El rock, ¿una nueva sociedad?
Seré breve, que bastante largo es el
artículo (o los artículos, porque se publicó en dos entregas) como para que
decir todo lo que entonces quería decir y a lo que poco tengo hoy que añadir.
Vamos, nada.
Antes que nada, el blues
DIARIO DE LAS PALMAS. 18 ENERO 1983
...Y al
principio fue el rock and roll, hijo bastardo del rithm&blues, el estilo musical
que se encuentra en la base de todo lo que hoy en día, en un país u otro, del
mundo, en un estilo u otro, conocemos como «canción popular» (al margen del
marco específico del folklore y la investigación folklórica.
Si las formas
tradicionales del folklore han aportado a los movimientos de canción popular de
todo el mundo sus raíces históricas, la manera de engarzarse al pueblo en la
búsqueda común de unas señas de identidad, el rock, a través de su influencia
sobre estos mismos movimientos, ha contribuido a darles una dimensión
universal, unos lazos internacionales y un trampolín desde el que afrontar una
posible evolución de formas y contenidos.
Sin embargo, mientras
que el folklore es unánimemente aceptado como fuente de influencia, o, incluso,
de pura y simple imitación, y eso le confiere categoría cultural, no sucede lo
mismo con el rock, que a menudo ha sido despreciado en los círculos culturales
más conservadores --y lo es todavía-- como música foránea e imperialista,
destructor de los valores propios. Esta situación se ha dado, en mayor o menor
medida, en todos los países (incluso USA e Inglaterra) pero quizás se presenta
en estos momentos de manera especialmente agudizada en Canarias, donde, desde
siempre, se mantiene viva la polémica sobre la incompatibilidad del rock y el
folklore como conjunción de lenguajes para crear una canción canaria de hoy, y
donde sólo en los últimos años --en algunos trabajos de Taburiente-- comienza a
romperse esa dicotomía.
Esto tiene
difícil solución. Porque, si bien es cierto que hay mucho de verdad en la
afirmación de que el rock, en su forma más edulcorada y comercial ha sido
utilizado por la industria discográfica internacional (subsidiaria como se sabe
de la americana) para imponer una uniformidad musical que refleje la ideología
dominante y que facilite su impregnación en las clases populares de los
distintos países, entender el rock únicamente desde esta perspectiva supone
cometer un elemental error de apreciación. Olvidar otros componentes liberadores
y progresistas del rock, desde los meramente técnicos (rítmicos,
instrumentales, sonoros) hasta los de contenido (sentido de rebeldía, rechazo
de la sociedad capitalista de consumo, alternativa de convivencia, etc),
pasando por los sociológicos de todo tipo (arraigo entre la juventud de todo el
mundo, acelerador del proceso de cambio en los modelos de comportamiento),
sería dar de lado uno de los fenómeno más importantes acaecidos en el mundo de
la cultura de último siglo, con su influencia vital sobre otras formas artísticas
(pintura, cine, poesía, teatro), que ha abierto un campo infinito de
sugerencias y posibilidades de evolución creativa.
Naturalmente,
que la canción popular --como todo el arte en general-- es un territorio de batallas
individuales en el que cada artista y creador tiene que elegir el propio marco
estético que considera más adecuado para desarrollar si trabajo, y eso es
incuestionable. Pero entiendo que ha de hacerlo sin exclusividades o dogmas,
sin intentar limitar el amplísimo concepto de canción popular, y sin pretender
expulsar a los infiernos a cuantos no parten de sus mismos principios. Esta
concepción excluyente del canto popular sólo conduce a mil polémicas de
imposible solución y a un dogmatismo que impide se desarrollen movimientos de
cambio en el seno de la canción popular y cierran al oyente posibles vías de
disfrute estético.
Después de unos
años en que el pueblo vietnamita echó de su tierra a los invasores utilizando,
entre otras, las armas arrancadas a los propios americanos, o en los que el pueblo
de Angola utilizó fusiles portugueses para conseguir la liberación y la
independencia, son ya pocos los lugares donde esta polémica se venga dando en
primer plano. Hoy se puede decir con el gran guitarrista cubano Leo Brower: «de una cultura colonizadora hay que desechar aquellos elementos que
representan la dominación, pero aceptar aquellos otros que ayudan en tu propia
liberación».
El rock es un
producto pleno del siglo XX en los Estad Unidos, un hijo de la sociedad
americana y de sus avances tecnológicos, el resultado musical del macarthysmo,
la guerra fría y el auge económico de las grandes ciudades industriales
americanas: Nueva York, Baltimore, Detroit, Chicago, Los Angeles, Filadelfía,
etc.
