Oskorri. Tradición y modernidad.
En los años ochenta se
vivió en España un cierto auge de los grupos de lo que se llamó algo así como
folklore evolucionado. Grupos como Oskorri, Milladoiro, Al Tall o El Nuevo
Mester de Juglaría, entre otros muchos nuevos que fueron surgiendo, que
actuaban por toda España con singular éxito en la gran cantidad de festivales,
encuentros y certámenes especializados que florecían en aquella época por todas
partes.
Tanto era así, que en el
verano de 1984, cuando en EL PAÍS decidieron publicar una serie de pequeños
reportajes sobre grupos musicales en gira, me encargaron que realizara uno a
Oskorri, que ese año tenía en la agenda 60 recitales por toda España. Les
acompañé en uno de sus viajes, que tuvo mucho de recorrido gastronómico, y el
resultado es lo que transcribo a continuación. También incluyo un par de
reseñas de recitales dejan clara mi opinión sobre el grupo vasco, un paradigma
de tradición y modernidad.
Oskorri, los galos
Un grupo vasco que hace giras por toda España
EL
PAÍS. 25 AGOSTO
1987
El taxista que conduce al cronista a la
estación de Madrid, donde deberá tomar un tren a Vigo, muestra su agrado por la
música de Oskorri. Caso raro, pues no es éste un grupo que suene con asiduidad
en la radio ni aparezca regularmente en la televisión como para tener tal
popularidad. Con 15 años de carrera a sus espaldas, cantar en euskera y hacer
una música que se sale de lo convencional y rompe todas las barreras
estilísticas ha sido una desventaja para su difusión mayoritaria, aunque en los
tres últimos años sus actuaciones tengan lugar con frecuencia fuera del País
Vasco, donde habían trabajado casi con exclusividad hasta entonces. Más de 60
actuaciones en toda España tendrán anotadas en su agenda cuando terminen este
año una gira que no conoce inviernos ni veranos.
El auditorio del parque de Castrelos, en
Vigo -ciudad incluida por Oskorri en su gira, este verano-, cuenta con una zona
de pago cercana al escenario y una amplia grada a la que se puede acceder de
manera gratuita. Quizá como resultado de ello las sillas muestran grandes
claros de público mientras que una gran cantidad de jóvenes, alrededor de
3.000, llenan las gradas del fondo. Natxo de Felipe, con un estilo que mezcla
la ironía, el cariño y el distanciamiento, invita a bailar a un público que no
ve y al que escucha aplaudir en la lejanía.
En medio de la canción, el encargado del
foco ilumina las gradas: un grupo de jóvenes vascos que ha ido de excursión a
Vigo y que está entre el público ha puesto a bailar a todo el mundo. Es como un
recital entre paréntesis. Entre el calor del escenario y las gradas se encierra
el frío del vacío de las filas de pago.
Han cantado en euskera, pero, naturalmente, han hecho las
presentaciones en castellano, ya que, como explica Natxo, no han podido
aprender más que algunas pocas palabras en gallego. Una de ellas es graciñas, que el público agradece con
entusiasmo cada vez que la pronuncia.
Cuando termina la actuación, Natxo y
Joserra comentan con el organizador del festival el asunto del idioma: "Alguna vez nos hemos encontrado con el
clásico grito de que cantemos en cristiano, pero la verdad es que es bastante
raro y normalmente no hay ningún problema; la gente no muestra ninguna
extrañeza", concluyen, mientras recogen los instrumentos o le dan
buenos tientos a una bota que acaban de regalar a Antón, quien posee la sonrisa
más contagiosa de la música española, según una espectadora que asegura
haberlos visto varias veces.
Llegaron a Vigo el día anterior,
aprovechando para celebrarse convenientemente en un restaurante que recomienda
la guía Michelin. Oskorri viaja normalmente por carretera, en dos o tres coches
cuando hay que transportar tan sólo los instrumentos y en una furgoneta cuando
son ellos quienes ponen el equipo de sonido. La guía Michelin es una especie de
biblia personal que Natxo lee en voz alta cuando les llega la hora de comer en
carretera y el hambre hace mella en los viajeros. Al día siguiente, de vuelta
hacia Bilbao, también es consultada para elegir parada y fonda.
Días después, en un pueblo de La Rioja
alavesa que cuenta con un millar de habitantes en invierno y los multiplica por
10 cuando se llena de veraneantes de Bilbao o San Sebastián, el ambiente es
bien distinto. Los miembros del grupo descargan el pesado material con una
solidaridad que no excluye las quejas sobre tan triste destino del artista.
