jueves, 4 de abril de 2013


Quintín Cabrera. El dolor de la ausencia



No soy amigo de homenajes póstumos, creo que lo he dicho ya en algún sitio, y menos de los amigos. Mi faceta autodefensiva que a veces adopta la forma de la ironía y otras la del cinismo, me hace decir en público que no lo hago porque lloro, y como tengo que mantener mi imagen de hombre sin sentimientos que tanto me ha costado conquistar, me abstengo. La realidad, y lo puedo decir ahora que estamos en privado, es que lloro de verdad y me da vergüenza. También porque, a veces, me cabrea ver cómo les roban cámara a los muertos bajo la coartada de una profunda admiración o una acrisolada amistad que en muchos casos no está más que en la imaginación de los supuestos homenajeadores. Por eso, por ejemplo, no asistí a los homenajes de amigos tan queridos como Hilario Camacho o Paco Almazán, o tampoco viajé, como quizás debería haber hecho, a Barcelona para acompañar a Labordeta o a Barcelona para despedir a Gato. Sí estuve en el recuerdo que un buen grupo de amigos de verdad dedicaron a Quintín Cabrera en el Auditorio Marcelino Camacho de Comisiones Obreras. Y lloré. Y me dio vergüenza. Aunque ahora, considerando lo llorón que era Quintín, pienso que tal vez no le hubiera molestado. Porque Quintín Cabrera falleció el 12 de marzo de 2009.

Todavía no había empezado este blog cuando se cumplieron los cuatro años de la muerte, pero desde el principio pensé en dedicarle una entrada. Fueron muchas las cosas que nos unieron desde que nos conociéramos allá por 1970, año antes, año después, presentados Julia León, en un  en un pub de Barcelona (que, por cierto, tiene su anécdota posterior. En una revista canaria, cuyo título ahora no recuerdo exactamente y prefiero omitir, escribí un texto sobre Quintín, en el que intenté decir que le había conocido cuando recorría los más “acrisolados pubs” de Barcelona. Una errata tradujo la grase en los más acrisolados “pubis” de la Ciudad Condal. Era una errata, pero no estaba muy lejos de la verdad).

Decía –que me enrollo—que compartí muchas cosas con Quintín, desde recitales hasta reuniones clandestinas, desde comidas a largas noches de discusiones políticas, desde audiciones conjuntas de tango de Edmundo Rivero (que, ojo, amigo, era Uruguayo) hasta mudanzas en coches llenos hasta la vaca de libros, discos y herramientas de ebanista. No voy a recurrir ahora a tantos recuerdos. Entre otras cosas porque ya hay alguno en lo que transcribo, y para qué repetirse cuando es tan fácil copiarse. He preferido recuperar algo de lo que sobre él escribí a lo largo de los años (no, lo siento, el artículo de los pubis no lo he encontrado).

 Días antes del homenaje en el auditorio de CCOO, Dayman pidió en la entrada de EL MUNDANO, el blog de Adrían Vogel, en la que se había venido dando noticia sobre el estado de salud de Quintín, que le contáramos anécdotas de su padre. Por mi parte le respondí con algunos recuerdos.




EL MUNDANO (http://elmundano.wordpress.com/). (Lo siento, aún no sé como se enlaza).
Daymán Cabrera
marzo 17, 2009 en 12:30 am

Me gustaría dedicarle 5 minutos a mi padre en el homenaje en su honor del 27 de marzo, para contarle a la gente y sobre todo a él mismo aquellas anécdotas que vosotros sus amigos de tantas batallas habéis compartido y sobretodo os han marcado a la hora de descubrir en mi padre a aquella persona imbatible, tierna y solidaria.
Muchas gracias.

Responder
Antonio Gómez
marzo 17, 2009 en 5:21 pm

Querido Dayman. Nos pides anécdotas sobre tu padre. Como te pongas a recopilarlas todas vas a necesitar una bobina entera de papel prensa para escribirlas, pero, en fin, aquí va un par de ellas que recuerdo y que me parece que tienen gracia y muestran de alguna manera la calidad humana de Quintín.

