miércoles, 18 de septiembre de 2013

Albert Pla. Sexo, amor y macguffin (2)





Provocación, transgresión, subversión

Hablando de Albert Pla no queda otra que traer a colación el concepto de provocación y el papel que juega en su trabajo. Qué duda cabe que el culo, caca, pedo, pis, a la manera en que a menudo fue utilizado, por ejemplo, por algunos provocadores vocacionales de lo que fue la movida o, sin ir más lejos, el propio punk, no es nada, un espejismo. Todo lo más una algarabía gratuita que no va más allá del eco del exabrupto y que no tiene otro valor que su posible ingenio.

Desde mi punto de vista, el artista debe “provocar”, en el sentido de crear una respuesta en el espectador u oyente, pero esa provocación tiene que tener otras connotaciones que le den sentido, además, por supuesto, de la del talento creativo, que, o existe, o para qué estamos hablando.

Hemos visto que el sexo, la escatología, la obscenidad o la truculencia, entendidas como material artísticas que acaban deviniendo en ideológicas, han nutrido las obras de algunos de los más importantes artistas de todos los tiempos, todos los países y todos los géneros. ¿En qué consiste pues la diferencia entre un chiste guarro y una obra de arte? Evidentemente en la capacidad del artista para trascender esa provocación elemental de las palabras y las formas, convirtiéndola primero en transgresión y posteriormente en subversión, hablemos de normas sociales, prejuicios morales, idearios políticos o formas artísticas.

Una muestra de la alta jerarquía artística que puede alcanzar la provocación estética y moral son las dos primeras películas de Luis Buñuel: “Un perro andaluz” (con Dalí) y “La edad de oro”. Aparte de lo que ambas significan, junto a buena parte de la obra de otros surrealistas, de paso adelante en la evolución del arte contemporáneo, con la introducción como materiales creativos de los sueños, la fantasía y las obsesiones (algo que se había hecho antes –El Bosco o Goya-- pero que ellos llevan a sus últimas consecuencias), el trabajo de Buñuel tenía también la pretensión confesada de agredir las buenas costumbres y la moral pacata de aquella burguesía provinciana que gobernaba España y el mundo (y que en buena medida aún siguen presentes en la actualidad). 

Las dos películas tienen algo de combate de David contra Goliat, de Buñuel contra los putrefactos, ese concepto insultante que inventaron en la Residencia de Estudiantes de Madrid el propio cineasta, Dalí, Lorca y Pepín Bello --el artista sin obra de la generación del 27--, que en el reciente libro de entrevistas que con él han realizado David Castillo y Marc Sardá define claramente: “Un putrefacto era para nosotros un individuo o cosa que reunía una serie de cualidades decadentes: lo que rayaba en lo cursi, lo anacrónico, lo provinciano, lo engolado. Para nosotros un putrefacto era una persona muy convencional, muy antigua, católica, con cuello alto, duro y corbata. Un señor gordo que llevaba corbata y un gran bigote era un putrefacto. En fin, todo lo tradicional y conservador era putrefacto”. Sin duda, cualquier personaje de estos, tras los que se ocultaba una sociedad igualmente putrefacta, se debía sentir “provocado” por aquella imagen de “Un perro andaluz” en la que dos hombres fantasmales arrastran un piano sobre el que hay una vaca (o un burro) muerto, destripado y pudriéndose, cubierto de gusanos. Le parecería repugnante y cerraría los ojos para no verla porque denunciaba su propia miseria moral. Porque Buñuel, como todo buen transgresor, es un moralista, aunque sea su moral de una categoría muy diferente al “moralismo” que denuncia.

En el tema que nos ocupa, Albert Pla pertenece a esta categoría de fustigadores de putrefactos, transgresores de sus normas que subvierten. Y moralistas, pues Pla, como buen subversivo, también tiene un estricto sentido moral que aplica en sus canciones, por mucho que sea contrapuesto a la moralidad dominante.


