El disco, ¿industria o cultura?
En la última mitad de los años setenta de siglo XX
(dicho así parece que aún ha pasado más tiempo) la sociedad española asistió al
surgimiento de un creciente movimiento asociativo que sobrepasó los ámbitos
habituales, Los barrios, las universidades, las fábricas o los clubs juveniles,
por ejemplo, para intentar agrupar también a actores, músicos o incluso
escritores, pintores y cineastas en organizaciones de tipo sindical. Fue un
intento difícil que acabó fracasando o dando lugar a asociaciones profesionales
de mayor o menor duración. Era lógico dada la falsedad de la premisa inicial en
la que se basaba, aquella que definía al intelectual y al artista como “trabajadores
de la cultura”, una definición que respondía más una consigna voluntariosa e
ideológica que a una realidad social, pues obviaba el carácter esencialmente personal
de la obra artística y su compleja implicación con la industria cultural de la
que dependían.
No voy a entrar aquí en el tema, pues, aunque
someramente es una de las cosas que intenté explicar en una serie de cuatro
artículos publicados en 1981 en EL ECO DE CANARIAS.
Nadie podía sospechar entonces lo que iba a cambiar
la industria discográfica en todos sus aspectos, desde la producción a la
distribución o la promoción, con las nuevas tecnologías, a las hoy en día
todavía no han conseguido adaptarse las editoras tradicionales. De todas
formas, creo que hay elementos en aquellos textos que aún ahora pueden ser
motivo de reflexión actual.
El disco, ¿industria o cultura?
EL ECO DE CANARIAS. Las Palmas. 1981
Algunos sellos
discográficos latinoamericanos escriben en la contraportada de sus ediciones:
«El disco es cultura», en un intento de dar un prestigio artístico a los
productos que lanzan al mercado. Esta afirmación, cargada de buena voluntad, no
deja de ser cierta en algunos casos. Hay cantantes, compositores, incluso
empresas discográficas, que enfrentan la labor musical que realizan con el más
encomiable espíritu cultural, pero no dejan de ser una ínfima minoría. Es
cierto que hay cultura en el mundo del disco, incluso tal y como está planteado
ahora mismo, pero si tuviéramos que hacernos la pregunta que encabeza estas
líneas no nos queda más remedio que inclinar la balanza hacia el primero de los
dos términos del interrogante.
El disco es una
industria, una industria que mueve miles de millones anualmente, Dominada por
las multinacionales que crean y derrumban mitos de acuerdo a sus necesidades
económicas, que hacen la moda, imponen los tipos de música que van a escucharse
en todo el mundo, deciden cuáles son los contenidos a difundir y cuáles las
formas estéticas a utilizar. Todo ello desde una perspectiva basada
exclusivamente en sus dividendos y ganancias. Que a pesar de todo aún se cuelen
por los intersticios del sistema productos culturales válidos, con rigor
artístico y actitud testimonial, son accidentes, o simplemente las excepciones
de una regla que necesita de ellas para su supervivencia.
Con esta,
iniciamos una serie de notas sobre los diferentes aspectos que conforman esa
industria cultural, su funcionamiento y sus objetivos.
No se trata, en
absoluto, de desvalorizar lo que de positivo pueda haber en la actual canción
popular. Muy por el contrario lo que se intenta es resaltar esos valores, en
unos casos a partir de la utilización que de ellos hace la industria discográfica,
en otros precisamente desde una posición de total enfrentamiento a la misma.
Vivimos una
época en la que los valores puros están dejando de existir. Y la cultura es
quizás la que más pronto se ha visto contaminada por el mercantilismo. No sólo
en el terreno musical, sino también en otros con mayor «solera» cultural, como
sucede en el mundo del libro, en el del cine, en el de las artes plásticas. Y
fenómenos como las editoriales, las productoras, las galerías, etc, han dado
pie a que se pueda hablar de una «industria cultural» que hace y deshace a su
antojo supuestos valores culturales. Hoy se puede decir que cuanto leemos,
vemos o escuchamos, está mediatizado por la industria y el mercantilismo. No
podía ser de otra forma, y no se trata de llevarse las manos a la cabeza y
despreciar todo cuando venga marcado por ese sello industrial. Eso supondría
retrotraernos a las cavernas o a las formas de producción preindustriales, y
tampoco van por ahí los tiros.
