FRANK SINATRA
La realidad es tan tozuda que a veces hay que dar la
pata a torcer. ¿Pero puede un crítico criticarse, comentarse un comentarista,
un articulista articularse? Yo lo intente en esta nota de El País de 1985.Sin
duda éramos puros, pero también dogmáticos y sectarios.
La memoria feliz de Frank Sinatra
Los 'viejos ojos
azules' cumplen setenta años
EL PAÍS. DICIEMBRE 1985
Con los años,
los más acendrados odios se atemperan y los desprecios mejor conservados se truecan
en vergonzantes admiraciones. Frank Sinatra cumple 70 años, y con la
perspectiva del tiempo, el suyo y el nuestro, uno llega a olvidar, o al menos a
pasar al archivo histórico, el que haya podido ser un contumaz reaccionario, un
disfrazado fílomafioso y nunca haya cantado rock o folk, los géneros que nos
parecieron renovadores o revolucionarios en exclusividad, para apreciar cómo se
merece el reconocimiento de la obra bien hecha, de la profesionalidad entendida
como realización de un trabajo duradero y continuo y la calidad de una
personalidad que ha marcado a sangre y a fuego la música popular contemporánea.
Era bajito y
esmirriado, y su imagen cinematográfica, agarrado a la jeringuilla de El hombre del brazo de oro o guarecido
bajo el gorrito de marinero en Un día en
Nueva York, nos hundía en la contradicción de no encontrar asidero para la
descalificación. Igual sucedía con sus discos, con Louis Amstrong o sus
colaboraciones con Count Basie, pero nosotros seguíamos agarrados al dogma,
negándonos el disfrute de su voz cálida y sus maneras de crooner enamorador de
vírgenes quinceañeras y otoñales matronas.
Nació en
Hoboken, Estado de Nueva Jersey, el 12 de diciembre de 1915, y aunque su propio
pueblo natal le declarara persona indeseable por su inveterada afición a las
peleas y los puñetazos en lugares públicos, nos hemos quedado sin coartadas
justificatorias. Setenta años de vida y más de 40 de éxitos en cascada son
demasiados para seguir manteniendo, sin que asome el pudor por la ventana de la
conciencia, la desvergüenza de la inquina. Lo malo de los genios es que suelen
acabar teniendo razón, y el reconocimiento de nuestras propias limitaciones e
insuficiencias finalizaron por llevarnos al huerto de la admiración.
Quienes ahora en
España estamos entre los 35 y los 45 años somos una generación escindida y
limitada, y Frank Sinatra es una de las más descaradas muestras de nuestras
miserias críticas. Le denostamos por comercial y falto de compromiso; su música
nos parecía blanda y fácil, y su voz, estandarizada y convencional. No supimos
apreciar su capacidad de fascinación, su fuerza comunicativa y la perfección de
un trabajo que hoy, por encima de los prejuicios quizá justificados, aparece
comedido y exacto, capaz de derivar insumergible por los más tormentosos
canales del arte y reaparecer siempre, como en su último disco, L.A.
Is my lady, luminoso y eterno.
En todos estos
años de esplendores y opacidades, entre doctorados honorarios de sesudas
universidades y fiestas de cumpleaños de Ronald Reagan, Frank Sinatra se ha
enfrentado igual a la más convencional de las canciones comerciales y a las más
sofisticadas composiciones, misérrimas cabañas y lujosos palacios artísticos,
en todos los cuales ha dejado, como un tenorio triunfador, memoria feliz de él.
Por aquel entonces no debías saber de que le deseo una pronta muerte a Franco por telegrama, jejeje.
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