Los nuevos y jóvenes cantautores de
1985. Batanero. Bergia. Vigil. Hernández…
En
enero de 1985 parecía que se estaba fraguando un cierto renacer de los cantautores
con la aparición de una buena cantidad de jóvenes que se dedicaban a ello con
la cabeza muy alta. El que estuviera colaborando entonces en EL PAÍS me
permitió ocuparme de ellos con cierta regularidad, en unos tiempos en que
escribir de canciones daba para vivir.
Aquellas
esperanzas en el resurgimiento resultaron erróneas. No artísticamente, que hay
en aquella generación artistas de peso, pero si socialmente. La industria y los
medios se desentendieron despreocupadamente de los recién llegados, y de paso
se olvidaron de sus antecesores, en medio de la cruzada por el olvido y el
analfabetismo en la que estaban metidos. Los circuitos oficiales de
distribución decidieron que la canción de autor no era lo suficientemente
moderna ni servía para atraer multitudes alrededor de ídolos hemofílicos, y los
privados la ignoraron; unos y otros con la excepción de los cuatro nombres
consagrados que atraían multitudes. Elígeme, el local de Malasaña, abrió el
camino de los bares como refugio de supervivencia, que con el tiempo ha pasado
a ser el principal circuito de distribución de la canción de autor.
En
la actualidad no es que haya nuevos cantautores de hoy, es que son legión.
También son nuevos tiempos, radicalmente diferentes a los de hace 30 años.
¿Toca ahora el renacimiento o se volverá a quedar todo en agua de borrajas?
Supongo que dependerá de cómo se actúe en el tema. En aquella época,
parafraseando al Che Guevara, transforme aquella consigna suya de crear uno,
diez, cien vietnams, en crear uno, diez, cien elígemes, que ahora bien podía
ser otros tantos Libertad 8. Y dar la batalla desde ellos. Corto, que me pongo
programático y no quiero.
El Pais. 26
ENE 1985
En
la galería Aldaba, una pequeña y recogida sala abovedada de piedra y ladrillo
del Madrid viejo, en un ambiente casi familiar, con abundancia de nombres
conocidos de la canción de autor española, se presentaron anteanoche Miguel
Vigil, Mercedes Viesques y Javier Batanero, tres nuevos cantautores que en
algunos casos ya llevan años actuando en reducidos clubes, pero que no habían
tenido la trascendencia en su trabajo a que su calidad les hace acreedores.
Organizado por la Asociación para la Música Popular, el acto se inscribe en la
serie de tertulias y actuaciones que todos los jueves programa dicha asociación
para escuchar a nuevos cantantes y debatir sobre la música española.
Los
enterradores musicales se apresuraron estos años a echar paletadas de tierra
sobre la inexistente tumba de la canción de autor. Con la urgencia que imprime
la moda se dieron a anunciar caducidades y otros despropósitos que, basados a
veces en argumentos verosímiles, han contribuido a una crisis injustificada.
El
éxito de los más destacados (Serrat, Aute, Miguel Ríos o Víctor Manuel), la pervivencia
regular de otros, cuyos últimos discos están dejando constancia del creciente
valor de su trabajo (Llach, Sabina, Raimon, Carlos Cano, Lertxundi, Labordeta,
y otros), la reaparición discográfica de algunos que habían estado apartados
durante períodos de tiempo más o menos largos (Luis Pastor, Antonio Resines o
Pablo Guerrero) y las primeras grabaciones de nuevos cantautores (el andaluz
Javier Ruibal, el vasco Ruper Ordorika o los madrileños Alberto Morales o
Javier Bergia), demuestran que los intentos necrófagos de los medios de
comunicación y sellos grabadores han sido prematuros.
Una
visión de la vida
Cantautor
es una definición ambigua utilizada erróneamente para catalogar a cantantes de
supuesto y exclusivo mensaje político y simplicidad musical. En realidad,
debería referirse a cantantes que crean las propias canciones que interpretan,
y, por extensión, podría aplicársele a quienes, aun no siendo autores, expresan
a través de sus interpretaciones una visión coherente y personal del mundo y de
la vida. Una palabra que lo resume todo para acabar no definiendo nada. Miguel
Vigil, Mercedes Viesques y Javier Batanero pertenecen, como José Ayala en
Valladolid, Ana Benegas en el País Vasco o Javier Moreno en Canarias, a la
generación de cantantes nacidos en la transición, justo cuando los derroteros
discográficos parecían circular por otros caminos. Están construyendo una obra
ya consistente que sólo consiguen mostrar casi en privado.
Comenzó
Miguel Vigil. Acompañado a la guitarra por el siempre preciso e inspirado
Gaspar Payá, desgranó un conjunto de crónicas urbanas que traslucen un regusto
en los modos compositivos e interpretativos de artistas como Hilario Camacho.
Inmejorable escuela que junta sensibilidad, modernidad y calidad en partes
iguales. Mercedes Viesques, acompañada con una cierta bisoñez por Pedro Antonio
Tar a la guitarra, Enrique Ríoboo al acordeón y Miguel Murillo a la percusión,
desarrolló una línea más clásica, plana e intimista.