Cuando se fue a vivir a Sevilla (¿Se llamaba Valencina el pueblo?), estuvimos por allí unos días Elvira, mi compañera de aquellos años (que el viernes estuvo en la cremación), y yo. Ni que decir tiene que recibimos toda la atención que Quintín solía dispensar en estos casos. Nos llevó de una lado para otro (por cierto, creo recordar que en el paseo por Sevilla nos encontramos a Javier García Pelayo), nos dio de comer como señores (aunque se cabreara conmigo cuando me quejaba de que me dejaba la cocina hecha un lío de cacharros y harina que yo tenía que fregar. “Joder, siempre dices lo mismo que Gladys”, me afeaba), discutimos hasta las tantas de los más insólitos temas, oímos canciones, hablamos (mal, como debe ser) de los amigos y pasamos unos hermosos días de amistad y cariño que hacía tiempo que no vivíamos juntos, pues no habíamos convivido un tiempo seguido desde hacía ya unos años. Y he decir a favor de Elvira, y de mí, que mantuvimos el tipo y no le saltamos al cuello para asesinarle (aunque reconozco que como previsión había escondido debajo de la cama un cuchillo de cocina), cuando cada mañana nos despertaba poniendo “La internacional” a todo volumen, atentado al sueño que sólo la amistad verdadera puede soportar. La Internacional, sí, la misma que cantamos el otro día de la cremación con lágrimas en los ojos. Su canción, nuestra canción.

La segunda debió suceder en el 93 o 94 (ya le pondrás tú al final la fecha exacta). A tu padre, que ya vivía en Meco, le había salido un viaje Lisboa para llevar un equipo de sonido o algo así. Lole no podía viajar, porque estaba embarazadísima, y por aquello de que don Quintín era más mimoso que un gatito tierno y siempre buscaba compañía (no me hagas mucho caso), me pidió que le acompañara. Llegamos a Lisboa, fuimos al hotel, entregamos el equipo y miramos en el periódico si había algún sitio al que ir. Lo había. En un teatro, Carlos do Carmo (el gran fadista portugués contemporáneo, que ha colaborado con Saura en su última película sobre el fado) organizaba unos recitales, que se emitían por la radio y en los que, aparte de él, intervenían nuevos artistas. Llegamos al teatro con la hora pegada al culo, así que compramos las últimas entradas que quedaban, que eran del último piso, tan alto que le olíamos los pies a San Pedro, y decidimos dejar para el final el entrar a saludar a Carlos, simple conocido mío pero gran amigo de tu padre.

El recital fue estupendo, como siempre en do Carmo, que es un artista de primerísima línea, y en un momento determinado surgió algo así como un momento mágico, que a mí me emocionó y que a Quintín, además, le enorgulleció. Para presentar una de sus canciones, Carlos vino a decir algo así como: “tengo un amigo uruguayo, Quintín Cabrera, al que quiero mucho, que tiene una canción que creo que sirve perfectamente para presentar este tema en la que dice que las ciudades son libros que se leen con los pies…” Ni que decir tiene que a tu padre se le hicieron los pedos gasolina. Pasamos luego a saludar, emocionados, al artista, como correspondía. Carlos se quedó con la boca abierta cuando vio aparecer a tu padre por la puerta del camerino, y después de los abrazos de rigor nos contó que normalmente no solía presentar aquella canción, pero que esa noche se había acordado de Quintín y había decidido citarle en el recital. ¿Momento mágico o percepción extrasensorial? Yo no creo mucho en esas cosas, pero estuvimos discutiendo sobre ello buena parte de la cena posterior con Carlos y su mujer.

Lo que más me llama la atención de este cariño que sentía (y estoy seguro que siente ¿alguien se ha encargado de llamarle o comunicárselo?) do Carmo por tu padre es que, en realidad, hubiera debido odiarle, porque Quintín le había hecho años antes una jugarreta de las que no se perdonan. Carlos do Carmo es una persona elegantísima, aparte de cultísimo y políglota, y vestía siempre, especialmente en el escenario, con toda pulcritud, como corresponde a los cantores de fados y de tangos. Además, era y supongo que sigue siendo un tanto coqueto, de aspecto impecable, hasta el punto de que llegó a hacerse un implante de pelo. Sin embargo, en una época anterior llevaba peluca, estupenda, pero peluca, y en un recital conjunto, en el que Quintín cantaba y luego presentaba a Carlos, tu padre no pudo evitar saludar sobre el escenario al amigo con uno de esos abrazos de oso que solía prodigar. Tan fuerte fue, tan entusiasta, tan grande tu padre y más pequeño do Carmo, que la peluca del portugués cayó al suelo allí mismo, delante de todos, por la efusividad cabreriana. Que Carlos le perdonara ese momento, en el que el mundo se debió hundir bajo sus pies, y le siquiera queriendo, muestra el cariño que tu padre era capaz de concitar a su alrededor.