El mundo con el que Pla se ha identificado y cuyo punto de vista ha adoptado para contar sus historias es el de la marginación y la exclusión, y desde él, y desde su lenguaje, nos muestra su particular visión de la sociedad y de las personas y sus actos. Sus canciones están llenas de personajes que se mantienen en ese extrarradio de la sociedad bienpensante y con segunda residencia en la sierra. Sus personajes son chorizos, drogotas, mendigos, malvividores, ocupas, mendigos, putas, maricones, macarras, chaperos, inmigrantes, lisiados, gitanos: seres sometidos a un acoso permanente por la sociedad y sus representantes, que les rodean, les agraden, les ignoran, les desprecian, les explotan y les persiguen.

No es de extrañar que una vez adoptado ese lugar de referencia en la sociedad y ese punto de vista moral, el lenguaje escogido por Pla sea el de los personajes que retrata, del que proceden las expresiones malsonantes, obscenas y procaces de que hace gala en sus canciones, convirtiendo ese lenguaje callejero, casi jerga, de la marginalidad en material artístico de valiosos quilates.

Hay muchas composiciones de Albert Pla que podrían ejemplarizar lo que digo, pero me centraré en una en la que creo que resulta evidente esa ecuación provocación-transgresión-subversión.

Se trata de “Joaquín el Necio”, incluido en “No solo de rumba vive el hombre” (1992), que aparentemente cuenta una de esas historias tremendistas que tanto le gustan a Pla, dignas de un crimen crapuloso de un pliego de cordel del XIX: un hombre, celoso porque su mujer le ha dejado por un negro, entra en el bar donde se encuentran, saca un cuchillo y se la corta al inmigrante. ¿Un simple chiste gamberro o una reflexión sobre el machismo y el racismo?




Tras escuchar la canción, el esqueleto de la historia sigue siendo el mismo: un hombre celoso corta el pito del emigrante amante de su mujer. Sin embargo, al escucharla vamos encontrando nuevas lecturas, que no vienen solo de la letra, sino también de la música que le ha puesto, de los arreglos y la propia interpretación. El texto avisa de qué va, pero lo demás profundiza en los significados como un bisturí.  

El Joaquín Manosnavaja de la canción, bastante necio, eso sí, “celoso el macho, muy hombre que era”, corta por lo sano, pero apenas cercena la virilidad del inmigrante comprende que ha sido inútil y, sobre todo, que sigue sin saber el por qué del abandono. ¿Cómo le puede hacer eso a él, que ya “estaba acostumbrado a dormir acompañado” tras 10 años de casados y haberla querido tanto. El coro final le responde en un estallido de alegría flamenca: porque el negro es más “bondadoso”, más “vacilón”, mas “bonachón”, “honrado y trabajador”, no tiene “malicia” ni “perfidia” ni “mal corazón”.

El elemento antirracista de la canción es evidente, pero la canción incide en un concepto moral igualmente pernicioso pero quizás más profundo. O más oscuro. “Será que tiene un pollón grandote” es lo primero que se le ocurre pensar a Joaquín en lo que se convierte en una obsesiva inseguridad: “¿Qué tendrá el negro que yo no tengo?”, se pregunta en la primera estrofa, “que puta que eres, Rosa, mi vida, perder el culo por un cipote”, insiste en la segunda, y aún sigue con el aparato de color en la tercera y la cuarta. Por eso se lo corta, quizás pretendiendo recuperar a la mujer ahora que no solo el suyo es el más grande, sino el único. Pero justo cuando ha completado la ablación, con el “pollón” en la mano, comprueba y descubre que la suya propia “es más grande, aquí no hay color”. Osea, que no era eso, y nos remitimos al coro final para explicar los porqués del amor y el deseo según Pla.

Joaquín el necio” es una guillette rebanando la yugular de la esencia machista del carácter masculino, forjado a lo largo de siglos y siglos de supuesta superioridad. Cuestionar que la virilidad sea la cualidad principal del macho y poner en duda el derecho del más potente a poseer a la mujer que desee es algo más que una provocación, es una subversión profunda de los más oscuros miedos masculinos y de los más arraigados privilegios que impone la moral social más rancia e hipócrita.

