jueves, 9 de mayo de 2013


Raimon. Primera actuación en Madrid. 1965 Club de Amigos de la Unesco.







Estamos en mayo y el próximo 18 habrán pasado cuarenta y cinco años del famoso, y de alguna manera histórico, recital de Raimon de esa fecha de 1968 en la Facultad de Ciencias Económicas de Madrid. Como del tema ya escribí en EL MUNDANO con motivo del cuarenta aniversario, y dada mi habitual falta de respeto por los aniversarios, prefiero colgar hoy un texto sobre la primera actuación de Raimon en Madrid, el 1 de noviembre de 1965, mucho menos conocida y desde luego también histórica, pues era la primera vez, como se explica en el texto que la lengua catalana se podía escuchar sobre un escenario en Madrid desde su toma por los sublevados en 1939. Como se verá, también este primer recital madrileño se desarrolló en medio de problemas, cómo sucedería en el de 1968 y volvería a suceder en Febrero de1976 en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, una actuación que, por los tiempos que corrían, la popularidad de Raimon en aquel momento y la significación política que se le dio fue mucho más publicitado.


El texto que reproduzco se publicó el año pasado en el libro “TANTAS VIDAS, TANTAS LUCHAS / Club de Amigos de la Unesco en Madrid 1961-2011”, y quizás sea conveniente ponerlo en contesto explicando que es el CAUM, aunque siempre se puede visitar su página Web:

Creado en 1961, el CAUM fue durante el franquismo, sin ningún género de dudas, el centro de cultura antifranquista y democrática más importante y relevante de España, con el añadido de ser una asociación eminentemente popular, formada no sólo por intelectuales, sino, sobre todo, por obreros, empleados, estudiantes... Hubo de sufrir constantes cierres, suspensiones, prohibiciones y censuras, e incluso un atentado con bomba en la transición, pero por allí pasaron los nombres más importantes de la cultura, el pensamiento, el arte o la ciencia de aquellos años, desde Alfonso Sastre o Buero Vallejo a Aranguren, Eloy Terrón, Fernando Fernán Gómez o Ruiz Jiménez, de Carlos Saura, Berlanga o Bardem a Genovés, José María Moreno Galván, Faustino Cordón o Gaya Nuño. En el terreno de la música actuó Raimon, pero también Paco Ibáñez (bueno, Paco no, que lo prohibieron), Elisa Sera, Hilario Camacho, Cachas, Quintín Cabrera, Adolfo Celdrán, José Menese, Luis Pastor, Las Madres del Cordero, Gerena y un largo etcétera. En la actualidad sigue siendo un centro de cultura crítica y resistencia ciudadana, que no es poco en estos tiempos que corren.

Recuerdo aparte tiene que tener el autor de las fotos, que son la auténtica crónica de la actuación desde su preparación hasta el post-recital.  Manuel de Cos, que de él se trata, es un personaje singular con una vida extraordinaria y unos valores morales fuera de serie. Nacido en 1920 en un pueblecito de Santander y pastor en la infancia, sufrió prisión desde 1937 a 1940, básicamente por ser hijo de familia de izquierdas cuyo padre luchó en zona republicana para luego exiliarse y morir en Mathausen. Manuel participó en la guerrilla antifranquista, y al disolverse esta se dedicó al comercio de bisutería mientras continuaba su acción clandestina en el PCE. Paralelamente, desde los años cincuenta desarrolló una intensa actividad fotográfica, no profesional, que no ha cesado hasta ahora. La última vez le vi en la televisión, con 93 años, fotografiando la última concentración ante el Congreso.

Nunca fue un fotógrafo profesional, pero su obra tiene un valor escelcional. Aunque una parte de su archivo ha sido comprado por la Biblioteca Municipal y otra parte por la Fundación Botín, aún conserva (y no exagero) decenas de miles de negativos y miles de horas de grabaciones en video, básicamente de tres temas: las actividades de la izquierda en España (con la del CAUM, del que es socio, en primer lugar), la conservación de la naturaleza y su tierra de Santander. Todo ello constituye un archivo de imágenes único en España.