La irrupción
masiva del parte del rock en mercado discográfico estadounidense y, por
consiguiente, de su éxito y repercusión mundial, tuvo lugar en 1955. Durante todos
los años anteriores, desde antes de la II Guerra Mundial, las grandes ciudades
del Norte y el Oeste de los Estados Unidos habían asistido a una creciente
inmigración de trabajadores negros del Sur, que buscaban en su proletarización
salir de la miseria y el racismo, y que llevaron con ellos, entre otras cosas,
sus tradiciones musicales: el blues, esa música triste, acida y dura, en la que
habían volcado su desgracia, y el gospel, el himno religioso con el que habían
intentado transcender esa misma desgracia.
De la unión de ambas formas, a las
que añadieron una instrumentación urbana (piano, batería, bajo y guitarra
electrificada) y una mayor acentuación de las partes rítmicas, nació un nuevo
producto musical: el Rhythm'n'Blues (R&B), y una importante variante de la
industria discográfica americana: los discos Race, sellos especialmente
dedicados a la música de color, hecha por y para negros, que muy pronto
contarían también con sus propias emisoras radiofónicas y un público amplio y
definido. La unión de este R&B con ciertos elementos de la música blanca,
la balada de origen británico y el country, fundamentalmente; la transformación
de su contenido, suavizándose, y la aparición de una generación de jóvenes
blancos, desclasados y desarraigados de sus propia raza, habría de ser el
origen del rock and roll en su versión más primitiva.
Una música que
nacía enmarcada en un contexto social bien definido: la política de guerra fría
(que había comenzado en 1945, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la
muerte de Roosevelt y el paso a la
presidencia de Truman), la guerra de
Corea (1950), la carrera nuclear (iniciada en 1952, al ser elegido presidente
el general Eisenhower, y la invasión de Guatemala (1955), comienzo del moderno
expansionismo estadounidense. Unos años en que la política exterior americana
estuvo presidida por la guerra y la agresión y la política interior por el
miedo y la represión. Una represión volcada especialmente en la eliminación del
comunismo interior y exterior en todas sus posibles variantes, incluidas las
más ligeras. Una persecución de fantasmas que tuvo como organismo máximo el
siniestro Comité de Actividades Antinorteamericanas, presidido por el senador Joe McCarthy y cuyo secretario era un
oscuro funcionario llamado Richard Nixon,
organismo que ya existía desde 1937, pero que desarrolló su máxima actividad
entre el final de la guerra y 1955, con momento álgidos como la represión de
los intelectuales de la industria del cine de Hollywood, sospechosos de
simpatías izquierdistas, en 1947, y la ejecución de los esposos Rosemberg,
acusados de espionaje a favor de la URSS, en junio de 1953.
1940. Negros y blancos juntos e iguales.
Leadbelly, Woody Guthrie, Cisco Houston, Sonny Terry.
No conviene
olvidar, por otro lado, que durante todos estos años, en medio de la
persecución anticomunista (que era, en realidad, una persecución contra toda
forma de rebelión anti-sistema), la canción folklórica americana, con una
fuerte carga política y social, nunca dejó de existir. Los nombres de Woody Guthrie, Cisco Houston, Los Weawers,
Lee Hays o Pete Seeger, constituyen el testimonio musical de estos años duros.
Sin embargo habría que esperar a los años sesenta, después del movimiento por
los derechos civiles y la presidencia de John
F. Kennedy, para que esta música pudiera salir de las catacumbas de
entendidos y alcanzar una considerable repercusión entre masas de jóvenes. En
este folk, de origen blanco o negro, pero siempre rural, que recogía la
tradición de las baladas del viejo continente, del blues negro y de los himnos
obreros de principios de siglo, se puede encontrar una respuesta coherente y
articulada, a veces romántica y utópica, pero siempre clara, al modelo de
sociedad americana; En el rock esa contestación se da de manera diferente.
El rock
recuperaba, no sin dificultad, gran parte del contenido de protesta
individualizada, de queja dolorida y profunda, que se puede encontrar en el
blues, de similar manera a como asumía, limando sus asperezas, las formas
musicales negras. Una queja que nunca se planteaba en términos políticos
directos, pero que alcanzaba a la mayor parte de las formas de vida americana y
muy especialmente a la moral sexual.
