VIOLETA PARRA.
Una maestra.
Tapiz de Violeta Parra
Hay muchos cantantes que admiro y respeto, incluso a
algunos de los más cercanos los quiero (aunque solo sea por los muchos años de convivencia), pero si
hay dos por lo que sienta una especial predilección como artistas y cuya vida y
ejemplo moral y musical me resultan especialmente entrañables, son Pete Seeger
y Violeta Parra. He escrito mucho sobre ellos y he puesto sus canciones en la
radio con frecuencia desde hace muchísimos años. Ahora he encontrado alguno de esos
escritos de otros tiempos y hoy voy a rescatar los dedicados a Violeta Parra, de distintos años
y entre los que hay uno que a estas alturas puede resultar insólito, por razones que
explicaré cuando llegue a él, pues lo he dejado para el último.
Este “cuelgue” me da, además, ocasión de contar
alguna cosa sobre las diferencias entre el ayer y el hoy, que siempre pueden
ser provechosas.
En la actualidad, si oyes hablar de algún cantante, músico,
grupo o titiritero sin cabeza, basta con que acudas a internet para que puedas informarte, escucharle o, incluso, oírle cantar. Hoy en día la dificultad de acceder a
Violeta Parra no existe, lo complicado es encontrar a alguien que alguien te hable de ella y te
mueva al entusiasmo de escucharla. Hace 40 años, que es el tiempo que nos
separa del primer texto, las dificultades eran aún mayores y el camino para
llegar hasta la maestra chilena fue más complicado.
Personalmente, las canciones de Violeta Parra me
llegaron por el viejo sistema del boca a boca, sin saber nada de la autora,
excepto que era suramericana. Las primeras que escuche y que mal canté fueron “Hace
falta un guerrillero” (que he colgado justo encima de este párrafo) y “Me gustan los estudiantes”. Formaban parte, como las composiciones de Chicho Sánchez Ferlosio y algunas de Yupanki o Carlos Puebla, del repertorio clandestino que los jóvenes comunistas
cantábamos a voz en grito en la segunda mitas de los sesenta en las
excursiones, aprovechando que si íbamos a La Pedriza, por ejemplo, o a
Navacerrada, lugares en los no solía haber nadie alrededor, lo que venía muy bien para aquello de la clandestinidad. Como dato secundario añadiré que
pienso que quien nos enseñaba aquellas canciones, en algunos casos poniéndonos los discos correspondientes, era
Pedro Dicenta, un maestro
represaliado que tras salir de la cárcel había dado clases, y no era una simple
coincidencia, en el colegio zaragozano propiedad del padre de Labordeta, Miguel, que acogió a varios profesores en esas circunstancias.
Sea como sea, la siguiente noticia de Violeta la tuve allá por
1968 cuando me acerqué al grupo Canción del
Pueblo, en cuyas actuaciones Cachas solía cantar “Casamiento de negros”, una verdadera joya que me dejó impresionado para siempre.
Sin embargo, no sería hasta que conocí y escuché a Gabriel Salinas, hermano del director
de Inti Illimani, Horacio Salinas, y a su compañera Vicky
Torres, que residieron en Barcelona mientras Gabriel se trataba de sus problemas
de visión con el doctor Barraquer. Ellos me descubrieron la totalidad a
Violeta, que como se ha visto, fue un amor a primera vista. En su recuerdo,
aquí os dejo una foto que nos hicieron a los tres en 1970. El fotógrafo debió
ser Antonio Piera, porque fue un verano en el que pasamos un fin de semana con
él y su familia en un pueblo de la sierra.
El primer texto que reproduzco corresponde al único artículo que
publiqué en la revista aragonesa Andalán en 1973, por medio de Placido Serrano,
que aparte de amistas y enseñanzas me daba parada y fonda cada vez que paraba
en su ciudad. Es algo primitivo en general, pero sirve quizás como testimonio de lo que se conocía en España de Violeta en aquellos años.
Rebuscando en
una librería de Zaragoza sorprendentemente bien surtida de temas sudamericanos
(temas bastante huérfanos excepto novela y algún otro apartado) tropezamos con
un libro que va a ser motivo y pauta para estas notas sobre la folklorista y
cantante popular más importante de Sudamérica. El libro es «Décimas autobiográficas» en coedición
Pomaire-Universidad Católica de Chile, y la floklorísta es, naturalmente Violeta Parra. No obstante, no vamos a tratar
del libro, al que sólo nos referiremos de pasada, porque Viota Parra es sobre
todo y fundamentalmente cantante y autora de canciones, y es a explicar su
trayectoria a lo que nos vamos a dedicar.
