jueves, 28 de marzo de 2013


Black Power: La lucha de los negros estadounidenses (1967)




Las cajas de cartón son las tumbas de las que resucitamos en los papeles amarillentos que vomitan cuando las abrimos, recordándonos vidas que ya habíamos olvidado. A lo largo de los años he venido guardando, quizás como laboriosa hormiga que ya pensaba en este futuro vampirizador de jubilado que me ha tocado, papeles y papeles, recortes y recortes, míos o de otro, que he ido trasladando de casa en casa. Cada vez que me he mudado he ido tirando las cajas que no había abierto desde que llegué a la correspondiente vivienda. Consideraba que si durante ese tiempo no has había necesitado es que lo que había dentro era ya un peso inútil. Ahora que he decidido vivir del cuento y de las rentas me he puesto a abrir cajas, que me han vomitado a la cara palabras en negro sobre blanco como para abarrotar una caja de cerillas. Permitidme que comparta algunas, que esto viene a ser como un placer masturbatorio, pero del coco.
En 1970 yo colaboraba en la revista quincenal MUNDO SOCIAL (de la que como reproduciré más artículos tendré ocasión de hablar detalladamente, porque creo que puede merecer la pena). En ella, con apenas 21 años, además de ocuparme de la sección de música, publiqué varios artículos que leídos ahora me sorprenden. Por mi osadía al escribirlos y por la de Carlos Giner y José María Puigjaner., responsables de la revista, por publicarlos.
Uno de mis temas de interés en aquellos años era el de la lucha de liberación de los negros estadounidenses, el Black Power que se llamaba, y a ella dediqué algunos escritos como el que más abajo reproduzco añadiéndole las fotos. No sé cómo llegué a ello, quizás fuera a causa de la audición de discos los de Bessie Smith, Nina Simone, Leadbelly o Sonny Terry que por entonces ya iba conociendo.
Podría parecer un tema antiguo, y lo es. Pero tal vez no esté mal recordar que hoy mismo, hace un rato, en este momento, en algún lugar de la ciudad, sea la que se sea, sigue ejerciendo su labor la hiena insaciable del racismo, la discriminación y la injusticia. El que llegué hasta el final tiene premio. pero no valen trampas de eso de saltarse los gusanitos negros que hay entre imagen e imagen.






TAL vez podamos situar en el año 1510 la primera importación de negros africanos a América del Norte. A partir de entonces se inicia la era del esclavismo moderno; esclavismo, como señala Leroi Jones en su libro “Blues People”, de unas características muy particulares y que incluye como faceta importante la de la consideración del hombre de color como una no-persona. El negro ha sido un personaje intermedio entre el animal y el hombre, no asimilable a aquél por tener algunas facultades humanas, como la de expresarse por medio de palabras, pero, desde luego, imposible de incluir en la especie humana por numerosas razones. La primera y principal era que, de considerarlos personas, tenían que dejar de utilizarse los métodos de explotación normales, lo cual hacía disminuir su extraordinario rendimiento económico. Además, el hecho de reconocerles sus cualidades humanas contribuía a aumentar los remordimientos de los moralistas representantes coloniales del Imperio Británico.
Esta cosificación del hombre de color, subyacente todavía en la gran mayoría de argumentos racistas, puede hacernos comprender casi todas las formas de relación entre el hombre blanco y el de color en USA. Cosificación que persiste aún en los casos en que el blanco toma una postura de total liberalismo y decide conceder algunas mejoras al «infeliz» negro. Cuando en 1862, Abraham Lincoln decide proclamar la emancipación de los esclavos, prevalecen en su decisión no las razones de tipo humano, sino aquellas otras económicas y, principalmente, militares que colocan al hombre de color en un plano de simple instrumento militar, capaz de hacer cambiar el curso de la guerra, creando partidas guerrilleras, desorganización e infinidad de deserciones en el ejército sudista.
No obstante, a pesar de haber sido abolida la esclavitud en 1862, a pesar de la derrota sudista en 1865, los negros no pasan a una situación de normalidad. Las razones de esta inmovilización son principalmente económicas; los esclavos de las plantaciones pasan a ser esclavos industrializados, ocupando el escalón más bajo del proletariado en una sociedad que ha cambiado el algodón por el acero como producto nacional.
Del fin de la Guerra de Secesión a 1870 no pasaron más de cinco años sin que, de una forma u otra, no se reafirmara por medio de tribunales esta abolición de la esclavitud. Reafirmaciones que, naturalmente, no fueron más allá de la simple palabrería, y que mantuvieron en el fondo el mismo sistema de esclavismo disimulado. Ni en 1905 (fecha en que el tribunal supremo proclama la inconstitucionalidad de los White primarios), ni en 1957 (derecho de voto), ni en 1962 (integración de la vivienda), ni en ninguno de los años intermedios en los que mil sentencias personales confirmaron la condena de la segregación, se consiguió otra cosa que seguir manteniendo un sistema de cosas cuyo único fin era la explotación.
Contra lo que puede parecer, y contra lo que numerosos comentaristas (ninguno de color) quieren hacernos creer, el esclavismo ha sido puesto en cuestión durante toda su historia por los propios afroamericanos. Se han podido observar a lo largo de los años, y no sólo en los quince últimos, incontables sublevaciones negras, que toman todos los aspectos posibles: bajo la forma de retorno a África (1778: Free American Society; 1921: Marcus Garvey), revueltas armadas (1831: Nat Turner; 1840: John Brown; 1919: luchas en Chicago), integración (1865: Clubs integrados, Unión Leangues; 1890: Peoples Party) o huelgas (1909: en la Georgia Railroad).
Todas estas acciones han planteado la revisión de la supuesta «novedad» de la revuelta negra, aunque resulta evidente que, a pesar de ellas, es a partir de 1965 cuando la cuestión negra alcanza toda su magnitud, magnitud que se especifica en dos sentidos: en el temporal, pues desde esa fecha, la protesta negra no ha tenido un solo momento de retroceso o descanso, y en el político, ya que ahora lo que se pone en cuestión no es el hecho externo del esclavismo, sino la propia fundamentación del sistema político que lo sustenta.


