miércoles, 20 de marzo de 2013


EL VECINO LUIS PASTOR


Grabación de "Vallecas". Mayo de 1976. De izquierda a derecha y de  arriba  abajo: Luis Fernández  Soria (técnico de sonido), Juan Carlos Llorente, Castor, Jean Pierre Torloise, Fausto, el Raví Pastorovich, Vitorino, Miguel Ángel Chastan, Luis Suárez Rufo, una garrafa desnuda y una servidora.


Luis Pastor es vecino, como Lourdes, Domi, Pedrito y Juan (Bueno, Juan ahora no, que es uno más de los que se han tenido que ir a Londres a buscarse la vida). Con ellos nos tomamos cada año las uvas con una mano mientras que con la otra intentamos contestar las felicitaciones del wasá. Aprovechándome de esa cercanía, y dado que en el primer texto que copio ya se habla de ello, me evito los detalles. Luis y familia me lo agradecerán.



De cuando Luis hacía
el mono en el dintel de las puertas


Prólogo del libro “Luis Pastor” (Fundación Autor, Madrid, 1998)



Aunque él asegura que nos conocimos antes, o que, al menos, nos habíamos visto ya, mi primer recuerdo de Luis Pastor es de 1973, en el lóbrego estudio de Radio Popular FM, donde un grupo de neófitos en la radiofonía intentábamos hacer una emisora musical que, al mismo tiempo, diera caña a la dictadura y aglutinara los gustos y las inquietudes de la juventud de entonces. El Pastor había acudido a presentar, junto a Rufo, el inseparable Rufo que aparecerá alguna que otra vez en estas líneas, el que era su primer disco, aquél que musicaba La huelga del ocio, de Neruda, y Con dos años, de Miguel Hernández.

Luis Pastor, recién salido de la mili y tras una estancia en Barcelona, donde había grabado aquellas primeras canciones, era un chaval (incluso yo lo era por aquel entonces, no vayan a creer, aunque esa sea condición que he perdido poco a poco) retozón y comunicativo, extrovertido y pillo, que ya tenía la costumbre de canturrear constantemente y abrazar con fuerza a las amigos, como si cada vez que los veía regresaran de un largo viaje. También tenía por aquella época la manía de subirse a los dinteles de las puertas colgado de una mano e imitar a los monos con singular pericia, para disfrute de amigos y desconcierto de desconocidos.

Aunque esta última costumbre ha desaparecido con la acumulación de primaveras sobre su existencia, porque los años no perdonan y la flexibilidad de los músculos ya no es la que era, el resto las ha seguido manteniendo casi intactas, lo que no es sino una prueba de la veracidad del dicho popular que asegura que el que tuvo, retuvo, y un significativo ejemplo de una forma de ser que se puede rastrear perfectamente en sus canciones.

Había ya entonces en las composiciones de Luis Pastor, incluso en aquellas primeras, un algo que le hacía inmediatamente reconocible y distinto del resto de cantautores de su generación, un valor por encima de lo musical que le distinguía y se detectaba en las canciones. En aquellos casi inicios de la música de autor en castellano (e incluso en la que se expresaba en otros idiomas peninsulares) en los que la mayor parte de sus compañeros eran de extracción universitaria y sus composiciones reflejos más o menos conscientes de esa condición, Luis aparecía como un muchacho de barrio, Vallecas para más señas, con un pie en sus orígenes extremeños y otro en el extrarradio de la gran ciudad.

Para él, cantar era más un acto vital que una reflexión intelectual; antes una irreprimible necesidad de alguien que venía de Joselito y Manolo Escobar y había descubierta la poesía y que el mundo no era de color de rosa, que la elaboración cultural y política que exigían los tiempos. En el terreno estrictamente musical, aunque pudiera rastrearse el amor por Paco Ibáñez y su trabajo, destacaban la claridad meridiana de sus melodías y una voz absolutamente personal, mimosa y luminosa, que le distinguía y le sigue distinguiendo, además de un innato sentido del ritmo que los años han decantado hasta convertirlo en una virtud necesaria.

Fidelidad,  divino tesoro

Su primer álbum se llamó Fidelidad y, con ese simple título establecía un desafío difícil de cumplir, del que, sin embargo, ha salido airoso hasta hoy mismo. Y era difícil, porque en tiempos de traiciones múltiples ser fiel se ha convertido en una virtud en peligro de extinción. Sin embargo, Luis ha permanecido fiel a ese compromiso, quizás con algún desliz totalmente comprensible en búsqueda del éxito perdido,  y aquí quiero alabárselo.

