Historias de la tele cuando la tele era una. 7 (1972)
El sábado 24 de
abril de 1972, a las 23.30 h de la noche, tras la preceptiva charla religiosa
de monseñor Guerra Campos, martillo de herejes y guardián de las esencias, las
pantallas de los televisores españoles se vieron asaltadas por unas calabazas
con chistera y bastón que bailaban al son de una musiquilla pegadiza.
Chicho Ibáñez Serrador, que había
hecho temblar a los españoles con sus "Historias
para no dormir", llegaba ahora dispuesto a divertirles. Ya lo había
conseguido cuatro años antes con "Historias
de la frivolidad", de la que descendía directamente el nuevo "Un, dos, tres, responda otra vez"
que aquella noche se estrenaba, sólo que ahora no se trataba ya de una comedia
satírica musical, sino de un concurso. El padre de todos los concursos.
Desde el
nacimiento de la televisión comercial, el concurso había sido el género por
excelencia del nuevo medio, y hasta la aparición del “Un, dos. tres...” de Chicho se habían circunscrito a tres modelos
bien definidos, Estaban, en primer lugar los concursos de preguntas y
respuestas. Los había también en los que los participantes debían superar
pruebas físicas. Y por último, estaban aquéllos en los que el factor esencial
del triunfo era el azar. Ibáñez Serrador
pensó que si se quería dar un paso adelante, y él siempre ha querido
avanzar en cada uno de sus proyectos televisivos, podía no estar mal reunir los
tres formatos en uno solo y transformar esa fórmula sincrética en un
espectáculo total.
Nadie al
comienzo, sin embargo, estaba seguro de que el nuevo concurso fuera a gustar al
público, hasta tal punto, que el nombre del creador no apareció en las quince
primeras emisiones de 1972. Contradiciendo ese temor, los telespectadores lo
acogieron con mimo en sus casas desde el primer día. "Un, dos, tres, responda otra vez", se convirtió en todo un
éxito, que Ibáñez Serrador iría perfeccionando en las siguientes entregas hasta
convertirlo en el concurso más representativo y exitoso de la historia de la
televisión en España, modelo y ejemplo –pocas veces alcanzado-- de todos los
concursos espectaculares que desde entonces han sido.
Pese a lo
brillante de la idea inicial de juntar en una sola las diversas formas de
concurso televisivo, esa sola virtud no hubiera bastado para explicar la relevancia
del "Un, dos, tres…". La
demostrada creatividad de Ibáñez
Serrador fue mucho más lejos de inventar una simple fórmula ingeniosa,
aportando soluciones técnicas y artísticas al concurso hasta convertirlo en
algo más que una disputa por el premio final. Chicho desplegó todas las
habilidades aprendidas en lo que ya comenzaba a ser una larga carrera
televisiva, teatral e incluso cinematográfica, y lo que comenzó en concurso, se
convirtió pronto en un espectáculo global con intriga, música, canciones y
humoristas. Su estructura, que marcaban los tres distintos tipos de pruebas,
reproducía las fases de planteamiento, nudo y desenlace de las obras
dramáticas, a las que su creador insufló su acreditada capacidad para crear y
mantener el suspense y su perspicacia a la hora de conocer los gustos del
público y conseguir su adhesión.
Un papel
esencial en esa identificación popular lo jugaron los personajes que Ibáñez Serrador creó para sustentar la
mecánica básica del concurso, organizados en un imaginario triángulo en cuyos
vértices estaban Don Cicuta y sus malvados y silenciosos cómplices, la media
docena de sonrientes y bellas azafatas, y el presentador; ambiguo mediador en
el enfrentamiento declarado entre las otras dos partes. Si Don Cicuta era la
negatividad pura, siempre intentando hundirá los concursantes, las azafatas
aparecían, en cambio, como encarnación de lo positivo, angélicos seres que ofrecían
el cielo en bandeja. Pero por debajo de esa primera apreciación, Chicho, dado
siempre a colocar segundos significados en sus obras, también les hizo
representar a estos personajes los dos polos de la España de la época: la
negra, miserable, malhumorada y agresiva en trance de desaparecer pero todavía
gritona, y la del futuro: alegre, hermosa, despreocupada y soñadora.
El acierto de
los personajes se completó con la elección de sus intérpretes. Para encarnar la
España agonizante de don Cicuta escogió a Valentín
Tornos, excelente y veterano actor de setenta y un años que había debutado
en el teatro en 1920 y desde entonces había representado miles de tipos en toda
clase de obras. Con Don Cicuta encontró el personaje de su vida, que le
permitió acceder a una popularidad de la que nunca antes había gozado y le
facilitó permanecer en la memoria colectiva del país. Curiosamente, Tornos, que
supo recrear con ironía e inteligencia la España más negra, era un hombre
progresista que colaboraba económicamente con las organizaciones clandestinas
antifranquistas que existían en TVE. Finalizada en 1973 la primera etapa del
concurso, el actor enfermó, y ya no pudo participar en la segunda parte de
1976, en cuyo mes de septiembre falleció. En entregas sucesivas jugaron el
mismo papel personajes igualmente siniestros, interpretados, entre otros, por
las hermanas Hurtado, Juan Tamariz o
Francisco Cecilio.
