Jacques Brel. Memoria española de un cantante belga.
Solo por ver y escuchar el “Ne me quitte
pas” que abre esta página ya te habrá merecido la pena tomarte el trabajo de
llegar hasta aquí. Sin duda habría que agradecerle al anónimo realizador la
valentía de ese único primer plano con que filmó al cantante, porque su decisión
nos permite llegar a lo más hondo de la canción y del cantante, que parece que
vierte todo su dramatismo en cada gota de sudor que le corre por el rostro. Lo
demás es historia.
ECO DE CANARIAS.
15 OCTUBRE 1978
El lunes pasado
murió Jacques Brel, y con él una de las figuras más importantes de la canción
popular de todo el mundo, un hombre que ha marcado un estilo, un punto y aparte
en la canción.
Nacido en
Bruselas en 1929, su imagen como cantante empezó a cobrar dimensión universal a
partir de 1954, convirtiéndose en pocos años en una figura respetada, seguida e
imitada por miles de cantantes de todo el mundo, y sus canciones traducidas a
todos los idiomas y editadas en todos los países. Autor poco prolífico --que ha
estado apartado de la escena musical los últimos diez años, desde que en 1967
interpretara su primera película como actor, (“Les risques du métier”) de Andre Cayatte, hasta hace apenas un año,
en que volvió a editar un nuevo disco titulado simplemente «Brel», del que vendió miles de copias
antes incluso de ser publicado y en el que se mostraba eternamente fiel a sí mismo,
a su temática habitual, a sus formas musicales conocidas--, su obra queda
jalonada por una cantidad incalculable de hermosas canciones de amor, de
tristeza, de soledad, de insatisfacción social, de crítica, etc.
En esta hora
siempre tópica de las notas necrológicas suelen cantarse todas las alabanzas
del mundo; de Jacques Brel habría que decir, no obstante, que su figura musical
decayó en los últimos años, y no únicamente por su abandonó físico del mundillo
discográfico y musical, sino porque su estilo de cantar, que él había
contribuido a convertir en un arquetipo junto a otros nombres como los de Leo
Ferré, .Jean Ferrat, o el mismo Georges Brassens, había sido arrasado primero
por la música pop anglosajona y luego, ya en su propio país, por el renacer de
las formas folklóricas y populares. Todo ello no le quita un ápice de su
calidad.
Mientras, que
escribo estas líneas he vuelto a poner en el tocadiscos un álbum suyo, y he vuelto
a sentir la misma emoción, la misma admiración que otras veces, y estoy seguro
que la seguiré sintiendo por siempre cada vez que repita ese gesto mecánico,
automático, de abrir una carpeta, ahuecar el plástico, colocar el disco sobre
el plato, correr el brazo y escuchar una canción de Jacques Brel, «Le plat pais», por ejemplo.
EL PAÍS. 7 OCTUBRE
1984
La pervivencia
de un cantante está en sus canciones. Las canciones de Jacques Brel permanecen
en el tiempo, a pesar de que la mayoría de los modernos no las haya escuchado
en su vida ni sepan siquiera quién es ese belga que se hizo famoso en el mundo
a través de Francia, se hartó un día de músicas y películas y buscó la paz, la
tranquilidad y la felicidad en las lejanas islas de los mares del Sur. Pero para
muchos otros españoles, Ne me quittes pas,
Amsterdam, Les bombons, Jeff, Les vieux, Le plat pais, Les bourgeois o La chanson des vieux amants forman parte de nuestra memoria
histórica, personal y colectiva. Tantos de sus discos entraron en maletas
semiclandestinas en tiempos de pocas músicas, que quizá por ello calaron tan
dentro en nuestra sensibilidad. Con sus canciones aprendimos a recorrer
ciudades que no conocíamos, a revivir amores que no sospechábamos que pudieran
ser, a soñar sensibilidades que nos parecían negadas por nacimiento. Su
influencia fue importante para una generación de cantantes que en la mayoría de
los casos siguen en activo y en plena madurez, aunque luego hayan ido añadiendo
a su personal inspiración retazos de otras músicas, de otros cantantes, de
otras culturas.
Joan Manuel
Serrat declaraba en un programa de televisión pocas horas después de hacerse
pública la noticia de la muerte de Brel: "Si él no hubiera hecho música es muy posible que tampoco yo la hubiera
hecho nunca". En España comenzaba a surgir una preocupación general
que se mostraba también en las canciones. Se veía la realidad de otra forma,
ajena a triunfalismos y heroísmo de pasadas gestas históricas. La verdad
cotidiana tomaba forma en canciones que nacían con la voluntad expresa de
reflejarla con sencillez pero sin renuncias.
