domingo, 7 de abril de 2013


PACO IBÁÑEZ. La Carpa, utopía y necesidad




Paco Ibáñez, persona de una indudable lucidez y espíritu crítico, posee en su personalidad, pienso yo, un fuerte componente utópico, romántico y sentimental (no, Bradomín era “feo, católico y sentimental”) que se deja ver, por supuesto, en sus canciones, pero también en su “torpe aliño indumentario” machadiano, en su actitud ante la vida y en aventuras que ahora parecen insólitas, como la de La Carpa, una iniciativa entre la utopía y la necesidad que intentó poner en marcha en 1983 y que presentó en Madrid en 1984, ocasión en la que escribí en EL PAÍS los dos textos que reproduzco.
Personalmente conocí a Paco en abril o mayo de 1968, en su primer viaje a Madrid con ocasión de la edición en España de su segundo disco. Los miembros de Canción del Pueblo habían quedado con él en el Hotel en el que se hospedaba (que creo que era el Colon, cuatro estrellas brillantes que pagaba su productor francés y que pronto cambiaría por el más barato Madrid, junto a la puerta del Sol, en el que también solía quedarse Raimon en sus visitas a la capital. No recuerdo quienes fueron a aquella reunión, pero debían estar Elisa Serna, Hilario Camacho, Ignacio Fernández Toca y no sé si también Cachas y Adolfo Celdran.
Paco, que como todos los grandes artistas nunca se muestra remiso a cantar, aunque el auditorio sea escaso, nos mostró en aquella ocasión los temas sobre los que estaba trabajando. Recuerdo perfectamente que eran El lobito Bueno y Por mi mala cabeza, sobre sendos poemas de Goytisolo, que ya había acabado, y A galopar, el texto de Alberti, que era entonces un recitado en el que únicamente cantaba el estribillo. Tres canciones que todavía hoy, 45 años después, siguen siendo cantadas por el público y mantienen toda su vigencia. Porque dicen cosas que conectan con la rebeldía y las inquietudes actuales y porque, ante todo, son excelentes composiciones.  


Una anécdota que no deja de tener su gracia es que, como consecuencia de aquella reunión, Paco Ibáñez comió su primer cocido madrileño en mi casa y cocinado por mi madre. Paco nos contó que no había tenido ocasión de probarlo, y yo, un crío de 19 años que empezaba a hacer pinitos periodísticos en una revistilla musical, ni corto ni perezoso me atreví a invitarle, convencido de la pericia culinaria de doña Benita. Aceptó y el domingo siguiente nos pusimos ciegos en la casa de mi hermano mayo en Carabanchel Alto. Otro detalle que creo significativo sobre la actitud de Paco ante la fama, los periodistas y la vida en general es que cuando le dije que le quería hacer una entrevista me contestó que con todo lo que habíamos hablado tenía material más que suficiente y que me la inventara yo mismo. Lo hice y se publico en un suplemento musical de EL ALCAZAR (sí, que entonces pasaba su etapa de estreñimiento progre) que llevaba José Ramón Pardo (que firmaba con el nombre de su mujer, Manoli Yenes, porque también trabajaba en algún otro sitio. ¡Hay que ver las cosas que quedan en la memoria!).La he buscado pero no la he encontrado, pero ya aparecerá. Sólo en otra ocasión he hecho algo similar. Fue con Elisa Serna en Las Palmas, ya en los años ochenta).
Mi padre, que era un viejo rojo que no se cortaba ni con un hacha y apenas se asombraba de nada (por no asombrarse no lo hacía ni de la melena de su hijo), se encontró con él un par de días después y me lo contó, revelando un rasgo de su personalidad que me parece destacable. “Oye --vino a decirme--, menudo es tu amigo el cantante. Estaba lloviznando y él iba por en medio de la acera leyendo el periódico. Lo bueno es que llevaba la gabardina sobre los hombros, pero se le había descolgado de uno de los lados y la llevaba colgando del otro y arrastrando por el suelo”.
Pero con estas divagaciones me estoy apartando del tema. La Carpa. Después de una canción os dejo la entrevista y el comentario del recital, que creo que en ellos se entiende lo de la utopía y la necesidad.





