viernes, 19 de abril de 2013


Un siglo de reproducción mecánica de la música (1985)









En 1985 se cumplió el centenario de la creación de la primera empresa discográfica, lo que me permitió publicar este artículo en EL PAÍS. Hoy no hay ningún aniversario, pero creo que la historia puede resultar interesante. Qué tiempos en los que creíamos en los emuladores y en la resistencia infinita de los CDs.






EL PAÍS. 12 ENERO 1985


Cuando en 1877 Edison reprodujo por primera vez aquel famoso Mary had a little lamb (Mary tenía un corderito), que acababa de grabar en un cilindro de cera, poco se imaginaba que uno de los primeros usuarios de su invento sería un joven terrier llamado Nípper, que a partir del momento que pegó la oreja a un gramófono habría de desarrollar una increíble afición por las máquinas mecánicas de las que misteriosamente salían voces y ruidos. En esa imaginaria unión entre el invento y su símbolo podría estar el comienzo de una aventura apasionante: la del gramófono, el disco y la reproducción técnica del sonido.

Nipper nacería cuatro años después que el tan esperado corderito de Mary, y desde el primer instante de su llegada el mundo se acercó con ansia, dando un trote corto sobre sus débiles patas, a una bocina sonora, hasta hacerse, con el tiempo, tan famoso como Snoopy, el primer perro aviador.

En realidad, la reproducción técnica del sonido, ya que no de las voces, había sido descubierta anteriormente, en el siglo XVIII, a través de complicados aparatos como carillones, órganos de fuelle, pianos mecánicos, etcétera. El sistema inicial era el mismo que el de la caja musical, utilizado también en sinfonolas y pianolas. Cilindros perforados sobre los que saltaba una aguja que daba notas a los sonidos, dando cumplida satisfacción a la vieja aspiración del ser humano por escuchar su propia voz como en un espejo sonoro.

Desde un profundo pozo

Hace exactamente 100 años que un emigrado alemán, Emil Berliner, que había acudido a las virginales tierras de América del Norte en busca de fama y fortuna, se dio cuenta de que el nuevo invento servía para algo más que para cubrir la irreprimible faceta narcisista de toda persona. Pensando, con razón, que aquello podía ser fuente de ingresos sustanciales, fundó en Filadelfia la Berliner Gramophone Company.

Caruso grabó su voz en disco en 1902; Sarah Bernardt y Mary Garden lo hicieron en 1903, y el resto de los artistas fueron entrando poco a poco en la cadena de grabaciones sonoras, aunque en muchos casos consideraran, con poca visión de futuro, que esos discos de cinc de los que salían músicas y voces como de un profundo pozo eran un pobre sucedáneo de las lujosas salas de concierto, en las que las voces resonaban lujuriosas y aterciopeladas.

Aunque a partir de 1925 las grabaciones mecánicas fueran sustituidas por las eléctricas y la calidad sonora mejorara sensiblemente, todavía quedaba mucho camino por andar y las limitaciones parecían casi insalvables. Los viejos discos que giraban a la alocada velocidad de 78 revoluciones por minuto, a todas luces exagerada a pesar de vivirse en tiempos en los que la revolución parecía posible, apenas servían para introducir en ellos cuatro minutos de música.

En 1914 el director de orquesta Arthur Nikisch utilizó una cantidad incontable de discos para grabar por primera vez completa una sinfonía, la quinta de Beethoven. Se habría de esperar a que la RCA Víctor, en 1933, y la Columbia, en 1948, lanzaran el disco microsurco de vinilo para superar la tacaña barrera de los cuatro minutos y llegar a los 30 por cara en los discos de larga duración de 33 revoluciones, más adecuadas para los fríos tiempos de posguerra.

En 1958 se descubre el estéreo y  los músicos brindan con champán a la salud de las posibilidades que ofrece el descubrimiento, a pesar de que su primera utilidad fuera la de grabar alucinantes y sorprendentes efectos sonoros de silbidos de locomotoras, jets, timbres, pasos o aleteos de pájaros, que pasaban de un lado a otro del equipo de sonido aturdiendo a los oyentes de oídos casi virginales todavía.

De Imitar a crear

Cuando los Beatles, que en las notas de contraportada de su primer disco advertían, pudorosos, a sus oyentes que sólo recurrían a los trucos de estudio en una franja del álbum, utilizan en 1967 las cuatro pistas en la grabación de la obra más importante del rock, el histórico Sergeant Pepper's, abren todo un camino a la experimentación sonora en la música popular (casi paralelamente, desde un par de años antes, los músicos cultos estaban trabajando en el mismo sentido en la música electrónica). Primero con cuatro, luego con ocho, 16 o 32 pistas, en los estudios de grabación se podía no sólo imitar el sonido de los conciertos en directo, sino crear un producto autónomo, con valor por sí mismo, que no imita a la realidad, sino que la crea.