Pasemos breve
reseña a su biografía: Nace en 1917, canta en todo tipo de espectáculos:
circos, cabarets, etc., hasta que en el año 53 se muestra como folklorista y
cantora popular. Su familia tiene además la virtud de ser apabullantemente
artística: Cuatro hermanos más cantores: Roberto,
Hilda, Eduardo y Lautaro, un
hermano poeta: Nicanor (Léanse los «Antipoemas», Barral Editores), además de
sus hijos Ángel e Isabel (NOTA:
hoy esa saga de descendientes músicos llega a su biznieta) Y la propia
Violeta, además de cantar y componer, escribió el libro citado y además un
tratado de folklore chileno publicado en Francia por Maspero, y hace unos maravillosos tapices con los que expone en el
Louvre en 1964. Su carrera tiene más cosas que contar, pero diremos tan sólo
que estuvo en toda Europa en diferentes ocasiones entre 1954, año en que asiste
al festival de la Juventud en Polonia, y 196464. De vuelta en Chile crea la más
importante peña folklórica del País: la Peña de los Parra, que aún existe hoy
en día, en la calle del Carmen en Santiago de Chile (NOTA. Este dato estaba equivocado. La peña la
fundaron sus hijos, Ángel e Isabel. Violeta montó una carpa en las afueras de
Santiago en la que actuaba y en la que murió), sigue
cantando y componiendo y se suicida el 5 de febrero de 1967. Únicamente
añadiremos en este aspecto biográfico que sus dos hijos, Ángel e Isabel, son,
en estos momentos, parte importantísima en el canto de vanguardia de todo el
continente.
En estos
cincuenta años que vivió la artista está encerrada una de las importantes obras
de recopilación del folklore y de creación de canciones que se conocen,
importante por varias razones, pero fundamentalmente por dos, la primera por la
magnitud innata de la misma, y la segunda por estar hecha contra viento y
marea, en unos momentos en que en Chile lo que menos se podía esperar era el
apoyo oficial al canto popular. Boicoteada, impedida de grabar sus propias
composiciones. Violeta Parra recorrería el país de Norte a Sur recogiendo los
ritmos del pueblo, las tonadas, las cuecas andinas, las resfalosas, las trastaseras
de Chiloe, las polkas, etc., y haciendo que no cayeran en el olvido.
Podernos
encontrar tres grandes corrientes en la canción de Violeta:
1.º Canciones
del folklore recopiladas, grabadas y
transformadas por ella, puestas al día, situadas en su contexto, hasta llegar
en muchos casos a perderse el guía de quién es el auténtico autor de estas
canciones, si el pueblo con el tiempo o Violeta Parra con su intuición.
2.º Canciones
compuestas por Violeta Parra sobre temas folklóricos y con el tema genérico del
amor. En este sentido la poesía de Violeta Parra es uno de los elementos
poéticos más lucidos sobre las relaciones amatorias. Canciones que reúnen la
sabiduría popular con la larga experiencia de una mujer que amó mucho a lo
largo de su vida, y cuyo camino no fue siempre de rosas. Frente al escapismo seudopoético
de tanta literatura al uso, Violeta plantea un mundo amatorio completo,
complejo e implacable, al tiempo que infinitamente hermoso. Dice en su cueca «De cuerpo entero»: «No, me gustan los amores / ay, ay, ay del alma sola / cuando el cuerpo
es un río / ay, ay, ay de bellas olas / de bellas olas sí / que me dan vida /
si falta un elemento / negra es la herida. / Comprende que te quiero / ay, ay,
ay de cuerpo entero». Y con estas palabras cierra un ciclo en el que tantas
páginas anodinas sobran. (Cito de memoria, y la mía es dada a los famosos
lapsus, perdón si los cometo).
3.º Canciones
comprometidas con la realidad social, política y cultural de su pueblo. En este
ciclo de canciones se encierran algunas de las canciones más clarividentes sobre
el tema, el pueblo es para Violeta Parra un ente vivo, con una realidad con la
que está en conflicto dialéctico, en este enfrentamiento ella toma partido
conscientemente por las clases bajas, sin romanticismo, sin ambigüedades, sin
individualismos, Violeta supera en esto a tantos poetas y cantores más famosos
que encuentran en el pueblo un buen protagonista para sus quejas, pero no para
su solidaridad. El compromiso de Violeta Parra nace y tiene su sentido en el
pueblo de Chile, pero no acaba allí, podemos hablar sin duda de internacionalismo.
