lunes, 25 de marzo de 2013


DISGRESIONES SOBRE "FOLK". 
Semana santa de 1970



En la semana santa de hace 44 años, cuando tuve que entregar el artículo que semanalmente publicaba en la revista musical Discóbolo, me encontré ante una sequía de actuaciones o nuevos discos que comentar. En aquellos años, aún de cerrado y sacristía que había dicho el maestro, esas fechas se dedicaban a recorrer las siete estaciones y no a escuchar las siete canciones. Y menos, desde luego, a asistir a siete actuaciones, que ni el día de mayor confluencia no se juntaban tantas ni en la semana de mayor actividad musica.
En la sección de Discóbolo, titulada “Folk. Traigo noticias sobre líos”, hablaba sobre todo de cantautores y des los grupos que estaban resucitando el folclore español, es decir, del “folk” (palabra que aún se utilizaba para definir el género y que luego cayó en desuso). Ni que decir tiene que esos tipos de música ya habían alcanzado  una cierta resonancia, sobre todo entre jóvenes universitarios y obreros --según el caso--, los intelectuales y, en general, de esa España que estaba hasta el moño del Caudillo y su séquito de corruptos, aprovechados y criminales glorificados y que ya empezaba a salir de la clandestinidad estricta. Sin embargo, su presencia pública en discos y recitales era todavía minoritaria y conflictiva.
Se ha caricaturizado a aquellos primeros cantautores y grupos como de guitarra de palo y pierna encima de una silla de anea dando gritos delante de un megáfono y encima de un remolque. En realidad no es una caricatura, sino un retrato que en muchos casos responde a una cierta realidad. Yo estuve allí y asistí más de una vez a recitales en la plaza del pueblo con remolque, silla, megáfono, guitarra y cantautor o cantautora. ¿Pero quisiera decirme el caricaturista cómo se puede huir de una irrupción repentina de la Guardia Civil con un cargamento de piano, batería, bafles, guitarras mesa de sonido…? No llega ni a la primera esquina. Cargado con la guitarra, en cambio, tenía la posibilidad de llegar por lo menos a la segunda. ¿O quiere pensar en cómo contratar instrumentistas cuando aquellas actuaciones se hacían mayormente por la patilla? En fin, que me enrollo como las persianas y la Semana Santa se va a quedar atrás.
Sea como sea, el 4 de abril de 1970 Discóbolo publicó lo que a la vista de los recortes que conservo y de mi memoria se trata del primer artículo “teórico” (dios me perdone y Alá sea misericordioso) que vio la luz con mi nombre al lado. A la vista está que era todo intuición, opinión, y quedan también evidentes la simplicidad de los argumentos. Hoy se me ocurren las mil maneras de ejercer de abogado del diablo y refutar sólidamente cada una de las cosas que digo, pero no me voy a poner exigente y destacaré un par de alusiones que aún hoy comparto.
Me satisface, en primer lugar, el carácter poco dogmático y purista del artículo, que defiende la esencia de transformación, cambio y adaptación de la música popular, contraponiéndola al estatismo y la inmovilidad. También que ya entonces me hiciera una pregunta que con el tiempo sigue siendo la misma: ¿Es posible una música popular que exprese a un tiempo la esencia tradicional de una colectividad determinada y que, al mismo tiempo sea una expresión personal de un artista moderno?
Posteriormente, cuando ya había conocido los escritos de Gramsci sobre el tema, e incluso a los de Antonio Machado y Álvarez o Julio Caro Baroja, publiqué algunas cosas más sobre ello. Es posible que cuelgue alguna más adelante, que ya se sabe que el criminal siempre vuelve a la escena del cine.


