Cantautores y política
Píldoras para una historia de los
cantautores en España
En 1987 ya había tiempo más que sobrado para hacer
balance el papel que habían jugado los cantautores del Estado Español en la
lucha antifranquista. Curiosamente, para esa fecha su contribución a la
resistencia contra la dictadura, que tan alto precio les había costado y que
tanto habían condicionado su trabajo creativo, no sólo no se valoraba con un
acto de singular valor cultural y político, sino que comenzaba a ser
despreciado por los nuevos ostentadores del poder, un PSOE que por boca de su
secretario general había dicho aquello de los colores del gato y la caza de ratones
o su preferencia a morir en el metro de Nueva York antes que en una calle de
Moscú. Nos habíamos hecho modernos y desmemoriados. No digamos ya los que ya
empezaban a llamarse “gestores cultuales”.
La ocasión para darle al tema me vino que ni pintada
cuando el Partido Comunista de España (Marxista-Leninista), ya legal tras haber
abandonado la aventura armada del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y
Patriota) por la que tan alto precio habían pagado en años de cárceles, y aún
más cruel en los fusilamientos de 1975, me encargó para un cuádruple disco que
iban a publicar. Se titulaba elocuentemente “Homenaje a las víctimas del franquismo”, y participaban en él una
larga lista de cantautores y grupos que se pueden ver en la carátula que
reproduzco, y pensé que en mi texto podía apuntar hacia ese balance.
El cuádruple disco era la continuación del recital
que habían montado durante tres días el año anterior, del que publiqué el
correspondiente comentario en El País.
Copio ambos textos, y los aderezo con una serie de
canciones que ilustran bien el contenido de los escritos. Volviendo a escuchar
alguna, hasta me he emocionado. No digo más.
CANTAR EN TIEMPOS DE SILENCIO
Madrid,
julio 1987
Folleto
del cuádruple álbum
“Homenaje
a las víctimas del franquismo”
Resulta cuando
menos lamentable comprobar la ola de amnesia colectiva que en los últimos años
ha recorrido España como un fantasma reaccionario. Y sin embargo, resulta
comprensible. Es comprensible que la derecha, tanto la montaraz como la
civilizada —que aún no hace tanto tiempo era igualmente contumaz y levantisca—,
quiera olvidar y hacer olvidar su inmediato pasado. También tiene explicación
que el Partido Socialista, que según parece hubo un tiempo en que fue de
izquierdas y estuvo en la clandestinidad, no tenga demasiado interés en
recordar su vida vegetativa en el invernadero. En cuanto a la otra izquierda,
una izquierda marginada, desorientada, escindida e incapaz, poco se le puede
pedir. Los olmos no dan peras y en la izquierda española hay mucho alcornoque.
Claro está que todos se reclaman fieles rememoradores de la memoria histórica
del país, pero poco efectivas parecen esas rememoraciones frente a la amnesia
del sistema.
En medio de esa
realidad de olvidos, iniciativas como estos "homenajes a las víctimas del
franquismo" son, pese a todos los peros que se quieran y se puedan poner,
actos útiles y necesarios que indican el camino por donde nunca más se debe
transitar.
Para las cosas
de la cultura, y más en concreto de la canción, que es el tema que aquí nos
convoca, esa ola amnésica ha resultado arrasadora. A toque de corneta los
medios de comunicación y la industria discográfica decretaron que ya se habían
acabado los tiempos en que las canciones podían cantar cuanto pasara a su
alrededor; que los músicos y cantantes que desde su arte habían luchado por la
libertad y la democracia, tantas veces a costa de prohibiciones, multas y
cárceles, eran unos antiguos, reliquia del pasado, que debían ser relegados al
desván de los trastos inútiles, junto a la radio de galena, la vietnamita y los
falsos nombres clandestinos. Era llegada la hora de la efímera modernidad en la
que, con cresta de punki o faralaes
de bailaora, la canción debía diluirse en la vacuidad de las imitaciones y la
superficialidad de las movidas. Por fortuna no consiguieron su propósito del
todo, pero entre unos y otros lograron silenciar a muchos y dificultar al resto
la continuidad de su trabajo.
