DISGRESIONES SOBRE "FOLK".
Semana santa de 1970
Semana santa de 1970
En la semana santa de hace 44 años, cuando tuve que
entregar el artículo que semanalmente publicaba en la revista musical Discóbolo,
me encontré ante una sequía de actuaciones o nuevos discos que comentar. En
aquellos años, aún de cerrado y sacristía que había dicho el maestro, esas
fechas se dedicaban a recorrer las siete estaciones y no a escuchar las siete canciones.
Y menos, desde luego, a asistir a siete actuaciones, que ni el día de mayor
confluencia no se juntaban tantas ni en la semana de mayor actividad musica.
En la sección de Discóbolo, titulada “Folk. Traigo noticias sobre líos”,
hablaba sobre todo de cantautores y des los grupos que estaban resucitando el
folclore español, es decir, del “folk” (palabra que aún se utilizaba para definir
el género y que luego cayó en desuso). Ni que decir tiene que esos tipos de
música ya habían alcanzado una cierta
resonancia, sobre todo entre jóvenes universitarios y obreros --según el caso--, los
intelectuales y, en general, de esa España que estaba hasta el moño del
Caudillo y su séquito de corruptos, aprovechados y criminales glorificados y
que ya empezaba a salir de la clandestinidad estricta. Sin embargo, su
presencia pública en discos y recitales era todavía minoritaria y conflictiva.
Se ha caricaturizado a aquellos primeros cantautores
y grupos como de guitarra de palo y pierna encima de una silla de anea dando
gritos delante de un megáfono y encima de un remolque. En realidad no es una
caricatura, sino un retrato que en muchos casos responde a una cierta realidad.
Yo estuve allí y asistí más de una vez a recitales en la plaza del pueblo con
remolque, silla, megáfono, guitarra y cantautor o cantautora. ¿Pero quisiera
decirme el caricaturista cómo se puede huir de una irrupción repentina de la
Guardia Civil con un cargamento de piano, batería, bafles, guitarras mesa de
sonido…? No llega ni a la primera esquina. Cargado con la guitarra, en cambio,
tenía la posibilidad de llegar por lo menos a la segunda. ¿O quiere pensar en
cómo contratar instrumentistas cuando aquellas actuaciones se hacían mayormente
por la patilla? En fin, que me enrollo como las persianas y la Semana Santa se va
a quedar atrás.
Sea como sea, el 4 de abril de 1970 Discóbolo
publicó lo que a la vista de los recortes que conservo y de mi memoria se trata
del primer artículo “teórico” (dios me perdone y Alá sea misericordioso) que
vio la luz con mi nombre al lado. A la vista está que era todo intuición,
opinión, y quedan también evidentes la simplicidad de los argumentos. Hoy se me
ocurren las mil maneras de ejercer de abogado del diablo y refutar sólidamente
cada una de las cosas que digo, pero no me voy a poner exigente y destacaré un
par de alusiones que aún hoy comparto.
Me satisface, en primer lugar, el carácter poco
dogmático y purista del artículo, que defiende la esencia de transformación,
cambio y adaptación de la música popular, contraponiéndola al estatismo y la
inmovilidad. También que ya entonces me hiciera una pregunta que con el tiempo
sigue siendo la misma: ¿Es posible una música popular que exprese a un tiempo
la esencia tradicional de una colectividad determinada y que, al mismo tiempo
sea una expresión personal de un artista moderno?
Posteriormente, cuando ya había conocido los escritos
de Gramsci sobre el tema, e incluso a los de Antonio Machado y Álvarez o Julio
Caro Baroja, publiqué algunas cosas más sobre ello. Es posible que cuelgue alguna más adelante, que ya se sabe que el
criminal siempre vuelve a la escena del cine.
Sobre folk y “folk”
Discóbolo. 4 de
abril de 1970
DESDE hace ya
mucho tiempo, desde el comienzo casi de esta página, tenía prometidas unas
apreciaciones sobre este terreno siempre fluctuante e inseguro del folk.
