Pablo Guerrero, maestro
Pablo Guerrero está celebrando los
cuarenta años de “A cantaros” y acaba de grabar disco conmemorativo con un montón
de amigos, viejos y nuevos. Tan entusiasta colaboración no sólo expresa el cariño
y la admiración que Pablo despierta entre sus compañeros, sino el grado de “maestro”
que ha alcanzado para las generaciones de cantautores posteriores a él.
Modestamente me gustaría considerarme uno más de esos amigos, y como tal,
rendirle aquí mi modesto homenaje reproduciendo hoy algunos textos separados
entres sí una porrada de años que he escrito sobre él a lo largo del tiempo.
El primero es una entrevista primeriza
publicada en noviembre de 1969 en la revista Hogar 2.000 junto a Mary Lali Salas, ya fallecida y de la que tendré que hablar, porque era una de esas personas que no pasan a los
libros pero que en un momento juegan un papel decisivo en la historia de la que
se trate.
Pablo acababa de ganar en el Festival de Benidorm el premio a la
mejor letra, lo que a simple vista no parecía la mejor recomendación, y ya
estaba en ella, y en el resto de sus canciones de la época, el germen de lo que
sería después: un artista que si se hubiera llamado Leonard Cohen hubiera sido
reconocido en todo el mundo como un realmente grande de la canción
popular. La entrevista se realizó en la casa que Mary Lali compartía con Tina
Blanco y Elisa Serna. Ese día, además, Pablo también debió conocer a algún otro
cantautor madrileño asiduo a aquel piso (no los integrantes de la llamada Nueva Canción Castellana de la que luego se habla en la entrevista). No lo recuerdo, pero seguro que
Hilario Camacho, al menos, andaba por allí.
Sigue luego tres comentarios publicadas
en El País en 1985 y 1987.
A tu salud, maestro, que nos vemos menos de lo que
me gustaría. Será por la edad.
Pablo Guerrero,
que dio la nota en el último Festival de Benidorm y que, además, ganó el premio
a la mejor letra de canción con su «Amapolas y espigas», ha venido a vernos.
Sí, señores, he dicho a vernos.
Es cordial como
pocos. No es difícil entablar una conversación con él y, al final de la tarde,
parece que nos hemos conocido toda la vida.
Las coca-colas
danzan a su aire por el suelo. Fuma Celtas,
uno detrás de otro. Entre calada y calada, con aire de pedir permiso para
hablar y un tanto incómodo por la presencia del fotógrafo, charlamos.
--¿Qué proyectos
tienes ahora, después de tu éxito en el Festival de Benidorm?
--No sé. Yo ando
un poco despistado porque creía que iba a grabar un «long-play», pero creo que
todavía no estoy lo suficientemente preparado como para una labor de tanta
envergadura. Lo más seguro es que salga pronto un «single» con dos canciones
mías que se llaman «Hay hombres que se
mueren sin haber visto la mar» y «El
arriero y los ladrones».
--¡Caramba!, el
primer título es largo, pero precioso. Nos recuerda unas estrofas de Rafael
Alberti.
--Es verdad. Yo,
que soy extremeño, vi el mar por primera vez después de haber terminado el
Magisterio.
--¿Has estudiado
Magisterio?
--Y también
estoy estudiando Filosofía y Letras. Mi vocación es enseñar.
--Pero, por
supuesto, no dejarás de cantar.
--No. Seré un
cantante-maestro o un maestro-cantante. Como más os guste.
--¿Tienes
experiencias interesantes en tus recorridos por pueblos, cuando vas a la búsqueda
de temas para tus canciones?
--En un pueblo
de Extremadura todavía hay viejos que cantan «Los pelegrinitos», como ellos
dicen, de García Lorca, pero con la letra muy adulterada. También he oído
cantar «Los mozos de Monleón».
--¿Te sientes identificado con el grupo de
cantantes a los que, en un momento determinado, se les llamó «Nueva Canción
Castellana»?
--Creo que no. A
lo mejor, en el tema, sí. Tal vez su música no sea muy folklórica.
Nosotros,
honradamente, pensamos que todos estos cantantes de la «Nueva Canción
Castellana» no han estado nunca en el campo. No han convivido con los
campesinos. No saben lo que es trillar. En fin, no tienen la pureza y el
«verismo» de las canciones de Pablo Guerrero.
--¿Has cantado mucho·
entre la gente? ¿Has dado muchos recitales?
--En ciudades no
he cantado nunca. En el campo, muchas veces, y la gente me ha acogido muy bien.
Bueno, realmente, antes de pensar en cantar seriamente había dado pequeños
recitales en Facultades y Colegios Mayores, pero eso es una simple anécdota. Es
un poco difícil dar recitales. Se necesita dinero.