El rock tuvo que
someterse a la censura de una sociedad tan puritana como la americana, antes de
que los jovencitos americanos blancos pudieran escucharlo, y así transformaron
las letras de las canciones, que en el R&B eran de un descarnado realismo
(«Qué escote tienes/ Y cómo penetra el
sol a través de él/ No puedo creer lo que ven mis ojos/ ¿Es posible que todo
eso sea tuyo». «Shake Rattle Roll» en la versión original del cantante negro Big Joe Hunter), transformándolas en canciones de amor más o menos
asexuadas («Qué vestido llevas/ |Cómo
flamean tus cabellos!/ Pareces ser apasionada/ Pero tu corazón es frío como el
hielo». La misma canción en la versión blanca de Bill Haley). Pese a todo ello la música de rock siguió manteniendo,
incluso entre sus practicantes blancos, una carga de sexualidad, de descaro,
que hacía clamar de indignación de moral ante los provocativos caderazos de Elvis Presley (llamado a veces Elvis «The Pelvis»).
Interesante comparación
Arriba: Big Joe Turner
Abajo: Bill Halley
Difícilmente se
podrán encontrar en los textos de los rockers de esta primera época
declaraciones expresas de protesta. Ahora bien, lo que sí se puede encontrar en
el temario inicial del rock es una constante referencia a un mundo propio, que
diferencia a los jóvenes de los viejos, hasta convertirlo en una cierta
mitología: los coches, el baile, la adolescencia, las chicas, la velocidad, el
vestuario... Todo un sistema de valores pegados a la realidad más tangible, a
las cosas pequeñas y perecederas, completamente ajeno, no obstante, a los
grandes principios y a las ideológicas. De alguna manera se podría decir que
ese sistema de valores propugnado por el rock define un mundo contrapuesto al
de los adultos, al de los grandes principios que estaban llevando la guerra a todo
el planeta; un mundo nuevo que aparece cerrado sobre sí mismo, sin más trascendencia
que su propia existencia; un mundo que al mismo tiempo constituía un refugio y
una huida, una muestra de la marginación de toda una generación de jóvenes.
Está claro que
la manipulación que la industria discográfica efectuó de estas primeras
muestras del rock en cuanto se dio cuente de la fuente de beneficios que era no
podía conducir sino a la autodestrucción del fenómeno. Una autodestrucción
física en ciertos casos, con la muerte por accidente automovilístico y de
aviación, respectivamente, de Buddy
Holly (1959) y Eddie Cochran
(1960), en otros con la asimilación del sistema, cuyo caso más desgraciado fue
el de Elvis Presley, o la rutina,
con Carl Perkins --el inolvidable
autor de «Zapatos de ante azul»-- tocando la guitarra con el cantante
country Johnny Cash; y en otros, en
fin, con la automarginación y el olvido de gran mayoría de los grandes rockeros
de los años cincuenta (Little Richard,
retirado a un convento antes de reaparecer reivindicando su homosexualidad; Chuck Berry, detenido por perversión de
menores y drogadicción; Jerry Lee Lewis,
apartado de una sociedad puritana al enterarse de que se había casado con una
chiquilla de trece años), perdidos hasta que en los años setenta volvieron, en
muchos casos ya achacosos, a ocupar el sitio que les correspondía, después de
que otra generación de jóvenes, sus propios discípulos (Beatles, Rollings, Kinks, Who, Jefferson Airplane,
Gratefull Dead y tantos otros), les
abriera el camino que ellos habían sido incapaces de transitar hasta el
fin.
La incapacidad
para superar sus contradicciones condujo a los pioneros del rock and roll a la
autodestrucción, la comercialidad y el olvido, como vimos en la primera parte
de estas notas. Tendrían que llegar, ya mediados los años sesenta para que el
rock volviera a aparecer con fuerza, primero en Inglaterra y luego de Estados
Unidos, transformado en una nueva dimensión del rock and roll. También la
canción folk de comienzos de los años sesenta, la de Joan Báez, Judy Gollins,
Dylan, Ochs, Paxton, etc.,
debería transformarse para dar lugar a un nuevo tipo de música, de repercusión
internacional y de influencia en los movimientos de nueva canción de todo el
mundo.
Digamos que el
maridaje de Bob Dylan y los Beatles es el que aportó un salto
cualitativo importante a la música popular de todo el planeta. En él, Dylan aportaba la conciencia crítica y
la preocupación por lo texto literarios, recibida como legado de los grandes
maestros del folk, y los Beatles traían tanto una nueva utilización de las
formas de la música tradicional como un cierto sentido lúdico, heredado de los
pioneros del rock.
