martes, 2 de abril de 2013


Picasso, necrológica (1973)






























He escrito pocas necrológicas en mi vida profesional, aunque haya llorado ya tantas muertes cercanas en la personal. No soy amigo de la necrofilia. Sin embargo, revolviendo papeles encuentro que en el MUNDO SOCIAL del 15 de abril de 1973 publiqué la de Pablo Picasso. Como me doy cuenta que era peleona y poco convencional la transcribo aquí.






PICASSO ha muerto. Este es un hecho irreversible. Y a pesar de todos los pesares, es lo único claro de todo este lío que se ha formado después. Picasso ha muerto, y los que nos creíamos que este buen viejo arrugado era tan invencible como las telas que diariamente pintaba, nos hemos llevado un buen chasco. Resulta que no, que los genios también son vencidos en última instancia por la muerte. Así de crudo, porque, en el fondo, nos habíamos hecho ya a la idea de que Picasso estaba esperándonos en los libros de texto (por supuesto no en los españoles) y en los museos (no en el Prado, desde luego). Y alguien a quien podemos encontrar en los libros o en los museos no suele ser gente que pueda morir cualquier día. ¿Quién podría suponer que un domingo por la tarde nos comunicarían que acababa de morir Goya, o Fidias, o el Greco, o Cervantes? Inmediatamente soltaríamos la carcajada. Pero Picasso estaba vivo. En los libros, pero vivo; en los museos, pero vivo. Y reía y andaba, comía y pintaba, sobre todo pintaba, y por eso ha muerto. Porque Picasso ha muerto.

Y claro está, cuando alguien muere, se organiza esa especia de Carnaval   que son los duelos. Cuando el muerto es como tú o como yo, sólo la  familia  se entrega al carnaval. Pero cuando muere Picasso, todos estamos invitados a disfrazarnos, especialmente los famosos, los que pueden aprovechar la ocasión para retratarse, para hacer su número entre e! corro de papanatas que también se disfrazan de carnaval  para jugar su  baza. Y esto es lo realmente triste.

EN toda esta mascarada hemos podido encontrar dos puntos claros: Primero, que las herencias no son necesariamente económicas; y segundo, que los que heredan no son necesariamente los familiares. Las ratas, las raposas, los cuervos, los lobos, también esperan su herencia y se pegan entre ellos para conseguirlo. Y nadie me negará que en este asunto de Picasso la herencia juega un papel importante, no la económica, que todos sabemos dónde va a ir a parar, sino la otra, la herencia espiritual, que es tan importante como la primera, pero mucho más difícil de controlar.

CUANDO muere una gloria de  la humanidad, y ante la imposibilidad   de   que   pueda   levantarse  a  protestar, cada uno intenta quedarse un poco de esa gloria que ha  quedado  sin  dueño.  Para  conseguirlo  se  disimula,  se inventa, se tergiversa, se miente, se coloca uno la casaca de los duelos diplomáticos y hasta se viste uno de lagarterana, si es necesario. El macabro y variopinto espectáculo   ofrecido   por  la   prensa  española  en   esta ocasión es una de las cosas que se contemplan rara vez. Como surgidos del suelo han aparecido los amigos, los entendidos, los cualquiercosa que un día tuvieron el placer de ser presentados al genio, o que, en su defecto, se cruzaron con él por la calle en París (que no es Madrid).

COMPRENDEMOS que en noventa y un años, Pablo Ruiz Picasso, nacido en Málaga, emigrado intermitente desde 1900 y exiliado a partir de 1939, ha debido conocer a mucha gente, qué duda cabe. Pero es que forman legión «los Íntimos del pintor», y en estos días de duelo todos quieren hacer méritos sacando a colación sus enmohecidos recuerdos. Incluso aquellos cuyo único mérito es el oportunismo, parecen con derecho a un trozo de gloria del pintor. Esto no quiere decir que no existan quienes se hayan merecido el ser íntimos de Picasso, pero «por sus obras los conoceréis».

Y sí son molestos los amigos que quieren quedarse con un trozo de gloria-Picasso, qué decir de los enemigos, de los que siempre hicieron cruces al diablo-pintor para evitar que entrara en su casa, y que ahora ya le han hecho un lugar en el altar de los «gurús» familiares, en una hornacina recién comprada; esto ya pasa de lo macabro a lo irritante. Cada uno se hace ahora un Picasso a la medida, como a los trajes viejos se les quita del fondillo para añadirle las mangas, o se les recorta la pernera para remendar el roto de los codos. El resultado no es un traje, es un disfraz. Y por robar otra frase a un amigo: «Hasta dirán que era del Real Madrid.»

ANTE todo esto, ¿qué podemos decir nosotros? Nosotros, los que nunca hemos almorzado con Picasso, los que nunca hemos sido amigos de Picasso, los que nunca hemos abofeteado a Picasso, los que no figuramos en ninguna necrología como íntimos de Picasso, los que no hemos escrito ningún libro sobre Picasso, los que no tenemos otro cuadro de Picasso que una cierta reproducción muy conocida, los que no poseemos ningún museo para llenar con obras de Picasso. La verdad es que ante tanta porquería, ante tantos amigos y dueños del pintor-hombre-muerto-en-el-exilio, sólo nos queda repetir los versos de Celso Emilio Ferreiro:

«Daniel nunca fue (será) tuyo,
porque Daniel es nuestro

NOTA.-- Y  no  os  molestéis  en  rebatirlo;  sabéis que  no hay nada que hacer.


Canta Cat Stevens, pero el que pinta, ojo a ese trazo, es Picasso.
Las imágenes, si no recuerdo mal, son del cortometraje "Le mystère Picasso", 
realizado por Henri-Georges Clouzot en 1956. 



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