domingo, 7 de julio de 2013

Historias de TVE

Historias de la tele cuando la tele era una. 6 (1971)







Hacía tiempo que los gobernantes españoles, incluido el dictador, su más alta dignatura, estaban convencidos de que ese moderno medio de comunicación que era la televisión resultaba idóneo para el adoctrinamiento de los ciudadanos. Pero en 1971, Luis Carrero Blanco, que además de almirante, vicepresidente del Gobierno y uno de los pilares del régimen, era aficionado a emborronar papeles --lo que en 1947 le había sido reconocido otorgándole nada menos que el Premio Nacional de Literatura--, aprendió una cosa más sobre la televisión: que la mejor manera de adoctrinar era mediante el entretenimiento. Y se le ocurrió hacer una serie de ficción que reflejara los Principios Generales del Movimiento y ayudara a instalarnos en la cabeza de los españoles, dejándolos ahí, ya inamovibles para siempre.
           
Encabezados por la protocolaria, pero no menos impositiva frase, de “Yo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia”, Los Principios del Movimiento Nacional” fueron aprobados el 17 de mayo de 1958, pero se debió considera en 1971 que no eran lo suficientemente conocidos y había que promocionarlos con lo que acabó siendo “Crónicas de un pueblo”, uno de los productos televisivos de mayor éxito de ese año y los siguientes.
           
En el documento oficial quedaban claras unas cuantas cosas: que España constituía “una unidad de destino en lo universal”, que el hombre es “portador de valores eternos”, que es un “timbre de honor el acatamiento de la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, apostólica y Romana” y que los pivotes básicos de comunidad nacional eran “familia, municipio y sindicato”. ¡Ah! Y que estos principios resultaban “inmutables”.
           
La papeleta de convertir estos dogmas políticos en una serie televisiva inteligible, entretenida y atractiva para el público le tocó a Antonio Mercero, un joven profesional que ya había trabajado para TVE pero que abordaba con “Crónicas de un pueblo” su primer encargo de una serie continuada.

En colaboración con los guionistas Juan Farias y Juan Alarcón crearon una pequeña comunidad representativa de la totalidad de España y la colocaron en una ficticia Puebla Nueva del Rey Sancho, en realidad el pueblo madrileño de Santorcaz, que como consecuencia del éxito de la producción se convertiría durante unos años en sitio de peregrinación dominguera para los fans televisivos que ya comenzaban a existir en la época. La mayor parte de la serie, que se alargó hasta 1974, la dirigió el propio Mercero, aunque también se encargaron de algunos capítulos nombres que acabarían figurando en la historia del cine español como Miguel Picazo, Antonio Giménez Rico y Julio Coll.

Antonio Mercero y sus colaboradores supieron quitarle aspereza a los principios políticos que la serie debía transmitir, llenándola de personajes entrañables y creíbles en su obligatoria simplicidad, y de historias cotidianas y amables, que fueron reconocidas como propias por el espectador. En lo alto de los habitantes de Puebla Nueva del Rey Sancho estaban las fuerzas vivas de la localidad: El alcalde (Fernando Cebrián), el maestro (Emilio Rodríguez) y el cura (Francisco Vidal), todos ellos personajes de gran sensatez, bondad y entrega a su oficio, aunque no menos bonachones y bienintencionados fueran los representantes del pueblo de a pie: el conductor de la camioneta (Rafael Hernández), el cartero (Jesús Guzmán), el alguacil (Antonio Costafreda) y la boticaria (María Nevado).
           
Del enfrentamiento de estos dos mundos en un pueblo idílico lo mejor que podía salir era una obra costumbrista y simpática, que es lo que consiguió Mercero y lo que le dio la gran resonancia popular que alcanzó (se emitía en el mejor  horario: los domingos a las 10 de la noche), y lo que le valió el premio Ondas de 1972, aunque no a la mejor serie de ficción, sino, volviendo a la intención original del almirante, al mejor programa cultural.



Policías del terruño

Al igual que “Crónicas de un pueblo” resultó ser finalmente una serie costumbrista, también lo fue “Plinio”, que se estrenó igualmente en 1971, pese a las diferencias entre ambas. En 1968 el escritor, ensayista y periodista Francisco García Pavón, había publicado “El reinado de Witiza”, primera de una serie de novelas con las que introducía el género policial en España, al que supo darle una singular calidad de lenguaje. El éxito de público fue inmediato, así como el literario, que le permitió obtener en 1969 el premio Nadal con “Las hermanas coloradas”, otro título de la saga.
           
