lunes, 22 de abril de 2013


En recuerdo y loor de José Manuel Bravo, Cachas.



1968/69. Primera foto promocional de Cachas estando en
LA TRAGALA,
 meses antes de irse a Barcelona.


Cachas fue un pionero que al llegar a la última cordillera siempre quedaba hambriento de camino. José Manuel Bravo se había ganado ese apodo por su inicial afición a la práctica del atletismo, devoción juvenil que luego costaba entender ante aparente fragilidad de su aspecto, acentuado quizás por su habitual desaliño indumentario, tan hippy, pero herencia también del confesado por Machado, poeta al que cantó en su primer disco. Su obra fue breve, pero escucharla permite descubrir, si es que no lo tenías ya descubierto, a un artista, músico en este caso, perteneciente a esa rara categoría que es la de los únicos, aquellos que aún teniendo raíces no tienen antecedentes y que ejerciendo influencia no paren discípulos.
Hace unos días, en una exploración en busca de temas para colgar aquí, tropecé con un viejo texto biográfico sobre él que no se ha publicado, así que lo tome de base y me puse a intentar recordarle. Puesto en la faena, he montado un par de vídeos sobre sendos temas de MÚSICA DISPERSA. Con las limitaciones que da la casi absoluta ignorancia sobre cómo funciona la cosa y la que impone la falta de materiales, he intentado, en la medida de mis posibilidades, dar una cierta interpretación visual de su música tal y como yo la entiendo.