Fiel en primer lugar a sí mismo, a su manera de ser, a sus virtudes y a sus defectos personales, a su origen de clase, a los amigos de aquellos tiempos, a las ideas que, mal que bien, marcaron su carrera en los inicios, a los objetivos que se planteó entonces. Fiel a la vieja casa baja de Sierra de Val-cayo, donde tantas risas, canciones y conspiraciones se fraguaron; aquella casa vallecana de la humedad en las sábanas en los días de lluvia, de las fiestas alrededor de la excelsa sangría que hacía Rufo en un cubo cuando de celebrar algo se trataba, aquella casa de amistad y lucha. Y si hay que probarlo, ahí están los viejos compañeros (Rufo, siempre Rufo, Andy, Moncho, Castor, Titi, Javi el viejo, Emilio… y la familia, también siempre la familia) que allí se reunían y acudían en grupo a aquellos recitales de clubes juveniles. Los mismos a los que hoy se puede encontrar en cualquiera de las actuaciones del Pastor de marras, juntos alrededor de la misma mesa o en la misma fila del teatro, recordando con su presencia que las cosas han cambiado, aunque no tanto como para olvidarse de los amigos.

Pero existe una fidelidad aún más profunda en nuestro protagonista: la fidelidad de las canciones. Hay en su obra una especie de hilo invisible que va desde aquel Ser flor de mi pueblo (1975), en el que cantaba -con palabras de Rafael Alberti- el gozo de vivir ligado a las raíces, hasta Flor de jara (1988), que destila, desde la lejanía, la añoranza por la aldea perdida y recobrada a cada nueva visita. Existe en sus canciones un cordón umbilical que une la esperanza de El niño Yuntero (1973) con la de Por esos días (1996) del último disco. Unifica sus temas una sutil e impalpable tela de araña que relaciona Cree que es sólo una mujer (1981) con África en tus ojos (1988) o A contramano (1981) con Maqui Vallecas (1992).

Es esa misma fidelidad que Luis Pastor ha mantenido en los aspectos puramente musicales de su trabajo -tan coherente que nunca ha sido mimetismo o copia-, se puede seguir las huellas de un largo camino que va desde el entrañable Paco Ibáñez hasta los cantantes sudamericanos o brasileños, pasando por el portugués Zeca Afonso y tantos otros nombres que le han acompañado en su recorrido como puntos de referencia.

Confesión de un envidioso

Sin querer hacer funciones de crítico, que es papel que abandoné hace algún tiempo (para tranquilidad mía y descanso de los lectores), y porque, además, el cariño y la amistad no respetan metodologías, siempre he defendido que las canciones de Luis Pastor se integran en tres categorías básicas: las buenas, las mejores y las de envidia, que son las que me hubiera gustado escribir a mí.
No quiero profundizar en el tema, pero sí querría recordar alguna de esas composiciones por las que hubiera pagado gustoso para que Luis, o los que con él colaboraron, me dejaran poner mi firma al pie, aunque fuera como palanganero en la casa de citas de la creatividad.
Me refiero a canciones como A contramano o Metro del lunes, esos dos estremecedores retratos de las clases subalternas, que diría Raimon, debidas a la pluma de Castor, poeta tan excelente como poco aprovechado, a las que Luis supo poner una música que destila tanto amor por los personajes que trata que las vuelven dolorosamente hermosas. Pero también firmaría con gusto Por tu cuerpo, Nada es real, Amanecer, Mi libertad, Flor de jara, Ángel caído y alguna otra.

Veleidad de político

Y ha llegado el momento de meternos en otros espinosos vericuetos. Luis Pastor debió sufrir durante algunos años, como tantos otros compañeros suyos, la veleidad de los políticos y su infidelidad. Se ha hablado hasta la saciedad de la relación que se dio en España entre canción y política durante los oscuros años de la dictadura y hasta de la factura que debieron pagar en alguna ocasión aquellos cantautores (aún deben estar pagándola) por haber luchado contra el franquismo.

Quizá, si hubiese respondido al modelo de cantante políticamente correcto con el poder establecido, Luis contaría hoy can un lugar asegurado en el Olimpo de la posmodernidad y sus actuaciones se las rifarían en las televisiones y los grandes coliseos.