Por cierto, a la vuelta de aquel viaje a Lisboa, cuando habíamos parado ya pasada la frontera para comer algo y tomar un café, una llamada telefónica nos comunicó que acababa de nacer Lucía. Ni que decir tiene que tu padre se montó en el coche, pego el acelerador al suelo y no levantó el pie hasta llegar a Meco (bueno, a Alcalá, que era donde estaba, creo recordar, el hospital en el que parió Lole).
Amor y revolución, chaval. Un beso.





En 1975, cuándo Quintín publicó su primer disco en solitario (ya había grabado en el disco editado en EEUU que recogía las actuaciones en el Festival de Canción Protesta de Cuba en 1967 y en “Todo está muy negro” en Barcelona), me pidió un texto para la contraportada del disco. Le mandé una especie de carta:


Madrid, mayo de 1975.
Querido Quintín:            
Vamos a pensar que esto es una contestación a aquella carta tuya en la que me planteabas tan seriamente algunas cuestiones sustanciales para ese camino de la canción popular en el que estamos metidos de distinta manera, y que tantas vueltas dio antes de llegar a mis manos. Me decías allí lo duro que era continuar después de tanto tiempo al pie del cañón, y es verdad. Sabemos que el tiempo va pasando, que pasan los años, que nos volvemos más viejos y que tenemos la obligación de seguir en el mismo sitio, sin dar un paso atrás. Nos ha tocado (a ti que estas con la guitarra en la mano mucho más que a mí) la suerte de permanecer al lado de nuestro pueblo, y esto es siempre una tarea ingrata, pero yo pienso que hermosa, con toda la hermosura de saber que no se está solo. Y aquí continúas, con la guitarra recorriendo los barrios, los pueblos, los centros culturales, aquellos sitios que todavía nos quedan para estar juntos.

Has elegido el camino más difícil, el de no llegar presumiendo de cantante sino de persona, y por eso tenemos que darte las gracias, quizás porque ya estamos cansados de tantos profetas disfrazados de cantantes que nos venden recetas infalibles por duros contantes y sonantes. Y sabemos tú y yo, y por fortuna también muchos más, que el camino está ahí. En esos recitales diarios, cotidianos, en los que no se encuentra la fama ni el orgullo de ser reconocido por la calle, sino el abrazo solidario y el ir tirando cada día, comprando los zapatos del mayor, las cuerdas de la guitarra y los potitos "bledine" de Dayman que hace unos días, en un día tan hermoso, ha cumplido un año.
Pero hay veces. Quintín, y también eso me lo decías en tu carta, en que uno sabe que no es suficiente con cantar donde se debe cada día, que si de verdad se quiere cumplir con la función de cantor popular, hay que tener el poder de convocatoria que necesitamos y entonces es necesario saltar a los surcos del disco y a las páginas de los diarios; y hacer televisión y radio, y saber utilizar eso como tú lo utilizas, como lo hacen también otros amigos: sin apartarse nunca de los nuestros.

En fin, amigo, supongo que debería acabar estas líneas deseándote suerte, pero no creo que se trate de eso, prefiero desearte justicia, que ahora sepamos pagarte debidamente todos estos años en que nos has ido entregando tus canciones. Espero que un día no lejano vuelvas a visitar el Liceo Nocturno Dos. Ese día me gustaría estar contigo y que nos tomáramos un vasito de grapa en cualquier boliche de Montevideo, con Carlos Molina, con Aníbal Sampayo, con Marcos, con Daniel, Héctor. Roberto, con Pepe y con Alfredo, en fin, con todos, y que cantarais juntos una merecida canción en libertad.

Nada más, viejo. Salud y un abrazo.


Yo nací en Montevideo


En abril de 1982 Quintín visitó Las Palmas de Gran Canaria para dar unos recitales. Yo estaba por allí y aproveché para entrevistarle. Pasamos unos buenos días. ¡Hasta hicimos excursiones!





