El amor en Violeta Parra
Mientras ando
esperando el mejor momento para ver con tranquilidad la película biográfica
sobre Violeta Parra ando escuchando sus canciones, y, claro está, me entran
ganas de escribir sobre ellas. Más como a mis años el médico me ha recomendado
no hacer ejercicios violentos, recurro de nuevo a un texto viejo que colgué
hace ya años en un viejo foro dedicado a la memoria de Hilario Camacho, al que
hoy, por cierto se homenajea en Madrid. En él hablaba de manera sucinta y
esquemática de las canciones de amor de Violeta Parra, una temática que ella
aborda con una sinceridad y un desgarro difícilmente encontrables en otros u
otras artistas de su talla, no digamos ya en los que sólo siguen sus talones.
Entre los que
podríamos denominar socios fundadores del Club Mundial de la Música Popular
(Guthrie, Seeger, Atahualpa, Brassens, por ejemplo), no abunda la temática
amorosa, que suele aparecer de manera esporádica en sus obras respectivas,
siempre aparentemente distanciadas de sus propias experiencias y vivencias. En
Violeta, en cambio (¿será por ser mujer y por la importancia que el terreno de
los sentimientos ocupa en el universo femenino?), el amor está en el centro
mismo de su trabajo más valioso, expresado, además, no como algo ajeno a
ella misma, como historias de otros u otras, sino utilizando sus propios
sentimientos amorosos, y las huellas que fueron dejando en su vida, como
principal material poético de las canciones. Esa introspección en lo más
profundo de su yo íntimo, en el que ella se sumerge (y nos sumerge) sin pudor y
a veces con desesperación, le da a estos temas una profundidad dramática, una
hondura, una complejidad y una sensación de verdad sin comparación con los tópicos al uso de la canción amatoria, los “seremos felices
y comeremos perdices" o los “qué triste estoy porque te has ido”.
En cierta
ocasión, Luis Pastor presentó la canción que le ha dedicado a Violeta con algo
así como “era una mujer más fea que un tiznao, pero muy bella de alma”, y pese
a su exageración parece ser que tenía razón.
La propia
Violeta era conocedora de su físico poco agraciado, y parece ser que en alguna
ocasión esa fealdad le salvó de algún mal trance, según cuenta en sus décimas
autobiográficas (una joya de la poesía popular). Como cuando empezaba a cantar en
la radio y las cantoras jovencitas eran acosadas por los directivos o jefes de
programas:
“Gracias a Dios que soy fea
y de costumbres
bien claras,
de no, qué cosas
más raras
entraran en la
pelea;
Donde llueve y
no gotea
se van pasando
los años.
Cuesta subir los
peldaños
si está
apartando el amor,
dice un señor
locutor
a una artista en
el escaño”
Violeta, aparte
de ser de baja estatura, había sufrido de pequeña la viruela, por lo que le
quedó la cara marcada para siempre. Hay un testimonio de su segundo marido,
Luis Arce, que deja constancia de esa doble característica física y espiritual
de Violeta y, sobre todo, de su carácter apasionado y enamoradizo, que tan bien
reflejado quedó en sus composiciones: “Tenia
tendencia a enamorarse, y como era de espíritu vivaz y juvenil generalmente se
enamoraba de hombres menores que ella, no se enamoraba de gente de su edad. Y
tenía su magnetismo. Era bajita, de cuerpo recio, firme, a pesar de su aspecto
frágil. El pelo largo, más bien castaño oscuro, y bueno, picada de viruela y
con los dientes medio desparramados. Pero en cambio tenía un magnetismo que
suplía esa falta de hermosura. Así que generalmente le resultaba el
enamoramiento con jóvenes”.
Probablemente
esa condición física condicionara su vida amorosa, que según cantó vivió y su concepción del amor, que en sus
canciones mostró en todas sus posibilidades y variantes, pero con una especial
atención a la contradicción que implica el deseo apasionado, incluso la
necesidad, de amar y ser amada, y las dificultades y sinsabores que conlleva el
intentarlo, experiencia propia de quien vivió una vida amorosa agitada, llena
de grandes enamoramientos y tremendos desengaños.
