jueves, 11 de abril de 2013


POLEMICA SOBRE EL TOP-LESS CON EL ALCALDE DE LAS PALMAS (1983)





Aunque los prejuicios moralistas y machistas sobre el desnudo en general y el femenino en particular todavía perviven (“dicen que van cambiando, pero se van disfrazando”, Moncho dixit), en 1983, casi a ocho años de la muerte del dictador, constituían una pesada losa sobre las libertades de las mujeres y sobre la conciencia moral del conjunto de la población. Por eso estos textos tan antiguos, que hoy en día pueden parecer que cuentan divertidas peripecias ya superadas, espero que también puedan servir para mover a una cierta reflexión actual sobre una vieja tara de la humanidad, en tanto en cuanto tal vez reflejen una doble perversión del pensamiento.
Por un lado, la consideración del cuerpo desnudo (y por ende el sexo, pues de eso se trata) como sucio, oscuro y pecaminoso, en lugar del algo luminoso y feliz que es. El mundo al revés: el sufrimiento es bueno y el placer malo. Jamás ha sido condenada la iglesia católica y sus adláteres por la retorcida invención del concepto de pecado, que a tantos siglos de remordimientos de conciencia y la consiguiente infelicidad nos condenó y que sobre tantos millones y millones de personas recayó.
Por el otro (y aquí entra la polémica con el alcalde), está esa igualmente antigua perversión machista que subyade en la idea de que sólo el cuerpo “bello”, femenino, faltaría más, debe ser exhibido. Según ello, la mujer y su cuerpo están hechos por el altísimo para el exclusivo disfrute del macho. Es una concepción machista y rijosa que a estas alturas debería pasado al Museo Internacional de Aberraciones Históricas (con sede, como todo el mundo sabe, en el Valle de los Caídos). Me temo que no ha sido así.
Juan Rodríguez Doreste era en 1983 alcalde de Las Palmas de Gran Canaria. Con 79 años de edad era un veterano socialista, que ya en la República había destacado entre los jóvenes intelectuales de vanguardia. Tras el golpe militar de 1936 (en Canarias no hubo guerra. Se acostaron republicanos el 17 de julio y amanecieron franquistas el 18. Sin posibilidad de escape, además) fue detenido y pasó una temporada en el campo de concentración de Gando. Sí, donde ahora está el aeropuerto, señores turistas.
Sobrevivió durante la dictadura nadando entre dos aguas y colaborando regularmente en la prensa mientras comía de su labor empresarial. Era un hombre de respeto al que a veces se le consideraba el Tierno Galván canario, y alguna razón tenían, porque había rasgos comunes entre ellos, los buenos y los malos, que también los tenían. Yo no era de su club de fans, ni político ni personal, pero eso de que las tetas caídas no tenían derecho a asomar por el escote me sacó de quicio.
Hay un primer artículo de la polémica, en el que estaban las declaraciones del alcalde, que no he encontrad, pero sí los dos siguientes. En el primero cuestionaba su pensamiento, en el segundo contaba un suceso de un par de días después que concluía el tema.