--Cuéntanos algo
de Benidorm. Cómo te recibió la gente. ¿No les pareció un poco raro ver actuar
a un chico con barbas y sin «smoking»?
--Al principio
no creían que fuese yo el que iba a cantar. Me convertí en el «coco» oficial
del pueblo. Luego se identificaron bastante conmigo. Hasta tal punto que,
cuando en un trozo de «Amapolas y espigas» digo; «... las ricas del pueblo
bordan su ajuar...», me preguntaban si aquello lo había dicho por Fulanita o Menganita.
Los críticos se portaron muy bien conmigo. Había mucha gente joven entre los
periodistas.
--¿Qué tal va la
venta de tu disco?
--Creo que va
mal. Sólo se han vendido quinientos ejemplares. Es muy poco. Sin embargo,
aunque yo oigo poco la radio, me han dicho que se oye muchísimo. Sobre todo por
mi tierra y por Andalucía.
--Hemos oído
hablar de que te están buscando un conjunto para acompañarte.
--Se habló en
principio, pero no. Sólo llamaría a alguien en caso de que hiciera una canción
más seria y realmente lo necesitara. Por ahora me va bien con mi guitarra.
--¿Crees que tu
canción «Amapolas y espigas» mereció el premio que le dieron en Benidorm?
--Sinceramente,
sí. Creo que estaba por encima de todas las demás, en cuanto a letra se
refiere.
La habitación está
ya llena de humo. La cajetilla de Celtas ha menguado bastante y de las
coca-colas no quedan ya más que las botellas. Es el momento en que el fotógrafo
empieza a actuar. Pablo Guerrero pone peor cara. Eso de las fotografías no va
con él. Mientras posa,
y antes de
despedirnos, nos dice:
--Me voy a
cantar a Santander dentro de dos días. Deseadme suerte.
Cantando se entiende la gente
Conciertos de San Isidro. Pablo Guerrero, Luis Pastor y
José Antonio Labordeta. Plaza Mayor. Madrid, 18 de mayo.
EL
PAÍS, 20 MAY 1985
Con la Plaza Mayor llena de gente, Pablo
Guerrero abrió la tarde. Presentó básicamente las canciones de su último disco,
Los momentos del agua, acompañado por
un grupo impecable. Temas de especial rigor literario y musical, de arriesgado
vanguardismo, que llevaron a la gente a pedir un viejo tema, el inevitable A cántaros.
Luis Pastor hizo uno de sus buenos
recitales; es decir, supo llegar sin barreras al público con canciones cada vez
más maduras y con una actitud escénica totalmente personal. En la mitad de la
actuación, Luis Pastor llamó a cantar a Paco Ibáñez, que se encontraba entre la
gente, y el calor del cariño creció entre el público hasta convertirse en un
auténtico homenaje que el cantante agradeció interpretando, en medio de un
silencio espectacular, la que pudiera ser su mejor canción, Palabras para Julia.
El cierre, a cargo de José Antonio
Labordeta, fue, como se podía esperar, un éxito completo. El cantante aragonés
tiene un absoluto dominio del escenario y sus canciones llegan directamente al
oyente pasando por una gama de sensaciones que va del sarcasmo más violento a
la más entrañable ternura.
Pablo
Guerrero, el momento de la madurez
'Los
momentos del agua'
Pablo
Guerrero. Fonomusic, 89.2255/2.
EL PAÍS. 25 OCTUBRE 1985
El hecho de que en un arte en
el que abundan y triunfan productos perecederos, de estremecedora trivialidad,
haya discos que exigen ser escuchados con la atención y la entrega con que se
lee un verso de Fernando Pessoa o se ve una película de Nagisa Oshima, es una
garantía de que no todo lo puede la devoradora industria de saturnales
apetitos. Estos momentos del agua que
ha grabado Pablo Guerrero tras cinco años de silencio es uno de esos discos.
No se trata de un álbum de fácil audición, que
descubra sus mínimos secretos a la primera oída; es una obra de compleja sencillez
que ofrece una reflexión lírica, sutilmente tamizada, sobre el duro e inseguro
oficio de vivir. Un disco de matices inagotables que se dejan descubrir
cariñosamente en cada nueva escucha. Hay serenidad y placidez en estas
canciones de Pablo Guerrero, pero es una serenidad engañosa que oculta bajo la
clara transparencia superficial del agua (un símbolo que se repite en el disco)
la tormenta de la pasión y los oscuros vericuetos de la razón.
Evolución, cambio, renovación, modernización son
palabras claves que abren, no digamos ya el sepulcro del Cid, pero sí, al
menos, las cancelas que conducen al éxito y al reconocimiento de industria y
comentaristas.
Pero ¿qué es la evolución? ¿La asunción de cada nueva
moda, la incorporación de cada nuevo descubrimiento de los laboratorios
electrónicos, o la profundización en las constantes creativas, en el mundo
expresivo que cada cantante debe poseer?
