Esperanzas de revolución
“A la luz del tiempo --¿también de la
distancia?-- resulta conmovedor evocar lo que unos cuantos jóvenes hacíamos, o
pretendíamos hacer, por contribuir a la transformación de la sociedad española.
Por hacerla mejor, más asequible a la participación equitativa",
escribía en su autobiografía[1]
Aurora Arnaiz, primero joven socialista, luego comunista en las Juventudes
Socialistas Unificadas, vuelta al socialismo en su exilio americano, en el que
acabaría la carrera de derecho y llegaría a ser profesora emérita de la
Universidad Nacional Autónoma de México.
La proclamación
de la República el 14 de abril de 1931 sería una explosión de alegría en España,
que pronto se vería amenazada por la sublevación del general Sanjurjo, el 14 de
agosto del año siguiente, y el comienzo del bienio negro con la constitución
del gobierno reaccionario encabezado por Lerroux el 4 de octubre de 1934, en el
que participó la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) presidida
por José María Gil Robles. La ascensión de la derecha al poder desencadenaría
en los dos años sucesivos importantes luchas políticas y sociales en las que
velaron sus primeras armas los comunistas que hablan en este libro.
El recorte de
las libertades, las conquistas sociales y la instituciones republicanas generó
una respuesta que quienes la dieron no dudaron en considerar revolucionaria. La
sublevación de Asturias de ese mismo año, reprimida salvajemente desde Madrid
por el jefe de estado mayor del ejército, general Francisco Franco Bahamonde,
fue una piedra de toque de la fuerza, pero también de la debilidad de la
izquierda. Creció el clamor por la unidad de los partidos y sindicatos de
izquierdas, que se plasmó en el pacto del Frente Popular suscrito el 15 de mayo
por republicanos socialistas y comunistas. Estos últimos contaban con el aval
de la Internacional Comunista, que en su VII Congreso, celebrado en Moscú del
25 de julio al 17 de agosto de 1935 aprobaría la colaboración con otros
partidos políticos progresistas y de izquierda.
El triunfo del
Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936, en las que el PCE
consiguió dieciséis diputados, desataría las furias conspirativas de la derecha,
que ya preparaba el golpe de estado que se concretaría el 18 de julio con el
levantamiento militar en contra de la República.
En el mundo,
Adolfo Hitler había asumido plenos poderes como Fhürer de Alemania el 23 de
marzo de 1933 y Mussolini invadía Abisinia en 1935. En octubre de 1934 comenzó
la Larga Marcha de los comunistas chinos, dirigidos por Mao Tse Tung, y el 3 de
mayo de 1936 triunfó en las elecciones francesas el Frente Popular. En la URSS,
Stalin comenzaba la depuración de la oposición aprovechando el asesinato del
secretario general del Partido Comunista de Ucrania, Kirov, en 1934. Dos años
después tendrían lugar los procesos de Moscú contra Kamenev y Zinoviev,
comunistas compañeros de Lenin, acusados de agentes de Troski, ya exiliado
desde 1932.
El Partido
Comunista de España, apenas un grupúsculo en los primeros años de la República,
abandonó algo del sectarismo que había dominado su actividad inicial y adopta
la política de colaboración con otras organizaciones, que conduciría a su
participación en el Frente Popular, en su IV Congreso, celebrado en Sevilla de
1932, en el que sería elegido secretario general José Díaz y entraría en la
dirección Dolores Ibárruri. Pasionaria recordaba así aquel momento: “Había caído el dictador y su camarilla,
arrastrando en su caída a la Monarquía. Se había establecido la República, que
no tenía demasiada prisa por abrir caminos democráticos al pueblo. Este ya
empezaba a mostrar su decepción respecto a los gobernantes
republicanos-socialistas, cuya política de lenidad para con las fuerzas
reaccionarias y de mano dura para con los trabajadores restaba a la República
el apoyo de las masas. Tal actitud envalentonaba a la reacción, que no se
perdonaba el momento de debilidad y de cobardía en que fue posible el
hundimiento de la Monarquía y que se proponía reconquistar las posiciones
perdidas.
