lunes, 1 de julio de 2013

Jacques Brel. Memoria española de un cantante belga.





Solo por ver y escuchar el “Ne me quitte pas” que abre esta página ya te habrá merecido la pena tomarte el trabajo de llegar hasta aquí. Sin duda habría que agradecerle al anónimo realizador la valentía de ese único primer plano con que filmó al cantante, porque su decisión nos permite llegar a lo más hondo de la canción y del cantante, que parece que vierte todo su dramatismo en cada gota de sudor que le corre por el rostro. Lo demás es historia.





ECO DE CANARIAS. 15 OCTUBRE 1978

El lunes pasado murió Jacques Brel, y con él una de las figuras más importantes de la canción popular de todo el mundo, un hombre que ha marcado un estilo, un punto y aparte en la canción.

Nacido en Bruselas en 1929, su imagen como cantante empezó a cobrar dimensión universal a partir de 1954, convirtiéndose en pocos años en una figura respetada, seguida e imitada por miles de cantantes de todo el mundo, y sus canciones traducidas a todos los idiomas y editadas en todos los países. Autor poco prolífico --que ha estado apartado de la escena musical los últimos diez años, desde que en 1967 interpretara su primera película como actor, (“Les risques du métier”) de Andre Cayatte, hasta hace apenas un año, en que volvió a editar un nuevo disco titulado simplemente «Brel», del que vendió miles de copias antes incluso de ser publicado y en el que se mostraba eternamente fiel a sí mismo, a su temática habitual, a sus formas musicales conocidas--, su obra queda jalonada por una cantidad incalculable de hermosas canciones de amor, de tristeza, de soledad, de insatisfacción social, de crítica, etc.

En esta hora siempre tópica de las notas necrológicas suelen cantarse todas las alabanzas del mundo; de Jacques Brel habría que decir, no obstante, que su figura musical decayó en los últimos años, y no únicamente por su abandonó físico del mundillo discográfico y musical, sino porque su estilo de cantar, que él había contribuido a convertir en un arquetipo junto a otros nombres como los de Leo Ferré, .Jean Ferrat, o el mismo Georges Brassens, había sido arrasado primero por la música pop anglosajona y luego, ya en su propio país, por el renacer de las formas folklóricas y populares. Todo ello no le quita un ápice de su calidad.

Mientras, que escribo estas líneas he vuelto a poner en el tocadiscos un álbum suyo, y he vuelto a sentir la misma emoción, la misma admiración que otras veces, y estoy seguro que la seguiré sintiendo por siempre cada vez que repita ese gesto mecánico, automático, de abrir una carpeta, ahuecar el plástico, colocar el disco sobre el plato, correr el brazo y escuchar una canción de Jacques Brel, «Le plat pais», por ejemplo.





EL PAÍS. 7 OCTUBRE 1984

La pervivencia de un cantante está en sus canciones. Las canciones de Jacques Brel permanecen en el tiempo, a pesar de que la mayoría de los modernos no las haya escuchado en su vida ni sepan siquiera quién es ese belga que se hizo famoso en el mundo a través de Francia, se hartó un día de músicas y películas y buscó la paz, la tranquilidad y la felicidad en las lejanas islas de los mares del Sur. Pero para muchos otros españoles, Ne me quittes pas, Amsterdam, Les bombons, Jeff, Les vieux, Le plat pais, Les bourgeois o La chanson des vieux amants forman parte de nuestra memoria histórica, personal y colectiva. Tantos de sus discos entraron en maletas semiclandestinas en tiempos de pocas músicas, que quizá por ello calaron tan dentro en nuestra sensibilidad. Con sus canciones aprendimos a recorrer ciudades que no conocíamos, a revivir amores que no sospechábamos que pudieran ser, a soñar sensibilidades que nos parecían negadas por nacimiento. Su influencia fue importante para una generación de cantantes que en la mayoría de los casos siguen en activo y en plena madurez, aunque luego hayan ido añadiendo a su personal inspiración retazos de otras músicas, de otros cantantes, de otras culturas.

Joan Manuel Serrat declaraba en un programa de televisión pocas horas después de hacerse pública la noticia de la muerte de Brel: "Si él no hubiera hecho música es muy posible que tampoco yo la hubiera hecho nunca". En España comenzaba a surgir una preocupación general que se mostraba también en las canciones. Se veía la realidad de otra forma, ajena a triunfalismos y heroísmo de pasadas gestas históricas. La verdad cotidiana tomaba forma en canciones que nacían con la voluntad expresa de reflejarla con sencillez pero sin renuncias.