DIARIO DE LAS PALMAS. 3 DE AGOSTO DE 1983

AYER, al comprar DIARIO DE LAS PALMAS, una noticia de primera página, una noticia intrascendente y veraniega, me saltó de forma agradable a los ojos: «El top-tess se puede practicar en Las Canteras». Digo que era una noticia intrascendente y veraniega porque hoy, a estas alturas, la presencia en las playas canarias de mujeres con sólo la parte inferior del biquini sobre el cuerpo es una realidad cotidiana que se ha apoderado con normalidad de la opinión pública y pocos o ninguno se escandaliza por ello. Y si se escandalizan no tienen más remedio que soportarlo, ante el evidente sentido minoritario de su oposición. Sin embargo, la playa de Las Canteras venía siendo el último reducto del puritanismo.
Un puritanismo caduco y poco consecuente, que encuentra inadmisible que las mujeres se bañen con el torso desnudo mientras que no se escandalizan ante el top-less masculino que, al fin y al cabo, no hace ni siquiera cincuenta años constituía un espectáculo tan escandaloso y criticado como lo fue hace cinco o diez el femenino. Hay quien afianzará su opinión anti top-less con la sacrosanta cita a la pureza de la infancia y a la moral ancestral. Menos que nadie los niños se escandalizan con el desnudo femenino en una playa. Son más bien los honorables padres de familia los que al día siguiente comentan en la oficina la jornada de «voyeurismo» dominical, sin darse cuenta que en realidad no critican el libertinaje de los demás sino su propia represión. De padres tales sí pueden salir niños reprimidos; en otro caso es sumamente difícil.
Hasta aquí todo normal: en Las Canteras las mujeres se podrán bañar con un bañador como el nuestro, los hombres: sólo con la parte inferior. Eso está bien, pero la sorpresa viene con un comentario de don Juan Rodríguez Doreste que se reproduce: «Pienso que sólo lo deberían practicar las mujeres que tienen unos senos bien moldeados. En la actualidad estas cuestiones no tienen trascendencia porque la gente es lo suficientemente educada y respetuosa con las posturas de los demás. En definitiva, creo que la práctica del top-less en las playas compete sólo al exhibicionismo, constituyendo más que un problema de moral un problema de estética».
Reconozco que una de las cosas que a nivel humano siempre me han resultado más atractivas de nuestro alcalde es ese aire de intelectual calavera que a veces se desprende de él. Pero nunca hubiera llegado a pensar que esa actitud, que le convierte en un ser de carne y hueso, como nosotros, algo de lo que tan necesitados están ciertos hombres públicos, se pudiera convertir en una declaración tan desafortunada y machista.
Para don Juan, el top-less (horrible palabra, por cierto), no es una cosa de comodidad que los hombres llevan practicando desde hace muchos años, sino un problema de exhibicionismo. Es decir, no es una forma de liberación contra la pacatería moral de una sociedad reprimida y represora, por fortuna en trance de extinción, sino una anormalidad: «exhibicionismo» que aparece en los viejos libros de sexología junto a otras presuntas burradas sexuales acabadas también, cómo no, en «ismo»: bestialismo, sadomasoquismo, lesbianismo, etc…ismo.
Según este principio, es lógico que don Juan establezca la conveniencia de que las exhibicionistas sean «bellas». Toda exhibición tiene un público y todo exhibicionista tiene un «voyeur». Es para ese «mirón» para quien tiene valor la belleza del que se exhibe, pero para el que enseña y para el que no tiene ningún interés morboso en el tema (por mucho que se prefieran las cosas más bellas a las menos bellas y considerando la relatividad de la belleza) la cosa da exactamente lo mismo. Para esta mayoría, la actitud femenina de bañarse y tomar el sol con el pecho descubierto es tan sólo una cuestión de comodidad, libertad individual y dignidad de la persona, y con ninguna de estas cuestiones tiene nada que ver la manera en que estén moldeados los pechos de los individuos, sean del sexo que sean, ¿o es que no hay cuerpos masculinos poco estéticos?
Siguiendo con la lógica que destila la poco afortunada frase del señor alcalde, los ancianos, los contrahechos, los gordos o los demasiado flacos, los inválidos y tantos otros, deberían permanecer en toda circunstancia y momento con su cuerpo oculto para no «ofender» nuestro sentido estético con el deterioro que, inevitablemente el tiempo, la enfermedad u otros factores han causado a sus fisonomías. ¿Verdad que no, señor alcalde?


Dos días después se solucionó la cuestión, no sin un incidente del que parece ser que fui testigo y al que, me temo al leerlo ahora, que no dejé de ponerle algo de literatura al reflejarlo.


DIARIO DE LAS PALMAS. 5 DE AGOSTO DE 1983.

