domingo, 8 de septiembre de 2013





Cada año, las ciudades canadienses de Anchorage y Nome, a las que distancian más de 1.900 kilómetros de nieve, sirven de puntos de salida y llegada de Iditarod, la más importante carrera de trineos tirados por perros del mundo. A comienzos de 1980, Félix Rodríguez de la Fuente, que hacía sólo unos meses había cerrado con el capítulo 92 la última temporada de su serie “El hombre y la tierra”, había acudido allí con el equipo de TVE con el que habitualmente trabajaba para rodar la espectacular competición, a la que pensaba dedican una nueva entrega de la serie. El 14 de marzo el naturalista cumplía 52 años, y en Madrid estaban su esposa, Marcele Parmentier, y sus  tres hijas, Mercedes, Leticia y Odilia esperando su llamada telefónica para felicitarle. La llamada no se produjo nunca.
Ese día, el equipo de televisión no tenía previsto seguir la carrera, que descansaba, y Rodríguez de la Fuente, un hombre al que según todos los testimonios no le gustaba dejar de trabajar, decidió sacar las cámaras de sus fundas e irse a grabar en un mercado en el que los esquimales cambiaban y vendían sus perros. Para llegar hasta allí debían usar el avión, el mejor medio de transporte en aquella enormidad helada, pero no pudieron hacerlo en el que habitualmente utilizaban, que tenía una pequeña fuga de aceite, por lo que debieron volar en un segundo aparato que también tenían alquilado. Al pasar sobre Shaktoolik, una pequeña población de esquimales situada a unos 25 kilómetros de la costa del mar de Bering, el avión se estrelló sin que aún hoy se sepan las causas concretas del accidente. Poco después, Tony Oney, el otro piloto, que ya había arreglado su aparato, descubrió los cuerpos de los cuatro tripulantes fallecidos: el propio Félix Rodríguez de la Fuente, Teodoro Roa, cámara, Mariano Huescar, ayudante, y Warren Dobson, piloto. Testigos de aquellos hechos recuerdan que poco antes de despegar, Félix, deslumbrado sin duda por la belleza que le rodeaba, comentó que aquel era un lugar maravilloso para morir.
Nacido el 14 de marzo de 1928 en el pueblo burgalés de Poza de Sal, Félix Rodríguez de la Fuente estuvo marcado desde el principio por el carácter de los hombres capaces de abrirse su propio camino en la vida. Hijo de un notario que creía que a los niños no había que encorsetarlos desde pequeños con una enseñanza excesivamente reglada, no le tocó ir al colegio hasta los ocho años, aunque hubo de retrasar dos años más su escolarización oficial ante el estallido de la guerra civil y el consiguiente cierre de la escuela. Aunque estudió medicina y se graduó en odontología, aquella infancia libre, marcada por una formación autodidacta, debió despertar la insaciable curiosidad de que hizo gala a lo largo de su existencia y, sobre todo, el amor a la naturaleza, a la que le dedico la vida y de la que acabó viviendo.
En 1965 hizo su primera aparición en programa televisivo, “Fin de semana”, con el que siguió colaborando esporádicamente, hasta que en 1968 estrenó su primera serie propia “Félix, el amigo de los animales”, que le dio su primer éxito. Realizó otros espacios, pero sus dos series históricas, que le hicieron triunfar en todo el mundo, en el que parece ser que llegó a tener 800.000 millones de espectadores, quedaron para la historia como las dos producciones sobre naturaleza más largas de TVE. De “Planeta Azul” se llegaron a emitir 153 programas entre octubre de 1970 y marzo de 1973. Ese último año comenzó a ofrecerse “El hombre y la tierra”, que acabó en el capítulo 92 y no se sabe hasta dónde hubiera llegado de no haber existido aquel fatídico accidente de Alaska.
En vida Félix Rodríguez de la Fuente fue uno de los profesionales televisivos de mayor éxito, su muerte le confirió el carácter de leyenda, que ha continuado en el tiempo. Desde entonces se le han dedicado casi 10 parques y nada menos que 22 monumentos, monolitos o bustos en toda España, uno de ellos, como no podía ser de otra forma, en Prado del Rey, escenario de sus mayores éxitos.