Vamos ya con el texto. 1965 había sido un año extraordinario para el CAUM, que ya llevaba cuatro años funcionando. El año anterior habían estrenado nueva sede en Tirso de Molina (la misma de la que ahora deberán irse porque una constructora ha comprado el edificio y seguro que quieren hacer un centro comercial de lujo en él), se habían dado a conocer entre la sociedad antifranquista madrileña y había crecido espectacularmente el número de socios. Para cerrar el año se realizó una campaña de promoción de la revista El Correo de la Unesco, cuya difusión era entonces, aunque parezca increíble, subversiva, aunque no ilegal, que se pensaba concluir en el Teatro de la Zarzuela con el número fuerte de la presentación de Raimon en Madrid.
Esto es lo que sucedió:




Al fin llegó el momento de la traca final de la campaña, el festival que se iba a celebrar el 1 de noviembre nada menos que en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, al que se le habían pagado 10.000 pesetas de alquiler, y que debía ser algo así como la presentación en público del Club, una especie de puesta de largo tras un par de años de constante y acelerado crecimiento y actividad. El programa se había preparado con cuidado para que diera una idea exacta de lo que era la asociación, sus intereses y sus principios. Tras unas palabras de Rafael Taibo y del periodista Pedro Altares, secretario de redacción por aquel entonces de la revista Cuadernos Para el Diálogo, de la que luego sería director, se proyectaría un documental sobre la Unesco, seguido de un recital sobre La poesía y la Paz, con textos de Pedro Salinas, Miguel Hernández, Ángela Figueras, Ramón de Garciasol y Nicolás Guillén que declamarían los actores del grupo teatral del Club, y de la escenificación de un cuadro de la obra Historias para ser contadas, del argentino Osvaldo Dragún, entonces una promesa y luego una realidad del nuevo teatro latinoamericano. El número fuerte, sin embargo, el que debía ser el principal atractivo de cara al público joven y comprometido al que se quería llegar con el espectáculo, era la presentación en Madrid del cantautor valenciano Raimon, que desde hacía un par de años había descubierto, primero a los catalanes y luego al resto de los españoles, que la canción no era sólo una forma de entretenerse o bailar, sino también de pensar, de denunciar y de expresar en versos y música lo que muchos pensaban en prosa.

Esta actuación ocupa un cierto lugar en la historia de la música popular de España. No sólo se trataba del primer recital de Raimon en Madrid, dos años y medio antes que el más cacareado de Económicas, sino que era también la primera vez que un miembro de la nova canço actuaba para los madrileños, prácticamente la primera vez que en Madrid se iba a cantar y hablar en catalán sobre un escenario desde antes de la dictadura.

Tal vez para ir calentando ánimos, en junio se publicó en el boletín el artículo Raimon, un poeta que canta en catalán para el Pueblo, del que quizás merezca la pena reproducir una parte porque deja claro el respeto y la compenetración del Club con Raimon, y con él al naciente movimiento de los cantautores: “Faltaba una canción popular digna, sin concesiones ni memeces epilépticas y entontecedoras, una canción que aportase creadoramente, que hiciese de la poesía cantada un medio estimulante y renovador para la juventud, que pusiese letra y música al servicio del progreso humano, mediante la interpretación honesta de la realidad, con un sentido crítico, valiente y sano. Raimon, el poeta que canta para el pueblo, se ha ganado la simparía de la juventud con sus canciones en catalán, convirtiéndose en ejemplo y guía de los que medran con sones facilones. Raimon, en contraste con los ídolos de pasta del microsurco, es un joven sin afectación, sin “pose”, sincero y lleno de naturalidad, propio de una mente honesta y sana”, explicaba el artículo, que acababa con una selección, en catalán y castellano, de algunas estrofas de las canciones de Raimon, encabezadas por un fragmento de Al vent, que ya era todo un himno popular en ciertos ámbitos políticos y culturales.

En la crónica gráfica de Manuel de Cos se pueden seguir paso por paso los muchos esfuerzos que realizó el Club para difundir y promocionar el festival. Se imprimió un gran cartel en el que se anunciaba todo el programa, destacando al final la actuación de Raimon y explicitando en un recuadro la intencionalidad del acto y del Club: “Suscribirse a El Correo es estar junto a LOS DERECHOS HUMANOS DE TODOS, UNA EDUCACIÓN Y CULTURA PARA TODOS, UNA CIENCIA AL SERVICIO DE TODOS, UNA PAZ QUE BENEFICIE A TODOS”. No hay que pensar mucho para percibir que a las autoridades de aquella España con las cárceles llenas de presos, que apenas hacia un año acababan de conmemorar los 25 Años de Paz poniendo en marcha toda su traca propagandística, aquellas cuatro peticiones no les debieron sonar a trigo limpio. Socios y socias recorrieron Madrid pertrechados de cubo y engrudo para pegar aquellos carteles, junto a un póster el cantautor, por las tapias de la ciudad, en las que compartían anuncio con los espectáculos del momento. El grupo Los Relámpagos actuaba en el Club Caravelle y Los Archiduques en el Victoria, Celia Gámez tenía en el Teatro Maravillas la revista “Aquí la verdad desnuda” y en el propio de la Zarzuela, por cuyo escenario acababa de pasar el bailarín Antonio con su último ballet flamenco, se anunciaban para pocos días después un festival de los Coros y Danzas y una actuación de Raphael. Se remitieron invitaciones a los periódicos y se pidió ayuda al departamento de artes plásticas para realizar un decorado original, que al final corrió a cargo del miembro de Estampa Popular Manuel Calvo, quien decidió cubrir todo el fondo del escenario con siluetas simplificadas y recortadas de personas en diferentes colores.