En esta serie de
notas vamos a intentar centrar la importancia del fenómeno, situándolo en su
justo término. No se trata de navegar contra corriente, sino de estudiar hasta
qué punto la utilización de las posibilidades industriales en la edición de
discos van en contra de las cualidades artísticas y culturales de las mismas, y
hasta qué punto esta mediatización supone una manipulación del oyente y del
consumidor. Se trataría, en definitiva, de entrar en posesi6n de algunos de los
instrumentos que pueden servir para hacer una más justa valoración de los
discos y las canciones que cada día compramos en las tiendas o escuchamos y
vemos por radio, televisión o en directo.
Para ello en las
sucesivas semanas entramos en los sistemas de producción discográfica, los
criterios artísticos y sociales, la estructura de la industria, la crítica
musical, etc...
2. Cantantes y casas discográficas
¿obreros y empresarios?
Durante los años
76-77-78 hubo en España, y en Madrid y Barcelona principalmente, un amplio
movimiento sindical de músicos y cantantes, un movimiento que luchó por
diversas reivindicaciones, pocas de las cuales se consiguieron, y que después
se fue apagando en el tiempo, devorado por sus propias contradicciones.
La principal de
ellas era la que determina el carácter de la relación que se establece entre
los cantantes (y los músicos) con sus empresarios, relaciones no definidas de
manera clara y concisa por la complejidad que encierran en sí mismas. Para
empezar a entender este complejo mundo habría que hacer, en primer lugar una
distinción entre cantantes y músicos («melódicos» y «currantes», como los
definiría un proletario del ritmo), ya que puede darse el caso de que una
persona sea, a la vez, patrono y empresario: en cantante, que tiene un contrato
de relación laboral con un empresario de una sala, en el que toma el papel de
asalariado, y que, a su vez establece con los músicos que le acompañan una
relación de tipo empresarial. Tampoco está claro quién es el patrón de un
cantante, pues si bien suele estar ligado por un contrato —normalmente leonino—
a una empresa discográfica, que en buena ley sería el empresario, también
establece luego infinidad de relaciones laborales con los empresarios de las
salas en las que actúa y, más directamente, con su «manager» o «representante».
En el caso de
los músicos de acompañamiento está más claro: ellos actúan siempre como
«trabajadores», dependiendo inevitablemente de un patrón, sea este quien sea, y
solo en rara ocasión, cuando forman parte de un grupo estable que graba discos
y hace galas, pasan a la consideración general de «estrellas» del espectáculo.
Para lo que aquí
nos interesa (establecer si el negocio de la canción tiene más que ver con la
industria o con la cultura, y de qué manera esto afecta a la canción popular)
lo que compete resaltar es el tipo de relación que existe entre «artista» (sea
solista o grupo) y casa discográfica, pues son ellas las que marcan definitivamente
el tema que nos concierne.
Normalmente un
cantante se relaciona con su casa discográfica a través de un contrato en
exclusiva, sistema que en otros medios de la industria cultural ha tenido muy
distintas evoluciones.Así, mientras en la industria cinematográfica tiende a
desaparecer con la aparición de los productores independientes, los
directores-productores, etc., quedando ya lejanos los viejos tiempos en que, en
el Hollywood de los grandes estudios --Metro, Twenty, United Artist, etc—, los
actores y directores eran apenas otra cosa que simples marionetas en manos de
los grandes productores, en la industria del libro comienzan a aparecer este
tipo de contratos desde que los bestsellers han convertido en altamente
rentable la actividad, motivando que las editoriales intenten retener al autor
de por vida, o al menos mientras siga siendo un escritos de éxito, que si se le
acaba ya le mandarán luego al infierno de las pequeñas editora. Hay,
naturalmente, contratos muy ventajosos para el artista, en los que se le
acumulan los millones en la cuenta bancaria, pero eso no pasan de ser
excepciones, y por cada Julio Iglesias que ficha por cifras astronómicas hay
cientos de jóvenes cantantes y grupos que aceptan contratos en condiciones de
dependencia total.
Contratos por
los que se cobra una ínfima cantidad (entre el 4 y el 7 por ciento del precio a
mayorista de los discos vendidos), y en los que se establecen no solo la
cantidad de canciones a grabar, elegidas, naturalmente, por la empresa
discográfica, sino que dejan en manos de casa discográfica la producción del
disco, la elección de los arreglos, la imagen pública que ha de dar, la manera
como se ha de llevar la promoción, limitando a cero la iniciativa de cantante o
grupo y tomando en su mano todos los hilos de la carrera artística del
firmante, ya que, además, dichos contratos suelen establecerse normalmente por
cinco años, tiempo en el que se puede lanzar un artista al estrellato, o se le
puede hundir en la miseria a poco que fracase el primer disco que saque al
mercado.