La canción es la forma más directa de identificación entre artista y público. Más que la novela, la pintura, el cine o el teatro, el cantante y sus creaciones obtienen de quienes le escuchan una respuesta inmediata a lo que dicen encima de un escenario; por eso la canción jugó en aquellos tiempos un papel determinante en la creación de una conciencia crítica en el país, lo que les costó a sus autores e intérpretes prohibiciones, multas, silenciamientos, ninguneos, e, incluso, cárcel en algunas ocasiones.
Tanto sacrificio no sirvió de nada. Tras unos años de éxito en los últimos coletazos del franquismo y las primeras alegrías de la transición, los cantautores debieron someterse a la ley del embudo de los desmemoriados de la nueva democracia.

Los políticos, y muy especialmente los de izquierdas, que habían tenido en ellos un potente altavoz para difundir sus justas ideas, subieron de repente al escenario de los mítines y descubrieron que ya no necesitaban intermediarios para extender su mensaje. Además, cuando algunos de ellos llegaron al poder, comprendieron pronto que aquellas voces críticas se podían volver contra su prepotencia y simplemente se olvidaron de que existían. Y lo que es peor, explotaron en fiestas mayores a los que resultaban explotables para convertirlos en figuras exitosas y arrumbaron en el ninguneo a todos los demás. Los cantautores han muerto, dijeron, y algunos, público incluido, llegaran a creérselo.

Sin embarga, Luis Pastor (se me había olvidado decirlo al principio) es cabezota, y además, está más vivo que una tenia o solitaria en la tripa de un hambriento. Por eso no se ha rendido y sigue estando ahí, haciendo con Diario de a bordo, no sólo su mejor disco sino una de las obras más destacadas de los últimos años de la canción española.
Para llegar hasta aquí ha debido atravesar los procelosos mares del olvido a bordo de esa frágil barca que es una guitarra hasta llegar a desembarcar en los bares musicales, en los que se ha convertido en el aclamado puente entre viejos y nuevos cantautores, en el más joven de aquéllos y en el más experimentado de éstos. Una frase que, aunque muy repetida, no deja de ser rigurosamente cierta.

Hace algunos años, cuando el Elígeme, que dirigían Pedro Sauquillo y Víctor Claudín, era el último refugia para la canción inteligente, intenté parafrasear al Che, diciendo que era el momento de crear uno, dos, cien “Elígemes”. Poca podía sospechar que, al final, acabarían creándose y que ocuparían, en este renacimiento de la canción de autor que parece que vivimos ahora, el lugar que ocuparon las aulas universitarias, las asociaciones de barrio y los clubes de juventud en otros tiempos.

En ellos -unos mejor logrados que otros-, es donde se han reencontrado el público y los cantantes; y en donde muchos jóvenes han descubierto que existen formas de canción para escuchar y deleitarse, así como hay otras músicas para bailar y gozar con el baile, cada cosa a su debido tiempo.

Luis fue el primero en darse cuenta de por dónde iban las cosas en estos tiempos de penuria y supo estar en el lugar adecuado en el momento preciso, y eso le ha ayudado a sobrevivir.

Para no quedar por mentiroso sobre las cualidades actorales del Pastor, a la izquierda haciendo el indio. A su lado Sisa-Solfa ejerciendo de esforzado jesuita y Carlos Montero, valeroso hidalgo extremeño. Los tres viajando hacia las Antillas en busca del árbol de la música en el capítulo "Cruzando el charco" de la serie "España en Solfa", en la que Antonio Resines, Herminia Bevia y yo mismo intentamos historial la canción popular española en 1991. Si la vagancia me da ánimos habrá que hablar de esas andanzas televisivas.


Añado ahora unas cosillas que sobre Luis había ido publicando en El País durante los años inmediatamente anteriores a la edición del libro. Entre ellas figura (y confío en la perspicacia de quienes se hayan atrevido a llegar hasta aquí para que descubran por sí mismos cual es) la crítica o comentario que más me ha costado hacer en mi vida. Y encima con “ese” dando la vuelta al ruedo. Bueno, hubo otra que casi me costó lo mismo, pero me callo quien la protagonizó, porque me pago con un cabreo fenomenal después de 30 años de amistad. Luis no. Él solo intentó ponerme la zancadilla una vez que subimos solos a lo alto del Teide. Y es que la amistad a la hora de coger la pluma hay veces que sólo sirve para joderla.


Pastor, puerto de mar para Vallecas
EL PAÍS. 16 MAYO 1984
Fiestas de San Isidro. Las Vistillas, 14 de mayo.