Diario de Las Palmas 16 de abril de 1982

Quintín Cabrera salió de Uruguay en 1967, formando parte de la delegación de cantantes de ese país que participaron en el Primer Encuentro de la Canción Protesta en Cuba, festival que constituye un hito en la historia de la música popular latinoamericana, en el que participaron nombres tan importantes como Carlos Puebla, Silvio Rodríguez o Pablo Milanés por Cuba, los hermanos Parra y Rolando Alarcón por Chile, Nicomedes Santa Cruz por Perú, y Daniel Viglietti, Alfredo Zítarrosa, Los Olimareños, Carlos Molina y Quintín Cabrera, que formaron la delegación uruguaya. «Como mi país no tenía relaciones diplomáticas con Cuba, y todavía no las tiene — nos cuenta Quintín—, nosotros fuimos por Checoslovaquia, vía Madrid, y una vez terminó el festival me planteé la posibilidad de quedarme unos meses en Europa, cumpliendo ese sueño que tienen todos los rioplatenses de visitar París. Estuve viviendo un tiempo en Suiza, y cuando me fui, recalé en Barcelona, con la idea de seguir viaje hacia París, pero me quedé allí por todo esta tiempo».

La estancia de Quintín Cabrera en España, es, pues, muy anterior a toda la gente que nos ha visitado posteriormente, unos buenos y otros no tanto, que con una guitarra al hombro han creado un cierto «boom» de la música latinoamericana que después ha desaparecido casi por completo. ¿A qué crees que se ha debido?

--Como toda moda, aquello fue una cosa muy artificial, y en estas cosas hay que ir poco a poco. Lógicamente tenía que llegar un momento en que las cosas se depurasen un poco, y quedara lo que tiene un cierto valor. Por otra parte, en mi trabajo en concreto, yo no he hecho nunca, exactamente, música sudamericana. El simple hecho de estar tocando con mandolas y mandolinas, con violonchelos, es poco corriente dentro de la música sudamericana.

--Quizás el tiempo que Quintín Cabrera lleva en España, integrado en gran medida en la música española, le ha hecho ver de otra forma el fenómeno. De hecho, su trabajo ha estado siempre relacionado con los circuitos que utilizan los músicos; españoles y catalanes más en concreto. ¿Ha influido de alguna forma Cataluña en tu música?

-En mi música no demasiado, aunque siempre queda algo, pero yo tengo unas raíces uruguayas muy claras, pero es verdad que en cada disco procuro cantar un tema en catalán, que es mi lengua de adopción. En lo que sí ha influido la canço catalana ha sido en la profesionalidad, en la importancia que hay que darle a hacer las cosas bien hechas, a tocar con buenos músicos, a tener un buen equipo y a todas esas cosas.

En la conversación están presentes los dos músicos que acompañan a Quintín en sus recitales, Pep Roíg y Joan Figueras, que tocan una amplia gama de instrumentos, desde percusiones y guitarras hasta mandolina, mandola, violín, violonchelo y acordeón. También ellos tienen algo que decir sobre su forma de adaptarse á tocar ritmos uruguayos como la milonga o el candombe.

Para tocar una milonga un catalán --dice Joan-- hay que entenderla y hacerla un poco suya. Además de lo que sería acompañar simplemente un ritmo cualquiera, hay que vivir un poco lo mismo que vive el que hace esa música, meterse en su piel. Si no te entra lo que hace Quintín, su forma de vivir y pensar como uruguayo, no puedes tocar una milonga. Es cuestión de identificarse con el cantante mismo”.

El folklore y su utilización por parte de los cantantes actuales es un tema siempre controvertido, que en Cananas se viene discutiendo desde hace tiempo sin llegar a una conclusión. Quintín Cabrera, que tiene una larga experiencia en ese terreno de utilizar ritmos y formas de raíz folklórica para expresar preocupaciones y temas de actualidad, tiene una opinión clara al respecto:

--La  utilización  del  folklore, en general, es una de las cosas mes hermosas que se pueden hacer en la música y, además, una forma de antiimperialismo musical  militante.  En mi caso concreto,   creo   que   soy   muy heterodoxo en su utilización. El folklore me gusta, me lo paso muy bien escuchándolo e interpretándolo, pero creo que estamos en el siglo en el que estamos, y no «e puede prescindir, a la hora de hacer una canción, de las cosas que nos rodean, de que vivimos en un mundo en el que la comunicación nos pone al alcance de la mano culturas que en otros tiempos eran totalmente desconocidas. Si yo no agregara   en   mis   canciones cosas que forman parte de mis vivencias sería como traicionarme a mí mismo, y yo soy muy permeable a las influencias de lo que vivo y conozco.  Me dejo maravillar con  un  bouzouki o una mandolina o un flaviol, por ejemplo, y llega un momento en que, partiendo de unas determinadas bases folklóricas, lo que estés haciendo ya no tiene nada que ver con el folklore. En esos momentos nosotros estamos intentando hacer una cosa bastante sólida que nos identifica a todos, pero que no forma parte de nada, siendo la consecuencia de un trabajo de mucho tiempo.