Para acabar con este necio que revela tantas cosas, destacar un elemento fundamental en la canción, en este caso literario, que es la manera tan perfecta en que ha construido la estructura de la historia y lo complejo de su escritura.

Joaquín el Necio”, como buena pieza narrativa que cuenta una historia, está estructurada impecablemente de acuerdo a los cánones de planteamiento, nudo y desenlace, haciendo que cada una de sus partes de un paso adelante en el dramatismo de la pieza, incrementando su tensión interna, hasta aclararla por completo.

En la primera estrofa presenta a los personajes (Joaquín, su mujer, el negro) y establece las razones del protagonista para sus celos, temores e intenciones. En la segunda se produce el crimen, brutal, irracional y revelador de los miedos del personaje. En la última se establece la inutilidad del acto y Joaquín tiene que escuchar las verdaderas razones por las que su mujer prefirió al negro y dejó de amarle a él. Tesis, antítesis y síntesis, que nos explicaría el camarada Politzer si pudiéramos encontrar todavía su manual en las estanterías.

Además, Pla maneja en la canción varios puntos de vista distintos que se van alternando; tres en concreto, lo que no es tan fácil, utilizando para distinguirlos voces diferentes y sutiles variaciones melódicas, rítmicas y de tono interpretativo. En primer lugar el subjetivo del propio Joaquín, que habla a su mujer o piensa en primera persona, que Pla se ha reservado para sí mismo. Despues, el narrador, que se reparten él y el coro y que cuenta la historia de manera neutra y objetiva, sólo hechos. Para acabar, el coro, que va comentando y punteando la historia y al final le canta las verdades a Joaquín, destacando los valores morales de la historia.

No puedo resistirme a destacar la exactitud narrativa del texto, escueto, fotográfico, desdramatizado, digno, a mi entender, de la descripción inicial de “Pedro Navaja” o la de “Veneno blanco” de Gato:

Una vez que el último zapato estuvo arreglado
salió a la calle navaja en mano, sol de verano.
En un bar del centro los encontró,
Y entro en el bar y se hizo el silencio.
La clientela apuró los vasos,
y sin dar tiempo Joaquín el Necio
le cortó al negro su falo entero.
Rosa lloraba sobre la barra.
El negro en el suelo se desangraba.
Joaquín se limpiaba su navaja.
La clientela volvió a beber”.



Sexo, amor y macguffin

Ya he hablado sobre el lenguaje que utiliza Pla, todas esas expresiones y versos provocadores, procaces, obscenos o escatológicos que aparecen en sus canciones, en cuanto a la reproducción de la forma de hablar de los personajes y el mundo que ha escogido como ubicación artística y como punto de vista. En ese microcosmos de marginados y excluidos en el que habita su trabajo nadie diría “voy a hacer de cuerpo”, sino “voy a cagar”, ni se les ocurriría pedirle a su amada “¿Vamos a hacer el amor?”, sino “¿echamos un polvo?”, y así hasta el infinito. Al tomar estas expresiones para sus textos, pienso que Pla está reivindicando el lenguaje callejero que es más coherente con sus personajes, y además está estableciendo una batalla lingüística (y por consiguiente ideológica, porque las palabras expresan concepciones del mundo) contra lo políticamente correcto y la ocultación de la realidad que eso significa. Su apuesta es fuerte, porque reclama categoría artística para lo que habitualmente es considerado de “mal gusto”, y desde mi punto de vista sale ganador: la utilización de esta terminología no es nunca gratuita, sino que siempre cumple una función íntimamente ligada a lo que quiere decir con sus canciones.

Por ejemplo, la abundancia de alusiones sexuales, a veces crudas y brutales, que aparecen en sus canciones creo que revelan una concepción del sexo (y también del amor, en la medida en que en a menudo mezcla ambas cosas) profundamente liberadora y desinhibida.

Veamos un ejemplo de su disco “Veintegenarios en Alburquerque” (1997).