Sobre folk y “folk”

Discóbolo. 4 de abril de 1970

DESDE hace ya mucho tiempo, desde el comienzo casi de esta página, tenía prometidas unas apreciaciones sobre este terreno siempre fluctuante e inseguro del folk. Diversas circunstancias, entre las que no ha sido la menor mi abulia, han hecho que semana tras semana fuera retrasando la explicación. Hoy no quiero dejarlo más, la escasez de noticias de Semana Santa, así como una especial tranquilidad, permiten que al fin pueda poner manos a la obra. Doy por descontado que las siguientes líneas tienen, aunque a reducido nivel, un contenido polémico, que pueden y deben ser discutidas, pero a eso vamos. El folk, como cualquier otra forma viva artística, sólo en la discusión constante y esclarecedora puede ir definiendo una línea de progresión. El día en que todos coincidamos en todos y cada uno de los puntos, será cuestión de plantearse si merece la pena continuar o es el momento de enterrar el muerto.
El primer caballo de batalla sobre el folk se refiere sin duda a su ancianidad. ¿Es necesario que el folk tenga un determinado número de años (a ser posible muchos) para ser auténtico? La respuesta depende en gran medida de la traducción que demos a folksong. Si entendemos por ello «canción del pueblo» (traducción que a mí me parece más correcta), evidentemente no, igual puede expresar el sentir del pueblo una canción de hace mil años que otra escrita hace unas horas; el problema en este caso viene dado por la mayor o menor capacidad para mostrar al pueblo real y también por el grado de acierto de la canción al retratar o interpretar sus necesidades y conflictos auténticos y tangibles en cada momento (entendiendo por pueblo un grupo de personas mayoritario con unas características socio-histórico-eco-nómico-culturales definibles y definidas). 