Aun cuando Brel había comenzado a grabar en 1954 y alcanzado ya el éxito en 1959, su llegada a España fue muy posterior. El primer disco editado entre nosotros fue el que recogía su recital en directo Olympia 64, que se publicó con varios años de retraso; tal vez por eso su influencia fue mayor en los profesionales de la canción que en el mismo público. La nova cançó catalana fue el primer movimiento que se fijó en su ejemplo, como lo hizo en toda la canción francesa. Los primeros Setze Jutges comenzaron imitando el filón expresivo de la canción francesa y la obra de Brel, entre otras, marcó de forma indeleble las creaciones de Pi de la Serra, Espinás, Enric Barbat o Joan Manuel Serrat. Guillermina Motta y Dolors Lafitte cantaron sus canciones en catalán, como lo hicieron en castellano cantantes tan dispares como Alberto Cortez, Mike Kennedy, Mari Trini o Salomé, aunque la traducción más completa de las canciones de Jacques Brel, hecha por Hilario Camacho para un espectáculo sobre el cantante belga estrenado en el Pequeño Teatro de Madrid en el año 1972, no se llegara a grabar nunca en disco.

Con el tiempo se acabó editando su discografía completa, 11 álbumes que hoy probablemente estarán ya descatalogados. Es recomendable la audición de Sólo hubo un Jacques Brel (Movieplay, 1978, LP-17418/6), que es una excelente recopilación de 14 de sus mejores canciones.




EL PAÍS. 5 DICIEMBRE 1985

Han transcurrido 56 años desde que nació en Bruselas en 1929; treinta y dos desde que llegó a París en 1953 y grabó su primer disco; veintiocho desde Quand on n'a que l'amour, su primer éxito; dieciocho desde que en 1967 anunció su retirada de la canción para dedicarse al cine protagonizando la película Les risques du metier, de André Cayatte, y lanzarse a su última experiencia sobre los escenarios poniendo en pie El hombre de La Mancha, la adaptación del Quijote, una obra que le apasionaba. Han pasado catorce desde que dirigió su primera película, Franz; ocho desde que volvió, ya enfermo, a París para grabar el que sería su último disco, del que se vendieron más de un millón de copias en tan sólo unas semanas. Hace, en fin, siete años y algo menos de dos meses que, el 9 de octubre de 1978, tras pedir una cocacola y anunciar, citándose a sí mismo con irónica lucidez, "no os abandonaré", el cáncer de pulmón que le acompañaba desde hacía tiempo se decidió a cortar los cables que le conectaban con la vida. Es una buena ocasión para preguntarnos qué queda ahora de Jacques Brel y, también, ¿por qué no?, qué queda de uno en la confusión, de un tiempo que soñábamos de otra manera.

De uno mismo no sabemos, pero seguro que de Jacques Brel queda bastante más. En primer lugar, sus discos. Y no me refiero a los que cada cual pueda tener en su discoteca, sino a los que todavía se encuentran en cualquier tienda. Un hecho nada casual en un arte aparentemente efímero como la canción, con una industria alicorta que cada temporada descataloga los discos del año anterior para dejar sitio a las nuevas modas.

Y es que Jacques Brel supone, sobre todo, la demostración de que la canción es un arte que sobrevuela el tiempo y el espacio, que se instala en la historia como recordatorio de que, frente a los mitos de polivinilo mojado que periódicamente se inventan, existen los cantantes que, como corredores de larga distancia, llegan a la meta que se proponen: la obra bien hecha, inspirada y perdurable.

Quedan el retrato del puerto de Amsterdam, con sus marineros borrachos que mean en las esquinas y sus putas, la soledad de las grandes llanuras del Plat Pays, los amores irrenunciables de Ne me quitte pas, el cariño tierno de Les vieux o el desprecio sarcástico de Les bourgeois.

Tal vez al fin y al cabo el cáncer fue misericordioso con él y se lo llevó para no permitirle asistir a la vergüenza de cómo Mitterrand, presunto representante de una izquierda que él admiraba, volaba por los aires el barco ecologista que pretendía impedir que la barbarie atómica contaminara el aire de sus queridas islas del Sur, en una de las cuales vivió sus últimos años y está enterrado.

"Una isla cálida como la ternura, esperanzada, como el desierto que una nube de lluvia acaricia. Ven, amor mío. Allá no existirán estos locos, que no nos dejan ver las largas playas". Cantaba en Les Marquises, la canción con que cerraba su último disco. No tuvo suerte. Los locos llegaron a las limpias playas del Sur.



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