Como se puede
comprender este tipo de relaciones laborales dejan poco marco a la creatividad
y a la imaginación, aún cuando haya excepciones de cantantes y grupos que pueden
hacer una obra personal dentro de ellas, siempre dependiente de que cada obra
sea un éxito económico. Las posibilidades de salir de esta trampa son escasas:
autogestión, pequeñas casas de ámbito limitado frente al poder de las
multinacionales, y, sobre todo, paciencia y resistencia. Pero ese es un tema
que veremos en la próxima entrega de estas notas.
3.- El poder de las multinacionales
El alto costo
que han alcanzado las producciones discográficas, con la subsiguiente
dificultad de rentabilizarlas en mercados pequeños, la fuerza y el poder de la
industria discográfica americana, la incidencia de los valores culturales
anglosajones expresados en las canciones, entre otras razones, han llevado al
mundo del disco a una total dependencia de los esquemas marcados por la
discografía estadounidense y al poder absoluto de las multinacionales.
Firmas como CBS,
RCA, EMI-ODEON, ARIOLA, PHILIPS-POLYDOR, etc., dominan abrumadoramente el
mercado español (y, en general, el de todo el mundo) imponiendo sus gustos y
sus necesidades, y limitando, aún más, no sólo la creatividad de los cantantes
españoles, sino los de los propios países de origen (EE.UU. e Inglaterra,
principalmente). Frente a ello, la industria discográfica nacional poco o nada
tiene que hacer, si no es ponerse a distribuir productos americanos de casas
que no tienen representación propia en España, con lo que se establece un nuevo
tipo de dependencia, pues en muchos casos la supervivencia de algunos de estos
sellos depende de las firmas extranjeras que distribuye, teniendo que adecuar
su producción nacional a las exigencias que, directa o indirectamente, se les
imponen.
De los
diferentes capítulos que forman el coste de un disco (producción, edición,
promoción y distribución), los más elevados, y los que facilitan el éxito y la
rentabilidad, son la producción (el proceso que abarca desde el fichaje del
artista hasta la grabación de la cinta magnetofónica final de la que se hará la
tirada del disco) y la promoción (envío de discos a los comentaristas
radiofónicos y periodísticos, afiches, anuncios, etc.), y son esos precisamente
los que decrecen sensiblemente en el caso de ediciones de artistas extranjeros,
que ya han grabado el disco en los Estados Unidos e Inglaterra, y que cuentan
con todo un material promocional elaborado también fuera. Naturalmente en estos
casos las posibilidades de rentabilizar un producto de coste menor son mucho
mayores que en una producción nacional, cuyo coste es más elevado. Ello lleva a
las casas discográficas a colocar una serie de filtros para la contratación y
grabación de artistas españoles que elimina todo aquello que no va a ser éxito
seguro, es decir, todo lo que no se adapte a los moldes más convencionales que
establecen los criterios de las multinacionales.
Los intentos
habidos hasta el momento por crear una industria discográfica española propia,
normalmente llevados a cabo desde sellos periféricos, ubicados principalmente
en Cataluña (Edigsa, Concentíc, Als 4 Vents) o el País Vasco (Herri-Gogoa,
Artesi, Iz), han resultado, en cualquier caso, poco rentables y de difícil
supervivencia, mantenidos más por el espíritu militante de sostener en pie una
cultura y una lengua que por su propia viabilidad comercial. Y no digamos ya
los intentos realizados en Canarias (Canary Records, Mayra, etc.), donde el
intento no ha pasado de buena voluntad. Y sin embargo esta posibilidad de
independencia cultural y económica ha sido la que más cerca ha estado de
potenciar una canción de calidad y representatividad social. Claro, que cuando
este tipo de canción tuvo una cierta audiencia popular, desde el año setenta y
cinco al ochenta, las propias multinacionales se encargaron de fichar a los
artistas más destacados, dándole una audiencia que de otra forma difícilmente
hubieran tenido, pero tirándolos al cubo de la basura cuando la operación dejó
de ser rentable. (Y allí están algunos de nuestros cantantes más valiosos:
Raimon, Pi de la Serra, Labordeta, Adolfo Celdrán, Elisa Serna, etc.).
En cualquier
caso, y para lo que nos interesa en estas notas, el poder de las
multinacionales es omnímodo, y una losa insalvable en la construcción de una
canción popular que sea, sobre todo, un hecho cultural y no sólo el resultado
de una operación de marketing.