Todo eso está en
sus canciones. En la estupenda cueca “De cuerpo entero” da cuenta con total
claridad de su concepción del hecho amoroso como una síntesis de sentimientos y
pasiones físicas. Es de hecho una reivindicación de la sexualidad de la mujer, y
no olvidemos que la escribió a mediados de los sesenta, cuando la asunción del
propio placer era una reivindicación feminista esencial. Aunque se trata de una
canción “feliz” (atención de la picardía soterrada que le da a su voz), al
final congela sonrisa con la atrevida metáfora “negra es la herida”, en
referencia a los amores incompletos, como el que ella vivía en esos momentos,
con su amado, el antropólogo y musicólogo sueco Gilber Fabre en la lejana
Bolivia tocando la quena con Los Jairas.
Pese a esta
visión optimista del amor, que está fechada a finales de su vida y
que grabó en su último disco, la mayor parte de sus temas amorosos de estos
años tratan, precisamente, no de la plenitud del amor, sino del desamor, en los
que el dolor de la pérdida del amante puede llevarla a maldecir “del alto cielo” en una canción que más
abajo colgaré.
Ahora me
gustaría proponeros escuchar una canción amorosa anterior, de 1954, "La jardinera", en la que ya
añoraba la lejanía del ser amado y especulaba con la continuidad o no de ese
amor. La brillantez original del planteamiento (el trabajo como terapia para la
ausencia) y de la metáfora de las flores y sus colores para expresar los
estados de ánimo, no ocultaba su visión del amor como algo real y perecedero (“Aquí plantaré el rosal/ de las espinas más
gruesas/ tendré lista la corona/ para cuando en mí te mueras”), que no depende tanto de la voluntad
propia como del azar y la circunstancia (“…y
para saber si me correspondes/ deshojo un blanco manzanillón…”), lo que
hace que lo más insoportable sea la incertidumbre sobre los sentimientos del
otro (“…si me quieres mucho, poquito o
nada,/ tranquilo queda mi corazón”)
En su último
disco, el lleno de obras maestras “Las últimas
composiciones”, publicado poco antes de su
suicidio en 1967, hay dos temas significativos sobre el tema que me gustaría
comentar brevemente.
En “Run Run se fue p’al norte” relata la
marcha de su enamorado Gilber Fabre a Bolivia y reflexiona sobre lo que significa,
dos niveles narrativos y poéticos que conviven con absoluta naturalidad en el
texto, confiriendo complejidad a lo que aparentemente puede parecer simple. Por
una parte está el relato del viaje según el mismo se lo ha contado, y que ella
repite en todo desapasionado, “objetivo” (“Al
medio de un gentío/ que tuvo que afrontar, / un trasbordo por culpa / del
último huracán,/ en un puerto quebrado/ cerca de Vallenar,/ con una cruz al
hombro/ Run Run debió cruzar”), pero por otro están sus reacciones ante la
carta en la que recibe las noticias. Una carta en la que cree detectar un
cierto desapego del amante, casi un compromiso formal tan sólo (…sacó papel y sacó papel y tinta,/ un
recuerdo quizás,/ sin pena ni alegría,/ sin gloria ni piedad,/ sin rabia ni
amargura,/ sin hiel ni libertad,/ vacía como el hueco/ del mundo terrenal./ Run
Run mandó su carta/ por mandarla no más) que le hace sumergirse en los más
destructivos pensamientos (“…así es la
vida entonces,/ espinas de Israel,/ amor crucificado,/ corona del desdén,/ los
clavos del martirio,/ el vinagre y la hiel”).
Y para acabar,
que por mí seguiría porque quedan muchas canciones amorosas en el repertorio de
Violeta Parra, una joya del desamor, aunque sea una joya de tremendo dolor, que
expresa con una crudeza que roza la blasfemia los profundos abismos de
desesperación en que pueden caer las personas ante la pérdida del amor.
Aparentemente la canción podría parecer un simple exabrupto, aplicable
igualmente al mundo, a la sociedad, a dios o al diablo, pero la profunda
tristeza con que canta ese “Cuánto será
mi dolor” del final de cada estrofa hace que lo trascienda otra
interpretación que no sea la amatoria para alcanzar un dramatismo que se clava
en el alma. ¿Se puede sufrir tanto por un amor perdido? Sí. Pruebas hay en la
literatura que lo demuestran, esta es una de las más desgarradoras y en carne
viva: “Maldigo del alto cielo”:
“porque
me aflige un dolor,
maldigo
el vocablo amor
con
toda su porquería,
cuánto
será mi dolor.”
¡Qué maravilla de texto y qué aguda observación del trasfondo humano de la gran Violeta!
ResponderEliminarEnhorabuena, maestro. Nunca me defraudas en tus escritos y en tus opiniones, con las que no siempre estoy de acuerdo pero que las valoro y les dedico gran atención por lo bien argumentadas que están.