Es cierto que en
muchos casos hacer canciones "antifranquistas" fue una manera de
ocultar incapacidades y potenciar la buena voluntad por encima de cualidades
artísticas, y que hubo letras chabacanas, músicas ramplonas y cantantes
afónicos (más o menos como siempre), pero, entonces y ahora, su significación
fue irrelevante. Junto a ellos, nació una generación de cantautores españoles
(en el más amplio sentido del término) que intentó, y en buena medida
consiguió, crear un lenguaje musical de calidad estética y contenidos adultos, entre
los que la temática antifranquista fue importante —respondiendo a una actitud
personal igualmente comprometida que entonces y ahora es no sólo aceptable,
sino necesaria—, pero ni fue la única ni, en muchos casos, la más significativa
de sus obras respectivas.
Los cantantes
"antifranquistas" no fueron tan sólo voceros más o menos frustrados
de la revolución, fueron, sobre todo, creadores artísticos que quisieron
contribuir con sus canciones a una lucha por la libertad que se libraba
fundamentalmente desde las fábricas, las universidades, el campo y la calle,
pero también, ¿por qué no?, desde los discos y los escenarios.
Se pueden
encontrar canciones de contenido antifranquista desde el momento mismo en que
el generalito se hizo a sí mismo generalazo y degradó al resto del pueblo
español a clase de tropa desechable. La guerra civil fue un semillero de
canciones contra el fascismo, que sirvieron, en el frente y en la retaguardia,
como forma de unión para elevar la moral combatiente. En muchos casos canciones
anónimas, pero también canciones firmadas por grandes poetas: Alberti, Miguel
Hernández, Pedro Garfias, Herrera Petere o Emilio Prados, entre los españoles,
Bertold Brecht o Woody Guthrie entre los extranjeros, a los que ponían música
insignes compositores españoles o de otras nacionalidades: Shostakovich, Hans
Eiler, Paul Dessau, Halfter o Palacios.
El pueblo perdió
la guerra y el generalito que se nombró generalazo la ganó. Los campos se
llenaron de muertos, las cárceles de presos, el extranjero de exiliados y el
país de silencio. Las canciones cantaron las gracias del vencedor y las voces
del pueblo hubieron de callar.
En un momento de
arrebato y despecho, León Felipe escribió desde México: "Tuya es la casa,
el caballo y la pistola... pero yo me llevo la canción", aunque la
predicción no fue cierta del todo. Desde los años cincuenta, la cultura
española del interior volvió a reencontrar una voz crítica a través de jóvenes
poetas, novelistas, pintores, cineastas y autores teatrales. En la canción no
podía dejar de pasar algo parecido, aunque sucediera con un cierto retraso
debido a la juventud de quienes se metieron en la aventura y a lo novedoso que
resultaba el propio lenguaje de la canción como obra artística, no sólo en
España sino en casi todo el mundo.
CANCIONES DE CLANDESTINIDAD
En 1963 se editó
en la editorial italiana "Einaudi" un libro significativo: "Canti
de la nuova resistenza spagnola". Un musicólogo y compositor
italiano, Sergio Liberovici, visitó España por aquellas fechas con el propósito
de recopilar canciones antifranquistas contemporáneas. Encontró pocas. Las que
cantaban los resistentes españoles en las pocas ocasiones en qué tenían ocasión
de reunirse seguían siendo las viejas canciones de la guerra. No se arredró el
investigador, y reunido con un grupo de poetas españoles (parece ser que entre
ellos se encontraban Gabriel Celaya, José Hierro y Jesús López Pacheco),
decidieron que si no existían había que crearlas. Así surgieron canciones que
pronto serían conocidas y cantadas por militantes antifranquistas en reuniones,
excursiones, fiestas de fin de año y cuanto momento oportuno se presentara.