La nueva situación imponía realizar un serio viraje
en toda la actividad del Partido Comunista, terminando con los métodos
sectarios que le aislaban de las masas, y dedicar los mayores esfuerzos a la
lucha por desarrollar la revolución democrático-burguesa abierta con la
proclamación de la República.
Era notorio, y la experiencia vivida lo atestiguaba,
que el Partido Comunista sólo podría dirigir el movimiento revolucionario
democrático e influir de manera determinante en la marcha de los acontecimientos
a condición de ser él mismo un partido de masas, capaz de llegar con su
programa, con sus soluciones, con sus métodos de lucha a las más profundas
capas de la población laboriosa. Las discusiones y resoluciones del IV Congreso
asestaron un serio golpe a las tendencias sectarias que frenaban el desarrollo
del Partido y su proceso de consolidación” [2].
En estos años,
marcados por la inseguridad social y las grandes esperanzas revolucionarias,
mientras en todo el mundo, y también en España, la crisis económica y los
ascensos de los fascismos eran el panorama en el que se inscribía la
insatisfacción popular, los comunistas españoles descubrieron, ajenos a lo que
se cocinaba en las alturas moscovitas, las que iban a ser las bases ideológicas
de su vida futura: el internacionalismo, la justicia social, la solidaridad, el
horizonte esperanzado e igualitario de la revolución. Rebeldes con causa de un
presente conflictivo y un futuro incierto, supieron donde estaba su sitio por
encima de las contradicciones de la historia.
Niños,
adolescentes y jóvenes, esta segunda generación de comunistas españoles (la
primera, la formada por gentes como García Quejido, José Díaz o Dolores
Ibárruri, ya no está aquí para contárnoslo), recuerda aquellos años con el
fervor de una esperanza arrolladora, que la guerra civil vendría a frustrar
pero no a hacer desaparecer. La propia experiencia de hijos de la clase obrera,
el ansia de saber y conocer que pudieron saciar en libros, debates y mítines,
fueron sus vías de conocimiento de la realidad; de la propia, que vivían cada
día, y de la que sucedía en el mundo más allá de su horizonte de españolitos
esperanzados. Por ambas circularon con la cabeza bien alta y el convencimiento
de que luchaban por el bien de la humanidad. La historia, que es cruel en su
inflexible camino, echaría por tierra mitos y dogmas, pero no sería capaz de
arrumbar principios y convicciones que aún hoy continúan vigentes en tantos.
rebeldías
Con diecisiete
años trabajaba en una fábrica de pastas para sopa en Guadalajara. Había un
compañero que siempre me echaba una mano en los trabajos más duros. Un buen
día, hacía el año 34, me dijo: pequeña, tengo que pedirte un favor. Me llevó a
una ventana que daba a la calle y me dijo: ¿ves aquellos tíos que hay allí?
pues son policías, están esperando a que salga y me van a detener, ¿por qué?,
le pregunté. Ya te lo explicaré, me contestó, yo tengo aquí un paquetito, te lo
vas a llevar, pero guárdalo y no le digas nada a nadie; a nadie, eso es solo
para ti y para mí.
Efectivamente,
cuando salió le detuvieron y yo me llevé el paquetito a mi casa y lo escondí.
Entonces todavía no estaba metida en política. Al día siguiente vino a verme el
que era el secretario general del Partido en Guadalajara, que se llamaba
Raimundo Serrano, y me dijo: oye peque --que aquello de peque todavía me queda
como mote-- ¿Santos te ha dado algo para mí? Ni para ti ni para nadie, le
contesté yo, a mi no me ha dado nada Santos. El venga a insistir y yo venga a
negarme, porque Santos me había dicho que no se lo diera a nadie. Así durante
varios días en los que Raimundo me salía en el camino y me pedía el paquete. Yo
seguía negando que me hubieran dado nada para él, hasta que un buen día se
presentó con una nota de Santos, porque como entonces teníamos guardias de
asalto que eran nuestros, a través de uno de ellos habían sacado la nota de la
cárcel. Sólo así cedí y le entregué el paquete, pero aquella fue ya mi
perdición de comunista, porque a partir de entonces ya todo era: peque guarda
esto, peque esconde esto otro, peque ve a ver a fulano de tal y dile que le
espero en tal sitio, te dará una cosa y me la das a mí.