Está claro que podía ser más fino y en lugar de “después de corrernos” podría haber escrito algo más tópicamente lírico, menos crudo, algo así como “cuando la pasión termina” o “consumado el amor” o, si se encontraba en pleno ataque de sentimentalismo: “Tras escalar el cielo…”; hasta es posible que funcionara si encontraba la metáfora adecuada, pero en ningún caso la canción tendría la tensión que produce esa contraposición entre el “corrernos”, que a cualquiera nos remite al sexo más crudo y pasional, y los versos que siguen, que inciden en la calma posterior del amor. 

En otras canciones incide en los aspectos más carnales, casi hiperrealistas del sexo, por ejemplo, en “La sequía”, un tema en catalán en el que narra la odisea de una pareja de enamorados encerrados en una casa en medio de una terrible falta de agua. La pareja folla desaforadamente mientras todo a su alrededor se va enguarrando: las sábanas están sucias, el retrete atascado, los cacharros con moscas en el fregadero sin agua, etc, etc… lo cual crea una situación realmente cerda a la pareja.

En esas y otras canciones, Albert Pla viene a reconocer, y reivindicar, un hecho incuestionable, un principio del realismo más directo: el sexo no son las imágenes desvaídas de hermosos cuerpos fragmentados que pueden aparecer en películas como “Nueve semanas y media” u otras similares, etiquetadas bajo la políticamente correcta etiqueta de “erotismo”, ese eufemismo con el que se pretende hacer accesible el sexo a las personas finas, educadas y sensibles, para distinguirlo de la pornografía, propia de seres toscos y primarios.

Para Pla, el sexo, el acto sexual, follar, echar un polvo está muy lejos de las estilizadas imágenes eróticas de la publicidad. En sentido estricto es algo sucio, pegajoso, en el que se mezclan semen, sudor y saliva, en el que se adoptan posturas que vistas desde fuera pueden parecer ridiculas si no patéticas, y en el que se hacen cosas que ninguno nos atreveríamos a confesar una vez pasado ese momento de la exaltación pasional, también llamada calentura. Los cuerpos de los amantes rara vez son estilizados y ebúrneos. Más bien suelen ser defectuosos, con michelines colgando, pieles sobrantes, defectos corporales, calvas incipientes, manchas en el cuerpo, culos caídos, en fin, todo lo contrario que los que aparecen en las películas eróticas. Y Pla no sólo piensa que es así, sino que quiere demostrárnoslo y utilizarlo. El sexo es sucio en ocasiones, ciertamente; si lo consideramos en frío puede resultar repugnante y asqueroso, pero, pese a ello, --viene a decirnos Pla-- también es bonito y placentero y no hay nada de vergonzoso en él, lo practiquen quienes lo practiquen y en las formas que más placer les dé, por muy extrañas que le puedan parecer a cualquier ajeno.

Además, explica Pla en “El camión de la basura”, ese sexo tan guarro que nos lleva a esa guarrería que es la corrida --que nos ensucia y a los espíritus sensibles les obliga a levantarse inmediatamente para ponerse debajo de la ducha y hacer así que el agua les lave no sólo el cuerpo, sino también la culpa del alma y puedan regresar amorosos a sus costumbres de inmaculada pureza-- es el caldo en el que se alimentan el reposo, la tranquilidad, el cariño y el amor.

En el mundo de contrastes que son las canciones de Pla, sexo y amor no sólo no son conceptos diferentes e incluso antagónicos (algo que suele suceder cuando canta los poemas de Fonollosa, sino que se complementan y forman parte de la misma condición humana. Sus canciones recuerdan aquella cueca de Violeta Parra, más comedida: “No me gustan los amores/ ay, ay, ay, del alma sola / cuando el cuerpo es un río/ de bellas olas”.

Una novela, una película, un cuadro o una canción que se agotan en la primera lectura, visión o audición y luego ya no tienen nada nuevo que decirnos cuando volvemos a ellas son realmente obras simples que se cierran sobre sí mismas. La posibilidad de que un artista sea capaz de insuflar distintos contenidos a un trabajo, que se superponen, se complementan o se enfrentan, que se van desvelando cada vez se repite el contacto, es sin duda ejemplo de complejidad y a un artista capaz de hacer que cada nuevo regreso a su obra sea fuente de descubrimientos y sensaciones que hasta entonces habían pasado inadvertidos hay que tenerle un poco de respeto.

