Black Power: La lucha de los negros estadounidenses (1967)
Las cajas de cartón son las tumbas de las que
resucitamos en los papeles amarillentos que vomitan cuando las abrimos,
recordándonos vidas que ya habíamos olvidado. A lo largo de los años he venido
guardando, quizás como laboriosa hormiga que ya pensaba en este futuro
vampirizador de jubilado que me ha tocado, papeles y papeles, recortes y
recortes, míos o de otro, que he ido trasladando de casa en casa. Cada vez que
me he mudado he ido tirando las cajas que no había abierto desde que llegué a
la correspondiente vivienda. Consideraba que si durante ese tiempo no has había
necesitado es que lo que había dentro era ya un peso inútil. Ahora que he
decidido vivir del cuento y de las rentas me he puesto a abrir cajas, que me
han vomitado a la cara palabras en negro sobre blanco como para abarrotar una
caja de cerillas. Permitidme que comparta algunas, que esto viene a ser como un
placer masturbatorio, pero del coco.
En 1970 yo colaboraba en la revista quincenal MUNDO
SOCIAL (de la que como reproduciré más artículos tendré ocasión de hablar detalladamente,
porque creo que puede merecer la pena). En ella, con apenas 21 años, además de
ocuparme de la sección de música, publiqué varios artículos que leídos ahora me
sorprenden. Por mi osadía al escribirlos y por la de Carlos Giner y José María Puigjaner.,
responsables de la revista, por publicarlos.
Uno de mis temas de interés en aquellos años era el
de la lucha de liberación de los negros estadounidenses, el Black Power que se llamaba, y a ella dediqué algunos
escritos como el que más abajo reproduzco añadiéndole las fotos. No sé cómo llegué a ello, quizás
fuera a causa de la audición de discos los de Bessie Smith, Nina Simone,
Leadbelly o Sonny Terry que por entonces ya iba conociendo.
Podría parecer un tema antiguo, y lo es. Pero tal vez no esté mal recordar que hoy mismo, hace un rato, en este momento, en algún lugar de la ciudad, sea la que se sea, sigue ejerciendo su labor la hiena insaciable del racismo, la discriminación y la injusticia. El que llegué hasta el final tiene premio. pero no valen trampas de eso de saltarse los gusanitos negros que hay entre imagen e imagen.
TAL vez podamos
situar en el año 1510 la primera importación de negros africanos a América del
Norte. A partir de entonces se inicia la era del esclavismo moderno;
esclavismo, como señala Leroi Jones
en su libro “Blues People”, de unas
características muy particulares y que incluye como faceta importante la de la
consideración del hombre de color como una no-persona. El negro ha sido un
personaje intermedio entre el animal y el hombre, no asimilable a aquél por
tener algunas facultades humanas, como la de expresarse por medio de palabras,
pero, desde luego, imposible de incluir en la especie humana por numerosas
razones. La primera y principal era que, de considerarlos personas, tenían que
dejar de utilizarse los métodos de explotación normales, lo cual hacía
disminuir su extraordinario rendimiento económico. Además, el hecho de
reconocerles sus cualidades humanas contribuía a aumentar los remordimientos de
los moralistas representantes coloniales del Imperio Británico.
Esta
cosificación del hombre de color, subyacente todavía en la gran mayoría de
argumentos racistas, puede hacernos comprender casi todas las formas de
relación entre el hombre blanco y el de color en USA. Cosificación que persiste
aún en los casos en que el blanco toma una postura de total liberalismo y
decide conceder algunas mejoras al «infeliz» negro. Cuando en 1862, Abraham Lincoln decide proclamar la
emancipación de los esclavos, prevalecen en su decisión no las razones de tipo
humano, sino aquellas otras económicas y, principalmente, militares que colocan
al hombre de color en un plano de simple instrumento militar, capaz de hacer
cambiar el curso de la guerra, creando partidas guerrilleras, desorganización e
infinidad de deserciones en el ejército sudista.
No obstante, a
pesar de haber sido abolida la esclavitud en 1862, a pesar de la derrota
sudista en 1865, los negros no pasan a una situación de normalidad. Las razones
de esta inmovilización son principalmente económicas; los esclavos de las
plantaciones pasan a ser esclavos industrializados, ocupando el escalón más
bajo del proletariado en una sociedad que ha cambiado el algodón por el acero
como producto nacional.