Quizá
sea Javier Batanero, el más joven del grupo, con apenas un año de experiencia
musical, quien ofrezca una línea con más posibilidades. Autor, como los demás,
de sus propias canciones, éstas ofrecen creatividad más que suficiente para ser
tenidas en consideración. Textos inspirados, a medio camino entre la reflexión
y la crónica, con gotas de distanciamiento irónico y ternura amorosa, y músicas
frescas y comunicativas son sus bazas más evidentes.
Acompañándose
él mismo a la guitarra y con la colaboración vocal de Pilar Carbajo,
acompañante habitual de Joaquín Sabina, cerró una presentación que debe
abrirles camino a poco que la normalización de la música popular española asuma
que vivimos tiempos de eclecticismo en los que cualquier estilo o género tiene
su sitio, sin exclusivismos marcados por la moda pasajera y huidiza.
Un
importante elemento de difusión de aquellos entonces jóvenes cantautores lo
constituyó el Festival de Jóvenes Cantautores que se celebró en Jaén creo que
desde 1985. Lo organizaba para el Instituto de la Juventud Alejandro Reyes,
viejo conocido desde que dirigía el Club de Música del colegio mayor San Juan
Evangelista, motivo quizás por el que me invitó varios años a participar como
jurado. He de decir que en los primeros años de este certamen recibieron
premios los cantautores recién llegados. Entre ellos estuvieron Javier
Batanero, Javier Bergia, Paco Ortega e Isabel Montero, Miquel Gil, María José
Hernández y Albert Pla, entre otros. Quede constancia de ello en los dos
siguientes artículos.
El Pais. 13 de Nov. 1986
La
confirmación de algunos cantautores jóvenes de indudable valía, el
descubrimiento de firmes promesas y un nivel medio de calidad alto han sido las
notas más destacadas del Segundo Encuentro de Canción de Autor para jóvenes
intérpretes, celebrado en Jaén, que finalizó el viernes. El valenciano Miquel
Gil y el madrileño Javier Bergia compartieron ex aequo el primer premio; el
canario Javier Moreno y la aragonesa María José Hernández hicieron lo propio
con el segundo, y la cantante vasca Ana Benegas mereció el premio a la mejor
letra. También se dieron menciones a diversos aspectos del trabajo de los
cantautores David Alvarez, de Galicia; Carlos Abad, de Navarra; Marcos Peral,
de Extremadura; el grupo Akebia, de Murcia, y a Carmen Nieto, de Castilla y
León.
Todos
ellos ofrecieron estilos musicales muy diversos y grados de profesionalidad y
madurez bien distintos. Desde los logros de Miquel Gil en hacer una música
actual que parte de raíces folclóricas y con una sonoridad nada convencional
hasta la sencillez de María José Hernández o David Álvarez; desde el sonido
urbano y eléctrico de Javier Moreno y Javier Bergia al toque folk de Carmen
Nieto, mostraron .estilos dispares que marcan la primera nota característica
que ofrecen hoy los cantautores españoles de menos de 30 años: que la canción
de autor no es una definición estética, sino como una forma de entender la
música popular.
El
criterio de representación territorial seguido en el encuentro y las
diferencias de los métodos de elección y de las exigencias requeridas con que
se ha seleccionado a los diversos participantes ha motivado una gran disparidad
entre ellos. Cantautores absolutamente noveles y sin la menor experiencia se
han visto forzados a competir con nombres que tienen ya una obra madura y
largos años de trabajo.
Una
cierta ambigüedad de las bases del encuentro; su carácter competitivo, que no
parecía lo más adecuado para una promoción de la canción de autor, y la
necesidad de fortalecer el prestigio y la eficacia de futuros encuentros fueron
temas que el jurado destacó en el acta final y que los participantes
discutieron en una asamblea.
El Pais. 24 de Nov. 1986
El
valenciano Miquel Gil, el madrileño Javier Bergia, el canario Javier Moreno y
la aragonesa María José Hernández cerraron el II Encuentro de Canción de Autor
que anualmente organiza la Delegación de la Juventud del Ministerio de Cultura.
Junto a ellos actuaron Javier Batanero, ganador de la convocatoria del año
anterior, y Luis Pastor, un veterano que puso una inmejorable guinda a un
pastel ciertamente sabroso. Juntos demostraron que la canción de autor va
viento en popa y a toda vela por los enturbiados mares de la música española,
pese a los vientos en contra que a veces soplan demasiado fuertes. Variedad de
estilos, madurez creativa, dominio del lenguaje de la canción y excelentes
envolturas sonoras les caracterizan.
Miquel
Gil ha sido durante 10 años integrante del grupo de raíz folclórica AI Tall. Su
trabajo actual continúa y profundiza el realizado con el grupo en el sentido de
encontrar un lenguaje musical moderno, que parte de una raíz mediterránea y
utiliza con originalidad-y sin convencionalismos la electrónica y la
tecnología. Su actuación, llena de fuerza y creatividad, es una inmejorable
tarjeta de presentación.