Felipe II no mandó sus naves a luchar contra las tempestades, y en la batalla perdió barcos, armada e invencible. Luis Pastor tampoco hace sus canciones para doblegar tormentas, y no obstante venció en la lucha, a pesar de la lluvia ininterrumpida que obligó a retrasar una hora su intervención en el recital. Una lluvia que empapó a todos y a todo, cantante, músicos, público y equipo, que creó un ambiente de nervios, inseguridad e incomodidad, que condicionó los primeros minutos de su actuación, que sólo consiguió remontar a fuerza de coraje y comunicación. 

Dentro del proceso de crisis, evolución y maduración que ha sufrido la canción de autor española en los últimos, años, el caso de Luis Pastor es plenamente significativo. Su obra, que fue una de las más representativas de los años de la transición, estuvo a punto de naufragar en la marejada del desencanto. Sin embargo, ahora es cuando ha encontrado su camino, que no es una renuncia a nada de lo pasado, sino una depuración y concreción de una línea conductora que asume sus raíces populares, sin quedarse anclado en formas estéticas caducas, sino creando un universo sonoro perfectamente propio e identificable, apoyado en el trabajo de un grupo excelente que ha sabido dar sustancia a sus canciones antiguas y recientes.

Pese a la lluvia, todo ello quedó patente en su actuación, que cuajó con fuerza en el público y que encontró su mejor expresión cuando en el segundo bis cantó, en total identificación público-cantante, su “Puerto de mar para Vallecas”.



Luis Pastor, de ayer a hoy
EL PAÍS. 1 ABRIL 1985
Centro Cultural de la Villa. Madrid, 26 y 27 de marzo.

Tras siete años sin actuar en un teatro madrileño, en los que se ha visto obligado, como tantos otros compañeros de profesión y generación, a intentar que se le perdonaran los pecados de haber afrontado su oficio con la exigencia artística y testimonial de contribuir a que el país alcanzara la normalidad democrática, Luis Pastor salió al escenario con los nervios propios de quien se enfrenta a algo más que un simple recital. Llegaba para mostrar en un local adecuado el trabajo de los últimos años. ¿Qué queda en el Luis Pastor de hoy de ese chico de Vallecas, autodidacta, combativo, inquieto, que se lanzó a la canción en un momento en que las posibilidades de aprender eran nulas al margen de la propia experiencia? ¿Cómo se ha adaptado su quehacer creativo a los vertiginosos cambios de una sociedad y una música inmersas cada vez más en la vorágine de lo novedoso como principal valor de cambio?

Ante todo queda la conciencia de que la canción es una forma de arte, un vehículo de expresión de vivencias, personales y colectivas, al margen de condicionantes comerciales. A partir de ahí, Luis Pastor desarrolló un recital en el que, recuperando buena parte de su obra antigua, dio a conocer sus últimas composiciones.

Acompañado por un grupo de instrumentistas impecables, manejando todo tipo de matices y registros, la música de Luis Pastor ha bebido en muy diversas fuentes, enriqueciendo sus valores iniciales con las posibilidades que ofrecen el conocimiento y la experiencia. Ha asimilado ritmos, formas y estilos provenientes de los más diversos campos de la música popular, configurando un modo de hacer esencialmente ecléctico.



Noche de cantautores
EL PAÍS. 19 MAYO 1986
Luis Pastor, Franco Battiato. Palacio de los Deportes. Madrid, 16 de mayo.

Luis Pastor tuvo que comenzar su actuación del día 16 en el Palacio de los Deportes enfrentándose con las dificultades de una acústica absolutamente imposible, lo que, unido a un planteamiento equivocado del recital -interpretó casi exclusivamente las nuevas canciones de su último disco, sin puntos de referencia anteriores para el público-, hizo naufragar la actuación. Planteamiento equivocado del recital, que no de la música, que sonó sobre el escenario, por mucho que diera una imagen reduccionista del trabajo vano y complejo del cantante. El grupo tocó con ganas y fuerza, los arreglos eran brillantes y la búsqueda de una sonoridad propia a partir de las músicas brasileiras y caribeñas que intenta Luis Pastor en sus últimos trabajos, tan buena como cualquier otra. Pero la revalida que el cantante pretendía pasar quedó aplazada para otro momento.

Franco Battiato cuenta en España con pocos pero irreductibles admiradores, que gozaron con fruición lo que pudieron distinguir en el batiburrillo de una acústica con ecos.
El músico italiano ofreció un espectáculo milimetricamente preparado, basado en la electrónica y los sintetizadores, que alcanzó momentos de comunicación directa y vibrante. Deslumbró con melodías inspiradas y un trabajo riguroso que a menudo se deslizó por caminos de un efectismo fácil, aunque impecablemente realizado. Lo novedoso del espectáculo, la presencia en escena de tan sólo dos músicos y el cantante, y la, inteligencia de Franco Battiato en combinar elementos artísticos y comunicativos y crear un ambiente de fascinación colectiva, como un encantador de serpientes, son las claves del éxito de un cantante que tras haber triunfado en toda Europa encontró en Madrid un buen marco para su introducción en España.