Del fin de la
Guerra de Secesión a 1870 no pasaron más de cinco años sin que, de una forma u
otra, no se reafirmara por medio de tribunales esta abolición de la esclavitud.
Reafirmaciones que, naturalmente, no fueron más allá de la simple palabrería, y
que mantuvieron en el fondo el mismo sistema de esclavismo disimulado. Ni en
1905 (fecha en que el tribunal supremo proclama la inconstitucionalidad de los
White primarios), ni en 1957 (derecho de voto), ni en 1962 (integración de la
vivienda), ni en ninguno de los años intermedios en los que mil sentencias
personales confirmaron la condena de la segregación, se consiguió otra cosa que
seguir manteniendo un sistema de cosas cuyo único fin era la explotación.
Contra lo que
puede parecer, y contra lo que numerosos comentaristas (ninguno de color)
quieren hacernos creer, el esclavismo ha sido puesto en cuestión durante toda
su historia por los propios afroamericanos. Se han podido observar a lo largo
de los años, y no sólo en los quince últimos, incontables sublevaciones negras,
que toman todos los aspectos posibles: bajo la forma de retorno a África (1778:
Free American Society; 1921: Marcus
Garvey), revueltas armadas (1831: Nat Turner; 1840: John Brown; 1919:
luchas en Chicago), integración (1865: Clubs integrados, Unión Leangues; 1890:
Peoples Party) o huelgas (1909: en la Georgia Railroad).
Todas estas
acciones han planteado la revisión de la supuesta «novedad» de la revuelta
negra, aunque resulta evidente que, a pesar de ellas, es a partir de 1965
cuando la cuestión negra alcanza toda su magnitud, magnitud que se especifica
en dos sentidos: en el temporal, pues desde esa fecha, la protesta negra no ha
tenido un solo momento de retroceso o descanso, y en el político, ya que ahora
lo que se pone en cuestión no es el hecho externo del esclavismo, sino la
propia fundamentación del sistema político que lo sustenta.
Bajo el prisma de estas dos causas enfocamos el estudio de estos quince años: su evolución, las posturas enconadas que en ellos surgen, el traslado de objetivos que se observa.
Bajo el prisma de estas dos causas enfocamos el estudio de estos quince años: su evolución, las posturas enconadas que en ellos surgen, el traslado de objetivos que se observa.
«El 1 de diciembre de 1955, una atractiva costurera
negra, la señora Rosa Parks, subió al autobús que recorre el distrito de
Cleveland Avenue. Volvía a casa después de su jornada habitual de trabajo en
Montgomery Fair, un importante establecimiento. Cansadas sus piernas a causa de
haber permanecido de pie largas horas, la señora Parks se sentó en el primer
asiento detrás del sector reservado a blancos» (1).
Este es el
comienzo de la lucha en Montgomery por la integración en los autobuses, y
también una nueva etapa en la lucha de los negros americanos. En ella se revelará
la personalidad de un líder indiscutible: Martin
Lutero King, que será, por una parte, receptor de las aspiraciones de una
gran masa de negros americanos pertenecientes a la pequeña y media burguesía y,
por otra, el creador de la nueva forma de lucha no-violenta, directamente
inspirada en las tesis de Gandhi y Walter Raushenbusch. El carácter de
este pacifismo está claramente explicado por el propio doctor King:
«Si nos enfrentamos a un hombre que ha venido
maltratándonos cruelmente y le decimos: «castíganos si quieres, no lo
merecemos, pero lo aceptaremos para que el mundo sepa que nosotros tenemos
razón y tú no, entonces estamos esgrimiendo un arma poderosa y justa” (2).
Precisamente este tipo de pacifismo es el que durante años va a servir como arma, defensiva más que ofensiva, en la consecución de numerosos objetivos a corto plazo: integración en los autobuses (Montgomery 1955), lugares públicos (Freedom Riders 1961), hoteles (Mississippi 1964), escuelas (Alabama 1966), etc. El resultado es positivo en gran cantidad de casos; una a una los dirigentes de las organizaciones negras van consiguiendo, con el método no-violento, ciertas ventajas superestructurales.