Algunos de sus
versos quedarán para siempre en la memoria de quienes alguna vez las cantaron:
"En la plaza de mi pueblo / dijo el
jornalero al amo: / nuestros hijos nacerán / con el puño bien cerrado",
con música de "Los mozos de Monleón"; "Voy a la cárcel de Burgos
I a ver a los comunistas, / que los ha metido presos / este gobierno fascista",
con música de "Dime dónde vas morena"; "Ya llegó el verano, / ya se
fue el invierno, / dentro de muy poco / caerá el gobierno", con la melodía
de "Ya se murió el burro" y tantas otras.
Pese a censuras
y represiones, la repercusión de las canciones, algunas de las cuales también
se grabaron en Italia, fue tal que el Ministerio de Información y Turismo se
vio obligado a editar un folleto arremetiendo contra la conspiración comunista
del que llamaban “libelo de Einaudi". El ministro era Don Manuel Fraga Iribarne,
una casualidad.
Un año después,
en Suecia, se editó otro disco histórico de la canción antifranquista
clandestina. En él se incluían canciones de actualidad y nítidamente políticas:
"Gallo rojo, gallo negro", "Dicen que la patria es",
"La paloma", "Canción de Grimau", "A la
huelga" y "Coplas del tiempo".
Composiciones originales en letra y música, atribuidas a un autor e intérprete
anónimo, que no era otro que Chicho
Sánchez Ferlosio, atípico cantautor de irregular carrera que todavía hoy
continúa, automarginado y anárquico, fustigando al sistema con acidas
canciones. Aquellos temas se hicieron todo lo populares que la represión del
momento permitía, y fueron interpretados dentro y fuera de España por otros
intérpretes: El grupo Canción del Pueblo
en Madrid. En Italia el Nuevo Cancionero,
Quilapayun e Inti Illimani en Chile, Soledad
Bravo en Venezuela, y hasta Finlandia llegaron en las voces del grupo Agi-Prop y otros cantantes.
ZONAS DE LIBERTAD
También desde
principios de los años sesenta comienza en Cataluña un movimiento de canciones
que se presentan ya como obra artística, con nombres y apellidos de los autores
e intérpretes, que se plantean la edición legal en España (que se inicia en
1962 con la aparición del sello Edigsa y la grabación del disco "Espinas
canta Brassens", de Josep
M. Espinas), y en las que no se intenta comunicar en primer lugar una
intencionalidad directamente política, pero que por el simple hecho de utilizar
el catalán, primero, y por la progresiva acentuación de sus contenidos críticos
después, se sitúan automáticamente frente al régimen.
En 1963 aparece
el primer disco de Raimon, el mismo
año que el vasco Mikel Laboa edita
sus primeras canciones en Euskadi norte, y un año antes de que Paco Ibáñez
grabe en Francia su primer trabajo. A ellos les seguirían Pi de la Serra, Serrat, Ovidi Montllor, María Albero, Lluis Llach o
María del Mar Bonet, entre tantos
otros catalanes; Lourdes Iriondo, Xavier
Lete, Benito Lertxundi y Oskorri,
en Euskadi; y Elisa Serna, Julia León,
Adolfo Celdrán, Luis Pastor, Aute o Pablo
Guerrero entre los que, siendo o no madrileños, cantan en Madrid.
Benedicto graba en gallego en 1968, y con él lo
hacen Xerardo Moscoso, Vicente Araguas,
Suso Vaamonde, Miro Casavella o Bibiano,
primero, y Milladoiro, Fuxan os Ventos o Na Lúa después. También en el 68 graba José Antonio Labordeta, al que seguirían en Aragón La Bullonera, Joaquín Carbonell o Tomás Bosque. En Canarias, Los Sabandeños abren en 1963 un camino
que seguirían, con diferentes estilos, Los
Gofiones, Chicaneiros, Mestisay, Taburiente
o Caco Senante, entre muchos otros. Al Tall libran su batalla desde Valencia
casi en solitario hasta hoy mismo.