Joan Figueras también tiene algo que decir sobre este tema: “Lo que pasa es que la música popular es un punto de partida incuestionable. Todo músico tiene que partir de la música de su pueblo primero y de la de los demás pueblos hermanos después. Para mí el folklore es el punto de partida de todo artista auténtico, por mucho que desfigure luego esa influencia”.

En los últimos dos o tres años hemos vivido una seria crisis de la que hemos venido en llamar «canción popular», una crisis que ha hecho que muchos cantantes abandonaran el campo vencidos por lo que las modas musicales exigían, y que otros hayan variado su línea hasta hacerla irreconocible. En Quintín Cabrera se da, en cambio, un olímpico desprecio por las modas, un empecinamiento saludable en seguir haciendo sus canciones y en comunicárselas al público que acude a escucharle o que compra sus discos. ¿Qué pasa, Quintín, es que no te interesa el éxito o es que estás muy de acuerdo con lo que haces?

--Hombre, naturalmente que estoy de acuerdo con lo que hago. Pero, además, es que hay gente que intenta hacer cosas supuestamente comerciales alejándose de lo suyo. Yo creo que tengo una concepción distinta de la vida. En mi casa, de pequeño, el éxito económico nunca ha sido un objetivo. Mi padre, que era un hombre muy politizado, nos educó de una manera distinta, y eso me dura hasta hoy en día. Lo cual quiere decir que yo no sea ególatra como cualquier otro cantante, porque en este oficio hay mucho de mirarse a uno mismo. Lo que ocurre es que, para mí, el éxito, la fama y tal, no es el mismo tipo de éxito que el de Julio Iglesias. Para mí, triunfar significa llegar a un sitio y que la gente, que en muchos casos no ha escuchado ni siquiera cómo nos llamamos, se quede con nuestra canción como algo propio. Y eso sí que lo conseguimos.

Como lo conseguirá, con toda seguridad, hoy viernes en Las Palmas y en el resto de los recitales que dará Quintín Cabrera en Canarias, porque la suya es una obra de un profundo arraigo popular, fruto de un largo trabajo de años y una voluntad inflexible de servir al pueblo con las canciones.



Con buen rumbo

EL PAÍS, 31 ENERO 1987

Quintín Cabrera, con Ignacio Vidrechea (flauta y saxo), Manolo Gómez (bajo), Fernando Sastre (batería) y Cuco Pérez (acordeón y teclados). Sala Elígeme. Madrid, del 27 al 29 de enero.

Quintín Cabrera es un cantautor de origen uruguayo que ha desarrollado toda su obra musical en España, donde lleva viviendo 20 años. Tras unos años de silencio discográfico y pocas actuaciones personales, se presenta ofreciendo una música que sin dejar de ser la misma de siempre tiene los suficientes ingredientes novedosos como para dar un nuevo rumbo en su carrera. En todo ello tienen mucho que ver los músicos que le acompañan, que dan a sus canciones el sonido más compacto y original que han tenido nunca.
Quintín Cabrera ha dominado las largas distancias, las que son propicias a la agitación o la sátira humorística, siempre ácida y acertada, aunque a veces algo deslavazada formalmente, pero había descuidado en exceso las distancias cortas, las que establecen ritmos de balada y contenidos más intimistas. En estos años de relativo silencio las ha descubierto, y es ahí donde se encuentra la parte más honda y apreciable de su producción.
Sus temas mantienen las constantes de siempre: el amor, la amistad, la memoria, la solidaridad o la libertad, pero sus canciones han decantado los restos de ritmos folclóricos que había en ellas confiriéndoles una dimensión distinta y acertada. Todavía parece como sí a su trabajo, tanto el compositivo como el de arreglos, le faltara una última vuelta en la sartén, y a veces salen a relucir pareados fáciles o ritmos simples que deslucen el buen trabajo general de este cantautor que sabe transmitir desde el escenario la ternura y el encanto que le son propios y que expresa sin subterfugios.




No hay comentarios:

Publicar un comentario