Diversas circunstancias, entre las que no ha sido la menor mi abulia, han hecho
que semana tras semana fuera retrasando la explicación. Hoy no quiero dejarlo
más, la escasez de noticias de Semana Santa, así como una especial
tranquilidad, permiten que al fin pueda poner manos a la obra. Doy por
descontado que las siguientes líneas tienen, aunque a reducido nivel, un
contenido polémico, que pueden y deben ser discutidas, pero a eso vamos. El
folk, como cualquier otra forma viva artística, sólo en la discusión constante
y esclarecedora puede ir definiendo una línea de progresión. El día en que
todos coincidamos en todos y cada uno de los puntos, será cuestión de
plantearse si merece la pena continuar o es el momento de enterrar el muerto.
El primer
caballo de batalla sobre el folk se refiere sin duda a su ancianidad. ¿Es
necesario que el folk tenga un determinado número de años (a ser posible
muchos) para ser auténtico? La respuesta depende en gran medida de la
traducción que demos a folksong. Si entendemos por ello «canción del pueblo»
(traducción que a mí me parece más correcta), evidentemente no, igual puede
expresar el sentir del pueblo una canción de hace mil años que otra escrita
hace unas horas; el problema en este caso viene dado por la mayor o menor
capacidad para mostrar al pueblo real y también por el grado de acierto de la
canción al retratar o interpretar sus necesidades y conflictos auténticos y
tangibles en cada momento (entendiendo por pueblo un grupo de personas
mayoritario con unas características socio-histórico-eco-nómico-culturales
definibles y definidas).
Si por el contrario entendemos que la tradición y su reproducción exacta es la base, podría parecer a primera vista que sí es necesaria una cierta «solera» de la canción. Pero aun en este caso tenemos un argumento que añadir: resulta evidente hasta para las más tradicionalistas de las mentes que un determinado día, por unas ciertas circunstancias, un señor escribió una canción que, al reunir unas condiciones de calidad, acierto al definir el problema cantado, tipicidad, etc, fue aceptada por el pueblo y cantada por él. De aquí se desprendería que en cada momento el pueblo está haciendo suyas canciones que fueron surgiendo día a día y que reunían las características necesarias. El cantante popular debe hacer lo necesario para que la canción no muera, es decir, está obligado a ser fiel al reflejo del pueblo no sólo interpretando canciones que sirvieron en otro tiempo y que hoy aún tienen su sentido, sino creando nuevas composiciones que expresen al pueblo de hoy y que- sean, por tanto, susceptibles de convertirse en populares.
Si por el contrario entendemos que la tradición y su reproducción exacta es la base, podría parecer a primera vista que sí es necesaria una cierta «solera» de la canción. Pero aun en este caso tenemos un argumento que añadir: resulta evidente hasta para las más tradicionalistas de las mentes que un determinado día, por unas ciertas circunstancias, un señor escribió una canción que, al reunir unas condiciones de calidad, acierto al definir el problema cantado, tipicidad, etc, fue aceptada por el pueblo y cantada por él. De aquí se desprendería que en cada momento el pueblo está haciendo suyas canciones que fueron surgiendo día a día y que reunían las características necesarias. El cantante popular debe hacer lo necesario para que la canción no muera, es decir, está obligado a ser fiel al reflejo del pueblo no sólo interpretando canciones que sirvieron en otro tiempo y que hoy aún tienen su sentido, sino creando nuevas composiciones que expresen al pueblo de hoy y que- sean, por tanto, susceptibles de convertirse en populares.