Alegría
de neófito
Javier
Bergia es una revelación reciente que se confirma como una fuerte personalidad
artística. Unas canciones perfectamente escritas, que se expresan a través de
una arrolladora presencia en escena, y una voz de acusada personalidad son las
bazas que juega con la precisión de un tahúr y la alegría de un neófito.
Javier
Moreno lleva largo tiempo realizando en Canarias una obra tan interesante e
influyente en las islas como desconocida fuera de ellas. Siempre dentro de
grupos, ésta, es su presentación como solista, y en ella ha mostrado una obra
madura, de canciones inspiradas y férreamente construidas, a la que dan forma
un buen grupo de músicos y unos arreglos imaginativos.
La
aragonesa María José Hernández, de 20 años, una voz sorprendente, unas
canciones de notable solidez y una presencia en escena atractiva a más no
poder, fue la auténtica sorpresa del encuentro. La indefinición de estilo y el
carácter todavía adolescente de algunas de sus composiciones parecen nimiedades
frente al futuro que se deja presentir ante su trabajo.
Javier
Batanero posee un estilo directo y comunicativo en escena, una voz rica y
matizada y unas condiciones innatas de cantante y compositor. En los dos
últimos años viene un realizando un trabajo cada vez más perfecto y afinado.
Cuajó una actuación impecable y cargada de fuerza que le sitúa a la cabeza de
la lista de jóvenes cantautores. Lista que en este encuentro ha salido
notablemente reforzada.
La
sala Elígeme en San Vicente Ferrer, que dirigían Víctor Claudín y Pedro
Sauquillo, fue otro altavoz fundamental a la hora de dar a conocer el trabajo
de la nueva generación de cantautores que estaba naciendo a mediados de los
años ochenta. Vayan aquí las crónicas sobre las presentaciones allí de Batanero
y Bergia.
El Pais. 6 de Abril 1987
La
primera vez que se ve a Batanero sobre un escenario la impresión inmediata es
que hay algo en él, un cierto candor y también una inescondible malicia que
resultan atractivas a primera vista. Tras una escucha detallada, se puede ver
que tras Batanero hay mucho más que algo: una inequívoca capacidad para
escribir buenas canciones, un conocimiento poco habitual de la canción de los
otros, un estilo personal que ha asimilado de manera original los inevitables
maestros. Todo ello le convierte en una de las voces más interesantes surgidas
en España en los últimos años. Más que una promesa, una realidad.
Domina
Batanero el escenario con su sola presencia. Sabe estar en él y disfrutar de
él, lo que constituye un vehículo ideal para hacer llegar unas canciones de
impecable factura técnica. Canciones que muestran las vivencias de un joven que
irrumpe con fuerza en el mundo de los adultos, canciones de grandes esperanzas
y grandes decepciones teñidas de un cierto cinismo prematuro. Todavía aparece
en ellas un sonido de Joaquín Sabina de cuando en cuando, una sombra de Silvio
Rodríguez en un verso o en un giro de voz, un desplante de Luis Pastor en el
escenario, pero cuando interpretó canciones como Abajo, No quiero competir,
Verano no y Niña, dónde estás, entre las ya conocidas, o Yo me subí a un pino
verde entre las nuevas, Javier Batanero da de sí todo lo que ya es.
Acompañado
por un grupo de buenos músicos, Batanero ofreció un recital sobrio, con pocas
explicaciones, quizá un poco anárquico en su estructura, que fue recibido con
calor. Bien es verdad que jugaba en casa. Batanero y la sala Elígeme vienen a
ser, aparte de otras cosas, síntomas de un mismo hecho: que los desvaídos
caminos de la modernidad, tras poner el pie en mil inciertas playas, han
terminado por reclamar en la ensenada de los prematuramente enterrados
cantautores.
El Pais. 18 de Oct. 1987
De
lo cotidiano a lo mágico
Concierto
de Javier Bergia, voz y guitarra, con Vitorio Herrera (guitarra, voces), Luis
Delgado (bajo y caja de ritmos) y Enrique Mateu Villavicencio (guitarra
sintetizada). Sala Elígeme. Madrid, octubre; 12 noche.
Javier
Bergia es un cantautor creativo y original, que compone sutiles melodías y desarrolla
ambientes armónicos de suave poder evocador e hipnótico. Un contador de
historias que escribe textos siempre ajustados y precisos, de los que deviene
una sutil poesía de lo cotidiano, de esos momentos en los que no pasa nada pero
que se llenan de imágenes y reflexiones (la canción Recoletos es un inmejorable
ejemplo), aunque en sus nuevas obras aparezcan cada vez más letras
interiorizadas de deslumbrante imaginería poética (Estaba libre o Donde una
amapola revienta). Posee Bergia una voz personal y de calidad y sus
interpretaciones se enmarcan dentro de lo que podríamos llamar narradores de
canciones (Dylan, James Taylor o Brassens, por poner ejemplos dispares). No
dramatiza lo que canta; se limita a contarlo desapasionadamente, aunque a veces
la sutileza de sus melodías, no siempre fácil de apreciar, y el distanciamiento
de su interpretación amenacen con una cierta monotonía expresiva.
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