Por las canciones de Violeta pasa Grecia, Francia, el negro Lumumba, por supuesto los luchadores de
Sudamérica: Manuel Rodríguez, Emiliano Zapata, Prestes, César Augusto
Sandino, y otros más cercanos y queridos (NOTA:
De Julián Grimau, no se podía hablar). Para qué decir títulos de canciones, ya
hablaremos más abajo de las que tenemos a mano. Únicamente una nueva cita
memorística, pertenece a su canción «Gracias
a la vida» y es una muestra de cómo entiende ella un canto popular vivo: «El canto de ustedes que es mi propio canto /
el canto de todos que es el mismo canto».
Violeta Parra
grabó en infinidad de casas grabadoras: en EMI-ODEON, en LE CHANT DU MONDE,
todas ellas con distribución en nuestro país, y en DICAP, sin casa distribuidora
(NOTA: este sello se distribuiría
finalmente en España a partir de 1975 por GONG, que dirigido por Gonzalo García
Pelayo me permitió ocuparme de ello). Pese a ello, de entre sus canciones
solo dos se han editado en España en un disco colectivo de HISPAVOX: «Aquí se acaba/a cueca» y «La resfalosa». Grabadas por otros
cantantes podemos hacer esta breve relación, escasa pero de gran calidad:
Grabado por Gabriel Salinas en el disco «Canto a mi América» (Barlovento): «Hace falta un guerrillero» y «Regalo mío», y en el disco de la misma
casa «Yo defiendo mi tierra», nueve
canciones de las mejores entre las compuestas por ella. No reseñaré sus
títulos, paro sí diré que tiene una buena versión de «Gracias a la Vida». También nos ha llegado, en un disco PHILIPS una
excelente versión de esta última cantada por Mercedes Sosa. Grabadas por el grupo Atacama en un disco BOCACCIO, cuatro remas de Violeta: “Rin del Angelito», «El volantín», excelente, «Y
arriba quemando el sol» y «A donde vai jilguerillo», una recopilación del
folklore.
En breve tiempo
varios cantantes tienen previstos discos con temas suyos (NOTA: Entre ellos, uno del chileno Guillermo Basterrechea,
que residía en Madrid, totalmente dedicado a Violeta). Pero la verdad,
podríamos preguntarnos qué puñetas están esperando los engominados ejecutivos
de nuestra industria discográfica, para editar su obra en las grabaciones
originales. ¿Ya veríamos entonces a donde iban a parar los Cabrales, Rodrigos, Cafrunesafruñes...
Exactamente ahí.
Gracias a la
vida
cantada por, por orden de aparición: Isabel
Parra (hija de Violeta), Tita Parra
(nieta), María del Mar Bonet (la
primera vez que la escucho cantar en castellano), Ana Belén y Javiera Parra
(biznieta y fundadora del grupo de rock “Javiera
y los imposibles”. Los dos guitarristas parece que son Ángel Parra y su hijo Antar)
Diez años después, con motivo del aniversario del fallecimiento de Violeta y viviendo yo en Canarias, Publiqué esta nota en El Diario de Las Palmas.
Diario de Las Palmas, 1 de febrero de 1983
EL próximo
sábado, día cinco de febrero, se cumplen los dieciséis años de la muerte de una
de las más importantes compositoras de canciones populares del mundo, y, desde
luego, la más rica, sensible e inspirada cantora popular de habla española: la
chilena Violeta Parra. Este es el momento de recordarla
Violeta Parra nació en San Carlos, provincia de
Nuble, Chile, el 4 de octubre de 1917, hija de una modista, Clara Sandoval, y un maestro rural de
ideas avanzadas llamado Nicanor.
Pasó una dura infancia, siempre de un sitio para otro de la geografía chilena,
rodeada de hermanos y siguiendo los destinos del padre. Niña de débil
conformación física, sufrió numerosas enfermedades en la infancia, entre las
que resultó especialmente grave una epidemia que asoló el país y que estuvo a
punto de costarle la vida. Aunque consiguió salvarse, la enfermedad le dejaría
marcas en el cuerpo y la cara para toda la vida.