EL PAÍS. 14 JUNIO 1985

Paco Ibáñez vuelve a actuar hoy en Madrid, a la que considera "una de las ciudades más vitales y hermosas de Europa", después de estar varios años alejado de los escenarios españoles, recluido una vez más en el voluntario exilio parisiense. Y vuelve para poner en marcha una idea que se mueve entre la utopía y la necesidad: la carpa. Un intento de crear un espacio nuevo, itinerante, en el que se junten pintores y malabaristas, cantantes y poetas, saltimbanquis e intelectuales en un reducto de arte total.
Junto a Paco Ibáñez subirán esta noche al escenario del Palacio de los Deportes de Madrid cantantes de calidad, como la polaca Ewa Demarezyk, que puede constituir una sorpresa para el público español, que la desconoce casi totalmente; los argentinos del Cuarteto Cedrón, renovadores del tango en un trabajo de años en los que han musicalizado textos de poetas argentinos, como Raúl González Tuñón o Juan Gelman, y europeos, como Beltolt Brecht, a quién está dedicado su último disco, recién editado en Francia; y españoles, como Enrique Morente. También participarán como invitados otros nombres importantes de la canción española; Luis Eduardo Aute, José Antonio Labordeta, Joaquín Sabina, Luis Pastor, Montoyita y Julia León, para solidarizarse y mostrar su simpatía con la idea de la Carpa.
Paco Ibáñez ha venido manteniendo con España una difícil relación de amor-odio, de acercamientos y alejamientos sucesivos que se vienen sucediendo casi desde su nacimiento. Nacido en 1934 en Valencia, salió por primera vez de España durante la guerra civil, siguiendo los pasos de su familia, que se exilió en Francia. Poco después vuelve de nuevo á España, con su madre, instalándose cerca de San Sebastián hasta que tuvo 14 años, en que volvió a partir de nuevo a Francia para reunirse toda la familia.
"Mi padre había tenido siempre contactos con el mundo del espectáculo. Frecuentaba el ambiente artístico de la República, se veía con Falla, La Argentinita o Antonia Mercé. Mi tía era también la segunda bailarina de Antonia Mercé. Por todo ello él pensó que en París sería más fácil acercarse a ese ambiente artístico, así que nos instalamos definitivamente allí". Cuenta Paco Ibáñez, que en 1952 comenzó a estudiar guitarra y dos años después inició su carrera como cantante formando un trío con el pintor venezolano Rafael Soto, que poco después cambiaría definitivamente la guitarra por los pinceles, y la cantante Manuela, de efímera vida como solista.
"Descubrí la poesía", añade, "a través de Georges Brassens. Él me mostró que la canción podía decir cosas que no fueran insustanciales, estupideces. A partir de él me di a leer poesía, y poco a poco fueron saliendo todos los poetas, como de debajo de una piedra. Góngora me descubrió a Lorca, Lorca a Quevedo, Quevedo a Blas de Otero, y así sucesivamente".
Su primer disco, dedicado a la poesía de Lorca y de Góngora e ilustrado por Dalí, que hizo un dibujo sobre la Canción de jinete, fue un aldabonazo para la canción española de aquellos días. Los que salían a Francia lo traían escondido en la maleta, a pesar de su evidente inocencia, junto a los libros de Ruedo Ibérico y las obras de Marx.
En 1967 vino a España a cantar por primera vez. Dio algunos recitales en Madrid y Barcelona, y una breve actuación en Televisión Española, donde cantó su versión del poema Andaluces de Jaén, de Miguel Hernández, le convirtió de la noche a la mañana en un personaje popular. La censura y la imposibilidad de dar recitales con regularidad le volvieron a llevar al exilio, de donde ha regresado en varias ocasiones, aunque en ninguna haya supuesto una estancia continuada y constante. Ahora, 18 años después, vuelve para afrontar la más ambiciosa y difícil de sus aventuras.
"Entre el primer viaje y éste", comenta mientras enciende el enésimo cigarro, "hay la diferencia de encontrar dos Españas totalmente diferentes. La de entonces era la España negra, prepotente y poderosa, la de ahora es una España que se abre a la esperanza, una España con ilusión y entusiasmo, con ganas de realizar esos sueños que se habían negado durante años. El mejor ejemplo está en el mismo Madrid, que hace 20 o 15 años en una ciudad insoportable y se ha convertido en una de las capitales más vitales y hermosas de Europa".
"Los temas que escojo", dice Paco Ibáñez, "son muy amplios líricos, dramáticos, satíricos Pero es que parece que se quien encasillar todo con definiciones. Yo tengo confianza en el tiempo y se darán cuenta de que uno ha abarcado mucho más de lo que se quiere decir".
 La primera canción