El flamenco pone
su grito contra la represión en el espléndido "Romance de Juan García",
que canta José Menese, quien ya
había grabado su primer disco en 1965, y la queja del flamenco se convierte en
protesta en su voz y en las de otros cantaores como Enrique Morente, Manuel
Gerena, El Lebrijano o El Cabrero, También es andaluz el
"Manifiesto Canción del Sur"
que, bajo la tutela del poeta Juan de
Loxa, se pone en marcha en Granada en 1969 y del que en su momento formaron
parte Carlos Cano, Enrique Moratalla,
Antonio Mata o Raúl Alcover. Y aún quedan muchos más cuya cita haría esta relación
inacabable.
Fueron unos
años, hasta 1976, en que la canción española más madura y de mayor calidad se
debatió entre la represión y la lucha por hacerse oír. Años en los que se
prohibían canciones, se editaban discos cuya radiación se impedía, se suspendían
recitales y se multaban cantantes. Pero también años en los que se colaban
goles fenomenales en las zonas de libertad que se iban creando a duras penas en
las fábricas (en 1966 salen a la luz Comisiones Obreras), en las universidades
(en el curso 66/67 se creó el Sindicato Democrático de Estudiantes) y en los
barrios (a partir del 68 los clubs juveniles y las asociaciones de vecinos
comenzaron a surgir y a tener fuerza).
El régimen vivía
una cierta expansión económica y la necesidad de abrirse a Europa dejaba flecos
abiertos en la dictadura, aunque la represión siguiera siendo constante. En
1963 había sido asesinado Julián Grimau y todavía en septiembre del 75, con el
dictador en formol, asesinan a cinco militantes de ETA y FRAP, resumiendo una
lista de víctimas del franquismo tan larga que resulta irresumible. Las prohibiciones
de canciones y recitales fueron tan numerosas que no hay forma de contarlas.
PUNTO Y APARTE
1976 marca un
evidente punto y aparte en las canciones escritas como oposición al franquismo,
Franco ha muerto, y ese es un año epílogo y prólogo. Aún colean (y van a colear
por largo rato) las costumbres represivas, pero las cosas comienzan a ser
distintas. Ese mismo año son todavía prohibidos los tres últimos recitales de
la tanda de cuatro que Raimon ofrece en Madrid con la oposición a la dictadura
sentada en la fila cero, pero también en 1976 se celebra el Festival de los
Pueblos Ibéricos en la Universidad Autónoma de Madrid, en el que sesenta mil
personas escucharon cantar a los cantantes mil veces prohibidos. Ese festival
marcó el inicio de los grandes actos masivos, muchas veces motivados por causas
directamente políticas o campañas electorales, que iba a ser la tónica
dominante en los años sucesivos. Al mismo tiempo fue el punto de inflexión de
la canción considerada como un instrumento de cambio social y político, papel
que pasaron a desempeñar los partidos políticos, legalizados al poco.
La caja de los
truenos, silenciada hasta entonces, se abre y salen de ella angustias y esperanzas
reprimidas durante años. La censura desaparece, y aunque los cambios reales no
son tantos ni tan profundos como los esperados y ofrecidos, los cantantes
pueden actuar con regularidad y sin mayores problemas. Las canciones comienzan
a cambiar, los textos se transforman y las músicas varían.
Claro que se
hicieron canciones "antifranquistas” durante los años de la dictadura,
igual que poemas, novelas, obras de teatro, comics, películas o cuadros. Porque había que hacerlas y hubiera
sido una falta de responsabilidad moral ignorarlo. Canciones buenas y malas,
que de todo hubo y hay en estos discos, pero se cantaron las cosas que había
que cantar cuando era exigido hacerlo. Y se hizo como se pudo, casi siempre en
condiciones de absoluta precariedad, con la mínima infraestructura, sin medios
ni maestros, pero sin renunciar en los mejores casos a la preocupación estética
que convierte un panfleto en una obra de arte, por mínima y modesta que sea.