Bajo el prisma de estas dos causas enfocamos el estudio de estos quince años: su evolución, las posturas enconadas que en ellos surgen, el traslado de objetivos que se observa.
«El 1 de diciembre de 1955, una atractiva costurera negra, la señora Rosa Parks, subió al autobús que recorre el distrito de Cleveland Avenue. Volvía a casa después de su jornada habitual de trabajo en Montgomery Fair, un importante establecimiento. Cansadas sus piernas a causa de haber permanecido de pie largas horas, la señora Parks se sentó en el primer asiento detrás del sector reservado a blancos» (1).
Este es el comienzo de la lucha en Montgomery por la integración en los autobuses, y también una nueva etapa en la lucha de los negros americanos. En ella se revelará la personalidad de un líder indiscutible: Martin Lutero King, que será, por una parte, receptor de las aspiraciones de una gran masa de negros americanos pertenecientes a la pequeña y media burguesía y, por otra, el creador de la nueva forma de lucha no-violenta, directamente inspirada en las tesis de Gandhi y Walter Raushenbusch. El carácter de este pacifismo está claramente explicado por el propio doctor King:
«Si nos enfrentamos a un hombre que ha venido maltratándonos cruelmente y le decimos: «castíganos si quieres, no lo merecemos, pero lo aceptaremos para que el mundo sepa que nosotros tenemos razón y tú no, entonces estamos esgrimiendo un arma poderosa y justa” (2).

Precisamente este tipo de pacifismo es el que durante años va a servir como arma, defensiva más que ofensiva, en la consecución de numerosos objetivos a corto plazo: integración en los autobuses (Montgomery 1955), lugares públicos (Freedom Riders 1961), hoteles (Mississippi 1964), escuelas (Alabama 1966), etc. El resultado es positivo en gran cantidad de casos; una a una los dirigentes de las organizaciones negras van consiguiendo, con el método no-violento, ciertas ventajas superestructurales.
El apoyo de las otras organizaciones negras --Asociación Nacional pro Avance de la Gente de Color (NAACP), Congreso de Igualdad Racial (CORE), Conferencia del Liderazgo Sureño Cristiano (SCLC)--, es pronto incondicional, a pesar de que al principio surgieren algunas protestas desde la derecha. Este apoyo resulta totalmente natural. En primer lugar se trata de un método de lucha de cierta eficacia, y al mismo tiempo no pone en cuestión ninguna de estas dos estructuras básicas: el entramado político y económico blanco, y la seguridad del status social acomodado de la burguesía negra que compone estas asociaciones.
La lucha del negro americano, planteada en términos de Derechos Civiles, presenta una serie de reivindicaciones, como hemos visto, fácilmente asimilables y mantenedoras de la desahogada situación de los miembros militantes. Ahora bien, el problema de los Derechos Civiles es sólo una de tantas declaraciones más que acaban convirtiéndose en papel mojado. Los derechos civiles son problemas de individuos que discuten de igual a igual. Pero la realidad demuestra que lo que está todavía en cuestión es la esencia misma del hombre, su condición de ser humano:
«Los derechos humanos los da Dios. Los derechos civiles son obra del hombre... Nuestra vida debe orientarse al progreso de los derechos humanos... Pedir esos derechos que son don de Dios equivale a trabajar por el poder negro —el poder para fundar instituciones negras de espléndida eficacia» (3).