El valor de la fidelidad
EL PAÍS, domingo 16 de junio de 1985

Entre 4.000 y 5.000 personas acudieron al Palacio de Deportes de Madrid a recuperar a Paco Ibáñez, participar en el proyecto de La Carpa y escuchar un espectáculo que duró más de cuatro horas y se convirtió en un solidario canto a la fidelidad.
Fue un recital de ritmo reposado y calmo, sin precipitaciones; una noche de locos --"todos estamos un poco locos; gracias a esa locura iremos hacia adelante", dijo Paco íbáñez en un momento-- bajo la bandera única de la amistad y la utopía. Una vuelta a una época de sueños y esperanzas, de luchas aún inacabadas, que no estuvo marcada por la nostalgia, sino por la fidelidad a unos principios que ayudaron a andar hacia adelante durante años más duros, y que hoy, sin prebendas ni demagogias, sigue siendo un hecho artístico de primera magnitud.
El Cuarteto Cedrón volvió, después de años de ausencia, a cantar sus canciones de ritmo tangueado y milonguero, de rigurosa concepción contemporánea, que estremecen en temas como Eche 20 centavos a la ranura, sobre un poema de Raúl González Tuñón, o Un hombre se calló la boca, de Juan Gelman.
Ewa Demarezyk, la gran incógnita polaca, sorprendió por doble motivo: por su calidad y por la radical diferencia entre su sentido de la puesta en escena y sus canciones y las que estamos acostumbrados a escuchar. Perteneciente a una escuela que tiene en Kurt Weill y Hans Eiler --especialmente en sus trabajos con Bertold Brecht-- los mejores maestros, su dominio del escenario y del gesto, su voz excelente, los más que buenos músicos que la acompañaban y las hermosas canciones que interpretó rompieron todas las barreras culturales.
Enrique Morente tuvo una de sus buenas noches, potente de voz y con garra en escena. Se lució especialmente en la versión que ha hecho de Es de noche, un poema de san Juan de la Cruz.
Paco Ibáñez era el gran esperado de la noche. Para él fueron los mayores aplausos, la emoción, la simpatía y la admiración. Se cantaron casi todas sus canciones, y el cantante demostró que el magnetismo y el poder de fascinación son cualidades que sobrepasan los límites del tiempo y la distancia.
Julia León --magnífica, despejando incógnitas sobre sus posibilidades--, Montoyita, Luis Pastor, Aute, Labordeta, Joaquín Sabina y otros cantantes se sumaron aja fiesta para mostrar que están por La Carpa y que los mil caminos distintos de la música se juntan como una pina a la llamada de la fidelidad.
Si La Carpa es una utopía, el tiempo lo dirá. Lo que sí parece cierto es que se trata de una necesidad. La falta de locales adecuados obliga a que recitales como éste se celebren en palacios de deportes, cuando parecen estar hechos, evidentemente, para escenarios que permitan escuchas más reposadas. La tendencia a organizar actos en fiestas populares, deformando muchas veces el sentido íntimo y meditativo del canto, clama por locales que, como La Carpa que pretende Ibáñez, se conviertan en centros lúdicos de una canción y cultura sin otras ataduras que su propia creatividad.

Hace algún tiempo comentaba con alguien sobre cierta versión de este poema que, cantada con gran dramatismo, no conseguía reflejar el profundo drama del texto de Hernández. ¿No será que ese dramatismo Paco lo logra, y lo eleva, con la desdramatización de la interpretación? ¿Ante un texto así, para qué acentuar lo evidente?



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