Permítaseme,
para acabar, dar algunas notas sobre las formas musicales que utilizaron
estos cantantes y sobre su significación
artística:
1. La
utilización de la guitarra como instrumento de acompañamiento fue un hecho,
generalizado. La facilidad para utilizarla con pocos conocimientos (la mayoría
de los cantantes eran autodidactas) y la movilidad que permite fueron las
razones fundamentales, además del ejemplo que los cantautores de otros países,
desde Francia a Estados Unidos daban. Ni que decir tiene que las facilidades
para salir corriendo que implicaba ir solo con una guitarra a recitales que
eran prohibidos y acababan con cargas policiales no era uno de los motivos
menores para esta simplicidad instrumental de los cantautores de aquel momento.
2. En un principio, el rechazo del folklore como
fórmula expresiva fue casi generalizado. Había en ello una indisimulada
oposición a la versión "nacionalista" y reaccionaria que de la música
folklórica daban los coros y danzas oficiales. Sólo en Euskadi y en Canarias
fue el folklore una fuente de inspiración desde el principio, en el resto del
Estado habría de pasar el tiempo para que las raíces populares tuvieran un
significado crítico en las nuevas canciones.
3. La musicalización de poemas se hizo práctica
habitual. En muchos casos fue un buen sustitutivo para letristas ineptos y
compositores cómodos, pero también una forma de popularizar la mejor poesía
española, desde los clásicos hasta la generación del 27 y, sobre todo, la
poesía social de los 50.
4. Siempre estuvo presente un cierto grado de
experimentalismo y vanguardia. Los casos son múltiples, baste con citar
algunos: la búsqueda de un sonido "mediterráneo" en las "Cançons
de la roda del temps" de Raimon
(1966), los intentos de música de fusión (árabe, flamenca, mediterránea…) de Elisa Serna en su disco "Quejido"
(1972), el acercamiento al rock y al jazz en el trabajo de Pi de la Serra en su conjunto, o la inclusión de elementos de la
música culta de vanguardia en los "lekeitios" de Mikel Laboa desde el principio, por
poner sólo ejemplos paradigmáticos de “cantautores clásicos”.
5. Aun con la precariedad de los medios
disponibles, la canción de autor española prestó creciente atención a los
arreglos musicales, rodeándose de un plantel de músicos que hoy se encuentran
entre los buenos de todos los estilos: Ricard
Miralles, Jordi Sabetés, Toti Soler, Luis Mendo, Miguel Ángel Chastang, Jorge
Pardo, Manolo Aguilar, etcétera.
6. La influencia de los cantautores es detectable
sin dudas en otras músicas de la época y posteriores, muy especialmente en lo
que se dio en llamar rock con raíces (quizás la música española que directa o
indirectamente se enfrentó al franquismo menos representada en esta antología).
Influencia directa en muchos de los contenidos de las canciones de estos
conjuntos e indirecta en el intento de crear un rock autóctono que rompiera el mimetismo
hacia la música del imperio.
Homenaje a las víctimas del franquismo
Mitines y recitales
EL PAÍS. 1 OCT. 1986
Homenaje a las víctimas del franquismo. Joan Manuel Serrat, Carles Engix, Josep Lluís Valdecabres, Brath, Na Lua, Caco Senante, Ramoncín, Elisa Serna, Labordeta, Al Tall, Lluis Miquel i 4Z, Mariá Albero, Suso Valiamonde, Paco Muñoz, Música Nostra, Mamen García, José Menese, El Cabrero, Amaia Casasola, Quintín Cabrera, Pablo Guerrero, Rafael Amor, Urko, Javier Krahe. Templo de Debod. Madrid, 27, 28 y 29 de septiembre.