A partir de este
maridaje empieza a notarse en los diferentes países una actitud distinta ante
la llamada «música foránea». Los cantantes y compositores más conscientes, así
como las nuevas generaciones, comenzaron a notar que en esa música se
encontraban elementos que no respondían a una ideología imperialista, sino que,
por el contrario, traían consigo un ansia de libertad, de cambio, que los hacía
cercanos. Algunos entendieron que esas formas musicales que servían para
expresar las protestas de los negros, la insatisfacción de amplias capas de
obreros blancos, pobres y malpagados, y la rebeldía de los jóvenes contra la
guerra de vietnam, podían servir también para expresar su propia conciencia
nacional y de clase, su propia lucha por la libertad. Y de un extremo a otro
del mundo, en Francia, Inglaterra, Italia, España, Cuba o Chile, empezaron a
filtrarse las guitarras eléctricas, las baterías, los arreglos musicales más
complejos, que no sólo no negaban su idiosincrasia particular, sino que, incluso,
podían acentuarla a poco que se utilizaran bien.
Todo ello no
hubiera sido posible, naturalmente, sin una revalorización del rock, de su
carácter musical adulto y progresista. Una revalorización ante los ojos de un
cierto tipo de público: la vanguardia artística y política de esos países, y en
primer lugar sus cantantes. Tampoco eso se hubiera conseguido sin una toma de
conciencia en ocasiones conflictiva, siempre difícil, a veces contradictoria y
utópica del rock, que asumía con ella el carácter de específica y consciente representatividad
social que siempre había ostentado, aunque fuera involuntariamente.
A partir de ese
momento, se pueden encontrar en el rock planteamientos ideológicos y políticos
expresamente enunciados, como corresponde a un arte que alcanza su edad adulta.
Es verdad que en las canciones siguen apareciendo coches, chicas, juventud,
pero en muchos casos ese temario presenta ya, conscientemente, un proyecto
estructurado de sociedad, ofreciéndose una alternativa --utópica o no, que ese
es otro tema-- al modelo existente en el capitalismo adelantado.
Entramos, pues,
de lleno en el compromiso político del rock, sin el cual su influencia sobre la
nueva canción de otros países no hubiera existido, o se hubiera dado de otra
manera, quedándose en el desfallecimiento de los primeros rockeros de los
cincuenta. Se trata de un compromiso político no siempre asumido racionalmente
como tal, no siempre reconocido por los grandes mitos del rock, pero evidente a
poco que escuchemos sus canciones y observemos sus actuaciones públicas. Un
compromiso político que a veces aparece cargado de formulaciones
contradictorias y de connotaciones reaccionarias, pero que, en definitiva, no
supone más que la aceptación por parte del cantante de que vive en un medio
determinado, y que frente a él debe dejar patentes unas reacciones concretas de
repulsa o apoyo, de aceptación o alternativa.
Hay que tomar en
cuenta también que intentar generalizar en algo tan vasto y contradictorio como
el mundo del rock nos puede llevar a caer en una peligrosa trivialización. No
se pueden encontrar normas de conducta comunes a todos los músicos, entre los
que, como en todos los géneros, hay mezclados grandes autores y lamentables
vulgaridades, conscientes revolucionarios y contumaces reaccionarios, hábiles
comediantes. Todo lo más que podemos dar aquí son unas ciertas pautas de análisis
que pueden ser más o menos extensibles a un número suficientemente grande y
representativo de músicos de rock, de forma nos sirvan para intentar mostrar de
qué maneras estas características han facilitado la maduración ideológica y
estética del rock y así facilitar la influencia sobre la mayoría de los
movimientos de nueva canción y el conjunto de la música popular que se hace hoy
en el mundo.
A partir de ese
maridaje Dylan-Beatles que hemos
indicado más arriba, y que puede servirnos como símbolo de una confluencia
entre la música folk --que en la unión abandonaba buena parte del simplismo de
su compromiso político explicitado en las canciones que habían hecho hasta
entonces, para pasar a pregonar un sentido más universal, más abstracto y
complejo, del compromiso-- y la musical rock --que así adquiría una cierta racionalización
de su papel social--, se decantó un cojuntot de músicos, cantantes,
compositores y conjuntos que expresaban más conscientemente su compromiso
político.