Así pasó el
tiempo hasta que me detuvieron por primera vez a finales del 34. Acababa de
suceder lo de los mineros de Asturias, cuando lo de octubre, y por Guadalajara
pasó una expedición de niños hacia Madrid, donde les cuidarían mientras los
padres estaban en la cárcel. Con otros compañeros de la fábrica fui a la
estación y un guardia de asalto dio un meneo a un crío y le dije: no toqué
usted a ese crío porque como lo haga le voy a dar una hostia y me voy a cagar
en su madre ¡A un guardia de asalto! Me detuvo, claro.
Me llevaron al
calabozo de la Dirección General de Seguridad y me preguntaron que quién me
había mandado ir a la estación. Nadie, contesté, yo he visto niños allí y he
ido a ver qué pasaba. ¿Y no te ha mandado nadie? No, yo he visto niños allí y
he ido a ver. Pero tú has amenazado a un guardia y te has cagado en su madre. Bueno,
yo le he amenazado, pero no me he cagado en nadie, le he dicho que lo haría si
tocaba al niño, pero como no le ha tocado ni le he dado la hostia que le había
prometido ni me he cagado en nadie. Estuve tres días en el calabozo.
En esa época ya
tenía yo el carnet de las Juventudes, el número siete. Raimundo me había
reunido un día con otros para proponernos formar las Juventudes Comunistas,
porque hasta entonces sólo existía el Partido, y nos explicó lo que
significaba: las consecuencias son estas y estas, todo lo que me podía pasar
siendo comunista. No pasa nada, le dije yo, si hay que luchar, se lucha; si a
los once años tuve que ir a trabajar, justo es que luche yo con vosotros por
mis derechos y si hay que ir a la Juventud, pues a la Juventud.
Cuando salí de
aquella primera detención fui a mi casa. Vivíamos en una planta baja y cuando
llegué, mi padre estaba con una zapatilla esperándome, porque su idea era darme
una paliza para que no repitiera. Entra, entra, me decía. El iba retrocediendo
mientras me lo decía y yo iba entrando. Teníamos la puerta a la calle y un
pasillo, una comuna, un retrete comunal de los de entonces, donde yo tenía el
carnet de las Juventudes escondido, y cuando llegué a él abrí la puerta, lo
saqué y le dije a mi padre: mire, soy comunista, tengo que luchar por mis
derechos y como ya se ganarme el coscurro, con esto estaré en la casa, pero sin
esto me voy. Mi padre dejo la zapatilla y dijo: mira hija, yo no supe luchar
por lo mío, lucha tú por lo tuyo. Mi madre dijo: ¿esa era la paliza que le ibas
a pegar?
Yo seguía
cogiendo puntos y trabajando en la fábrica, porque la vida nuestra era muy
puñetera. Mi padre ganaba veinticuatro pesetas y mi madre estaba enferma del
estómago con una úlcera sangrante, así que seguía cogiendo puntos por la noche.
Como no teníamos una luz aparente me subía en la mesa con una silla, me sentaba
debajo de la bombilla y allí cogía los puntos.
Mi madre tenía
que tomar mucha leche, así que por las mañanas me busqué un trabajo para
repartir leche por las casas con dos cántaras. Me daban quince pesetas. En invierno
se me quedaban las manos agarrotadas de llevar las cantaritas de leche y las
clientas se la tenían que servir ellas mismas porque yo no podía, pero a mí me
daban dos litros. En la casa donde vivíamos pagábamos quince pesetas de
alquiler y como las dueñas de la casa no tenían agua corriente y tenían que llevarla
con un cántaro, un día sí y otro no yo iba también a llevarles el agua por las
tardes, cuando salía de la fábrica, y me pagaban con el recibo de la casa. Así
íbamos trampeando.
