Poemas últimos. Testamonios y
zarandanzas
Desde mi
adolescencia más granujienta he venido escribiendo poemas con regularidad. Eso
sí, a la velocidad de un verso cada quince días (si pasa de endecasílabo, que
en ese caso tardo más. En los últimos tiempos, años, casi una década he venido
dándole vueltas a una colección de líneas cortas que he titulado “Testamonios y
Zarandanzas”, que ahora que voy a colgar alguno me doy cuenta que son poemas de
viejo. ¡Me cago en sus muertos!
Los dibujos
se los he cogido prestados a Cristino de Vera, que me parecen adecuados con el tono testamentario que encuentro en los textos. Él sí que es un artista.
TESTAMONIO 1
(Para
los que amo)
No
soy de los que dicen (permitid la licencia)
haced
lo que yo digo,
más
no hagáis lo que yo hago.
Al
contrario, seguid mi ejemplo:
vivid
lo que soñéis,
soñad
lo que vivís.
Romped
con el martillo las puntas de una estrella
y
olvidaros después
que
existe La Gotita.
Pero
sabed
que
al final siempre llega,
con
el PC en su maleta
y
en la cabeza su sombrero hongo,
la
negra sombra del recaudador de impuestos.
TESTAMONIO 3
Se
acerca la hora y la inquietud es cierta.
Certidumbre
del ser y del no ser.
Incógnita
del cómo.
Incógnita
del cuándo.
Y
después…
allá
me las den todas.
Yo
en la nada.
TESTAMONIO 5
El
puente de la vida es largo,
cruza
del no sé dónde al no sé qué.
Si
quieres llegar salvo a la otra orilla
no
desprecies el vértigo de los abismos.
ZARANDANZA 6
“Cuando eres joven tienes la tentación de
ser muchas personas diferentes, pero es algo que poco a poco desaparece, hasta
que descubres que el lugar más confortable es ser quien eres”
Liv
Ullmann
“El País”,
29-09-07
Guardo en un cajón
caretas varias:
de clown, de saltimbanqui,
de señor enojado,
de bueno,
de poeta,
de viva Cristo Rey, que si muere resucita.
Incluso tengo una, de rictus agotado,
que me pongo los días de infinito cansancio.
Las guardo en el cajón de una cómoda vieja
y muy de vez en cuando
con un plumero rojo les voy quitando el polvo.
A veces en la calle
veo desconocidos
que han comprado sus rostros
en esa tienda oscura donde yo mismo los compro.
TESTAMONIO 6
(Para el Resi,
que nos salió poeta)
Que quede escrito:
Odio la pulcritud del jardinero
que ordena en implacables filas sus parterres.
Odio la rectitud de sus líneas,
la claridad de sus perfiles,
la inútil profundidad de sus perspectivas,
que a lo lejos confunden
la última luz del día
que se oculta en la noche.
Pero puestos a odiar, lo que más odio,
aquello que en verdad me encorajina y enrabieta,
lo que, vaya por dios, más me cabrea,
son esas flores temerosas y opacas
que esconden la cabeza del tirano
y no se atreven
a desafiar el filo homicida de las tijeras.
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