En ese grupo
heterogéneo se inscriben grupos como The
Fugs, Country Joe & the Fish,
MC-5, Jefferson Airplane, Crosby, Stíll, Nash Young, el John Lennon pos-beatle, Dylan, por supuesto, Pink Floyd, The Clash, The Doors, Mothers of Invention y otros, que en
sus, canciones, o con su participación en campañas más o menos políticas, han
intentado dar, en algún momento de su carrera, una dimensión comprometida a su
música. Incluso en el caso de que esta intención adquiriera la forma de la
anti-política, de la negación de la política en general, como continuación del
rechazo de la política planteada desde el poder.
«La
verdad es que no puedo ser un hombre, un ser humano, e ignorarlo todo. No creo.
No creo que pueda. Y eso que no soy muy político. No me gusta la política.
Pienso que la política ha dejado de ser un sistema viable. Pero estaban ahí al
lado... No me resigno a vivir en un país donde se cargan a la gente en plena
calle por cosa así, por decir que hay cosas que no les gustan. No puedes
hacerlo. Presidente Nixon, no puedes hacerlo» (1), cuenta David Crosby para intentar explicar por
qué Crosby, Still, Nash Young,
hicieron la canción «Ohio» sobre la muerte de cuatro
estudiantes en la Universidad de Kent durante una manifestación, y al mismo
tiempo nos da la clave para entender lo que de mejor hay en el acercamiento de
todos estos grupos a la realidad política o social que les rodea. Porque lo
cierto es que el compromiso político de los músicos de rock ha funcionado en
tanto en cuanto ha sido una respuesta a agresiones del sistema, y en ese
terreno han compuesto canciones violentas, sarcásticas, demoledoras, llenas de
fuerza, que si bien no han hecho temblar los pilares del poder, sí han servido,
al menos, para establecer su podredumbre y el desprecio que sienten hacia él
ciertos músicos, los mejores, del rock, que emparentan en ese sentido con los
cantantes populares de Argentina, Alemania, Cuba, Italia o Canarias.
Eran canciones
como «Superbird» y «Harlem song» de Country Joe & the Fish, «Volunteers» y «We can be together» de Jefferson Airplane, «Plastic
People» de Zappa, «Working class hero» o «Give
peace a Chance» de John Lennon,
y tantas otras que hablan de Vietnam, de la lucha racial o de la alineación de
la clase obrera poniéndose decididamente del lado de los débiles.
Otra cuestión es
cuando intentan dar el salto de la simple contestación a la presentación de
alternativas políticas, de la demolición a la construcción, y pretenden
elaborar un proyecto de sociedad diferente. Aquí es cuando entran en juego las
confusiones, las contradicciones y las más variadas especies de utopías. Y sin
embargo, ésa ha sido la máxima aspiración dé los ideólogos del rock y de
ciertos músicos: la de intentar transformar la vida y la sociedad americanas a
partir de su propia música.
«El rock es una herramienta táctica para
conseguir que los niños se rebelen contra el protoplasma que los educó y creen
otras formas de gobierno, otras formas de abandonar la situación. Coordinando,
libertando y desencadenando la sexualidad y la mente de la juventud, puedes
influir en ella y modificarla hacia una meta y una dirección diferentes. Sólo
entonces será posible sacudir este país y recomponer toda su estructura, si nos
basamos en el tipo de energía liberada por el rock», decía Ed Sanders, miembro del grupo The Fugs, en un simposio sobre rock y
revolución, y Jerry Rubín, líder
yipie, equiparaba su propia existencia a la revolución: «Mezclamos la política de la Nueva Izquierda con un estilo de vida psicodélico.
Nuestra manera de vivir, nuestra propia existencia es la revolución», en un
intento de hacer creer que la revolución se estaba dando ya en los Estados
Unidos a partir de su propia experiencia diaria.
Una experiencia
apoyada en la vida en las comunas. En los grandes festivales rock, que como los
de Monterrey, Altamont y, sobre todo, Woodstock, planteaban la ilusión de que
la contracultura creaba sus propios modelos de vida social, y en la creación de
empresas comunitarias, como las grabadoras de los Gratefull Dead, Jefferson
Airplane, The Beatles y Frank Zappa, o edición de periódicos
como “Rolling Stone”, propiedad de esos mismos grupos que hacían
creer en un «poder joven» ajeno y enfrentado al poder estatal del capitalismo
avanzado.