Serie histórica
En la línea de adaptación de grandes obras literarias que caracterizó la televisión de la transición, que empezó en 1978 con la versión de la novela de Vicente Blasco IbáñezCañas y barro”, la emisión en 1980 de “Fortunata y Jacinta”, constituyó todo un hito televisivo. Por la fidelidad de los guiones a la obra original, por el prestigio del director, la calidad del reparto y la magnitud de la producción, la versión que Mario Camus hizo de la gran novela de Benito Pérez Galdós se convirtió en la mejor serie de origen literario realizada hasta el momento y en un modelo para el futuro.
Mario Camus, avalado por su interesante aunque hasta aquel momento un tanto irregular obra cinematográfica, hizo de “Fortunata y Jacinta” un proyecto personal, ocupándose no sólo de dirigirla, sino también de escribir los guiones junto a Ricardo López Aranda. Ambos, y el asesor histórico Pedro Ortiz Armengol supieron darle al profundo retrato de la condición humana, con todas sus miserias y grandezas, que es en realidad la historia triangular de la novela, editada en 1887, toda la intensidad dramática y la emoción sentimental que tiene el texto literario. Y la serie se convirtió en el gran éxito del año.
Contaba para ello con un reparto de excepción, encabezado por una Ana Belén (Fortunata) en su mejor momento, la joven Maribel Martín (Jacinta)  y el desconocido Eric Gendron. Junto a ellos se encontraba la plana mayor del arte interpretativo español: Francisco Rabal, Fernando Fernán Gómez, Charo López, María Luisa Ponte, Mario Pardo, Mari Carrillo y Manuel Alexandre, abriendo una nómina de 35 actores principales y un centenar de secundarios. Para la realización de los 10 capítulos de la serie, cuyo coste rondó los 170 millones de pesetas, no se ahorraron medios. Alrededor de Prado del Rey se levantaron cerca de 20.000 metros cuadros de decorados, en los que se reconstruyeron minuciosamente algunas calles y plazas del Madrid de finales del siglo XIX, incluidos los adoquines auténticos, que fueron cedidos por el ayuntamiento de Madrid.
Mario Camus, que ya había dirigido episodios sueltos de espacios televisivos como “Cuentos y leyendas” (1968), “Si las piedras hablaran” (1972), “Curro Jiménez” (1976) o “Paisajes con figuras” (1976), realizó con “Fortunata y Jacinta” una de sus obras más sólidas, lo que le abrió el camino para una nueva etapa de su carrera cinematográfica, que retomaría en 1982 con la conversión en excelente película de “La colmena”, novela no menos excelente de Camilo José Cela.


Revolución infantil
Si “Fortunata y Jacinta” marcó un hito en la concepción de la televisión como un medio adulto y para adultos, “Barrio Sésamo”, que se había estrenado el 24 de diciembre de 1979, se convirtió en 1980 en un punto y aparte en los programas dirigidos a los niños. El espacio era una adaptación del estadounidense “Sesame Street”, creado en 1969 por Jim Henson, que también tiene en su haber a los famosos Teleñecos, pero la enorme aceptación popular que en todo el mundo fueron adquiriendo los muñecos de trapo que lo protagonizaban llegó también a España, donde la gallina Caponata, la rana Gustavo, Epi, Blas y el Monstruo de las Galletas se convirtieron pronto en ídolos de multitudes, no sólo infantiles.
Frente a los programas anteriores con que la televisión había intentado entretener a los niños, “Barrio Sésamo” ofrecía una mezcla de música, humor y momentos didácticos que conseguían acertar en la diana mental de los más pequeños gracias a las grandes dosis de imaginación que, al mismo tiempo, les regalaban y les fomentaban. Aunque sólo se supiera más tarde, debajo de las máscaras de los muñecos realizaban su buena labor actores tan destacados como Emma Cohen, en la primera temporada, Jesús Alcaide o Conchita Goyanes.


TENSIÓN EN LAS ALTURAS
Fernando Arias-Salgado, hijo del que había sido entre 1951 y 1962 ministro de Información con Franco, Gabriel Arias-Salgado, fue nombrado Director General de Radiodifusión y Televisión el 21 de noviembre de 1977, en medio de una transición política conflictiva y en una televisión en pleno proceso de transformación. Tuvo problemas desde el principio, cuando a poco de su nombramiento dimitieron los cuatro directores de los telediarios de las cuatro cadenas, y no dejó de tenerlos hasta el final, debiendo vivir el 18 de diciembre de 1978 la primera huelga laboral de RTVE.
Sin embargo, en 1980 llegó a este difícil mandato la maldición económica, que de una manera u otra no dejaría de planear desde ese momento sobre la radiotelevisión española. La auditoría de las cuentas demostró numerosas irregularidades administrativas, lo que dio pie a que los partidos de oposición, PSOE y PC, aparte de protestar en el Parlamento, llegarán incluso a presentar querellas criminales contra altos cargos de TVE. El escándalo no podía terminar sin la dimisión de Arias-Salgado, que a finales de año dejaría libre el sillón, que el 9 de enero de 1981 pasó a ser ocupado por Fernando Castedo, quien abrió una etapa inédita, aunque breve, de la televisión en España que tendrá cumplida atención en esta historia.





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