Pertenecía
Violeta Parra a una familia de increíbles aptitudes artísticas. Además de ella,
cuatro al menos de sus hermanos son cantores y compositores (Lautaro, Hilda, Roberto y Eduardo, otro de sus hermanos, Nicanor, es uno de los más grandes
poetas de Chile, y dos de sus hijos, varios sobrinos y su nieta Tita han seguido el camino musical (NOTA. Como se ve, en los diez años transcurrido
desde el anterior artículo ya se había ampliado la nómina). Esta vocación
y estas aptitudes tal vez vinieran dadas por la preocupación de su abuelo
paterno, José Calixto Parra, en
enseñar a sus hijos y nietos el arte musical. Violeta estudió, guiada por su
hermano Nicanor, en la Escuela Normal de Maestros de Santiago de Chile, donde
consiguió excelentes notas. No obstante, sus aficiones la llevaron por otro
camino, aunque antes de conseguir dedicarse a la canción tuviera que hacer mil
clases de trabajos. Todavía en temprana edad, cuando contaba veintiún años, en
1938, se casó con un obrero ferroviario: Luis
Cereceda, para el que escribió divertidos y hermosos versos, por mucho que el
matrimonio acabara mal:
«Lo vi por primera vez
en una gran maquinaría
porr la línea ferroviaria
de Yungay a la Alameda,
con una chaqueta nueva
de cuero, por la ventana;
talan, talán la campana
retumba en mi corazón
por el joven conductor
que me hace mil musarañas»
(«Décimas
autobiográficas»)
Pero la parte
más tormentosa de su vida fue, sin duda, el amor, y este primer matrimonio duró
poco tiempo, separándose cuando ya tenían dos hijos, Ángel e Isabel, también
cantantes, comenzando entonces la parte más dura en la vida de la cantante
chilena, que coincidió, extrañamente, con e1 reconocimiento artístico nacional
e internacional.
En sus primeros
años de cantante recorrió Chile de Norte a Sur, recopilando canciones
folklóricas y cantando en todo tipo de locales que le permitieran ganar un poco
de dinero para vivir: entoldados de circos ambulantes, cabarets, bares,
teatros, etc. En 1952 consiguió el premio Caupolicán a la mejor folklorista de
Chile, y a partir de ese momento comenzó su carrera como folklorista y
cantante. En 1953 da una actuación privada en la casa del poeta Pablo Neruda, quien la admiraba,
recordándola, al morir la cantante, con estos versos:
«Te alabo, amiga mía, compañera:
de cuerda en cuerda llegas
al firme firmamento,
y, nocturna, en el cielo, tu fulgor
es la constelación de una guitarra.
De cantar a lo humano y lo divino,
voluntariosa, hiciste tu silencio
sin otra enfermedad que la tristeza».
En 1955 realizó
el primer viaje a Europa, llegando hasta Varsovia, donde representó a la
juventud chilena en el Festival Mundial de la Juventud. Este hecho marcó
decisivamente su actitud creativa, pues allí conoció a todo tipo de jóvenes de
todo el mundo, de ideología izquierdista, cantando para ellos, intercambiando
experiencias y aprendiendo a mirar la vida bajo un prisma más politizado, lo
que influyó de manera importante en sus composiciones a partir de esa fecha.
A la vuelta a
Chile pasó por París, donde nuevamente volvió a vivir momentos difíciles, pero
donde grabó las primeras canciones de su vida: cuatro temas para el sello «Le
Chant du Monde». Ya en Chile continuó plasmando en disco sus recopilaciones y
composiciones, grabando su primer LP y pasando a dirigir el «Museo de Arte
Popular de la Universidad de Concepción». Sin embargo su vida no se hizo más
fácil por ello. Su cada vez más comprometida visión del canto popular (según su
hija Isabel, su primera canción «comprometida», «La lechera», la compuso en 1957) la situaron de nuevo en difícil
situación ante las casas grabadoras, que preferían editar sus recopilaciones
antes que sus propias composiciones, más politizadas. Estos son los años que
recuerda su hijo Ángel en el siguiente párrafo: «Vivíamos con mamá en una pieza de madera, allá en La Reina, con piso de
tierra. Nos tapábamos hasta con el estuche de la guitarra. Es verdad, créeme,
el peso del estuche provocaba un poco de calor, al menos así lo creíamos. A las
cuatro de la mañana me despertaba para que fuera a robar agua a una acequia que
quedaba a cuatro cuadras. Allá iba yo, pisando escarcha y maldiciendo el
espíritu higiénico de mamá...».