El apoyo de las
otras organizaciones negras --Asociación Nacional pro Avance de la Gente de Color
(NAACP), Congreso de Igualdad Racial (CORE), Conferencia del Liderazgo Sureño
Cristiano (SCLC)--, es pronto incondicional, a pesar de que al principio
surgieren algunas protestas desde la derecha. Este apoyo resulta totalmente
natural. En primer lugar se trata de un método de lucha de cierta eficacia, y
al mismo tiempo no pone en cuestión ninguna de estas dos estructuras básicas:
el entramado político y económico blanco, y la seguridad del status social acomodado
de la burguesía negra que compone estas asociaciones.
La lucha del
negro americano, planteada en términos de Derechos Civiles, presenta una serie
de reivindicaciones, como hemos visto, fácilmente asimilables y mantenedoras de
la desahogada situación de los miembros militantes. Ahora bien, el problema de
los Derechos Civiles es sólo una de tantas declaraciones más que acaban
convirtiéndose en papel mojado. Los derechos civiles son problemas de
individuos que discuten de igual a igual. Pero la realidad demuestra que lo que
está todavía en cuestión es la esencia misma del hombre, su condición de ser
humano:
«Los derechos humanos los da Dios. Los derechos
civiles son obra del hombre... Nuestra vida debe orientarse al progreso de los
derechos humanos... Pedir esos derechos que son don de Dios equivale a trabajar
por el poder negro —el poder para fundar instituciones negras de espléndida
eficacia» (3).
Este dilema
fundamental (derechos civiles-derechos humanos), y un planteamiento real de las
bases económicas y políticas de la situación del negro americano, y no
simplemente idealistas como hasta hace poco, son el punto de partida del poder
negro. El cambio radical operado estriba en que los negros han dejado de
suplicar a los blancos para empezar a exigir desde un plano de igualdad real.
Estas
diferencias de objetivos y planteamientos las comprenderemos si observamos,
aunque sea superficialmente, el origen de las diferentes organizaciones.
Mientras los dirigentes y militantes de las organizaciones pro-Derechos
civiles, pertenecen a la alta y media burguesía negra: comerciantes,
profesiones liberales, clérigos, etc., en el origen del nacionalismo negro que
da lugar al Poder Negro, se encuentran elementos de las clases más bajas del
país. Malcom X, y como él la mayoría
de los militantes musulmanes negros que han evolucionado después hacia posturas
revolucionarias han pertenecido al lumpen-proletariado de las grandes ciudades
industriales. Los militantes del «Black Power» se encuentran en los ghettos de
Chicago, Wats, Nueva York, Detroit, etc., y también entre los elementos más
jóvenes de las Universidades.
El origen de
numerosos grupos del poder negro, especialmente el SNCC (Comité de Estudiantes
No-Violentos) parte de la no-violencia activa, pero la constatación de su
eficacia real en los sit-ins, los freedom, Riders, etc., y convicción de que
nada tienen que perder en el enfrentamiento directo los lleva hacia posturas
más radicales. Tal ha sido la evolución de Carmichael,
Julius W. Hobson, etc., e incluso la de los líderes procedentes de una
tendencia más nacionalista: Cleaver,
Malcom X, Rap Brown y otros.
El término de
poder negro fue utilizado por primera vez por Carmichael el 1966, durante una
manifestación en Greenville, Mississippi, y ha sido también Carmichael quien ha definido de una
forma más ciara su estructura, política y objetivos, en su libro en
colaboración con Charles V. Hamilton:
Conviene anotar,
con todo, que las directrices ideológicas del Poder negro ya habían sido
acuñadas bastante tiempo antes por
Malcom X, especialmente en los trabajos realizados entre su viaje a la Meca
y su muerte, época en que se alejó de los musulmanes negros para desarrollar
sus propias teorías sobre la revolución negra.
Como muestra de
las diferencias fundamentales entre los combatientes por los derechos civiles y
los partidarios del “Black Power”, es preciso analizar las posiciones de estos
últimos frentes a problemas que los primeros apenas si llegan a plantearse:
«El Comité Coordinador Estudiantil no-violento asume su derecho de disentir con la política exterior de los Estados Unidos sobre cualquier asunto, y declara su oposición a la intervención de ¡os Estados Unidos en la guerra del Vietnam» (5).