En Pla esto es evidente. Lo hemos visto ya en algún tema, pero donde queda más claro en su manera de escribir algunas de sus canciones que, bajo una apariencia u otra, todas provocativas, nos están hablando desde sus ecos más profundos del tema preferido de Pla, casi una obsesión: el amor. O, mejor aún, de la imposibilidad del amor, porque si hay un tema importante en las canciones de Albert, que atraviesa buena parte de su obra es el de las dificultades para que las personas se relaciones, se amen y sean felices.

Hay artistas, incluso en las antípodas estilísticas de Pla --como Hilario Camacho, sin ir más lejos--, que también tomaron el amor como tema nuclear de su obra. Pero mientras en el madrileño (y esta es una diferencia más sustancial que las formales) las razones por las que suelen salir mal los amores son de índole interior, personal, relacionadas con las actitudes de los propios amantes, lo que convierte la búsqueda de la felicidad en el terreno en una tragedia íntima, en Pla esa dificultad nace de causas externas, ante las que, además, los protagonistas se muestran impotentes: la diferencia de clases, los prejuicios, las dificultades económicas, las convenciones morales, las obligaciones vitales por causa de la ubicación social, la situación de los personajes, etc… Es decir, el desamor es obligado y social. En “La platja”, es la persecución de la justicia la que hace que el posible amor dure tan sólo un polvo; en “La sequía” son las condiciones sanitarias; en “Joaquín el necio” los prejuicios sociales y morales… En “Carta al Rey” y en “La dejo o no la dejo”, el doble mensaje es de nota.

Ambas han sido consideradas sus provocaciones políticas más evidentes y escandalosas, a la par que polémicas y políticamente (nunca mejor dicho) incorrectas. Y lo son, pero bajo ellas transcurre una corriente subterránea que las convierten en sendas historias desgarradoras de amor fou (perdóneseme el gabachismo). Constituyen un ejemplo paradigmático de esa palabra que le hemos copiado a Hitckock para el título de este capítulo: mcguffin. Es decir, un elemento llamativo que aparece en todas sus películas y que no tiene otro sentido que el de atraer la atención del público, sin ninguna importancia dramática real, para a través de él contar con libertad lo que realmente le interesaba expresar.

Por un lado está “Carta al rey”, que la pacatería de BMG-ARIOLA le obligó a titular “Carta al rey Melchor” (“No sólo de rumba vive el hombre”, 1992) y para la que le compuso la música Pi de la Serra.


A primera audición podría considerarse una boutade atimonarquica ante la que el comentario evidente sería “qué barbaridades escribe este chico”. Sin embargo el tema más profundo está presente ya desde los dos primeros versos: “Mi majestad: espero no ofenderlo ni irritarlo, majestad, / pero mi deseo es casarme con su hija”. A partir de ahí, Pla escribe en primera persona al rey contándole las razones y las dificultades que ve para la realización de su amor. Le pide que sea comprensivo, pues, al fin y al cabo “aunque sea soberano/ supongo que será humano/ como el resto de sus siervos/ también tendrá sentimientos/. Yo sé que vos realmente también os cagáis y folláis y sudáis como yo. Esto es real…” y le confiesa que él es republicano (“Seria mentirle si digo que tengo respeto por la monarquía/ siempre me he cagado en las dinastías/ y en las patrias Putas, las banderas sucias,/ los reinos de mierda y la sangre azul, mi majestad…”

Pla es consciente de las abismales distancias que les separan, pero aún así aspira a la mano de la princesa, porque ahora manda “el real decreto del corazón”, que le arrastra y le lleva a renegar “por amor” de sus firmes principios políticos. El enamorado sabe que “hasta el más consecuente ante el amor pierde su honor”, y él está dispuesto a arrastrase por el suelo para conseguir el objeto del amor:

“… Sólo pensar que quisierais ser mi suegro, majestad,
Yo ya le adoro, yo le adulo y hasta le beso el culo.
Le prometo ser bueno, un digno yerno, majestad.
Si me caso me transformo como en ese cuento
Aquel sapo que por un beso se convirtió en príncipe encantado
Y así por un beso de su princesita también
Me vuelvo todo lo que usted quiera.
Seré su súbdito amado, su sumiso esclavo,
Su obediente criado, su subordinado y devoto lacayo.
Le juro ante dios y ante el cielo y la Biblia:
Qué viva el rey, viva el rey.
Qué viva la monarquía.”

Naturalmente, a estas alturas de la canción ya todos sabemos que ese amor entre un republicano tan mal hablado y una idealizada princesa es imposible. Y eso es lo realmente es lo que sale del fondo de la canción, como una espuma de verdad imposible de contener en el fondo del vaso. El rey, el republicano y la princesa son tan solo el MacGuffin que utiliza Pla para tenernos enganchados y hacernos pensar.

Igualmente significativa es “La dejo o no la dejo” (“Veintegenarios en Alburquerque”, 1997), aunque en ella Pla juegue directamente con fuego. Literalmente y desde el principio:



Tu novia es un encanto y tú estás tan enamorado, /por eso no le perdonas sus/ deslices, sus engaños,/ pero tu cariño es tan ciego./ Ves tan claro su secreto./ Ella tiene otra vida, más siniestra y clandestina: /Tu novia es una terrorista…”

Desde este comienzo, el enamorado conoce y afronta la terrible maldad de su novia, que acribilla a tres policías, coloca una bomba en los retretes del Congreso y se carga a tres diputados; incluso, en la estrofa más dolorosa y dolorida de la canción, le pega cuatro tiros en la calle a un militar, al que mata delante de su hijo, que en un momento estremecedor canta, con la voz más triste e inocente de Pla, “Jesusito de mi vida, que eres niño como yo, di por qué han matado a mi papa. Toy solito”.

Una vez más, llegando hasta el fondo de las concesiones, renuncias, complicidades y silencios que uno debe afrontar para amar y ser amado. No es otra que el dilema entre conciencia y felicidad:



“…me siento responsable y cómplice de su barbarie,
por celoso y por cobarde,
pero es que me horroriza estar sin ella,
no sabría hacerme a la idea
de que le ocurra una desgracia o caiga en acto de servicio.
El día menos pensado me despierto y estoy viudo.
Y sin ella estoy perdido, ya nada tiene sentido…”

Y hasta aquí hemos llegado. Hay muchos temas que se podrían abordar y que he dejado fuera. Por ejemplo, el de los artistas con los que ha cantado y colaborado a lo largo de 25 años de carrera recién cumplidos, y que muestras cuáles han sido sus puntos de referencia y de contacto con el mundo de la canción. Son muchos y no siempre responden a lo que se podría esperar: Pep Bordas, Pi de la Serra, Diego Cortes, Jorge Pardo, Estopa, Manolo Cabezabolo, Robe Iniesta o Kike Veneno por citar solo a unos cuantos de distintos palos. Sin embargo, quizás su colaboración más inesperada para quienes sólo miran la hojarasca de su trabajo sea esta interpretación de “Euskal Herrian euskaraz”, del grupo de folk vasco Oskorri, a los que acompañó en 1996 en el frontón de Getxo (con, entre otros Mikel Laboa, Albert Pla, Pedro Guerra y Antón Reixa) para celebrar el 25 aniversario del grupo. No sólo folk, sino en euskera.



NOTA. Las ilustraciones corresponden a pinturas, dibujos, fotos y fotogramas de (por riguroso orden de aparición): Cantero anónimo del Medievo; Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer; Lucian Freud; Pablo Picasso; Luis Buñuel; Francisco de Goya; Jeroen Anthoniszoon van Aeken, conocido como El Bosco, Juan Hidalgo; George Grosz; Robert Mapplethorpe; Josep Renau; Guido Crepax; Eric Kroll y Andy Warhold.








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