La nueva España
que Ibáñez Serrador mostraba en
"Un, dos, tres..." a través
de las azafatas era la de la apertura a Europa, la de las ventas a plazos, la del primer coche, y especialmente,
la del descubrimiento de horizontes más libres y, sobre todo, más alegres. Por
eso, para dar vida a la desinhibida España del futuro seleccionó un selecto
grupo bellas señoritas, en buena medida aspirantes a actrices, objetivo que
muchas de ellas consiguieron luego con dignidad, que aparecían en la pantalla
siempre sonrientes, inmaculadamente bellas, con unas enormes gafas (un fetiche
del creador), que centraban la atención del espectador en sus caras, a las que aportaban inocencia y picardía, y unas
atrevidas minifaldas, que conducían a sus piernas las miradas de los televidentes.
Juntas o por separado daban una imagen del futuro que ningún españolito sin
graduación podía resistir
Y en medio Kiko Ledgard, el presentador; todo un
personaje en sí mismo, Un hallazgo. Peruano de cincuenta y tres años, cinco
hermanos y once hijos, versado en todo tipo de experiencias en la industria
televisiva y del espectáculo, había llegado a España hacía un año dispuesto a
comerse el mundo."Un, dos tres…"
supuso un buen bocado. Si Don Cicuta representaba el pasado y las azafatas el
futuro, Kiko bien podía ser el presente. En el programa mediaba entre el dios
tronante de las alturas que era Chicho y sus órdenes por la megafonía y los
concursantes, con los que se podía confiar y que podían confiar en él, pero a
los que también enredaba, confundía y manipulaba. Era alegre, engañoso y
parlanchín como un vendedor de feria, imagen a la que contribuía su afición a
llenar sus antebrazos con los más variados relojes. Estuvo al frente del
concurso hasta 1978, y luego le fueron sustituyendo, siempre con eficacia, pero
ya sin su aroma de autenticidad primigenia, Mayra Gómez Kemp, Jordi Estadella,
Miriam Díaz-Aroca, José María Bachs y Luis Roderas.
Ibáñez Serrador, heredero de ese profundo
respeto a la cultura que caracterizó al exilio republicano, en el que nació y
se educó, siempre fue partidario del principio de "enseñar
entreteniendo", y lo aplicó en su concurso, incluyendo sistemáticamente
referencias artísticas, literarias, musicales o cinematográficas con las que intentaba
dejar en el espectador, entre risa, musiquilla y premio, un poso de
pensamiento. Especialmente significativa de este empeño culturalista fue la
última etapa del programa (la décima, ya en 2004), titulada "Un, dos, tres... a leer esta vez",
en la que cada entrega estaba dedicada a un libro clásico de aventuras y los
super-tacañones se habían convertido en una réplica de los bomberos de Bradbury, que en lugar de salvar libros
de las llamas, los incendiaban.
"Un, dos, tres, responda otra vez"
marcó historia. En diez etapas, que sumaron un total de 411 programas, se
emitió hasta 2004, alcanzando el récord de audiencia de toda la historia de la
televisión en España con veinticinco millones de espectadores, bien es cierto
que tan sólo dos con dos cadenas en el aire. Un éxito remarcado con las
versiones que se realizaron en Gran Bretaña y otros países de todo el mundo. El
relativo fracaso de esta última edición de 2004 significó el final de los
grandes concursos televisivos en España, el declive de una forma de entender la
televisión, según la cual cada entrega de un programa debía ser el resultado de
la acumulación de muchas ideas diferentes, de muchos días de trabajo, de mucho
talento en cada detalle. A cambio, nos dieron espacios de una sola idea,
habitualmente insignificante y copiada, que se repite cada día hasta la
saciedad. Son productos más baratos. Se digieren bien. ¿Para qué nos vamos a
romper la cabeza?
A TODO COLOR
En 1972 el
consejo de ministros tomó el acuerdo de que para posibilitar la nueva
televisión en color, que ya se emitía en todo el mundo, en España se iba a
utilizar el sistema alemán PAL, que había mantenido una dura batalla comercial
con el francés SECAM durante los años anteriores. La decisión no dejaba de ser,
de momento, un acto voluntarista, cuyos efectos sólo se comprobarían con el
paso del tiempo, porque la carencia de la infraestructura técnica de cámaras y
magnetoscopios necesaria para las grabaciones en color hizo que durante años
los españoles siguieran viendo la televisión en blanco y negro, aunque en las
emisiones mezclaran ya uno y otro formato.
Aunque el
desarrollismo y el consumismo estaban ya instalados en el país, el español
medio aún apuraba el periodo de vida de los aparatos domésticos, la televisión
entre ellos, hasta que se caían de viejos, y no estaban dispuestos a gastarse
los cuartos, aunque fuera a plazos, por un colorín de más o de menos en la
pequeña pantalla.
Las primeras
pruebas del nuevo sistema ya se habían hecho en 1969, cuando el Festival de Eurovisión,
que se celebró en Madrid, que se ofreció en color a todo el mundo aunque en
España se emitiera, y luego se conservara grabado, únicamente en blanco y
negro. El invento, sin embargo, tardó en cuajar, pese a la decisión
ministerial, y no fue hasta 1975 cuando comenzó a generalizarse y se extendió a
una mayoría de la población.
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