Estas palabras
forman parte de una declaración sobre Vietnam del SNCC del 6 de enero de 1966,
y no son sino la enunciación de una postura que iba a ser desarrollada y
profundizada por todos los dirigentes del “Black Power”, y que iban a
extenderse no sólo al Vietnam, sino a todas aquellas ocasiones en que USA ha
intervenido en guerras imperialistas (Congo, Santo Domingo, Bolivia, etc...).
Este contacto real con las luchas del Tercer Mundo es una característica
fundamental del poder negro, que no se considera una circunstancia aislada y
particular de Estados Unidos, sino formando parte de un Tercer Mundo en lucha
revolucionaria. Esta tesis coincide con las de Guevara respecto a la creación
de uno, dos, tres... cien Vietnams. Sobre este punto del internacionalismo son
particularmente interesantes las declaraciones de Carmichael a la primera conferencia de la OLAS en La Habana en
1968:
«Los saludamos como camaradas porque cada día se
hace más evidente que compartimos con ustedes una lucha común; tenemos un
enemigo común: Nuestro enemigo es la sociedad occidental imperialista blanca...
Nuestra lucha es para derrocar este sistema que se nutre y expande por medio de
la explotación económica y cultural de los pueblos no blancos y no
occidentales: el Tercer Mundo» (6).
La principal
piedra de toque entre liberales y revolucionarios negros es, sin duda, el punto
referente a su postura frente a las estructuras capitalistas en general, y las
americanas en particular:
«Resulta imposible que el capitalismo sobreviva,
sobre todo si tenemos en cuenta que este sistema no puede subsistir sin
alimentarse de sangre. En otros tiempos semejaba un águila; ahora recuerda más
bien un vampiro. Antes tenía suficiente poder para tomar la sangre de
quienquiera que fuese, sin preocuparse de si su víctima era fuerte o no. Pero
hoy está más débil, como el vampiro, y tan sólo se atreve a chupar la sangre de
los indefensos. A medida que los pueblos del mundo se liberan, el capitalismo
se va quedando paulatinamente con menos víctimas a quienes poder chupar la
sangre, y desfallece por momentos. En mi opinión, su caída definitiva es tan sólo
una cuestión de tiempo» (7).
Estas palabras,
pronunciadas por Malcom X en enero
de 1965, son pieza fundamental en toda la política del Poder Negro y del
partido de los Panteras Negras. Si trasladamos sus consecuencias a los métodos
de lucha advertimos que, si en el primer episodio de los autobuses se podía
utilizar la resistencia pasiva, es evidente que ésta no sirve para cambiar las
estructuras del sistema.
Si para los
liberales y la burguesía negra en general, la alianza con los blancos alcanza
niveles muy eclécticos que llegan hasta un Robert
Kennedy o, incluso, un Johnson,
para los líderes del Poder Negro el tema de la alianza debe solucionarse en
función de la capacidad revolucionaria de los posibles aliados blancos:
La participación
de los negros en los movimientos blancos, especialmente en las grandes
centrales sindícales, fue siempre muy activa, y los resultados obtenidos lo
suficientemente pobres como para no intentar nuevamente uniones que pudieran
resultar catastróficas. No obstante, saben que esta unión es vitalmente
necesaria para el cambio revolucionario que ellos plantean y necesitan. Veamos
en qué términos lo presentan:
«Los jóvenes blancos saben que el pueblo de color en
el mundo, incluyendo a los afroamericanos, no está buscando venganza para su
sufrimiento. Busca lo mismo que el rebelde blanco: el fin de la guerra, el fin
de la explotación. Negros y blancos, los jóvenes rebeldes son gentes libres,
libres en un sentido que los norteamericanos nunca asumieron en toda la
historia de su país».
(9)
Con la
particularidad de que ahora la colaboración se especifica en términos de
eficacia, y no se pide ayuda a los blancos para solucionar un problema negro,
sino que se les exige una postura revolucionaria en la solución de su propio
problema: el problema blanco.