Unos niños juegan al frontón, mientras ellos ponen en pie las torres de luces y
unas cuantas jovencitas toman sitio con horas de antelación.
Cuando comienza la actuación el local está
lleno a rebosar. Un público de ocho a 80 años ocupa las gradas y se amontona en
la puerta. Durante más de dos horas sus canciones son coreadas por la gente,
aunque en las más lentas se escuchen las voces y los juegos de los más
pequeños.
Al final, cuando una multitud de jóvenes,
especialmente chicas, se acercan a ellos para pedirles autógrafos, Fran, que
está guardando el violín, habla en euskera con una niña de no más de ocho años: "Yo tengo una cinta vuestra que me gusta mucho". "¿Qué canción te gusta más?". "Aita semeak", contesta la niña, la
misma que antes cantaba entre el público a voz en grito al tiempo que el grupo
la interpretaba en el escenario.
Ya han terminado de recoger el equipo.
Mientras algunos toman una copa en un bar cercano, Natxo, Antón, José y Txarli
juegan una partida en el frontón. Cuando acaban están sudorosos y fatigados.
Toman los coches y vuelven de nuevo a casa. Como los galos de Astérix, a
Oskorri les gusta la guasa, comer y beber bien, son protestones, indisciplinados
y pendencieros, pero quieren a los amigos y sólo le temen a que el cielo se
caiga sobre sus cabezas.
Natxo
de Felipe, 37 años (composición, voz, guitarra, percusión, acordeón); Antón
Latxa, 36 años; composición, voz, guitarra); Bixente Martínez, 33 años
(composición, guitarra, mandolina); Fran Lasuén, 28 años (composición, voz,
violín, txalaparta), Joserra Fernández, 27 años (flautas, alboka, txirula,
armónica, pandereta, txalaparta); Txarli de Pablo, 27 años (baje); José
Urrejola, 22 años (saxo, flauta); Jean Phocas, 39 años (sonido), y Kepa
Junkera, 22 años (trikitritxa).
La magia del cantar
Jornadas de música popular del País. Vasco Colegio Mayor San Juan
Evangelista. Madrid, 17 de noviembre.
EL PAÍS. 19 NOVIEMBRE 1984
Grupos como Oskorri, y recitales como el que este grupo vasco ha dado en
Madrid, o como los que he tenido ocasión de verles durante el último año en
diversos lugares, le devuelven a uno el placer de la crítica musical. Y no
tanto por la perfección técnica, que normalmente es impecable, aunque en esta
ocasión adoleciera de una mínima inseguridad, debida a la integración de un
nuevo músico que tocaba por primera vez con ellos, sino por esa magia especial
de la música viva y en comunicación irrefrenable con el público. De todas
formas, la incorporación de Santi Ibarreche es positiva, pues introduce con su
saxo y su flauta un cierto toque de resonancias jazzísticas que enriquece el
sonido habitual del grupo. Fue un recital espléndido, un derroche de alegría y
profundidad, como corresponde a un conjunto en plena madurez, que se encuentra
entre los mejores de Europa, dentro de una línea maestra que va desde Fairport
Convention o Steeleye Spann hasta Malicome o Gwendal.
Si una canción es como un edificio, en la que cada elemento -armonía,
ritmo, timbre, melodía, estructura, arreglos e interpretación-, debe ocupar su
sitio exacto, manteniendo las tensiones necesarias y soportando los pesos
precisos para que el resultado final sea sólido, resistente y bello; un recital
es como una urbanización, en la que el equilibrio y la distribución de las casas
es fundamental para disfrutarlo en plenitud.
Pues bien, las canciones y los recitales de Oskorri son así. La combinación
de ritmos, cadencias, sonidos y temas compone un friso rico y variado, una
urbanización musical en perfecto estado de habitabilidad, aderezado por las
zonas verdes y de esparcimiento que aporta la campechanía documentada y
coloquial, no exenta de tonos ácidos, de las presentaciones de Natxo de Felipe,
cantante multi instrumentista y compositor principal del grupo.
Todos los integrantes de Oskorri son músicos altamente competentes,
contribuyendo a esa fascinación que rezuma el continuo juego contrapuntístico
de algunos instrumentos, las armonizaciones vocales e instrumentales modernas
de las melodías tradicionales o propias, la mezcla de instrumentos tan dispares
como los tradicionales: alboka, txirula, acordeón, triki trika, txalaparta o
mandolina, con percusiones indias y africanas que suenan junto a los más
modernos: guitarras acústicas, flauta, saxo, violín electrificado, bajo y
guitarra eléctricos. Todo ello redunda en un sonido rico, de sugerente fuerza,
expresividad y matizaciones. Una cosa así no puede ser fruto de la
improvisación o la espontaneidad, sino resultado del talento desarrollado a lo
largo de muchos años de trabajo y ocho discos editados, de los que cada uno es
mejor que el anterior. Oskorri ha comenzado a actuar por toda España y Europa.