La primera batalla por el derecho a estar en top-less en la playa de Las Canteras se ha librado ya entre una joven y un guardia municipal, con la victoria, evidente para los defensores del derecho de la mujer a llevar descubierto el pecho en las playas. Era por la tarde, poco después del mediodía. Hacía un sol que comienza ya a ser excepcional en estos días de agosto en Las Palmas, y en la zona de La Puntilla se estaban bañando y tomando el sol cinco jóvenes, tres canarias y dos iraníes. Una de las primeras había decidido, siguiendo las noticias publicadas de que el top-less no estaba prohibido en la primera playa capitalina, quitarse la parte de arriba del biquini, tomando el sol con el pecho descubierto sin que nadie se escandalizara de entre el mucho personal que, solos o en familia, tomaban el sol a esa hora.
EL PESO DE LA LEY
Un guardia se acercó a las jóvenes y pidió a la que se encontraba en top-less que se pusiera el sujetador, a lo que ésta argumentó que en todas las playas se podía practicar el top-less, que incluso en muchas playas igual de públicas que aquélla, con familias y todo tipo de gente, se practicaba sin mayor escándalo, Y que, además, el periódico había dicho que el alcalde de la ciudad y el gobernador civil de la provincia estaban de acuerdo en que se practicara en la playa de Las Canteras.
Se inició una larga discusión entre el guardia municipal y la bañista. Los muchos vecinos al suceso comenzaron a interesarse en el tema y en algunas ocasiones a dirigirse al guardia confirmando lo que decía la muchacha. Incluso uno de los bañistas, algo alejado del lugar, pero lo suficientemente cerca como para oír la discusión, levantó sobre su cabeza un ejemplar del DIARIO DE LAS PALMAS en el que se publicó, en primera página, la noticia. Había comenzado una batalla entre la ley, defendida por su representante en la tierra, el guardia municipal, y la voz popular, el derecho del individuo ante cosas que son de uso común y de efecto escandaloso nulo:
-Mire señorita, usted podrá decir lo que quiera, pero la ley es la ley, y yo no he leído en ningún sitio que esté autorizado enseñar el pecho en la playa.
--Pero si lo hace todo el mundo, si hasta ha salido en el periódico, que yo lo he leído--, contestaba la señorita asombrada, quizás, ante el desfase entre la ley y la realidad, entre el deseo de los gobernantes y la aplicación de ese deseo.
-Verá usted, si lo hubiera leído en un decreto ley lo hubiera creído --insistía el guardia-. Si usted me trae el decreto ley, yo no tengo ningún inconveniente.
-Yo soy una ciudadana de a pie --continuó la joven-- y no recibo en mi casa decretos leyes. Recibo el periódico, y es por eso por lo que me guío.
La conversación había ido subiendo de tono, aunque sin llegar en ningún momento a ser escandaloso. Matrimonios, hombres y mujeres, parejas de extranjeros y nacionales, asistían curiosos a un espectáculo veraniego ciertamente insólito a estas alturas del tiempo que corre.
-Verá, señorita, a mí no me importa, pero comprenderá usted que es una cuestión de estética y moral.
-No me venga con cosas de moral y estética --afirmó la señorita “desbiquinada”, que de estética estaba bastante bien, por cierto, y es de suponer que no había nada que decir de su moral- ¿Quién es usted para decirme cuál es mi estética y mi moral?
En la orilla, dentro del agua, un grupo de jóvenes entre catorce y dieciocho años de edad, jugaban a la pelota, con el consiguiente escándalo, salpicones para los que tomaban el sol e incomodidad para los bañistas. La señorita señaló hacia ellos.
-¿Y esos? ¿no molestan más que una mujer sin sujetador?
-Lo siento, señorita, pero eso sucede dentro del agua y allí yo no puedo decir nada --afirmó él guardia--. Y la discusión terminó al momento. Ni corta ni perezosa la señorita se levantó, se introdujo un par de pasos entre las olas, que eran suaves y tranquilas, y pausadamente se sentó con sus estéticos pechos al aire. Al pasar a otro Estado, como en las películas americanas, y no ser el top-less un delito federal, el sheriff dio media vuelta y se alejó con su caballo cantando una vieja canción de cowboys.
TOP-LESS PASADO POR AGUA
Los niños siguieron jugando en la playa y en el agua, los veraneantes tomando el sol, las parejas diciéndose cosas cariñosas al oído, y la joven del top-less continuó sentada a un metro de la orilla, tomando desafiante el sol a pecho descubierto. La gente se acercaba a saludarla, sus amigas y ella jugaban y se bañaban, aunque sin secundarla en el “desbiquinamiento”, y un matrimonio de extranjeros se acercó a ella, se sentó en la playa, y se puso a comentar, en un castellano bastante chapucero, como de dos o tres veraneos en las islas, la absurda situación.
No entendían que pudiera suceder una cosa de ese tipo. Para ellos era algo natural, como para la gran mayoría de los españoles, y comentaban, entre incrédulos y sorprendidos, que ellos habían estado también en Las Palmas este invierno y que habían visto a una cantidad considerable de extranjeras tomando el sol en top-less, y también a algunas españolas, sin que nadie se acercara a molestarlas y ningún guardia municipal quisiera ser más moralista que el resto del español medio.
-Claro, habría canarias pero eran mayoría las extranjeras; si no, hubieran visto que pronto se habrían acercado para pedirles que se cubrieran —argumentó nuevamente la bañista, que a estas alturas comenzaba a sentir las posaderas ligeramente húmedas y frías. Un momento después se levantó, volvió a la toalla y, con la cabeza erguida, pero consciente de su victoria moral, se colocó el sujetador.
QUINTO DE CABALLERÍA EN FORMA DE ALCALDE
Pocó después se presentó en la zona de la playa, donde se habla desarrollado el suceso, un grupo de jóvenes que corriendo y saltando llenaban de arena a todos los presentes. Nuevamente la señorita dio la batalla. Que por lo visto se había replegado, paro no estaba dispuesta a perder la guerra de su dignidad. Se acercó al guardia, que charlaba con un compañero bastantes metros más allá, y 1e recriminó que no se ocupara de que a la gente se la estuviera llenando de arena. Preguntando que quién estaba haciendo eso, recibió la contestación de que ella no era ninguna «soplona» ni «chivata», que su obligación era estar al tanto de lo que pasaba en la playa. Hubo escusas, explicaciones de que también tenía que ocuparse del tráfico, y al final, acorralado contra las cuerdas, más solo que Gary Cooper en aquella película en la que se casaba con Grace Kelly y luego se enfrentaba a una banda de forajidos, el guardia reconoció que habla llamado al señor alcalde y que éste le había recomendado que fuera «tolerante»,
No esperó más. Dándose media vuelta se acercó hacia su toalla. Cuande llegó a ella ondeaba en la mano el sujetador del biquini, bastante pequeño, por cierto, como símbolo o bandera de liberación, Y así fue esta crónica insustancial sobre un tema frívolo y veraniego, pero recordemos que aquí hemos hablado también del derecho a la comodidad y al propio cuerpo, y eso no es sólo del verano y de la playa, sino de todo tiempo, como los colchones de muelles.