La conjunción de ambos éxitos, el popular y el crítico, llevó a la decisión de convertir las historias en una serie televisiva, a la que se quiso dotar de unas ciertas cualidades artísticas. Para ello, se encargó la adaptación a dos cineastas noveles, Antonio Giménez Rico, que la dirigió, y José Luis Garci, que escribió los guiones. Además, se ocupó de la fotografía un ya prestigioso profesional, José Luis Alcaine, y de la música Carmelo Bernaola, nombre clave en la composición contemporánea española.
           
Además del título de la serie, Plinio era también el nombre del personaje principal, sargento de la policía municipal del pueblo de Tomelloso (Ciudad Real), que contaba con una singular perspicacia para descubrir misteriosos sucesos, incluidos asesinatos, que resolvía empapándose del ambiente donde sucedía el crimen, en una buena muestra de Poirot y Maigret. Para ayudarle estaba don Lotario, el veterinario, siempre siguiendo a su mentor, cual Watson a Sherlock Holmes, dando testimonio de sus hazañas detectivescas. Las intrigas solían ser pequeñas, casi cotidianas, pero la solidez de los personajes y el reflejo del ambiente provinciano fueron buenas bazas para el éxito. Otro de los aciertos de “Plinio” fue la elección del reparto, que encabezaba Antonio Casal, un veterano galán humorístico del cine patrio, y contaba con el cómico Alfonso del Real, haciendo de fiel acompañante, y otros intérpretes tan sólidos como María Isbert o Antonio Gamero.

              
1971 fue un año importante para las producciones de ficción de TVE, que también estrenó, dentro del espacio “Novela”, la adaptación que Pedro Amalio López realizó de “Los tres Mosqueteros”, la popularísima novela que Alejandro Dumas, hijo, había publicado como folletón periodístico en 1844 y que desde entonces se había convertido en una novela universal. O en varias, porque aún escribió dos secuelas. “20 años después” y “El Vizconde de Bragelonne”.

Desde el momento en que se publicó “Los tres mosqueteros” obtuvo un éxito extraordinario, que con la llegada del cine supo ser aprovechado en numerosas películas, empezando por la muda que Fred Niblo dirigió en 1921 y acabando por la Stephen Herek de 1993. Incluso mereció una serie de dibujos animados y en 1942 la parodió Cantinflas en un filme desternillante. Con la producción sólida e impecable que caracterizaba las entregas de “Novela”, “Los tres mosqueteros” de Pedro Amalio López contó, en los 12 capítulos de media hora que compusieron la versión televisiva, las caballerosas aventuras de los tres espadachines, que en realidad eran cuatro, y sus mil intrigas y batallas contra el cardenal Richelieu. Sancho Gracia, que comenzaba a despuntar, dio vida a D’Artagnan, mientras que Víctor Valverde, Joaquín Cardona y Ernesto Aura se repartieron a sus compañeros Athos, Porthos y Aramis.





NACEN LOS ESTUDIOS CRÍTICOS

Las revistas populares se adelantaron a los intelectuales en darle a la televisión la importancia que tenía, y las publicaciones que entonces aún no se llamaban “del corazón” prestaron atención a los nuevos ídolos, contando sus vidas y sus intimidades, antes de que los especialistas empezaran a analizar el significado del nuevo medio.

En 1971, el crítico del diario barcelonés El Diario Universal y autor teatral, José María Rodríguez Méndez, publicó “Los teleadictos”, primera aproximación teórica a la televisión en general y a la española en particular. Ninguna de las dos salía bien librada, pero era especialmente crítico con TVE, de la que decía que reflejaba “una España oficial, de cuya imagen bonancible y triunfalista se ha eliminado todos rastro de realidad cotidiana. Si a ello añadimos la sistemática exclusión de nuestra pequeña pantalla de determinados cantantes, escritores, poetas, pintores o personalidades políticas, habrá que concluir que en las presentes condiciones ni tenemos ni es fácil que tengamos por el momento una televisión para todos los españoles”.

Le siguieron en este análisis negativo varios autores en un especial de la revista Cuadernos Para el Diálogo de este mismo 1971 y el “Libro gris de Televisión Española”, que Manuel Vázquez Montalbán editaría ya en 1973.
















             

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