Este dilema fundamental (derechos civiles-derechos humanos), y un planteamiento real de las bases económicas y políticas de la situación del negro americano, y no simplemente idealistas como hasta hace poco, son el punto de partida del poder negro. El cambio radical operado estriba en que los negros han dejado de suplicar a los blancos para empezar a exigir desde un plano de igualdad real.
Estas diferencias de objetivos y planteamientos las comprenderemos si observamos, aunque sea superficialmente, el origen de las diferentes organizaciones. Mientras los dirigentes y militantes de las organizaciones pro-Derechos civiles, pertenecen a la alta y media burguesía negra: comerciantes, profesiones liberales, clérigos, etc., en el origen del nacionalismo negro que da lugar al Poder Negro, se encuentran elementos de las clases más bajas del país. Malcom X, y como él la mayoría de los militantes musulmanes negros que han evolucionado después hacia posturas revolucionarias han pertenecido al lumpen-proletariado de las grandes ciudades industriales. Los militantes del «Black Power» se encuentran en los ghettos de Chicago, Wats, Nueva York, Detroit, etc., y también entre los elementos más jóvenes de las Universidades.
El origen de numerosos grupos del poder negro, especialmente el SNCC (Comité de Estudiantes No-Violentos) parte de la no-violencia activa, pero la constatación de su eficacia real en los sit-ins, los freedom, Riders, etc., y convicción de que nada tienen que perder en el enfrentamiento directo los lleva hacia posturas más radicales. Tal ha sido la evolución de Carmichael, Julius W. Hobson, etc., e incluso la de los líderes procedentes de una tendencia más nacionalista: Cleaver, Malcom X, Rap Brown y otros.
El término de poder negro fue utilizado por primera vez por Carmichael el 1966, durante una manifestación en Greenville, Mississippi, y ha sido también Carmichael quien ha definido de una forma más ciara su estructura, política y objetivos, en su libro en colaboración con Charles V. Hamilton:
«La gente negra debe orientar y dirigir sus propias organizaciones. Sólo gente negra puedo sustentar la idea revolucionaria —y es una idea revolucionaria esa— de que la gente pueda hacer las cosas por sí misma. Sólo ella puede contribuir a crear en la comunidad una conciencia negra despierta y constante que proporcione la base para la fuerza política. En el pasado, los aliados blancos reforzaron con frecuencia la supremacía blanca sin que lo advirtieran ellos mismos o incluso sin querer hacerlo. La población negra debe unirse y hacer las cosas por sí misma. Tiene que alcanzar la auto-identidad y la auto-determinación para tener cubiertas las necesidades diarias» (4).
Conviene anotar, con todo, que las directrices ideológicas del Poder negro ya habían sido acuñadas bastante tiempo antes por Malcom X, especialmente en los trabajos realizados entre su viaje a la Meca y su muerte, época en que se alejó de los musulmanes negros para desarrollar sus propias teorías sobre la revolución negra.
Como muestra de las diferencias fundamentales entre los combatientes por los derechos civiles y los partidarios del “Black Power”, es preciso analizar las posiciones de estos últimos frentes a problemas que los primeros apenas si llegan a plantearse:


«El Comité Coordinador Estudiantil no-violento asume su derecho de disentir con la política exterior de los Estados Unidos sobre cualquier asunto, y declara su oposición a la intervención de ¡os Estados Unidos en la guerra del Vietnam» (5).
Estas palabras forman parte de una declaración sobre Vietnam del SNCC del 6 de enero de 1966, y no son sino la enunciación de una postura que iba a ser desarrollada y profundizada por todos los dirigentes del “Black Power”, y que iban a extenderse no sólo al Vietnam, sino a todas aquellas ocasiones en que USA ha intervenido en guerras imperialistas (Congo, Santo Domingo, Bolivia, etc...). Este contacto real con las luchas del Tercer Mundo es una característica fundamental del poder negro, que no se considera una circunstancia aislada y particular de Estados Unidos, sino formando parte de un Tercer Mundo en lucha revolucionaria. Esta tesis coincide con las de Guevara respecto a la creación de uno, dos, tres... cien Vietnams. Sobre este punto del internacionalismo son particularmente interesantes las declaraciones de Carmichael a la primera conferencia de la OLAS en La Habana en 1968:
«Los saludamos como camaradas porque cada día se hace más evidente que compartimos con ustedes una lucha común; tenemos un enemigo común: Nuestro enemigo es la sociedad occidental imperialista blanca... Nuestra lucha es para derrocar este sistema que se nutre y expande por medio de la explotación económica y cultural de los pueblos no blancos y no occidentales: el Tercer Mundo» (6).
La principal piedra de toque entre liberales y revolucionarios negros es, sin duda, el punto referente a su postura frente a las estructuras capitalistas en general, y las americanas en particular:
«Resulta imposible que el capitalismo sobreviva, sobre todo si tenemos en cuenta que este sistema no puede subsistir sin alimentarse de sangre. En otros tiempos semejaba un águila; ahora recuerda más bien un vampiro. Antes tenía suficiente poder para tomar la sangre de quienquiera que fuese, sin preocuparse de si su víctima era fuerte o no. Pero hoy está más débil, como el vampiro, y tan sólo se atreve a chupar la sangre de los indefensos. A medida que los pueblos del mundo se liberan, el capitalismo se va quedando paulatinamente con menos víctimas a quienes poder chupar la sangre, y desfallece por momentos. En mi opinión, su caída definitiva es tan sólo una cuestión de tiempo» (7).
Estas palabras, pronunciadas por Malcom X en enero de 1965, son pieza fundamental en toda la política del Poder Negro y del partido de los Panteras Negras. Si trasladamos sus consecuencias a los métodos de lucha advertimos que, si en el primer episodio de los autobuses se podía utilizar la resistencia pasiva, es evidente que ésta no sirve para cambiar las estructuras del sistema.
Si para los liberales y la burguesía negra en general, la alianza con los blancos alcanza niveles muy eclécticos que llegan hasta un Robert Kennedy o, incluso, un Johnson, para los líderes del Poder Negro el tema de la alianza debe solucionarse en función de la capacidad revolucionaria de los posibles aliados blancos:

«La primera cosa que deseo saber, cuando un blanco se le acerca y le informa de los grandes alcances de su liberalismo, es su filiación: si es un liberal no-violento o de la otra clase. No me interesan los liberales blancos no-violentos. Si tú estás conmigo y te interesa mi problema (cuando digo conmigo, quiero decir nosotros, nuestra gente) entonces tendrás que actuar como el viejo John Brown. No hay otro camino». (8)
La participación de los negros en los movimientos blancos, especialmente en las grandes centrales sindícales, fue siempre muy activa, y los resultados obtenidos lo suficientemente pobres como para no intentar nuevamente uniones que pudieran resultar catastróficas. No obstante, saben que esta unión es vitalmente necesaria para el cambio revolucionario que ellos plantean y necesitan. Veamos en qué términos lo presentan:
«Los jóvenes blancos saben que el pueblo de color en el mundo, incluyendo a los afroamericanos, no está buscando venganza para su sufrimiento. Busca lo mismo que el rebelde blanco: el fin de la guerra, el fin de la explotación. Negros y blancos, los jóvenes rebeldes son gentes libres, libres en un sentido que los norteamericanos nunca asumieron en toda la historia de su país». (9)
Con la particularidad de que ahora la colaboración se especifica en términos de eficacia, y no se pide ayuda a los blancos para solucionar un problema negro, sino que se les exige una postura revolucionaria en la solución de su propio problema: el problema blanco.