Como se ve por
los planteamientos anteriores, los métodos tradicionales ya no son suficientes
para cubrir las necesidades de lucha de los negros norteamericanos. Para
integrarse en los autobuses, se podía uno sentar en medio de la calle y esperar
a que le expulsaran; para conseguir entrar en un hotel de blancos, se podía
practicar la resistencia pasiva, podían ir por la calle, blancos y negros
unidos, cogidos de la mano cantando «We
Shall Overcome». Pero todo eso tiene un límite. La situación real de los
negros no es como la pintan los liberales blancos; no se trata de la
posibilidad de adquisición de un despacho de abogado en un rascacielos, sino de
acceder al sueldo mínimo con el que sobrevivir en el ghetto; no se trata de la reserva de una habitación en un hotel de
lujo, sino de la elevada suma de negros muertos en Vietnam, ni de la
utilización del WC de blancos, sino de la práctica del poder en los centros de
mayoría de color. Y para la práctica del poder no es suficiente con los ruegos.
El mismo Luther King había puesto en cuarentena
su concepto de la no-violencia antes de morir asesinado, y afirmaba entre
atormentado y escéptico: «Es ineludible
reconocer que la táctica de la no-violencia no ha estado cumpliendo en los
últimos años su rol transformador», y aunque todavía no llegaba a
prescindir de la no-violencia, es posible que su comprensión del “Black Power” y
de sus métodos hubiera llegado a afectarle más de no haber sido asesinado.
El dilema en que
se debatió Luther King ha dejado de
serlo para la mayoría de los jóvenes dirigentes negros. Todos, o casi todos, lo
tienen ya resuelto. Ante la violencia reaccionaria han alzado ya la posibilidad
de la violencia revolucionaria como único método eficaz de cambio:
«(El capitalismo)... cuando se saca de encima a
Martin Luther King, no tiene ninguna razón que pueda justificarlo. Era el único
hombre de nuestra raza que trataba de inculcar a nuestra gente que tuviera
amor, compasión y perdón para los hombres blancos. Cuando la comunidad blanca
norteamericana asesinó al doctor King la otra noche, nos declaró la guerra. No
vamos a llorarlo ni a rendirle homenajes... Vamos a vengar la muerte de
nuestros dirigentes. El ajusticiamiento por esas muertes no se producirá en los
tribunales. Se producirá en las calles de Estados Unidos de Norteamérica» (10).
A dónde llevará
este planteamiento, no lo sabemos. Tampoco nos es muy necesario saberlo. Lo que
sí sabemos, y saben los negros norteamericanos, es a qué sitio lleva la
integración: al mantenimiento disimulado o no del racismo, a la explotación, a
la imposibilidad del cambio cualitativo. Hasta aquí hemos llegado. El mañana se
está haciendo ahora mismo.
NOTAS
(1) Martín
Lutero King. «El incidente decisivo», del libro «Textos sobre el poder negro».
Varios autores. HALCÓN, Madrid 1968,
pág. 7.
(2) Martín
Lutero King.. «Entrevista por Alex Haley»,
del libro «La nueva revolución norteamericana" . Varios autores. GALERNA, Buenos Aires, 1968,
pag. 118.
(3) Adam Clayton
Powell. Citado por Chuck Stone en «La conferencia Nacional del Poder Negro»,
del libro «La revuelta del Poder Negro»,
de Floyd B. Bourbon. ANAGRAMA. Madrid, 1969. Pág. 200.
(4) Stokely Carmichael
y Caries V. Hamilton. «Poder Negro”: SIGLO XXI. México, 1967. pág. 51.
(5) SNCC..
Declaración sobre Vietnam», del libro »La nueva revolución norteamericana».
Varios autores. GALERNA. Buenos Aires,
1968. pág. 205.
(6) Stokely
Carmichael.. «Nosotros y el tercer mundo», del libro «Textos sobre el Poder
Negro». Varios autores. HALCÓN, 1969, pág, 173.
(7) Malcom X.. «Autobiografía».
EDIMA. Barcelona, 1967. pág. 283.
(8) Malcon X.. En
el libro «La Protesta Negra». Varios autores. ERA. México DF, 1965. pág. 138.
(9) Edridge
C!eaver. «Represión, liderazgo y alianza con los blancos», del libro «La nueva revolución norteamericana».
GALERNA. Buenos Aires,
1968. pág. 344.
(10) Stokely
Carmichael.. «Después de la muerte de Lutero King”, del libro «La nueva
revolución norteamericana». GALERNA. Buenos aires, 1968, pág. 313.
Albert Pla. "Joaquín el necio".
En todas partes se siguen cociendo habas
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