Carlos Cano por los caminos de la copla.
Resulta curioso cómo en la segunda mitad
de los años 80, durante mi etapa de colaborar en el país, fui testigo tanto de
la crisis de la canción de autor, que a tantos arrastró o al menos zarandeó,
como del asalto a los cielos de alguno de ellos. Fue el caso de Carlos Cano,
que también por esos años efectuó su acercamiento definitivo a la copla como
género expresivo. Tuve la ocasión de contarlo en algunos artículos que
reproduzco.
Carlos Cano, la copla y el canto
Colegio Mayor San Juan Evangelista. Madrid, 16 y 17
de marzo.
Como cerrando un
círculo vital y artístico, Carlos Cano se presentó en el colegio mayor San Juan
Evangelista, local en el que dio su primer recital madrileño, hace casi 10
años, y que sigue empeñado en demostrar, con justeza, que la música es sólo
buena o mala, al margen de estilos o modas más o menos coyunturales. La
actuación fue básicamente un recorrido por toda su producción de canciones,
estructurado con justo equilibrio entre sus dos preocupaciones estéticas
fundamentales. Hay en la obra de Carlos Cano dos líneas de trabajo que están
presentes ya en su primer disco (A duras
penas), y que tienen su más perfecta expresión en sus trabajos A la luz de los cantares y Crónicas granadinas. Por una parte, un
intento de recuperar las raíces de la tonadilla andaluza, reivindicando un tipo
de música no por denostada menos valiosa, camino en el que el cantante
granadino ha conseguido demostrar que es inimitable por la frescura, la
vitalidad y la gracia de temas como El
Salustiano, La murga de los
currelantes o La rumba del Pai Pai,
entre otras. Por distinto camino, Carlos Cano ha investigado en las raíces
arábigo-andaluzas de la música de su tierra, en su sensibilidad, en su finura
estilística, aunque a veces en este terreno sus canciones se internen por vías
más conceptuales, menos directas, con irregular resultado.
En este recital
mezcló ambas corrientes, logrando una muestra equilibrada, fresca y profunda a
un tiempo de su trabajo. A partir de un magnífico comienzo con Viva la gracia, un tema de su primer
disco que tocó a dos guitarras, para incorporar luego al resto del grupo
interpretando temas clásicos y modernos de su repertorio, desde Verde, blanca y verde, una canción que
podría haberse convertido en himno de Andalucía si el formalismo no siguiera
primando en las instituciones autonómicas, hasta el Tango de las madres locas, en el que plantea el drama de los
desaparecidos argentinos, que ha grabado en su reciente y último álbum.
Han pasado casi
15 años desde que Carlos Cano inició, con Antonio Mata, Enrique Moratalla, el
poeta Juan de Loxa y otros, la aventura del Manifiesto Canción del Sur,
movimiento que intentó la creación de una canción andaluza que huyera del
tópico y el lugar común.
EL PAÍS. 1986
E1 interés por
la copla y la tonadilla está presente en la obra de Carlos Cano desde el
principio, desde las ya lejanas Verde y blanca o La miseria de su primer disco (1976). Con el tiempo, ese interés se
ha ampliado y estilizado. A través del
olvido, su reciente trabajo discográfico, igual que el anterior, Cuaderno de coplas, es un buen ejemplo
de esa profundizaron en la copla y su estética que plantea el cantautor
granadino.
Hasta ahora, las
canciones en las que Carlos Cano incursionaba por los caminos de la tonadilla y
similares parecían reservadas a la temática cívica, con un fuerte acento
satírico y crítico. Desde los homenajes a Emilio el Moro y, sobre todo, a
Rafael de León que se incluían en su anterior disco quedaba abierto el camino
para estas canciones de ahora, de tono amoroso, en las que la copla no es sólo
la tradición reivindicada del Bizco Amate y otros cantores populares,
sepultados por el estereotipo coplero exhibido desde los escenarios en tiempos
de dictadura, sino la recuperación de un lenguaje artístico integral. Lenguaje
que si se quiere recuperar dignamente es preciso renovar, tarea en la que anda
metido con brillantez Carlos Cano, bien lejos de los estériles mimetismos de
quienes se declaran artistas continuadores de copleros y tonadilleras.
Gualberto
García, nombre mítico de los orígenes del rock español y músico de sólida
formación e inspiración probada, es el arreglista que Carlos Cano ha estado
buscando durante años y que al fin ha encontrado.