Evidentemente, es un grupo cuya calidad exige ampliar el ámbito de su actividad
a nuevas geografías y nuevos públicos.
Conocer el pasado, construir el presente
Oskorri. Natxo de Felipe (percusión, guitarra acústica,
acordeón y voz), Antón Latxa (guitarra acústica y voz), Fran Lasuén (violín,
txalaparta y voz), Bixente Martínez (guitarra eléctrica, mandolina y
txalaparta), José Ramón Fernandez (alboka, xirula, flauta y armónica), Txarli
dé Pablo (bajo eléctrico), José Urrejola (saxo y flauta), con Kepa Junkera
(trietrixa). Duración: 110 minutos. Teatro Victoria Eugenia. San Sebastián, 2
de enero
EL PAÍS. 5 ENERO 1987
El grupo Oskorri va a cumplir 15 años. En
marzo celebrarán el acontecimiento con un magno recital en Bilbao en el que se
reunirán todos los antiguos miembros del grupo. De momento están presentando en
una serie de actuaciones su última grabación, el disco titulado In Fraganti, que interpretaron casi totalmente en este
recital junto a otros temas pertenecientes a épocas anteriores, remontándose
hasta su primer disco al cantar alguna de las musicalizaciones que entonces hicieron
sobre poemas de Gabriel Aresti.
Excepto en los bises, no repitieron ni uno
solo de los temas que han configurado su repertorio en los últimos tres años.
Un repertorio que han cantado básicamente en recitales al aire libre, y en el
que daban cabida fundamentalmente a sus canciones más rítmicas, más bailables,
entre las que intercalaban con inteligencia alguna de sus hermosas baladas. Para
esta ocasión, en que los recitales están teniendo lugar en teatros -lo que
establece una relación con un público completamente diferente-, han elegido un
repertorio mucho más tranquilo, con canciones de tiempo medio y una
estructuración lineal, dramática y continua, que sólo se rompe para entonarse
rápidamente en la última media hora de actuación.
Estuvieron presentes, naturalmente, los
mejores temas de su reciente disco: el impresionante Martin Galox, el lamento de una viuda gitana de 1930 por
la muerte de su marido, al que ha puesto una música de hondo dramatismo Natxo
de Felipe; Hau
da debilidade; Biofin musikaz, de Bixente Martínez, o Ostatuko neskatzaren, de Antón Latxa, entre otras.
Una propuesta de recital sin concesiones,
sin fáciles enganches con el público a partir de temas conocidos, exigiendo y
obteniendo una atención cada vez más ausente de los recitales de canción
popular, pero totalmente necesaria para degustar las canciones sensibles y
matizadas que presentaba el grupo.
La música de Oskorri se articula como un
diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la
contemporaneidad. La mezcla de instrumentos tradicionales y modernos,
pertenecientes a muy diversas culturas, utilizados para interpretar temas de
inequívocas resonancias vascas, sean éstos de origen tradicional o de creación
propia; la inclusión de letras contemporáneas en melodías tradicionales y, a la
inversa, melodías modernas para textos tradicionales; los arreglos con
armonizaciones complejas que tan sólo aparecen como sencillas gracias al dominio
que cada músico tiene de sus instrumentos; una base rítmica suavemente marcada,
a veces insinuada, pero siempre firme y segura; un gusto por el matiz siempre
presente, y un eclecticismo formal que desborda los límites del localismo,
hacen de su música una de las propuestas estéticas más atrevidas y novedosas de
la música popular española.
No es el suyo un simple intento de poner
al día melodías más o menos tradiciones ni de recuperar esencias perdidas, sino
de crear un lenguaje propio y original que, manteniéndose firmemente aferrado
con una mano a las raíces del árbol de Guernika, suelte desde sus ramas atrevidas
palomas musicales con la otra.
Un lenguaje que les sirva para expresar su
visión de la vida y, por qué no, también de la realidad cotidiana de su país.
El resultado son canciones de una riqueza tímbrica sorprendente, de textos debidos
normalmente a poetas vascos que se adaptan perfectamente a las músicas que
componen los miembros del grupo, y que narran, en una perfecta unión de fondo,
forma e idioma, historias que también discurren entre esos dos polos de conocer
el pasado y construir el presente.
Con Albert Pla
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