En esa época
también me eché novio. Era un muchacho muy majo y muy guapito y nos queríamos.
Un día vino y me dijo que no podíamos salir porque tenía que hacer una chapuza,
yo le dije que de acuerdo y en cuanto el se fue me marché yo también porque
tenía una reunión de las Juventudes, que se celebraban en una casa que teníamos
en la plaza de la Concordia, en Guadalajara. En la puerta había un grupito de
gente, entre los que estaba mi novio, que miraba a los que entraban. Yo le vi,
pero entré en la casa. Cuando empezó la reunión entró el grupito que estaba
fuera y mi novio con ellos. Así me enteré que él también estaba en las
Juventudes y él se enteró de que estaba yo, porque hasta entonces, como éramos
clandestinos, no lo sabíamos.
Tomasa Cuevas
En ese tiempo
que estuve parado vino la República. Yo estaba todo el día en la calle viendo
las cosas que pasaban en Madrid: las manifestaciones, las carreras de la
policía, los golpes que daban a los manifestantes. Todo aquel periodo lo viví
así, con gran intensidad y expectación, como la mayor parte de la gente. Vi
como izaban la primera bandera republicana en el Palacio de Comunicaciones de
Cibeles, a las tres y media de la tarde del 14 de abril, y participé en la
manifestación que se formó después.
Por aquella
época me coloqué de panadero para repartir pan a domicilio. En el nuevo trabajo
tenía que ir a algunas tahonas a recoger pan y ya empecé a ver otro ambiente.
Un ambiente que no había conocido antes en la tienda en la que trabajaba.
Recuerdo que un día, en una tahona de la Plaza de Herradores, bajé al horno que
estaba en el sótano y los obreros estaban tomando un bocadillo. Habían parado
porque el pan se tenía que cocer. Venga, chaval, echa un trago de vino, me
dijeron. No, yo no bebo, contesté. Que sí, coño, que además hoy estamos de
fiesta, me explicaron. ¿Hoy es fiesta? ¿Y por qué?, pregunté. Pero no te has
enterado que al farruco de la tahona del Mico le han dado un cacharrazo, la
lástima es que no le han matado. Se trataba del propietario de una tahona que
por lo visto era muy malo, el jefe de la patronal, y había sido una cosa
organizada por el sindicato. Todo aquello, en medio del tremendo remolino de la
proclamación de la República, ayudó a que surgiera en mí la cosa política.
Me afilié al
Sindicato de Artes Blancas de la UGT, que era el de los panaderos, y monté una
sección de los repartidores, que hasta entonces no estaban representados. Allí
conocí a los primeros comunistas, aunque cuando hubo las elecciones para la
directiva del sindicato voté a los socialistas. De todas maneras ganaron los
comunistas, que pronto empezaron a dar trabajo sindical a todos los que
mostraron interés, yo entre ellos. Iba por las tahonas hablando con la gente
para afiliarlos, para conocer en qué condiciones estaban.
Dentro del
sindicato fui viendo el contraste entre unos y otros, y, claro, los socialistas
me parecían unos cantamañanas, unos señoritingos, que mucho hablar, pero
trabajar en defensa de los trabajadores poco, mientras que los otros eran todo
lo contrario. Así que en el año 34 ya me consideraba comunista, aunque no me
afilié al partido hasta dos años después.
También empecé a
leer literatura revolucionaria. Entonces ya se publicaban en España muchas
cosas. Una revista que leía siempre era la Correspondencia Internacional que
editaba la Internacional Comunista. Salía todas las semanas y creo que costaba
quince céntimos. Me leía desde el encabezamiento al índice y eso me suponía
estar al tanto de lo que ocurría en todo el mundo: los trabajadores de Chile, los
trabajadores de Francia. A mí eso me dio una idea que me ha acompañado siempre:
la idea de la universalidad de la lucha y de la universalidad del adversario, y
que no contaba solamente el trocito de mundo donde uno estaba. Yo ya vi que ese
era el camino.