Si habéis tenido paciencia para leer la declaración que se incluye en el vídeo al final de la canción, habréis apreciado la frase “cada vez más el arte tiende a buscar unas formas de comunicación universales que puedan ser tan simples que dentro de ellas estén contenidas toda la gente”, con la que expresa lo que yo pienso que es el elemento sustancial de su música y su principal aspiración: la universalidad y la esencialidad. Su breve trayectoria artística atestigua la permanente búsqueda de ambos conceptos, tan relacionados por otra parte con esa especie de peculiar hipismo que caracterizó su evolución ideológica, en una permanente depuración formal. Tan coherente fue el viaje, que no me parece casual, sino causal, su silencio musical desde comienzos de los años 70, cuando finalizó la aventura de Música Dispersa, en el que permaneció, como funcionario municipal en algún pueblo balear, hasta su fallecimiento en 2004, con 56 años de edad. La búsqueda de la esencia universal acaba inevitablemente en la abstracción absoluta, en el silencio.
En alguna declaración, Hilario Camacho destacó la “seriedad” ideológica de Cachas, del que fue compañero en sus inicios. Es una apreciación que a mí, que traté a ambos por aquellos años, me parece acertada, y que el mismo José Manuel achacaría posteriormente a la influencia de su hermana mayor, Pilar Bravo, en aquel momento la máxima dirigente del PCE en la Universidad de Madrid, luego anunciada sucesora de Carrillo y finalmente Delegada del Gobierno del PSOE, antes de morir hace unos años. Sin embargo, ya en aquellos años, alrededor de 1967, cuando apenas contaba 19 años, era posible detectar  en él un ansia de heterodoxia y búsqueda que se mostraba en su música e, incluso, en su manera de vestir. Personalmente era alguien ante quien me sentía de alguna manera intimidado, aún teniendo los mismos años y pese a mi condición oficiosa de “comisario político” del grupo con que alguno me invistió irónicamente a posteriori. No acierto a saber porqué, pero presentía en él, pienso ahora que me he puesto a ella, una cultura superior a la mía y, desde luego, un talento artístico y una profundidad conceptual poco común. Pero no estoy aquí para contar mis batallitas, sino para intentar explicar (explicarme) la música de José Manuel Bravo.
1967. de izquierda a derecha: Fernández Toca, Juan Luis Pita,
Cachas, Luis Leal y Luis César Ródriguez (periodista). foto
de la primera información sobre el grupo aparecida en
MUNDO SOCIAL
Cachas fue de los primeros que intentaron hace en Madrid un tipo de música distinta a las tonadillas de moda a comienzos de los años sesenta. Algo que tuviera que ver con la cultura, el arte y, sobre todo, con la expresión personal del cantante, para lo que su primer paso le introdujo en el terreno de los cantautores, espacio musical inexplorado por aquel entonces. De hecho fue uno de los participantes en el primer recital madrileño del género (antes incluso del fundacional de Canción del Pueblo que se celebró en el Ramiro de Maeztu en Noviembre del 67), que tuvo lugar el 9 de diciembre de 1966 en la Residencia Universitaria Agustinos de Madrid. En él participaron Ignacio Fernández Toca, estudiante de ingeniería industrial, Luis José Leal, que estudiaba derecho, Juan Luis Pita, que hacía económicas y que abandonó pronto, y José Manuel Bravo, Cachas, que estaba matriculado nada menos que en Arquitectura, carrera que nunca acabó. Los tres que siguieron participaron después en Canción del Pueblo junto, como se sabe, Hilario Camacho, Elisa Serna, Adolfo Celdrán, Julia León y algún otro que se perdieron para la canción.
Contraportada del primer disco. 
En 1968, cuando un grupo de personas crearon la editora EDUMSA mediante pequeñas contribuciones económicas, a la manera en que ya se había creado EDIGSA en Catalunya, los dos primeros que grabaron fueron Juan Luis Leal (que luego grabaría otro disco y se retiraría, para acabar con los años dirigiendo el sello musical de Radio Nacional de España) y Cachas. Era un disco de cuatro canciones, dos de cada uno. Para esa época, Cachas ya había dejado de cantar sus anteriores textos “comprometidos” (de entre unos papeles recojo estos versos suyos de una canción que tituló Los asesinos de la felicidad: “Para que luego digan que ellos no quieren la guerra / la guerra la consiguieron con su sociedad entera”), que, la verdad no eran demasiado buenos. En aquel primer disco incluyó dos musicalizaciones de poemas: “La propiedat qu’el dihnero ha”, del Arcipreste de Hita, que también había musicalizado Paco Ibáñez, aunque Cachas, que la cantaba en castellano antiguo, entonces no lo sabía, y un poema de Machado Discutiendo están dos mozos). También cantaba por entonces la primera canción de Violeta Parra que yo escuché, no sé de dónde la habría sacado. Era Casamiento de negros (“Se ha formado un casamiento / todo vestido de negro /negros novios y padrinos / negros cuñados y suegros / y hasta los propios novios / eran de los mismos negros…”), de la que tal vez le fascinaban las anáforas utilizadas por la escritora.
Logotipo de Canción del Pueblo y de La Trágala,
Dibujado por Cachas, en su esquematismo y
simplicidad se detecta ya el rasgo esencial que
buscaba. 1967
Pero también fue Cachas fue el primero de todos ellos en iniciar una evolución radical. En un doble sentido. En primer lugar una evolución de los textos, que bien podría estar relacionada con una cierta desconfianza en el estricto poder comunicativo de la palabra, que debió parecer demasiado concreta, particular y limitada, enfrentada a la universalidad y esencialidad que ya empezaba a estar presente en su trabajo. Lentamente pasó de musicalizar poemas clásicos a cantar textos cada vez más breves e inconcretos hasta finalizar prescindiendo totalmente del texto y de cualquier significado que este pudiera dar.
1968. Primer cancionero a multicopista de Canción del Pueblo.
Musicalización de Cachas de un poema de León Felipe
en su etapa más "comprometida"
También fue una evolución formal, en el camino paralelo de una especie de desestructuración de la música, con armonías complejas, aunque de gran simplicidad instrumental,  y melodías casi salmodiadas. Cachas, que a la manera de Dylan comenzó tocando la guitarra y la pasó luego a instrumentos menos habituales, como la mandolina o el rabel, y se hacía acompañar por un grupo informal, bautizado “Los tijuanas inconformistas” (échale hilo a la cometa), caracterizado por que estaba formado por músicos que no sabían tocar música (ahí es nada). En ese grupo, por cierto, creo recordar que estaba el  luego poeta y catedrático Carlos Piera.
De esos tiempos, todavía Cachas en LA TRAGALA, el grupo que continúo a CANCIÓN DEL PUEBLO, es la letra siguiente, que parece resultado de la escritura automática de los surrealistas.

AMERICA

Una caricia de metal,
un elefante de orinal,
una sonrisa con bozal
de cien rubíes;
cien mil rubíes en napalm,
cambio de marcha sin pedal”.