A partir de este
núcleo ideológico básico, tan magro y precario, se intentó crear una concepción
alternativa a la sociedad de consumo, sin apercibirse de que, en realidad,
estaban cayendo en esa misma sociedad de consumo contra la que intentaban
rebelarse y a la que, de alguna manera, servían de coartada liberal. Pero esos
ejemplos concretos, que para ellos constituían la prueba de que su música, su
mundo, era la revolución, constituyeron un fracaso estrepitoso: Woodstock se
convirtió en un mercadillo para el comercio del disco (un álbum de tres discos
y otro de dos), el cine (con la película de Michael Wadleigh), camisetas, posters, libros, etc., todo ello en
manos de empresas capitalistas. «Rolling Stone», la revista musical
abanderada de la contracultura, acabó en manos de Max Palevsky, un millonario directivo de la Xerox Corporation. Y,
en fin, las casas discográficas propias, que habrían de ser el germen de su
independencia en la nueva sociedad, tuvieron, necesariamente, que depender de
las grandes multinacionales del disco.
El fracaso de
esa nueva sociedad que pretendían los músicos de rock es, también, el
testimonio de la crisis de toda la sociedad occidental, acentuada en los
últimos años, y de la impotencia para superarla. Ante todo ello, los músicos de
rock han reaccionado de diferentes maneras: unos encerrándose en su mundo de
cristal y fantasía, entregados al poder evocador y creativo de su música (Zappa, Jefferson Airplane, Grateful Dead, etc), otros llevando su
proceso de autodestrucción hasta el punto final de la muerte, bien autoprovocada
(Phil Ochs), bien buscada
peligrosamente hasta encontrarla (Janis
Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morríson, Sid Vicious, etc.), y otros, en fin, repitiendo el ciclo que quince
años antes siguieron los primeros rockeros sumergiéndose en el silencio, como John Lennon, que sólo habría de salir
de él para ser asesinado. Algunos tan sólo, Dylan entre ellos, han seguido avanzando lúcidamente por ese camino
contradictorio y sembrado de escollos.
El rock que se
ha hecho en los últimos años es una muestra de la decadencia del compromiso en
el rock, que ha preferido refugiarse en la irracionalidad y la técnica antes
que en la pasión y la protesta. De todas maneras los grupos de rock han seguido
participando en actos de carácter social, político o humanitario. Ejemplos los
hay de sobra: Conciertos en La Habana en solidaridad con Cuba (1979, con
participación entre otros de Kris Kristofferson,
Bonnie Bramlett, Weather Report, Stephen Stills), los conciertos de Septiembre del 79 contra las
centrales nucleares, que aparecieron en un triple álbum y en los que colaboraban The Doobie Brothers, James
Taylor, Carly Simon, Poco, Jackson Browne, etc…), Solidaridad con Kampuchea (acto en el que
intervinieron The Who, Pretenders, Paul McCarney, Queen, The Clash, Elvis Costello y otros), o el magnífico concierto a beneficio de
Amnesty Internacional, realizado y grabado el año pasado por Sting (del grupo Police), Jeff Beck, Donovan, Eric Clapton, Phil Collins,
etc... Pero no dejan de ser hechos anecdóticos, recuerdos de otra época que no
parecen ir con los tiempos que corren.
Se puede decir
que el rock es una revolución fallida, en tanto y cuanto no ha supuesto tal
«revolución» (en la misma medida en que ha pasado con otras utopías políticas,
como el comunismo o el anarquismo); en tanto en cuanto esa nueva sociedad de
alcance mundial que soñaban los ídolos del rock no ha sido sino una utopía
manipulada y utilizada por las multinacionales del disco y el sistema en su
conjunto.
Pero no es menos
cierto que, a partir del rock, el mundo ha variado sustancialmente en muchos de
sus aspectos fundamentales hasta poder afirmarse que la moral, las costumbres,
el nivel crítico y de libertad, y, sobre todo, la música popular, no volverán a
ser nunca como eran antes de su existencia. La revolución de rock, el modelo de
nueva sociedad del que pretendía ser expresión, ha resultado fallido, pero sus
aportaciones culturales, musicales y de modelos sociales de convivencia y vida
están siendo utilizadas en todo el mundo occidental como forma de
identificación cultural de una gran capa de la sociedad, cada vez más amplia, que
vive así de manera distinta y tiene unos objetivos distintos a los que tendría
sin ellas.
“Te
drogan con la religión, el sexo y la televisión
Y
te crees ingenioso, apolítico y libre,
Pero
no eres más que un jodido ignorante.
Podrías
ser un héroe de la clase obrera”
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