Cuestiones aparentemente tan claras y sencillas, son sin embargo motivo de discusión y
polémica en todo el mundo. En España el asunto es si cabe más confuso. Hasta
los más recalcitrantes defensores del focklore cien por cien puro, cuando se trata
de hablar de folk extranjero y, concretamente, americano, acuden y citan
cantantes que, o bien mezclan canciones tradicionales y composiciones actuales
(Pete Seeger, Woody Guthrie, Joan Baez, Judy Collins, Peter La-fargue), o
cantan exclusivamente canciones suyas (Bob Dylan, Phil Ochs, Tom Paxton, Julius
Lester, Richard Fariña) demostrando la poca consistencia de sus juicios. Todos
los cantantes actuales del mundo conocidos como populares son en realidad auténticos
creadores que escriben cuando es necesario nuevas canciones, investigando o no
en las raíces folklóricas de sus respectivos países. Tal es si caso de Seeger,
Dylan, Guthrie, Leadbelly, en América del Norte; Brassens, Ferré y Ferrat en
Francia; Ivan de la Mea o Enzio Jiannaci en Italia; Atahualpa, Cafrune,
Violeta Parra en Sudamérica; Theodorakis en Grecia, por no citar sino algunos
de los más claros y significativos.
También se
suelen olvidar algunas razones que son importantísimas. Entre otras, las
características del siglo XX en que vivimos, las especiales condiciones
económicas y culturales que trajo la revolución industrial; los medios de
comunicación de masas, las nuevas formas de relaciones sociales, etc..., cosas que
motivan en primer lugar la total imposibilidad de que el cantante popular surja
y evolucione dentro del anonimato. También ha motivado eso que en ciertos
países con un gran adelanto consumista se hayan olvidado por completo las
formas del folclore o se hayan convertido en un elemento totalmente sin vida,
sin representación del pueblo, siendo totalmente imposible resucitar un muerto
y teniendo que partir para un acercamiento al pueblo de nuevas coordenadas, si
no se quiere convertir las canciones en piezas de museo.
Pasamos con esto
a un nuevo y último tema por el momento: cuál es la influencia exacta de las
nuevas formas musicales y, más concretamente, de la canción pop, en el folk.
Como siempre, todo intento de dogma resulta perjudicial. Es tan falso afirmar
que sólo el folclore es válido, como indicar que exclusivamente lo es la
canción con formas «modernas». Resulta, sin embargo, de una claridad meridiana
que la canción popular de todos los tiempos ha estado directamente relacionado
con la música que se hacía en su siglo respectivo; en este sentido pueden
observarse las diferencias melódicas y rítmicas entre una canción del siglo
XVIII y otra del XVI. Tampoco negará nadie que mil novecientos setenta tiene
unas formas musicales propias, de las que son creadores numerosos artistas y
compositores, de Fats Domino y Eddie Cochran a Jefferson Airplane y Blin Faith, pasando por los Beatles, formas musicales totalmente arraigadas y que definirán una época. La
canción popular perdería su representatividad de todos'y cada uno de los
momentos de la historia si lo ignorase. Tal parece ser al menos la opinión que
sustentan no sólo
los jóvenes cantantes que como
Tom Paxton, Phil Ochs,
Leornard Cohén, Bob Dylan, etc...,, que utilizan ya abiertamente formas pop en sus canciones, sino también algunos
veteranos, como el tantas veces
nombrado Seeger. Asimismo, numerosas revistas consideradas
«clásicas» (Broadside, Sing Out, Rock and Folk, etc...), e incluso
en el
Newport Folk Festival, siguen
un criterio selectivo parecido,
y ya en el año setenta y ocho actuaron en éél grupos y cantantes de música vanguardista dentro del folk o el blues: Eric Von Schmidt,
Taj Majal, Richie Havens, entre
otros.
¿¿Cuál es la
diferencia, entonces, entre folk y pop?, se preguntarán algunos,
aafortunadamente cada vez menor, pienso yo. Viene dada en gran parte por la
iintencionalidad de los autores al escribir las canciones. En un siglo en que se
tiende a unificar verso y prosa, en que la pintura toma elementos escultóricos,
y en la que en el «Ulises» se mezcla novela y teatro, mantener posturas dogmáticas creo que estaría totalmente desfasado, y no serviría sino
para quitar fuerza a las obras de arte que tantas canciones ya son. Aunque lo anterior tampoco quiere decir
que lo aceptemos todo en forma indiscriminada, más que nunca es necesario
distinguir entre productos falsamente populares y progresistas.
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