Se acercaba el día y ya se habían vendido las algo más de 1.200 localidades del teatro, a precios que iban desde las 15 pesetas de una butaca del primer piso a las 120 por las que salía un palco con seis sillas. Alguien debió pensar que aquel revuelo provocado por el anuncio del festival iba más allá de lo permisible y se prohibió el acto. Pese a ello, después de negociarlo, se consiguió que se pudiera hacer, aunque no en el Teatro de La Zarzuela, sino en el propio local del Club, y no abierto a todo el mundo sino exclusivamente a los socios. A toda prisa se montó en el salón de actos el decorado y allí se trasladaron todos con el entusiasmo de equipaje.

Aquel uno de noviembre, siempre según las fotos, antes de la hora anunciada, las seis y media de la tarde, y cuando todavía no se había acabado de preparar el local, comenzaron a llegar los primeros espectadores, que pronto llenaron, primero el salón de actos, donde la gente que no pudo sentarse se apretaba de pie entre las sillas, y luego los pasillos, hasta acabar por ocupar las escaleras, salir a la calle y derramarse por la plaza. Fue preciso improvisar sobre la marcha unos altavoces que se colocaron en los balcones para que todos pudieran seguir el recital. Se cumplió el programa completo, aunque lo que sin duda se convirtió en un recuerdo imborrable para quienes asistieron fue la actuación de Raimon. 

En las imágenes casi se puede escuchar al cantautor, tan joven que no cumpliría los 25 años hasta el mes siguiente, que con el pie derecho subido en una silla de tijera y la guitarra apoyada en la pierna interpretó ocho de sus canciones más conocidas del momento: Al vent, Som, La pedra, La nit, Canço de les mans, D’un temps, d’un país, Ahir y Cantarem la vida. Los asistentes, entusiasmados, aplaudieron
hasta romperse las manos, acompañaron con sus voces algunos de los temas y al final acudieron a que Raimon les firmara algunos de aquellos primeros discos que había grabado. En la calle, escondidos tras la esquina de la calle de la Espada --las imágenes no mienten--, una furgoneta de la policía y varios agentes uniformados vigilaban que la cosa no se saliera de madre. No hubieran hecho falta, pues nada pasó, pero allí estaban.


Con la decisión gubernativa de prohibir el festival en el Teatro de La Zarzuela y autorizarlo, en cambio, en los locales del Club, se inauguró una política represiva que en los años posteriores se aplicaría con verdadera inquina: la de los actos sólo para socios. Con ello se pretendía, parece evidente, que no se extendiera el contagio. Ya que la existencia del Club y su éxito les había pillado por sorpresa, se trataba de poner en práctica la idea de que metiendo todas las manzanas podridas en la misma cesta se acelera la descomposición del conjunto. No suponían que había muchas manzanas deseando entrar en la cesta, aún a riesgo de pudrirse. 

Le gente llegaba hasta la calle
Aquel primero de noviembre se dieron de alta en el club cuarenta y siete nuevos socios, entre los que figuraban algunos cuyos nombres se harían populares con el tiempo, como el autor de historietas dibujadas, escritor y profesor universitario Iván Tubau, el sociólogo Vidal de Nicolás, el periodista Javier Alfaya, Sabina de la Cruz, esposa del poeta Blas de Otero, o José Luis Núñez Casal, que con el sobrenombre de Patri ocuparía un lugar destacado en la creación de los primeros despachos laboralistas y en la organización de abogados del PCE. 

Y los grises tras la esquina


A mi entender, una obra maestra.
Dedicada a Annalisa, su compañera desde siempre.


Para acabar esta entrega, un par de documentos gráficos sobre el recital de mayo de 1968 que no están en el texto de EL MUNDANO.

 
Siempre he querido contarme en esta foto, que tuve, perdí y reencontré en los periódicos en el 40 aniversario. El segundo por la derecha, medio tapado, con gafas y aún con pelo, una servidora. A la derecha, en primer plano, Arturo Mora, organizador fundamental del recital. Un poco más arriba, con la cara totalmente descubierta, Annalisa Corti, la protagonista de Com un puny.
NOTA INFORMATIVA: Se observará la cantidad de gente que intenta taparse la cara. Nunca se sabía. El fotógrafo podría ser un "social" con cámara. En esta ocasión no lo era.
Probablemente el artículo más raro de mi vida. Publicado en Discóbolo en junio de 1968, en realidad es un simple diario de la semana que Raimon pasó en Madrid con motivo del recital. si lo ampliáis igual se puede leer.








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