Luis Pastor, acidez y ternura
EL PAÍS. 9 ENERO 1987
Recitales de Luis Pastor, acompañado por Fredi Marugán, guitarra; Álvaro Peire, teclado y coros; Bida Nascimiento, bajo y coros; Emilio Robales, teclados; Julio Cano, batería, y Brian Quince, saxo. Espontáneos: Javie Batanero y el saxofonista anónimo. Duración: 75 minutos. Sala Eligeme. Madrid. Hasta el domingo 11. Once de la noche.

Desde su presentación, las pasadas fiestas de San Isidro, en un recital de aciago recuerdo, en el que el insoportable sonido del Palacio de Deportes madrileño le arruinó una actuación que se inició espléndida, no había vuelto a actuar Luis Pastor en Madrid de manera más o menos oficial. Su actual presentación en la sala Elígeme, de Madrid, ha demostrado la excepcionalidad de aquella actuación y el magnífico momento por el que atraviesa.

Acompañado por un grupo de músicos sólidos y sin tacha -incluido el saxofonista anónimo que se lanzó como espontáneo para soltarse un magnífico solo en el último bis del primer día-, Luis Pastor estuvo magnífico de voz, expresivo en la interpretación y con una presencia en escena claramente indicativa de lo que son sus canciones: una equilibrada mezcla de ternura -que se muestra en esos personajes suburbiales que pueblan sus canciones (Recordándote, Cristina, Rosalinda, Tu pesadilla) que interpretó en el recital, pero que también están en otras que se quedaron en el tintero (Metro del lunes o A contramano)- y de acidez corrosiva ante las fuerzas, siempre represoras en unos u otros terrenos, que se enfrentan a esos personajes. Es lo que corresponde a un cantante que ofrece esa imagen de dureza y fragilidad a un tiempo, de chico de la calle y colega de cualquier paseante o esquinero. No son las suyas canciones neutrales o frívolas; son canciones de carne y hueso, que toman posiciones ante la vida y que reflejan una aventura vital que, por ser íntimamente propia, es también común a tantos otros. El resultado es un canto vitalista (Queriendo vivir, Clavo y canela o Certeza) que el tiempo ha teñido de un cierto escepticismo.

Tras tanto hablar del estancamiento de los cantautores comprobamos con el tiempo que su evolución hacia una música madura, rica y actual, sin mimetismos gratuitos, resulta ejemplar. Luis Pastor es un caso paradigmático. Desde hace años viene construyendo una manera de hacer que, a diferencia de otros de los llamados cantautores urbanos, se ha ido nutriendo de músicas bien distintas a las anglosajonas, aunque, naturalmente, también haya mucho de ello en lo que hace. Músicas que tienen en la base los ritmos negros portugueses y brasileños, pero que, al ser asumidos por el cantante, aparecen como algo personal que, como una esponja, asume cuanto le gusta sin perder su forma propia.

Y para terminar, una escultura de Luis, que también es escultor a ratos libros. Como sus canciones, estas esculturas salen de la tierra, de las ramas y raices de árbol que utiliza como materia prima, cuya forma esencial respeta, para levarse por los aires convertidas en caprichosos pájaros.



3 comentarios:

  1. Mi adorado Luisito. Una de las personas que conozco que sabe ser amigo de sus amigos. Lourdes, si lees esto, d'ale un beso fuerte de mi parte.
    Silvia Riaño

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  2. Pequeños incisos de otro tocapelotas, pero sin jubilar:

    -Pedro emigró al foro dejando a los ripenses a este lado de la M40 hace poco.
    -Joder¡¡¡ acabo de ser consciente de que el prólogo de ese libro que con tanto cariño guardo es tuyo.


    Un abrazo kamikazerripense.

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  3. Mariano Perkuta Turuta22 de marzo de 2013, 7:08

    Muy bueno el artículo, Antonio. Mi admiración hacia el Pastor proviene de dos vertientes: que soy vallekano y todos siempre le estaremos agradecidos por todo lo que ha hecho y hace en este barrio; y que soy músico que siempre ha apreciado su buen gusto y sus fusiones con diferentes músicas del mundo.

    Un fuerte abrazo y Enhorabuena por tu blog.

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