Despiece
LA OTRA CARA DE LA MONEDA

La otra cara de la moneda podría estar representada por una señora --o señorita, que eso telefónicamente es difícil de averiguar-- que llamó indignada a nuestra redacción pocas horas después de que el anterior y polémico reportaje sobre el nudismo hubiera salido a la calle. Nuestra querida ex lectora --puesto que precisamente para comunicar que iba a dejar de serlo se ponía en contacto con nosotros-- preguntó directamente por el «administrador». Como a eso de las doce y media de la noche ese departamento no trabaja y su reclamación no podía esperar más, se la planteó directamente a uno de los redactores tras un infructuoso intento de mutua identificación. «Para empezar, ¿quién es usted?», preguntaba la enojada voz al otro lado del hilo, «No, mire, para empezar debería decirnos quién es usted, ya que es usted la que ha llamado», respondíamos nosotros desde este extremo de la línea.
--Pues mire, yo soy una católica, apostólica y romana y les llamo para decirles que no pienso comprar nunca más el DIARIO DE LAS PALMAS. Antes me gustaba mucho, pero después de la guarrada que han publicado hoy, no vuelvo a comprarlo.
Le contestamos que estaba en su perfecto derecho de no hacerlo, ya que esto es una economía de libre mercado y cada cual se gasta el dinero en lo que le apetece.
--Es que es una verdadera guarrada que ofende a Dios…
Con respecto a su opinión no teníamos nada que objetar, porque ése es otro derecho constitucionalmente reconocido a cada ciudadano, pero nos pareció demasiado que nuestra anónima comunicante se erigiese en intérprete de la opinión divina. Se lo dijimos amablemente, pero ella no daba su brazo a torcer:
--No, no, eso ofende a Dios y Dios nos va a castigar por tanta maldad.
A partir de ahí la conversación se hizo un tanto confusa y ante la avalancha de mundo, demonio y carne que se nos venía encima resultaba prácticamente imposible explicarle a la escandalizada señora que DIARIO DE LAS PALMAS se había limitado a reflejar en sus páginas un hecho social que podía gustarle a ella o no, pero que objetivamente estaba ahí.
--Nada, nada, que Dios nos va a castigar. Yo soy católica, apostólica y romana, y navarra, por más señas...
«Y del siglo pasado, señora», se nos escapó para completar su declaración de principios. Sin embargo, todo transcurrió dentro del democrático cauce del contraste de pareceres y nuestra ex lectora quedó satisfecha reiterándonos que no compraría nunca jamás el periódico. Desde aquí le aconsejamos que además cierre los ojos cuando al salir de la ducha pase frente al espejo.



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