Si por el contrario entendemos que la tradición y su reproducción exacta es la base, podría parecer a primera vista que sí es necesaria una cierta «solera» de la canción. Pero aun en este caso tenemos un argumento que añadir: resulta evidente hasta para las más tradicionalistas de las mentes que un determinado día, por unas ciertas circunstancias,  un  señor escribió una canción que, al reunir unas condiciones de calidad, acierto al  definir el problema  cantado, tipicidad, etc, fue aceptada por el pueblo y cantada por él. De aquí se  desprendería que en cada momento el pueblo está haciendo suyas canciones que fueron surgiendo día a día y que reunían las características necesarias. El cantante popular debe  hacer lo necesario para que la canción no muera, es decir, está obligado a ser fiel al reflejo del pueblo no sólo interpretando canciones que sirvieron en otro tiempo y que hoy aún tienen su sentido, sino creando nuevas composiciones que expresen al pueblo de hoy y que- sean, por tanto, susceptibles de convertirse en populares.
Cuestiones aparentemente tan claras y sencillas, son sin embargo motivo de discusión y polémica en todo el mundo. En España el asunto es si cabe más confuso. Hasta los más recalcitrantes defensores del focklore cien por cien puro, cuando se trata de hablar de folk extranjero y, concretamente, americano, acuden y citan cantantes que, o bien mezclan canciones tradicionales y composiciones actuales (Pete Seeger, Woody Guthrie, Joan Baez, Judy Collins, Peter La-fargue), o cantan exclusivamente canciones suyas (Bob Dylan, Phil Ochs, Tom Paxton, Julius Lester, Richard Fariña) demostrando la poca consistencia de sus juicios. Todos los cantantes actuales del mundo conocidos como populares son en realidad auténticos creadores que escriben cuando es necesario nuevas canciones, investigando o no en las raíces folklóricas de sus respectivos países. Tal es si caso de Seeger, Dylan, Guthrie, Leadbelly, en América del Norte; Brassens, Ferré y Ferrat en Francia; Ivan de la Mea o Enzio Jiannaci en Italia; Atahualpa, Cafrune, Violeta Parra en Sudamérica; Theodorakis en Grecia, por no citar sino algunos de los más claros y significativos.
También se suelen olvidar algunas razones que son importantísimas. Entre otras, las características del siglo XX en que vivimos, las especiales condiciones económicas y culturales que trajo la revolución industrial; los medios de comunicación de masas, las nuevas formas de relaciones sociales, etc..., cosas que motivan en primer lugar la total imposibilidad de que el cantante popular surja y evolucione dentro del anonimato. También ha motivado eso que en ciertos países con un gran adelanto consumista se hayan olvidado por completo las formas del folclore o se hayan convertido en un elemento totalmente sin vida, sin representación del pueblo, siendo totalmente imposible resucitar un muerto y teniendo que partir para un acercamiento al pueblo de nuevas coordenadas, si no se quiere convertir las canciones en piezas de museo.
Pasamos con esto a un nuevo y último tema por el momento: cuál es la influencia exacta de las nuevas formas musicales y, más concretamente, de la canción pop, en el folk. Como siempre, todo intento de dogma resulta perjudicial. Es tan falso afirmar que sólo el folclore es válido, como indicar que exclusivamente lo es la canción con formas «modernas». Resulta, sin embargo, de una claridad meridiana que la canción popular de todos los tiempos ha estado directamente relacionado con la música que se hacía en su siglo respectivo; en este sentido pueden observarse las diferencias melódicas y rítmicas entre una canción del siglo XVIII y otra del XVI. Tampoco negará nadie que mil novecientos setenta tiene unas formas musicales propias, de las que son creadores numerosos artistas y compositores, de Fats Domino y Eddie Cochran a Jefferson Airplane y Blin Faith, pasando por los Beatles, formas  musicales totalmente arraigadas y que definirán una época. La canción popular perdería su representatividad de todos'y cada uno de los momentos de la historia si lo ignorase. Tal parece ser al menos la opinión que sustentan   no  sólo   los  jóvenes cantantes que como Tom Paxton,  Phil  Ochs,  Leornard  Cohén, Bob Dylan, etc...,, que utilizan ya abiertamente formas pop en sus canciones, sino también  algunos  veteranos,  como el tantas veces nombrado Seeger. Asimismo, numerosas revistas consideradas «clásicas» (Broadside, Sing Out, Rock and Folk, etc...), e incluso en  el  Newport Folk Festival, siguen   un   criterio selectivo parecido, y ya en el año setenta y ocho actuaron en éél grupos y cantantes de música vanguardista dentro del folk o el blues: Eric Von   Schmidt,  Taj Majal, Richie Havens, entre otros.
¿¿Cuál es la diferencia, entonces, entre folk y pop?, se preguntarán algunos, aafortunadamente cada vez menor, pienso yo. Viene dada en gran parte por la iintencionalidad de los autores al escribir las canciones. En un siglo en que se tiende a unificar verso y prosa, en que la pintura toma elementos escultóricos, y en la que en el «Ulises» se mezcla novela y teatro, mantener posturas dogmáticas creo que estaría totalmente desfasado, y no serviría sino para quitar fuerza a las obras de arte que tantas canciones ya son. Aunque lo anterior tampoco quiere decir que lo aceptemos todo en forma indiscriminada, más que nunca es necesario distinguir entre productos falsamente populares y progresistas.

Aquí os dejo un ejemplo especialmente valioso de lo que se acercaría a mi idea de una canción popular contemporánea, enraizada y de hoy. Habría muchos otros, de Violeta Parra a Hendrix hay un montón para elegir. Pero siento debilidad por Oskorri, Por “Aita semeak” y por esta versión que hicieron en el 2006 con motivo del 35 aniversario del grupo, acompañando a Mikel Laboa, o, mejor aún, ejerciendo de acompañantes de Mikel Laboa.
La propia letra explica ese traspase de sabiduría del abuelo al nieto, del ayer al hoy:Padre e hijo están en la taberna / madre e hija jugando a las cartas. / Nuevamente engordarán las vacas / en el vecindario/ mientras ondean / los harapos en nuestro colgador / Los ladrones se han llevado/ lo que había en casa/ y nosotros, semi desnudos, / siempre sojuzgados/…/ Pero siendo yo joven, tengo / el porvenir en mis manos, / no morirá Euskal Herria / mientras yo viva




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