Sin despreciar la importancia cada día más creciente
de la utilización de los nuevos elementos --asumida con rigor por Pablo
Guerrero; por sus arreglistas, Miguel Herrero y Tony Moreno, y por el
productor, Antonio Resines--, aunque quizá sea éste el aspecto menos logrado
del disco y el que necesita mayor profundización y cuidado en producciones
posteriores--, lo que prima en el álbum es el segundo aspecto de la evolución.
Vanguardista en tiempos en que la vanguardia era
peligroso anatema, cuándo en sus comienzos fue de los primeros cantautores en
introducir la electrificación en su música, Pablo Guerrero sigue manteniendo esa
condición como columna vertebral de su trabajo. Una vanguardia que no es
mimetismo, sino búsqueda de un lenguaje personal cada vez más rico que ha ido
destilando con los años cuanto resultaba accesorio para concretar un estilo
esencialmente sobrio y a un tiempo sugerente y vario.
La unión de características tan diversas como la forma
de cantar, enraizada en la tradición en sus giros y melismas, con las
estructuras repetitivas, casi minimalistas, de las canciones y los ambientes
abiertos que crean los arreglos, conjugan una manera única de hacer canciones.
Este es un disco en el que todas las canciones son
buenas, y en el que se encuentran composiciones como Buscando a Mobby Dick, Aviso
para caminantes que llegan a las orillas de las ciudades sumergidas, La maga de Coimbra o Los momentos del agua. Tiene --por
encima de algunos defectos técnicos, achacables tanto a las dificultades que
crea el explorar nuevos caminos como a lo modesto de la producción— cualidades
suficientes para ser considerado uno de los mejores discos editados en España
en largo tiempo; desde luego, uno de los más sugerentes.
Sabor a poco en el recital de Pablo Guerrero
Con Miguel Herrero (arreglos y guitarra
sintetizada), Suso Sáenz (en la guitarra eléctrica), Tomás San Miguel (en
teclados) y Luis Avela (batería).Recitales celebrados en la sala Elígeme, de
Madrid, desde el martes 10 al domingo 15 de marzo, a las 23.30.
EL PAÍS. 15 MAR 1987
Hacer una canción pegadiza y agradable,
incluso una buena canción, es relativamente fácil, y son muchos los que suelen
hacerla; conseguir un buen disco es algo más difícil, pero también está al
alcance de muchos cantantes. Lo que resulta realmente complicado es hacer una
obra extensa, continuada, coherente y hermosa; ése es un desafío que sólo los
realmente buenos superan con éxito.
Pablo Guerrero es uno de los cantautores
españoles que con el paso de los años ha logrado conseguir una obra cada vez
más rica y sugerente, que no se basa tan sólo en el éxito de algunas
composiciones aisladas especialmente felices, sino que aparece como un todo,
como un conjunto creativo en el que es difícil encontrar una canción que sea
simplemente mediana. Sin embargo, Pablo Guerrero se muestra cicatero con las
canciones. Tan sólo 10 temas interpretó en estos recitales, de los que la mayor
parte pertenecían a su último trabajo (Los momentos del agua, 1985), aparecido tras un largo
silencio discográfico. Interpretó Pablo Guerrero únicamente dos de sus
canciones antiguas para comenzar el recital (Por debajo del agua y Dulce
muchacha triste), los dos bises
que coronaron su primera actuación ( A
cántaros y Paraíso ahora) y una
composición reciente sirvieron como punto de referencia a su trabajo anterior y
posterior a este último disco. Las canciones de Los momentos del agua son de una belleza deslumbrante, una
explosión de hermosas imágenes que dislocan la realidad cotidiana y se sumergen
en la intimidad del cantante como si fueran un bisturí inmisericorde que
operara en la estrecha franja que separa la realidad del sueño.
Se trata de canciones en las que Pablo
Guerrero, que en su obra anterior hablaba fundamentalmente de los demás y para
los demás, habla ahora de sí mismo y para sí mismo: canciones interiorizadas,
que protegen la fragilidad de los sentimientos que expresan mediante unos
arreglos que se acercan a las estructuras minimalistas y repetitivas, creando
con ellas un cierto distanciamiento en los ambientes transparentes y,
cristalinos, aunque algo fríos, que buscan.
Tal vez por ello sea ésta la parte más
hermética del trabajo de Pablo Guerrero, la parte que resulta más difícil de
penetrar por la receptividad de un público que echa de menos en el repertorio,
del cantante una mayor cantidad de composiciones antiguas (y nuevas).
Acompañado por un grupo de excelentes
músicos, la actuación de Pablo Guerrero en la sala madrileña Elígeme exige a
gritos que el cantante recobre el equilibrio de esa obra completa y madura que
en este recital sólo quedó expresada a medias.
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