lunes, 27 de mayo de 2013

GALERIA DE MAESTROS
George Brassens y la pata de Juana (1981)







¿Qué decir a estas alturas sobre la genialidad de Georges Brassens que no sea una redundancia tras escuchar sus canciones? Tal vez sólo que a veces el feeling está en un leve quiebro de la voz, en la caída del final de una frase, en la sutil variación melódica del fraseo de un verso. Casi minimalista, paradigma de los cantantes desdramatizadores, contador de historias por excelencia, George Brassens en un genio que me dejó boquiabierto desde que escuché por primera vez, ya en el tramo final de su carrera, su “suplica para ser enterrado en la playa de Sète” supongo que algo después de que el disco fuera editado en Francia en 1966.

Creo haber dicho por aquí cerca que nunca he sido amigo de las necrológicas, pero como uno se construye sobre sus contradicciones, he tenido que mecanografiar algunas. En noviembre de 1981 escribí no una, sino dos, sobre la muerte de George Brassens, ocurrida el 19 de octubre. La primera de ella, que transcribo, se publicó en VIBRACIONES, revista esencialmente de rock que creo que dirigía por aquel entonces Claudi Montaña, en el número de noviembre. La segunda, que escaneo, salió en el periódico EL ECO DE CANARIAS el uno de ese mismo mes. En ambos casos hubo que levantar lo que estaba ya maquetado para dejar sitio a, recuerdo del maestro.

He buscado en internet alguna ilustración musical para colgar y he encontrado un concierto completo, además subtitulado, que es toda una gozada. No obstante no consigo subirlo, intentad verlo a través de este enlace




Vibraciones, noviembre 1981

Brassens ha muerto, y TVE ha dado la noticia en uno de sus telediarios. Ello puede indicar dos cosas: o bien que Brassens era de verdad importante o que las cosas están cambiando en TVE. Como el cambio televisivo ya sabemos de qué signo es desde hace tiempo, no cabe más conclusión que aceptar que Brassens era importante; tanto que tuvo que esperar veintinueve años con la guitarra en la mano para que Carlos Tena pudiera dedicarle uno de sus magníficos "Música Maestro", como desagravio por los lustros de silencio a que le sometió nuestra cultura oficial. Precisamente el mismo "Música Maestro" del que sacaron las imágenes con que le despidieron en el telediario de marras.

Y como es importante, también esta revista ha tenido que levantar un espacio que ya tenía ocupado para dedicarle este canto fúnebre, no por merecido menos desagradable. El mismo Brassens lo había dicho aquella vez que se reunió con Brel y Leo Ferré para hablar de intimidades ante el magnetofón de "Rock and folk": "Todo final es penoso. Todo lo que acaba es triste, es triste no poder seguir haciendo lo que gustaba o se sabía hacer. De todas formas al aceptar vivir he aceptado también morir" (1), para declarar a renglón seguido que no le importaría demasiado no ser enterrado en la playa de Sèté, el pueblo donde había nacido en 1921. La verdad es que la figura de George Brassens resulta apasionante, polémica, y contradictoria. Contra él se volcaron los más desaforados denuestos por parte de la conciencia bien pensante de la humanidad y también las mayores alabanzas.

Brassens era blasfemo e ingenuamente religioso, trascendente y vulgar, escrupulosamente amante del verso clásico, que utilizó de forma casi exclusiva --bien sea en alejandrinos, octosílabos, o decasílabos-- y a menudo despreciativo de las reglas de rima más elementales, sentimental y burlón. Y en eso radica su mayor grandeza.

El problema de Brassens no era que no tuviera moral, acusación que tuvo que soportar de labios o plumas de críticos y censores, sino que su moral era personal e intransferible, aunque a veces él mismo fuera capaz de transgredirla o de ponerse en el borde de hacerlo.

"Las licencias que M. Brassens se permite con la prosodia clásica no son nada comparadas a las que se toma con la moral común", dijo cineasta Rene Clair el día en que dieran al cantante el Gran Premio de Poesía de la Academia Francesa,2 y el mismo Brassens lo confirmó en algunas de sus canciones: "Si el padre eterno existe, espero se dé cuenta de que me porto casi tan mal como si tuviera fe" (2).

Y lo grave es que, en el fondo, Brassens era un moralista al fin y al cabo.

Pero donde el cantante francés fue un maestro indiscutible es en la descripción de la situación y del retrato. De sus canciones (no demasiadas por otro lado, solo once álbumes en veintinueve años cantando), se encuentra ese arte supremo de dejar marcada en tan solo unos versos, precisa, perenne, una situación que adquiere significación universal:

La muerte que sorprende en plena faena al contemplador de ombligos y esposas de policías justo cuando había conseguido su sueño en "Le nombril des femmes d'agents"; el niño que asiste, entre asombrado y feliz, a la boda de sus padres en la "Marche nupciale"; o ese momento supremo en que los amantes se besan en los bancos del paseo en "Les amoreux des bancs publics".

Igualmente sería necesario hacer un recuento de los personajes que han quedado retratados en las canciones de Brassens: el amante tardón y gilipollas de "Marinette", el inconformista de la "Mauvaise reputatión", el paria de "Pauvre Martin", y así hasta hacer inacabable la lista. Pero Brassens ha muerto. Desde España a Rusia, desde Paco Ibáñez a Bulat Okudzhava, sus discípulos llorarán este infausto suceso, y los que no lo fueron también.

En España, poca suerte tuvo Brassens en sus ediciones discográficas. Sólo en 1967, cuando ya acababa prácticamente su carrera como compositor, se editó el álbum con las canciones de su concierto en el Teatro Nacional Popular; y cuando en el 71 su casa discográfica se decidió a editar, siguiendo el ejemplo francés, sus obras completas, algún extraño manejo redujo a cinco los once álbumes originales, quedándose en el camino algunas canciones fundamentales.

Sin embargo abundarán los discípulos. Desde Josep María Espinás (el más brasseniano de todos, que en 1962 grabó su "Espinás canta Brassens", en el que no sólo tomó del maestro francés las canciones, sino también el bigote y la pipa de la portada) hasta Javier Krahe pasando por Manuel Toharia, Claudina y Alberto Gambino, Paco Ibáñez y otros, son muchos los que han traducido y cantado sus creaciones. Ahora ha muerto y poco más hay que decir:

"Ha muerto,/ es cierto,/ más nos acordaremos/ siempre de la pata/ de Juana/ ¡Adiós!".













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