De ese tiempo es también el tema Rabel con el que he compuesto el vídeo que cierra estas líneas. Una versión libérrima de las tradicionales canciones de rabel asturianas que ilustra a la perfección, ese momento de su evolución artística.
Desplegable de "Miniatura"
En 1969 Cachas se fue a vivir a Barcelona, donde entró en contacto, como anteriormente había hecho Ignacio Fernández Toca, con El Grup de Folk, aunque con su parte más vanguardista y menos “peteseegeriana”, la más hippie. Si Ignacio se llevó mejor con Jaume Arnella o Xesc Boix (de los que aprendió el “No nos moverán” que luego difundiría en Madrid y grabaría), Cachas se lió inmediatamente con Pau Riba, Sisa y Albert Batiste (el hermano mayor del Jordi de Máquina), fruto un disco de cuatro canciones titulado “Miniatura”, quizás la primera muestra de “música progresiva” que se hacía en España. Poco después, y ya sin Pau Riba, los tres que quedaban del disco, más Selene, cantante y variada instrumentista, hicieron Música Dispersa, que era básicamente, un disco de Cachas, aunque también hubiera alguna canción de Jaume y Albert de los demás. Ese disco constituye no sólo la propuesta más original de la música progresiva española, sino la más radical; más que las de Smach y Máquina, cuyos débitos al “progresismo” USA era más evidentes, al menos hasta el descubrimiento del flamenco por parte del primero. Cuentan que por aquellas fechas no se vendieron más allá de 300 ejemplares del LP, y es posible que fuera verdad. El tiempo, sin embargo, le ha hecho justicia, y no en vano se ha reeditado en dos ocasiones en CD y la edición original se ha convertido en un álbum de culto que alcanza altos precios en internet.
Aquel disco de Música Dispersa supone la síntesis y la máxima expresión del pensamiento musical de Cachas. Al contrario de lo que se llamó “música progresiva”, en la que se le encasilló, la propuesta estética era singular y diferente de todas las demás, aunque coincidiera en una similar manera de ver la vida y vivirla. Frente a la electrificación y su exuberancia sonora, Música Dispersa ofrecía la simplicidad y claridad de los instrumentos naturales más elementales. Frente al grito apostaban por la salmodia, el susurro o el silencio. Frente a los bailes, la luminotecnia espectacular y los fuegos artificiales, Cachas, Albert, Jaume y Selene se sentaban en una sillita, se inclinaban sobre sus instrumentos y tocaban.
Es sintomático que de los cuatro integrantes de Música Dispersa, solo Sisa continuara una carrera profesional. Selene desapareció de los ambientes musicales, Albert se dedicó a su profesión creo que de aparejador y Cachas acabó de secretario o algo así en un ayuntamiento mallorquín. Cuando volví a reencontrarle casi 20 años después, cuando participó en el capítulo dedicado al Underground patrio en “España en solfa”, el programa que entonces hacíamos Resines, Herminia Bevia y yo en LA 2 DE TVE, disfrutamos de una excelente comida y una mejor charla. Volví a encontrar a la persona tranquila, inteligente y sensible que había conocido cuando ambos éramos jóvenes. No recordamos mucho el pasado y no le pregunté por qué había dejado la música. En aquella ocasión también se reencontró después de muchos años con Gualberto, y tuvo ocasión de conocer a Ricardo Solfa, que en el programa interpretaba el personaje de su viejo compañero Jaume Sisa.
Para no terminar de forma tan pomposa, permitaseme contar una anécdota que pienso que es divertida, pero que también desenmascara mucho de ese cierto carácter zem de Cachas, tan patente en su música. Debía ser el año 69 y la cosa iba de una manifestación, o mejor dicho, un “salto”, la única forma de manifestarse en la época, en el que unas veinte o treinta personas, estudiantes en este caso, deambulaban por el sitio convenido hasta que a una señal se pegaban cuatro gritos, se tiraban al aire mil panfletos y se salía corriendo antes de que llegara la policía. Cachas había llegado antes de tiempo, como correspondía, y en lugar de ponerse a pasear se sentó en las escaleras de metro esperando la señal. Ya por entonces peinaba la característica melena con la que aparece en las fotos de la época y, además, vestía una especie de chaquetón, que debía ser de piel de perro peludo o algo así y que le daba un aspecto realmente llamativo en aquellos tiempos. Incluso en estos llamaría la atención. O quizás más en estos. El caso es que aquel día una señora que salía del metro, al verle con aquel aspecto cuando menos exótico y el gesto un tanto desvalido que solía tener, le confundió con un pobre, y caritativa como era la dama se acercó a él y le dio una limosna. Lo más lógico, y tal vez alguien piense que lo más digno, probablemente hubiera sido rechazarla amablemente. Él no hubiera pasado por un pobre, sino por un excéntrico, y la señora se hubiera avergonzado de su equivocación y se habría deshecho en excusas. Cachas no. De manera si duda inconsciente decidió ceder en su dignidad y no avergonzar a la señora. Cogió amablemente la limosna y al toque de llamada se fue a saltar. Debió quedar además agradecido, pues lo contaba alegremente. Y era para estarlo. Los cinco duros que creo recordar le dio la señora eran en aquella época, en la que además todos andábamos caninos, una pasta, y venían de puta madre para un darse un banquete de huevos fritos con patatas en la tasca de San Vicente Ferrer, que ahora, leche, no me acuerdo como se llamaba.



2 comentarios:

  1. Un pequeñísimo pero: el rabel, amigo Antonio, es típico de Cantabria, no de Asturias.
    ¡Salud!

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  2. Efectivamente, compañero, el rabel se toca en Cantabria, pero también en Asturias, León o Zamora, incluso en Extremadura o Toledo. Y como es un instrumento internacional, hasta se puede encontrar en sitios tan lejanos como Panamá o Chile.

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