4.- Algunos criterios de producción
discográfica
Una de las
pruebas más evidentes en la demostración de que el mundo del disco y la canción
se mueve más cerca de la industria que de la cultura, se encuentra en los
criterios y sistemas de producción utilizados en la elaboración de canciones y
discos. Aunque no de forma exhaustiva, en estas notas vamos a ver hoy un par de
ellos, aquellos que pueden resultar más significativos.
En primer lugar,
existe en la industria discográfica un criterio, apoyado decididamente por la
práctica totalidad de la «crítica especializada», según el cual un cantante
está agotado si no saca a la venta un álbum anual. Algo que no se da en ninguna
otra faceta de la creación artística, y que viene a significar una exigencia meramente
industrial, que prevé la duración activa de las ventas de un disco en ese
período de tiempo aproximadamente, con lo que surge la necesidad de volver a
lanzar nuevo producto de manera inmediata cuando la rentabilidad del anterior se
ha agotad y antes de que se olvide al artista.
También es
práctica común el recordar constantemente la renovación estilística de los
artistas. «Este disco es igual que el anterior» «no hay renovación en tal o
cual cantante» suelen ser valoraciones negativas hechas por la crítica a muchos
cantantes, estableciendo una ficticia necesidad de renovación que tampoco se da
en ningún otro género artístico.
En artes
plásticas, novela, cine, etc., los períodos de tiempo en los cuales se produce
la renovación estilística de un artista son más extensos, fruto de una
maduración o de una evolución paulatina, muchas veces apenas rastreable.
En el mundo de
la canción popular se exige a un grupo o cantante que cada disco que sacan a la
venta sea «nuevo», «distinto» del anterior, lo cual no viene a demostrar sino
que, en la vacuidad de los conceptos que casas discográficas, críticos y
artistas mismos suelen apalicar, es necesario ofrecer una apariencia de novedad
que haga el producto competitivo, en una industria que valora lo novedoso sobre
cualquier otro criterio.
No obstante,
esta última característica tiene en su seno elementos contradictorios, porque
al mismo tiempo que se exigen elementos «novedosos» en un cantante, cuando este
ha alcanzado el éxito, no sólo se le exige que repita la fórmula con la que lo
ha conseguido hasta su total agotamiento, sino que la industria se empeña en
lanzar al mercado nuevos grupos y cantantes, fieles imitaciones del que ha
conseguido el éxito.
Todo ello en
realidad conduce a la creación de estereotipos musicales que, convertidos en
moda momentánea y pasajera, producen rápidos e inmediatos beneficios al tiempo
que queman a los artistas (si es que así se puede llamar a quienes entran en el
juego) sin posible recuperación. De esta forma se van sucediendo etiquetas en
el más evidente producto de marketing industrial: «canción del verano», «rock
con raíces», «nueva ola», «nuevos románticos», no son sino fórmulas
promocionadas por las casas discográficas para vender sus productos de la forma
más rápida y eficaz posible. Un cantante que entra en esta espiral devoradora
solo tiene una salida: o tomar cada año la moda que impera en el momento, o
desaparecer del panorama.
Solo los grandes
creadores de la música popular (y hay muchos que citar: Woody Guthrie, Pete
Seeger, Theodorakis, José Afonso, Rolling Stones, John Lennon, Violeta Parra,
Raimon, etc.) son capaces, al margen del estilo musical que practiquen, de
mantenerse fieles a sí mismos, sin importarles el tiempo que tandar en tener
dispuesta una nueva obra o sin tomar sobre sí la necesidad, más industrial que
creativa, como hemos visto, de estar siempre en la cresta de la ola de lo
novedoso. Pero eso no es rentable, y solo en casos muy especiales (aquéllos que
más cerca están de la industria discográfica) obtienen el «éxito» masivo que
permite y potencia la poderosa industria establecida por el mundo del disco.
La Bullonera. "Venimos simplemente a trabajar"
Renovarse o permanecer idéntico... That's the question! Tú que te habrás pateado mil y un conciertos habrás escuchado este lapidario deseo por parte de los "dueños" del grupo o cantante de turno, que en mi caso fue el de Jethro Tull, y quizás también el de Bob Dylan: "Espero que no toquen las canciones nuevas". ¿Increíble, verdad? Los frikis del rock (o de lo que sea) dan el coñazo con que no sacan un nuevo disco, pero cuando lo hacen y acuden en masa al concierto-liturgia muestran una desidia y un desprecio ante la perspectiva de que interpreten el nuevo material.
ResponderEliminarPD: si me respondes, dímelo también por el privado, porque no tengo forma de enterarme. Salud.