Simón Sánchez Montero
Aunque nací en
Bilbao en el año 20, desde los seis años me trasladé a Madrid a vivir con unos
tíos que eran propietarios de una carbonería. Estudié normalmente en el colegio
y terminé los estudios justo cuando empezó la guerra. Mi tía era una mujer
republicana de toda la vida. Me acuerdo que al mismo tiempo que iba al colegio
también iba por las noches a una academia de artes y oficios para aprender
mecanografía. Allí tenía relaciones con gentes que eran del Socorro Rojo
Internacional y de una agrupación dependiente del Partido Socialista que se llamaba
"Salud y Cultura". De ellos debí aprender las canciones
revolucionarias de antes de la guerra, que recuerdo que se las cantaba a mi tía
cuando volvía a casa por las noches. Con ellos iba también a alguna reunión,
que unas veces se lo decía a mi tía y otras no, porque en aquella época las
chicas no es que fuéramos tímidas, aunque yo si lo era, sino que éramos muy
respetuosas con los mayores y nos parecía que si hacíamos algo que les podía
ofender era mejor engañarles y no decírselo, aunque eran engaños un poco
infantiles, sin importancia.
Una cosa que
recuerdo muy bien es el día de la proclamación de la República. Yo vivía en la
zona de Chamberí, en la calle Caracas, y la directora del colegio al que
acudía, que estaba enfrente de casa, era republicana. Recuerdo perfectamente
que aquel día, que debía ser laborable, porque estábamos en el colegio, como
por arte de birlibirloque, al momento estaba ya la bandera republicana en el
balcón. Yo todavía no había cumplido los once años. Inmediatamente, las chicas
que estábamos en clase, porque aquel era un colegio de niñas, ya que entonces
colegios mixtos había muy pocos, salimos a la calle y cantábamos aquello de
"no se ha ido, que le hemos barrido, no se ha marchao, que le hemos echao".
Cuando yo tenía
trece o catorce años, antes de la guerra, mandábamos cartas a Brasil y a
Alemania para pedir la libertad de Luis Carlos Prestes y Ernesto Thaeleman [3].
Me acuerdo que era muy pequeña y le pedía a mi tía los diez céntimos que valía
el sello. Recuerdo también un día que llegaba yo de la academia a las nueve de
la noche o así, y en un sitio con poca gente, delante de un convento que hay en
la zona que va de Zurbarán a Caracas, un falangista estaba repartiendo
octavillas con su candidatura y me dio una. Empecé a leerla y cuando me di
cuenta de lo que era latiré al suelo. El falangista me dio un tortazo y llegué
a casa llorando. Al verme, mi tía me recomendó que otro día no la tirara
delante de él, sino que la guardara en un bolsillo y la tirara más adelante.
También recuerdo cuando mataron a Galán y García Hernández[4],
que comprábamos unas postales que decían que si se miraban fijamente y luego se
miraba al cielo se veía allí su imagen. Nos parecía una cosa excepcional,
aunque luego, cuando he sido mayor, he sabido que era un simple efecto óptico.
Manolita del
Arco
Aunque primero
me afilié al Partido Socialista aquello duró muy poco. Llegó a mis manos Mundo
Obrero y entré en contacto con gente comunista y de esa manera cambie enseguida
de rumbo. A través de él me puse en contacto con Madrid, con el Partido
Comunista.