EL PAÍS. 6 DICIEMBRE
1986
Hacía tres años
que Carlos Cano no actuaba en un teatro madrileño, y salió a escena con ganas
de dejar bien sentado cuál es su puesto. El cantautor demostró un dominio sobre
el escenario que ha ido afirmando en estos últimos años, tocó con un grupo de
músicos sólidos, especialmente el guitarrista Gaspar Payá y el pianista Horacio
Icasto, pasó lista a Gerald Brennan y Emilio el Moro, a Ocaña y Pericón de
Cádiz, al amor y a la emigración, a Felipe y la OTAN. La aparición del Coro del
Callejón de los Negros, completa antología de los mejores Al Jolson granadinos, añadió un toque de color que tiene más de
homenaje que de necesidad musical.
El desafío
normal que se plantea hoy día a un cantante es cómo rodear sus canciones de los
aditamentos necesarios para que sean éxitos.
Hay todavía otro
desafío que, aunque abunde poco, se da todavía entre ciertos músicos y
cantantes: el de buscar un lenguaje musical propio con que expresar su personal
mundo de vivencias. Carlos Cano se ha planteado este último desafío, que
tampoco excluye al primero, y los resultados saltan a la vista claramente.
Carlos Cano es
un cantautor hondo que, curiosamente, se vuelve más hondo cuanto más utiliza
las formas musicales supuestamente fáciles y tópicas de la copla. Durante años
su obra ha venido balanceándose entre dos opciones estéticas: la asunción y
revitalización de la copla y una labor de cantautor más al uso. Con el tiempo
ha decantado su estilo hacia la copla como síntesis de todo su trabajo
anterior.
La copla -género
tan excelso como infame, como todos, según quién y cuándo lo haya practicado-
no es para Carlos Cano un modelo a imitar, es un mundo en el que sumergirse
para escribir canciones con las que cuenta lo que le pasa y lo que ve pasar a
su alrededor. Son las suyas coplas-crónica y coplas-crítica, coplas líricas y
satíricas, tiernas y punzantes, pegadizas y hondas. Coplas, naturalmente,
heterodoxas, porque si el plagio no es permisible si no va precedido del
asesinato, la práctica de un arte de género no debería permitirse si no se
rompe el género en mil pedazos.
Y lo que resulta
verdad es que, si bien en este viaje iniciático por las venas de la copla a que
se ha lanzado Carlos Cano quedan todavía kilómetros que recorrer, muchos para
que los recorra un artista solo, el trabajo realizado por el cantautor
granadino debería implicar al menos que ya no quedara sitio para coplas tópicas
y vulgares, tonadilleras estereotipadas y cupletistas de luna y toro.
EL PAÍS. 28 SEPTIEMBRE 1987
Hasta 1985
(fecha de edición de su álbum Cuaderno de
coplas), la obra de Carlos Cano se había debatido entre dos polos bien
diferenciados. Por un lado, la reivindicación de las formas populares de la
copla andaluza como material artístico, al que dio fuerte contenido de crítica
social; por otro lado, el trabajo sobre formas cultas, normalmente de carácter
más lírico, con fuertes influencias de la canción de autor europea y de las
raíces musicales arábigo-andaluzas. A partir de esa fecha, el cantautor
granadino se ha volcado apasionadamente hacia la copla, en una acertada
síntesis de sus preocupaciones anteriores. A
través del olvido (1986) y el reciente Quédate
con la copla completan la trilogía en la que Carlos Cano ha profundizado y
decantado su personal manera de sentir y expresar la copla andaluza, discos a
los que perteneció la abrumadora mayoría de las canciones que interpretó en el
recital.
Las
composiciones recientes de Carlos Cano han dejado a un lado su inmediato
carácter testimonial o reivindicativo, se han hecho más personales e
intimistas, han perdido hierro y ganado intensidad. Liberado de la no escrita
exigencia de que el contenido lírico justificara la forma musical utilizada -la
copla, considerada hasta hace bien poco como algo chabacano, insustancial y
franquista-, Carlos Cano ha encontrado también el vehículo musical idóneo para
expresar su indudable capacidad lírica. Sus nuevas coplas aúnan con justeza lo culto
y lo popular, las frecuentes citas y dedicatorias y la rica imaginería poética
con la métrica y los ritmos de la murga, el pasodoble o la habanera. Son
canciones de un fuerte poder evocador, por las que pasan las calles, los
campos, las sensaciones y los mitos de la infancia para componer un mundo
expresivo, actual y vivo. Tiene Carlos Cano una excelente voz que sabe
quebrarse en el giro popular, y sólo un cierto descoloque en el escenario, con
gestos y arranques que no se sabe muy bien si son desmarques de la situación o cierta
timidez ante un tipo comunicación más populista que el habitual en él, cargaron
de una cierta ambigüedad teatral su puesta en escena.
Carlos Cano ha
iniciado con estos recitales una evidente toma del palacio de invierno del
éxito. La profusión de invitados y famosos, el local elegido y el repertorio
interpretado así parecen indicarlo.
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