En la década de los ochenta, los modernos aparatos de grabación y reproducción sonora se liberan de la atadura física que unía la cadena grabación-soporte-reproducción. Ya no son corrientes magnéticas y agujas de zafiro lo que une la voz o el sonido musical a la cinta o al disco y a éste con el reproductor. Ahora es un código numérico, que se graba a impulsos eléctricos, y el rayo láser lo que hace posible el milagro de trasladar hasta nuestros oídos el sonido misterioso de la música.

La grabación digital y el disco compacto, que eliminan el contacto directo entre los diferentes elementos del proceso, han acabado con esa condena que llenaba de sonidos parasitarios --cada vez menores, pero irreductibles-- las caseras audiciones de música enlatada. La vieja utopía es posible: el sonido puede llegar puro y cristalino hasta el oyente sin que la fragilidad del polivinilo, la imperfección de las agujas o la dependencia de las cabezas imantadas llenen de soplos, chicharras, saturaciones y ruido las audiciones. El disco ha cumplido un ciclo.




Aunque no sea el único, la tecnología ha sido un factor determinante en la evolución de la música en el último siglo. De la culta o clásica, evidentemente, pero quizás más profundamente de la popular, a la que ha transformado por completo. Otros elementos han incidido en esa transformación: la fulgurante proletarización de las comunidades urbanas, la emigración creciente del campo a la ciudad, las condiciones de vida creadas en el mundo a raíz de las dos guerras mundiales y de los profundos cambios sociales creados en la humanidad a partir de las revoluciones contemporáneas.
En todo ese proceso, los avances tecnológicos, los descubrimientos en los terrenos de la grabación, la reproducción técnica del sonido y los medios de comunicación, han acompañado y potenciado esa evolución, hasta subvertir por completo no sólo las formas de interpretación, sino también, y principalmente, la propia esencia creativa de la música.

Paul Valery lo anunciaba ya en 1934: "Ni la materia ni el espacio son, de 20 años a esta fecha, lo que han sido siempre. Es de esperarse que inmensas novedades transformen toda la técnica de las artes, actuando sobre la propia invención y llegando tal vez a alterar maravillosamente la noción misma de arte". Si estas frases podían tener en aquella fecha un leve carácter profético, los acontecimientos posteriores han venido a confirmar su justeza.

El constante perfeccionamiento del disco, soporte sobre el que se puede fijar la interpretación musical, no sólo la escritura de la creación en un papel, reproduciéndola indefinidamente y sin límite; la radio y la televisión como elementos difusores de capacidad impensada hace tan sólo unos lustros, que han contribuido a una cierta uniformización del gusto musical pero también han potenciado una ampliación insospechada de los conocimientos de músicas dispares y desconocidas de todo el mundo; la electrificación de los viejos instrumentos y la creación de otros nuevos --desde los sintetizadores más simples hasta las sofisticaciones del variophone, el vocoder o el emulator--, que permiten la creación de sonidos totalmente nuevos, son acontecimientos que marcan la realidad sonora de la música actual.

Rescate de la autenticidad

En la música culta, estos hechos han influido de manera muy diversa y a veces insospechada. Además de las posibilidades creativas que ha abierto el amplio campo de la música electrónica, la perfección técnica de las grabaciones --aparte de hacer inviables las interpretaciones mediocres, que en el recital en directo pasan y se olvidan, pero que en el disco quedan definitivamente inamovibles-- ha permitido recuperar el sentido original de muchas partituras, del Barroco o del Renacimiento por ejemplo, que habían perdido su sonoridad primaria en el laberinto de orquestaciones y en la falta de discernimiento instrumental a que forzaba la tosquedad de los primitivos sistemas de grabación.

Todo esto, que en la música culta o clásica es un desarrollo lógico de toda forma artística, en la música popular se ha convertido en un factor revolucionario de su propia esencia. Si desde el Renacimiento se produjo el asentamiento y maduración de las artes (música, literatura, plástica, etc.), la música popular no vivió similar evolución, condicionada por el grado de desarrollo de las capas sociales, especialmente rurales, de las que se supone es expresión, de las que surge y a las que se dirige, acompañándolas en su lento y a veces inadvertido proceso de transformación.

La música popular ha sido hasta este siglo folclor, una forma, por consiguiente, de artesanía y no de arte, aunque haya mucho arte en esa artesanía. Sus características principales: el anonimato, la referencia geográfica o cultural concreta, la creación colectiva (es decir, la superposición de los diversos creadores individuales) y la transmisión oral, que se mantuvieron casi inamovibles a lo largo de los siglos, han sido literalmente pulverizadas por las nuevas condiciones sociales y por las modernas tecnologías.

Comienzo de un camino

Desde el mismo momento en que el creador y/o intérprete deja fijadas en disco sus canciones, que alcanzan universalidad a través de los mass-media, todas las barreras se anulan o se hacen inservibles perdiendo identidad. La canción ya no es una creación que se pierde en la noche de los tiempos, trasmitida de boca a oído por ambulantes trovadores, sino que se convierte en un producto cultural e industrial a un tiempo. En definitiva, como las otras artes o industrias, con el valor de uso tradicional convertido en moderno valor de cambio.




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