Entonces no
había todavía Partido Comunista organizado en la provincia de Orense, había un
comité regional en Vigo, y me invitaron a que me dirigiera allí, lo hice y me
contestaron que contactase en Orense con un veterinario, que después fue
secretario del Partido, una persona excelente y un gran orador, un gran
organizador. A través de él, Avelino Álvarez, me hice comunista y después fui
el organizador del Partido en toda aquella comarca. Tenía entonces diecisiete
años. Esto fue ya en el 31, al socaire de esa etapa en la que ingresaron gente
como Irene y Cesar Falcón y otros intelectuales, que se hicieron del partido
porque se cansaban de ver que el gobierno socialista tenía muchos defectos, que
no se resolvían los problemas, que no se hacía la reforma agraria que era
necesaria, que seguía habiendo mucho paro obrero.
Me hice
comunista a partir de esas coordenadas y empecé a organizar el Partido en mi
pueblo, con los amigos y compañeros de mi edad y a partir de ahí el Partido se
empezó a extender por toda la comarca. Tuvimos organizaciones en toda la zona
aquella y hacíamos propaganda, pintábamos paredes, repartíamos pasquines. Al
principio no sabíamos muy bien que íbamos a hacer en una comarca en la que el
proletariado agrícola era muy reducido. La gente tenía su propiedad, pero con
el problema de la baja del precio del vino y con las dificultades que había,
eso nos daba elementos para empezar. También la reducción del precio del
ganado, que era un elemento importante, y poco a poco fuimos adquiriendo
conocimientos.
Al comienzo,
cuando íbamos a los pueblos la gente se reía de nosotros, a veces nos
abucheaba, pero la tenacidad es un factor esencial y en muchos pueblos donde
antes nos abucheaban o nos tiraban piedras, al poco tiempo lográbamos crear una
célula del Partido y conseguimos un ambiente favorable para nosotros. Éramos
chicos jóvenes, majos, la gente conocía a nuestros familiares y sabía que no
éramos delincuentes, que éramos gente trabajadora, que por el día estábamos en
las viñas, en el campo, y que por la noche nos quitábamos la tierra de los
zapatos y nos íbamos a las aldeas para explicar lo que había que hacer para
luchar y demás. Así se creó aquel Partido Comunista, que cuando empezó la
guerra en el 36 tenía unos quinientos militantes en toda la comarca.
Participamos en
la solidaridad con la revolución de Asturias en el año 34. Fue la primera vez
que a mí me metieron en la cárcel con otros compañeros, algunos comunistas,
otros socialistas o galleguistas. Estuvimos algún tiempo detenidos, aunque no
nos llegaron a procesar. Nuestra detención fue sin embargo un elemento muy
importante, porque la comarca reaccionó en solidaridad con nosotros y mucha
gente que no nos conocía venía a vernos a la cárcel y nos traían comida o
garrafones de vino. Una solidaridad impresionante, hasta tal punto que mi
madre, que estaba muy triste por mi detención, cuando fue a verme a la cárcel y
vio que había tanta gente que nos iba a visitar y nos llevaba cosas de comer y
de beber, se sintió impresionada y, claro, sintió un cierto orgullo de que su
hijo y sus compañeros hicieran esa movilización sin pretenderlo, simplemente
por una reacción a favor nuestro y en contra de las autoridades y de la fuerza
pública.
Era cuando se
preparaba la idea del Frente Popular y cuando salimos de allí nos planteamos la
tarea de extender el Partido y de organizar el Frente Popular. En la mayoría de
los pueblos obtuvimos unos resultados importantes en las elecciones, aunque en
el resto de la provincia las ganó la derecha. En aquellos tiempos nosotros nos
transformamos ya en un punto de referencia para muchísima gente de los pueblos,
que nos trataban con creciente simpatía. Cuando hacíamos mítines asistía mucha
gente, porque los vecinos de los pueblos veían que todos éramos gentes como
ellos. También organizamos los sindicatos, primero la UGT, y luego, cuando
vimos que dadas las condiciones de la comarca había que prestar atención a los
campesinos, no simplemente a los obreros agrícolas, se creó en Orense la
Federación Campesina en abril del 36, a la que se afilió la mayor parte de la
población rural.