Como se ve por los planteamientos anteriores, los métodos tradicionales ya no son suficientes para cubrir las necesidades de lucha de los negros norteamericanos. Para integrarse en los autobuses, se podía uno sentar en medio de la calle y esperar a que le expulsaran; para conseguir entrar en un hotel de blancos, se podía practicar la resistencia pasiva, podían ir por la calle, blancos y negros unidos, cogidos de la mano cantando «We Shall Overcome». Pero todo eso tiene un límite. La situación real de los negros no es como la pintan los liberales blancos; no se trata de la posibilidad de adquisición de un despacho de abogado en un rascacielos, sino de acceder al sueldo mínimo con el que sobrevivir en el ghetto; no se trata de la reserva de una habitación en un hotel de lujo, sino de la elevada suma de negros muertos en Vietnam, ni de la utilización del WC de blancos, sino de la práctica del poder en los centros de mayoría de color. Y para la práctica del poder no es suficiente con los ruegos.
El mismo Luther King había puesto en cuarentena su concepto de la no-violencia antes de morir asesinado, y afirmaba entre atormentado y escéptico: «Es ineludible reconocer que la táctica de la no-violencia no ha estado cumpliendo en los últimos años su rol transformador», y aunque todavía no llegaba a prescindir de la no-violencia, es posible que su comprensión del “Black Power” y de sus métodos hubiera llegado a afectarle más de no haber sido asesinado.
El dilema en que se debatió Luther King ha dejado de serlo para la mayoría de los jóvenes dirigentes negros. Todos, o casi todos, lo tienen ya resuelto. Ante la violencia reaccionaria han alzado ya la posibilidad de la violencia revolucionaria como único método eficaz de cambio:
«(El capitalismo)... cuando se saca de encima a Martin Luther King, no tiene ninguna razón que pueda justificarlo. Era el único hombre de nuestra raza que trataba de inculcar a nuestra gente que tuviera amor, compasión y perdón para los hombres blancos. Cuando la comunidad blanca norteamericana asesinó al doctor King la otra noche, nos declaró la guerra. No vamos a llorarlo ni a rendirle homenajes... Vamos a vengar la muerte de nuestros dirigentes. El ajusticiamiento por esas muertes no se producirá en los tribunales. Se producirá en las calles de Estados Unidos de Norteamérica» (10).
A dónde llevará este planteamiento, no lo sabemos. Tampoco nos es muy necesario saberlo. Lo que sí sabemos, y saben los negros norteamericanos, es a qué sitio lleva la integración: al mantenimiento disimulado o no del racismo, a la explotación, a la imposibilidad del cambio cualitativo. Hasta aquí hemos llegado. El mañana se está haciendo ahora mismo.

NOTAS
(1) Martín Lutero King. «El incidente decisivo», del libro «Textos sobre el poder negro». Varios autores.   HALCÓN, Madrid  1968,  pág.  7.
(2) Martín Lutero King.. «Entrevista por Alex Haley»,  del libro «La nueva revolución norteamericana" . Varios   autores. GALERNA, Buenos  Aires, 1968,  pag. 118.
(3) Adam Clayton Powell. Citado por Chuck Stone en «La conferencia Nacional del Poder Negro», del libro «La revuelta del Poder  Negro», de Floyd B. Bourbon. ANAGRAMA. Madrid, 1969. Pág. 200.
(4) Stokely Carmichael y Caries V. Hamilton. «Poder Negro”: SIGLO XXI. México, 1967. pág. 51.
(5) SNCC.. Declaración sobre Vietnam», del libro »La nueva revolución norteamericana». Varios autores. GALERNA.  Buenos Aires, 1968. pág. 205.
(6) Stokely Carmichael.. «Nosotros y el tercer mundo», del libro «Textos sobre el Poder Negro». Varios autores. HALCÓN, 1969, pág, 173.
(7) Malcom X.. «Autobiografía». EDIMA. Barcelona, 1967. pág. 283.
(8) Malcon X.. En el libro «La Protesta Negra». Varios autores. ERA. México DF, 1965. pág. 138.
(9) Edridge C!eaver. «Represión, liderazgo y alianza con los blancos», del  libro «La nueva revolución norteamericana». GALERNA.   Buenos  Aires,   1968.  pág.  344.
(10) Stokely Carmichael.. «Después de la muerte de Lutero King”, del libro «La nueva revolución norteamericana». GALERNA. Buenos aires, 1968, pág. 313.
Albert Pla. "Joaquín el necio".
En todas partes se siguen cociendo habas




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