La mayor
concentración de cantantes convocados por un acto político, desde el ya lejano
Recital de los Pueblos Ibéricos, en la universidad Autónoma de Madrid en 1976,
se ha reunido en los terrenos del antiguo cuartel de la Montaña. El motivo, la
recuperación de una cierta memoria colectiva que significa el homenaje a las
víctimas del franquismo. Una organización casi perfecta, con la única salvedad
de unos prólogos oratorios farragosos y alguna que otra ausencia, justificada con
telegramas. Cantantes y canciones muy diversos de los que, por su número,
resulta casi imposible hacer un comentario crítico. Sí se presta la ocasión
para volver a plantearse las relaciones entre canción y política, entre recital
y mitin, tema que fue crucial en los años primeros de la transición y que ahora
vuelve la proliferación de actos de este tipo: festivales anti-OTAN,
solidaridad con los jornaleros, homenaje a Dolores Ibárruri y tantos otros.
Esa relación
mitin-recital llegó a convertirse en una constante en los últimos años de la
dictadura, cuando no había recital importante que no hubiera filas cero
ocupadas por los todavía clandestinos líderes de los partidos políticos, y en
los primeros de la democracia, cuando no había mitin o acto electoral en que
los cantantes no tuvieran un papel destacado. Siguieron unos años de
distanciamiento en los que muchos cantantes casi hubieron de hacerse perdonar
el haberse entregado en apoyo de causas con las que se sentían identificados,
mientras intentaban elaborar una obra que ya respondía a otra situación
histórica.
De un tiempo a
esta parte, quizá, como signo del renacer de una, conciencia política
callejera, o, como muestra de la insatisfacción, de cantantes defraudados por
la política socialista, la canción vuelve a estar presente en actos políticos.
Sin embargo, las motivaciones y la relación con el público son bien
diferentes.
El cantante
llegó a sustituir, pese a él mismo en muchos casos, al político, que no tenía
voz ni voto. Se establecía un proceso de dependencias mutuas en las que siempre
llevaba las de perder el cantante. Para muchos se creó una ilusión óptica:
miles de espectadores agrupados frente al escenario hicieron pensar que eran el
público natural de una canción que aparecía como una muestra de arte
comprometido.
Los cantantes
cumplían su parte de MIlitancia prestándose a ese juego engañoso que acabó
por romperse.
En los últimos
años las cosas han cambiado. Las entregas incondicionales parecen haberse
terminado; de hecho, en las campañas Electorales la militancia ya importa poco,
los cantantes que actúan en mítines y fiestas electorales lo hacen contratados
por un caché normal.
En los actos
apartidistas algunos cantantes han vuelto a encontrar su campo natural para
mostrar que, pese a todo, su actitud ante la sociedad sigue siendo consciente y
solidaria, aunque ahora se escriban menos canciones coyunturales y lo que el
cantante ofrezca no sea una sustitución del político, sino una actuación más o
menos normal.
Público
tranquilo
También el público
ha cambiado, en composición y actitud. Tranquilos, los miles de asistentes a
estos actos corean las consignas con más pudor que antaño, incluso ante las
motivaciones más pasionales. Junto a viejos luchadores y militantes, una buena
parte del público la componen jóvenes que poco tuvieron que ver con el pasado,
pero que acuden al reclamo de nombres conocidos y de: actitudes éticas
fácilmente compatibles. Si el desencanto está terminando, esta proliferación de
recitales puede ser un síntoma de normalización: el cantante ejerce su derecho
a opinar y solidarizarse y el público así lo entiende. Sin crispaciones ni
entregas incondicionales, como una actitud válida que permite equilibrar el
trabajo creativo con la conciencia crítica.
Cada uno en su
sitio, el político en la tribuna y el cantante en el escenario, es posible
recuperar el sentido festivo del recital y el carácter reivindicativo del
mitin.
Desde que conseguí una copia del disco, me ronda una pregunta por la cabeza: no acabo de entender muy bien la presencia de Ramoncín en el disco. No, no es que ponga en duda su compromiso o su honestidad en el acto y en el disco; quiero decir que la mayoría de los participantes son bastante homogéneos (incluso Luis de Pablos), pero el criterio para incluir la canción de Ramoncín es, por lo visto, que la compuso el mismo día de los fusilamientos del 75, aunque no parece encerrar crítica alguna.
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