Con todo ello
nos hicimos la fuerza hegemónica políticamente de la comarca y por eso ganamos
en muchos sitios las elecciones que hubo el 16 de febrero del 36. Como allí
anteriormente, el 13 de abril del 31, había ganado la derecha en las
municipales, al ganar el Frente Popular se crearon comisiones gestoras en los
ayuntamientos. En mi municipio también se creó una gestora del Frente Popular.
La mayoría del grupo éramos nosotros, pero pensamos que poner un alcalde
comunista era un poco extremo y entonces propusimos un alcalde socialista, que
era de izquierdas, un amigo nuestro. Yo era el primer teniente de alcalde y creamos
un ayuntamiento realmente del Frente Popular que resolvió uno de los problemas
más urgentes que había en el pueblo.
En esos pueblos
el problema más importante para la gente era el reparto del consumo, una cuota
que se pagaba todos los trimestres y que, naturalmente, según quien hiciera el
reparto dependía mucho la cuota que le ponían los agentes a cada uno. Cuando
gobernaban los caciques, quienes pagaban el pato eran los pobres, la gente
humilde, pero al crear la junta del Frente Popular, vino el presupuesto
municipal e hicimos una gran batalla política de discusión y debate y nosotros
propusimos dejar exentos de consumo a toda la vecindad que no tuviese los
ingresos adecuados hasta un límite determinado. Primero tuvimos muchas
dificultades con los galleguistas, que estaban emparentados con la gente más
burguesa, también con algunos socialistas, que pensaban que de todas maneras a
los que hubiesen votado por la derecha era a los que había que cargarles el
consumo.
Nosotros
partimos de la base de que, independientemente de por quién hubiesen votado, a
la gente pobre había que eximirla totalmente del consumo y el presupuesto
municipal había que cargarlo en las cinco o seis familias muy ricas que había,
y a la clase media, digámoslo así, dejarla con un poco menos de consumo del que
tenían. Después de una batalla dialéctica en el ayuntamiento con galleguistas y
socialistas logramos que triunfase nuestra tesis por mayoría democrática y se
aplicó esa política. Eso fue un acontecimiento sensacional, porque la gente
humilde que había votado por la derecha vio que nosotros no teníamos una
política de venganza ni de represión contra ellos, sino que éramos los que
realmente defendíamos a los pobres. Entonces nos hicimos sumamente populares y
los comunistas éramos el punto de referencia de la masa de la población.
Lo hablé con mi
familia, con harto sentimiento de dejarla sola, porque en ese momento en mi
casa el único hombre era yo, pero mi madre tuvo esa actitud que tienen las
madres con los hijos, me dijo: mira hijo, si esa es tu vocación hazlo, porque
nosotras, aunque pasemos dificultades, de todas maneras no nos vamos a morir de
hambre, así que lo que te pedimos es que no nos olvides, que te acuerdes de
nosotras y tal. Y el 2 de junio de 1936 salí en un autobús para Madrid, que
llegó al otro día por la mañana a la calle Piamonte, donde estaba la Casa del
Pueblo y donde estaba la redacción de Mundo Obrero, que era el punto de
referencia. Empecé el cursillo, pero duró solamente mes y medio, porque el 18
de julio empezó la guerra.
Santiago Alvarez
[1].- “Retrato hablado de Luisa Julián”.
Compañía Literaria, Madrid, 1996.
[2].- “El
Único camino”. Ediciones Progreso. Moscú. Hay múltiples ediciones
posteriores.
[3]
.- Secretario general del Partido Comunista de Brasil y dirigente comunista
alemán, respectivamente, que se encontraban encarcelados. Prestes salió en
libertad en 1945, pero Thaeleman fue fusilado en 1944 tras once años de
aislamiento carcelario. Ambos dieron nombre a sendos batallones de las Brigadas
Internacionales.
[4]
.- Capitanes sublevados en Jaca por la República el 12 de diciembre de 1930,
fueron fusilados dos días después.
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