En 1960 expuso
en la Feria de Artes Plásticas en el Parque Forestal de Santiago de Chile, dando
a conocer otra de sus actividades artísticas: la creación de hermosísimos
tapices de compleja imaginería y un claro sentido popular que, a veces, la
acerca a lo naif. Exponiendo sus tapices viajaría por todo el mundo, colgando
su obra en Buenos Aires, Finlandia, Alemania, URSS, Italia, y, finalmente, en
el mismísimo museo del Louvre, en París en 1964. En este intervalo de tiempo
vivió tres años en París, donde volvió a enamorarse perdidamente de un sueco de
nombre Gilbert Favre, al que entregó
su amor hacia la música de los Andes, enseñándole a tocar la quena, instrumento
que luego tocaría, con el sobrenombre de «el sueco» en el gran grupo boliviano
«Los Jairas». Ya con anterioridad se había casado por segunda vez con un
carpintero, de nombre Luis Arce, con
el que tuvo una nueva hija: Carmen Luisa.
Su estancia en
París fue fructífera desde el punto de vista artístico. E1 19 de noviembre de
1961 había tenido lugar en una población cercana a Santiago una masacre de
obreros y la detención de su hermano Roberto, Violeta recibió estas noticias
viviendo en Europa, y como contestación compuso una de sus canciones más
conocidas, «La carta», que
significaría de alguna manera el comienzo de toda la nueva canción chilena.
También en este período de tiempo compuso, con su peculiar y autodidacta estilo
de escritura musical, una suite titulada «El
gavilán», en la que los críticos han encontrado reminiscencias de Bela Bartock.
Desde ese
momento su nombre es ya mundialmente conocido, sus composiciones, interpretadas
por cantores de toda América Latina, su ejemplo, imitado por infinidad ole
jóvenes que en aquel momento velaban sus: primeras armas musicales: Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani,
Mercedes Sosa, César Isella, Daniel
Viglietti o Joan Baez, además de
sus propios hijos, son algunos de los muchos cantantes que llevan su huella. !
Vuelta a Chile
en 1966, instaló una carpa en las afueras de Santiago, en un lugar llamado «La
Reina», en la que cantaba para todo aquel que quiera escucharla, y en la que se
hacía reservar un pequeño local para vivir y confeccionar sus tapices.
Cantantes de Chile y de toda la América Latina acudían hasta allí para oírle
cantar o charlar con ella, pues ya estaba considerada como una maestra
indiscutible. Sin embargo su vida caminaba de mal en peor. Las dificultades
económicas se unieron a los problemas sentimentales. Es nuevamente; su hijo
Ángel quien cuenta sobre ella: «Mama se
sentía cada día peor, se quejaba de su soledad. Pero era brava de orgullosa.
Cuántas veces no la dijimos que se viniera a vivir con nosotros. Chabela
(Isabel) y yo íbamos los domingos a la carpa a cantar con ella, pero la
notábamos amargada».
Un domingo. El,
cinco de febrero; de 1967, tres años antes de la alegría de la Unidad Popular,
que la hubiera salvado, y seis años antes del golpe de Pinochet, que
probablemente la hubiera fusilado, cuando se encontraba sola en su carpa, a
última hora de la tarde, Violeta Parra, si pegó un tiro en la sien.
Para finalizar, lo que creo más interesante. Se trata de
una hoja de promoción de CBS con motivo de la edición de “Un río de sangre”,
el primer disco de Violeta que se publicó en España. Por aquella época las discográficas
encargaban estos materiales a diversa gente que se suponían entendidos y se los enviaban a los críticos, comentaristas,
locutores, etc… para que documentaran su conocimiento. Una táctica de vender discos que hoy puede parecer insólita, en tanto en cuanto partía de la consideración cultural, y no solo comercial, de la música popular.
Era el primer disco, pero no se publicó completo,
pues la censura prohibió tres de los temas, que fueron sustituidos por sendas canciones de Ángel e Isabel Parra y los Calchakis. Los temas prohibidos eran “La carta”, dedicada a la detención de su hermano Roberto en una huelga, “AyúdameValentina”, un arrebato contra predicadores y curas, y “¿Qué dirá el Santo
Padre?”, con la que respondió al fusilamiento de Julián Grimau, tres temas tabú
para el régimen de entonces (¿Y de ahora?). Os dejo la última, que con permiso
de Chicho, me parece la más honda y sentida de las canciones dedicadas a
Grimau. Más abajo van las páginas escaneadas de aquella hoja de prensa, en la
que, lógicamente, no se decía nada sobre las prohibiciones.
Grande Violeta Parra y grande Antonio Gómez, todo el tiempo en el camino.
ResponderEliminarMientras quede tiempo siempre hay camino. Gracias, camarada.
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