Picasso, necrológica (1973)
He escrito pocas necrológicas en mi vida profesional, aunque haya llorado ya tantas muertes cercanas en la personal. No soy amigo de la necrofilia. Sin embargo, revolviendo papeles encuentro que en el MUNDO SOCIAL del 15 de abril de 1973 publiqué la de Pablo Picasso. Como me doy cuenta que era peleona y poco convencional la transcribo aquí.
PICASSO ha
muerto. Este es un hecho irreversible. Y a pesar de todos los pesares, es lo
único claro de todo este lío que se ha formado después. Picasso ha muerto, y
los que nos creíamos que este buen viejo arrugado era tan invencible como las
telas que diariamente pintaba, nos hemos llevado un buen chasco. Resulta que
no, que los genios también son vencidos en última instancia por la muerte. Así
de crudo, porque, en el fondo, nos habíamos hecho ya a la idea de que Picasso
estaba esperándonos en los libros de texto (por supuesto no en los españoles) y
en los museos (no en el Prado, desde luego). Y alguien a quien podemos
encontrar en los libros o en los museos no suele ser gente que pueda morir
cualquier día. ¿Quién podría suponer que un domingo por la tarde nos
comunicarían que acababa de morir Goya, o Fidias, o el Greco, o Cervantes?
Inmediatamente soltaríamos la carcajada. Pero Picasso estaba vivo. En los libros,
pero vivo; en los museos, pero vivo. Y reía y andaba, comía y pintaba, sobre
todo pintaba, y por eso ha muerto. Porque Picasso ha muerto.
Y claro está,
cuando alguien muere, se organiza esa especia de Carnaval que son los duelos. Cuando el muerto es como
tú o como yo, sólo la familia se entrega al carnaval. Pero cuando muere
Picasso, todos estamos invitados a disfrazarnos, especialmente los famosos, los
que pueden aprovechar la ocasión para retratarse, para hacer su número entre e!
corro de papanatas que también se disfrazan de carnaval para jugar su
baza. Y esto es lo realmente triste.
EN toda esta
mascarada hemos podido encontrar dos puntos claros: Primero, que las herencias
no son necesariamente económicas; y segundo, que los que heredan no son
necesariamente los familiares. Las ratas, las raposas, los cuervos, los lobos,
también esperan su herencia y se pegan entre ellos para conseguirlo. Y nadie me
negará que en este asunto de Picasso la herencia juega un papel importante, no
la económica, que todos sabemos dónde va a ir a parar, sino la otra, la
herencia espiritual, que es tan importante como la primera, pero mucho más
difícil de controlar.
CUANDO muere una
gloria de la humanidad, y ante la
imposibilidad de que
pueda levantarse a
protestar, cada uno intenta quedarse un poco de esa gloria que ha quedado
sin dueño. Para
conseguirlo se disimula,
se inventa, se tergiversa, se miente, se coloca uno la casaca de los
duelos diplomáticos y hasta se viste uno de lagarterana, si es necesario. El
macabro y variopinto espectáculo
ofrecido por la
prensa española en
esta ocasión es una de las cosas que se contemplan rara vez. Como
surgidos del suelo han aparecido los amigos, los entendidos, los cualquiercosa que un día tuvieron el
placer de ser presentados al genio, o que, en su defecto, se cruzaron con él
por la calle en París (que no es Madrid).
COMPRENDEMOS que
en noventa y un años, Pablo Ruiz Picasso, nacido en Málaga, emigrado
intermitente desde 1900 y exiliado a partir de 1939, ha debido conocer a mucha
gente, qué duda cabe. Pero es que forman legión «los Íntimos del pintor», y en
estos días de duelo todos quieren hacer méritos sacando a colación sus
enmohecidos recuerdos. Incluso aquellos cuyo único mérito es el oportunismo,
parecen con derecho a un trozo de gloria del pintor. Esto no quiere decir que
no existan quienes se hayan merecido el ser íntimos de Picasso, pero «por sus
obras los conoceréis».
Y sí son
molestos los amigos que quieren quedarse con un trozo de gloria-Picasso, qué
decir de los enemigos, de los que siempre hicieron cruces al diablo-pintor para
evitar que entrara en su casa, y que ahora ya le han hecho un lugar en el altar
de los «gurús» familiares, en una hornacina recién comprada; esto ya pasa de lo
macabro a lo irritante. Cada uno se hace ahora un Picasso a la medida, como a
los trajes viejos se les quita del fondillo para añadirle las mangas, o se les
recorta la pernera para remendar el roto de los codos. El resultado no es un
traje, es un disfraz. Y por robar otra frase a un amigo: «Hasta dirán que era
del Real Madrid.»
ANTE todo esto,
¿qué podemos decir nosotros? Nosotros, los que nunca hemos almorzado con
Picasso, los que nunca hemos sido amigos de Picasso, los que nunca hemos
abofeteado a Picasso, los que no figuramos en ninguna necrología como íntimos
de Picasso, los que no hemos escrito ningún libro sobre Picasso, los que no
tenemos otro cuadro de Picasso que una cierta reproducción muy conocida, los
que no poseemos ningún museo para llenar con obras de Picasso. La verdad es que
ante tanta porquería, ante tantos amigos y dueños del
pintor-hombre-muerto-en-el-exilio, sólo nos queda repetir los versos de Celso
Emilio Ferreiro:
«Daniel nunca fue (será) tuyo,
porque Daniel es
nuestro.»
NOTA.--
Y no
os molestéis en
rebatirlo; sabéis que no hay nada que hacer.
Canta Cat Stevens, pero el que pinta, ojo a ese trazo, es Picasso.
Las imágenes, si no recuerdo mal, son del cortometraje "Le mystère Picasso",
realizado por Henri-Georges Clouzot en 1956.
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