Aun cuando Brel
había comenzado a grabar en 1954 y alcanzado ya el éxito en 1959, su llegada a
España fue muy posterior. El primer disco editado entre nosotros fue el que
recogía su recital en directo Olympia 64, que se publicó con varios años de
retraso; tal vez por eso su influencia fue mayor en los profesionales de la
canción que en el mismo público. La nova cançó catalana fue el primer
movimiento que se fijó en su ejemplo, como lo hizo en toda la canción francesa.
Los primeros Setze Jutges comenzaron imitando el filón expresivo de la canción
francesa y la obra de Brel, entre otras, marcó de forma indeleble las creaciones
de Pi de la Serra, Espinás, Enric Barbat o Joan Manuel Serrat. Guillermina
Motta y Dolors Lafitte cantaron sus canciones en catalán, como lo hicieron en
castellano cantantes tan dispares como Alberto Cortez, Mike Kennedy, Mari Trini
o Salomé, aunque la traducción más completa de las canciones de Jacques Brel,
hecha por Hilario Camacho para un espectáculo sobre el cantante belga estrenado
en el Pequeño Teatro de Madrid en el año 1972, no se llegara a grabar nunca en
disco.
Con el tiempo se
acabó editando su discografía completa, 11 álbumes que hoy probablemente
estarán ya descatalogados. Es recomendable la audición de Sólo hubo un Jacques Brel (Movieplay, 1978, LP-17418/6), que es una
excelente recopilación de 14 de sus mejores canciones.
EL PAÍS. 5 DICIEMBRE
1985
Han transcurrido
56 años desde que nació en Bruselas en 1929; treinta y dos desde que llegó a
París en 1953 y grabó su primer disco; veintiocho desde Quand on n'a que l'amour, su primer éxito; dieciocho desde que en
1967 anunció su retirada de la canción para dedicarse al cine protagonizando la
película Les risques du metier, de
André Cayatte, y lanzarse a su última experiencia sobre los escenarios poniendo
en pie El hombre de La Mancha, la
adaptación del Quijote, una obra que
le apasionaba. Han pasado catorce desde que dirigió su primera película, Franz; ocho desde que volvió, ya
enfermo, a París para grabar el que sería su último disco, del que se vendieron
más de un millón de copias en tan sólo unas semanas. Hace, en fin, siete años y
algo menos de dos meses que, el 9 de octubre de 1978, tras pedir una cocacola y
anunciar, citándose a sí mismo con irónica lucidez, "no os abandonaré", el cáncer de pulmón que le acompañaba desde
hacía tiempo se decidió a cortar los cables que le conectaban con la vida. Es
una buena ocasión para preguntarnos qué queda ahora de Jacques Brel y, también,
¿por qué no?, qué queda de uno en la confusión, de un tiempo que soñábamos de otra
manera.
De uno mismo no sabemos, pero seguro que de Jacques Brel
queda bastante más. En primer lugar, sus discos. Y no me refiero a los que cada
cual pueda tener en su discoteca, sino a los que todavía se encuentran en
cualquier tienda. Un hecho nada casual en un arte aparentemente efímero como la
canción, con una industria alicorta que cada temporada descataloga los discos
del año anterior para dejar sitio a las nuevas modas.
Y es que Jacques
Brel supone, sobre todo, la demostración de que la canción es un arte que
sobrevuela el tiempo y el espacio, que se instala en la historia como
recordatorio de que, frente a los mitos de polivinilo mojado que periódicamente
se inventan, existen los cantantes que, como corredores de larga distancia,
llegan a la meta que se proponen: la obra bien hecha, inspirada y perdurable.
Quedan el
retrato del puerto de Amsterdam, con
sus marineros borrachos que mean en las esquinas y sus putas, la soledad de las
grandes llanuras del Plat Pays, los
amores irrenunciables de Ne me quitte pas,
el cariño tierno de Les vieux o el
desprecio sarcástico de Les bourgeois.
Tal vez al fin y
al cabo el cáncer fue misericordioso con él y se lo llevó para no permitirle
asistir a la vergüenza de cómo Mitterrand, presunto representante de una
izquierda que él admiraba, volaba por los aires el barco ecologista que
pretendía impedir que la barbarie atómica contaminara el aire de sus queridas
islas del Sur, en una de las cuales vivió sus últimos años y está enterrado.
"Una isla cálida como la ternura,
esperanzada, como el desierto que una nube de lluvia acaricia. Ven, amor mío.
Allá no existirán estos locos, que no nos dejan ver las largas playas".
Cantaba en Les Marquises, la canción
con que cerraba su último disco. No tuvo suerte. Los locos llegaron a las
limpias playas del Sur.
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