, explicaciones de que
también tenía que ocuparse del tráfico, y al final, acorralado contra las
cuerdas, más solo que Gary Cooper en aquella película en la que se casaba con
Grace Kelly y luego se enfrentaba a una banda de forajidos, el guardia
reconoció que habla llamado al señor alcalde y que éste le había recomendado
que fuera «tolerante»,
No esperó más.
Dándose media vuelta se acercó hacia su toalla. Cuande llegó a ella ondeaba en la
mano el sujetador del biquini, bastante pequeño, por cierto, como símbolo o
bandera de liberación, Y así fue esta crónica insustancial sobre un tema frívolo
y veraniego, pero recordemos que aquí hemos hablado también del derecho a la
comodidad y al propio cuerpo, y eso no es sólo del verano y de la playa, sino
de todo tiempo, como los colchones de muelles.
Despiece
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
La otra cara de
la moneda podría estar representada por una señora --o señorita, que eso telefónicamente
es difícil de averiguar-- que llamó indignada a nuestra redacción pocas horas
después de que el anterior y polémico reportaje sobre el nudismo hubiera salido
a la calle. Nuestra querida ex lectora --puesto que precisamente para comunicar
que iba a dejar de serlo se ponía en contacto con nosotros-- preguntó
directamente por el «administrador». Como a eso de las doce y media de la noche
ese departamento no trabaja y su reclamación no podía esperar más, se la
planteó directamente a uno de los redactores tras un infructuoso intento de
mutua identificación. «Para empezar, ¿quién es usted?», preguntaba la enojada
voz al otro lado del hilo, «No, mire, para empezar debería decirnos quién es
usted, ya que es usted la que ha llamado», respondíamos nosotros desde este extremo
de la línea.
--Pues mire, yo soy una católica, apostólica
y romana y les llamo para decirles que no pienso comprar nunca más el DIARIO DE
LAS PALMAS. Antes me gustaba mucho, pero después de la guarrada que han
publicado hoy, no vuelvo a comprarlo.
Le contestamos
que estaba en su perfecto derecho de no hacerlo, ya que esto es una economía de
libre mercado y cada cual se gasta el dinero en lo que le apetece.
--Es que es una verdadera guarrada que ofende
a Dios…
Con respecto a
su opinión no teníamos nada que objetar, porque ése es otro derecho constitucionalmente
reconocido a cada ciudadano, pero nos pareció demasiado que nuestra anónima
comunicante se erigiese en intérprete de la opinión divina. Se lo dijimos
amablemente, pero ella no daba su brazo a torcer:
--No, no, eso ofende a Dios y Dios nos va a
castigar por tanta maldad.
A partir de ahí
la conversación se hizo un tanto confusa y ante la avalancha de mundo, demonio
y carne que se nos venía encima resultaba prácticamente imposible explicarle a
la escandalizada señora que DIARIO DE LAS PALMAS se había limitado a reflejar
en sus páginas un hecho social que podía gustarle a ella o no, pero que
objetivamente estaba ahí.
--Nada, nada, que Dios nos va a castigar. Yo
soy católica, apostólica y romana, y navarra, por más señas...
«Y del siglo
pasado, señora», se nos escapó para completar su declaración de principios. Sin
embargo, todo transcurrió dentro del democrático cauce del contraste de
pareceres y nuestra ex lectora quedó satisfecha reiterándonos que no compraría nunca
jamás el periódico. Desde aquí le aconsejamos que además cierre los ojos cuando
al salir de la ducha pase frente al espejo.
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