Raphael. Crítica y réplica de Emilio Romero (1984)
Prueba de cargo nº 1.
Con el agravante eurovisivo
La verdad es que
nunca he tenido yo buena suerte con las cosas que he escrito o dicho sobre
Raphael, una estrella indudable e inoxidable de la canción española que, sin
embargo, a mí me parece la antítesis de lo que considero que debe ser el
cantante y la canción popular. Una antítesis, además, sin posibilidad de
síntesis. Una consideración que, cuando la he expresado, me ha valido réplicas,
contestaciones e, incluso, una lejana amenaza de castración, tal como suena.
Debo decir, no
obstante, que mi desacuerdo con el ídolo de ídolos no es nada personal, son
sólo negocios, diferencias irreconciliables de criterios. No le conozco personalmente,
pero pienso que tienen razón quienes sí le han tratado y aseguran que es una
buena persona, considerando siempre, claro, los efectos colaterales del divismo
que sin duda deben afectarle. Tampoco me molesta específicamente su trabajo, ni
el que haya tenido éxito ni el que cuente todavía con una legión de seguidores,
que disfrutan con él y que quizás subliman sus tristezas cotidianas a través de
la adoración al ídolo, a lo que tienen todo el derecho, sea el becerro de oro o
de barro. No. Hay otros cantantes que no me gustan, que tienen éxitos y a los
que los fans les quitan los calzoncillos o las bragas a poco que se dejen y que
no me provocan mayor preocupación. Todas las músicas son posibles y Georgie Dan
o Tony Ronald (por seguir con coetáneos del protagonista) han satisfecho con
toda dignidad las necesidades de evasión y juerga de generaciones de españoles,
que gracias a ellos han bailado, bebido, ligado y gamberreado a lo largo de
todas ferias, verbenas y festejos de la geografía patria. Lo que me molesta es
que intenten dar gato por liebre.
No me molestan pues Raphael ni su trabajo, me molestan sus exégetas, que desde el comienzo le
convirtieron sin pudor en una especie de epitome del arte musical. Y son precisamente
los valores que ellos destacan los que no comparto, los que en lugar de valores
me parecen deméritos. Sus modulaciones vocales, tan alabadas, me parecen simple
impostura e impostación. Su presencia escénica, de la que tan destacado es el
dramatismo, me parece simple sobreactuación. La profundidad y sensibilidad de
sus textos, que tanto emocionan a sus voceros, me parecen, lo siento, simples
tópicos y lugares comunes superficiales. No es de extrañar, pues, que sus
defensores, fueran sencillas fans o inductores intelectuales, se lo hayan
tomado a mal cuando lo he comentado.
En 1973, al
tiempo que colaboraba intensamente con la Frecuencia Modulada de Radio Popular
de Madrid, la primera y mejor experiencia radiofónica que he vivido, realizaba
también, junto a Manuel Lombao, un programa en la Onda Media de la misma
emisora, cuyo nombre de “Spahish Show” se completaba con la consigna de “coger
el toro de la música española por los cuernos”. Fue una disparatada y divertida
experiencia en la que con la inconsciencia de la juventud utilizaba la
pronuncia “Rapael” del nombre de “Raphael”. Tal iconoclastia mereció la
indignación del Club de Fans madrileño del cantante, que me remitió una carta
colectiva con una docena de firmas o más en la que tras algún insulto que no
recuerdo concluían con la amenaza de cortarme “las pelotas”. O acaso fueran los
huevos, que a tanta precisión no alcanza mi memoria. Fuera lo que fuera, durante
semanas llevé una coquilla de titanio pero nunca se personaron en la emisora ni
en mi caso. Se conoce que como debían ser de derechas no eran partidarias de
los escraches.
10 años después,
ya en el PAÍS, decidí que tras muchas reseñas de recitales me apetecía intentar
escrudiñar en las claves del éxito, en las formas, temas y actitudes del
artista que hacían que un número significativo de personas se identificaran con
él con la intensidad necesaria como para establecerse entre artista y público una
relación de adorador y adorado. Desde ese punto de vista publiqué algunos
comentarios sobre Sabina, Serrat y Víctor Manuel y Ana Belén, que recuerde
ahora, y que algún día colgaré por aquí aquí. También adopté ese enfoque cuando
me tocó enfrentarme en abril de 1984 con un recital benéfico de Raphael en el
Teatro Lope de Vega de Madrid a favor de alguna fundación presidida por Sofía
de Grecia, que asistió al acto acompañada por su marido, Juan Carlos Borbón. Criterio
que volví a utilizar en 1985, en una actuación del cantante en un Estadio
Bernabeu lleno hasta la bandera, lo que constituía sin duda lo más interesante
de la reunión.
La verdad es que
la primera vez si llego a saber la cola que traería el textito igual me calló. O
no, porque me parece muy bien lo que ocurrió. Uno de define tanto por sus
amigos como por sus enemigos.
Al día
siguiente, en su columna habitual en el diario Ya, EmilioRomero me dedicó una vitriólica columna en la que también arremetía, para honra
mía, contra Marcelino Camacho, uniéndonos en la categoría de rojos “totalitarios”.
Dos días más tarde, esta vez en ABC, un colaborador habitual que firmaba con el
modesto seudónimo de Ovidio (del que pese a estas moderneces de internet no he
conseguido saber el nombre real, que lo debía tener) también se ocupó del tema.
Aunque no
pretenda ser una defensa, sino una consideración, me llama la atención que
ambos replicantes basen su cabreo en el supuesto carácter “ideológico” de mis
palabras. Por supuesto que la ideología es un componente necesario, e
inevitable, de toda crítica, ¿cómo se puede criticar nada sin partir de un
cierto sistema estructurado de ideas?, y sin duda mi escrito la tiene. Incluso
me gustaría que por debajo de las palabras asomaran argumentos, que aunque creo
que son estrictamente musicales y artísticos, denotaran también una cierta
concepción general, ideológica, de lo que pienso que es, o debe ser, el arte,
el artista y su papel en la sociedad. Lo que sí aseguro es que en mi valoración
del trabajo de un artista no he utilizado nunca, al menos conscientemente,
prejuicios políticos. Dado que entre los textos que reproduzco (que excepto el
último, del que no poseo copia en papel, están escaneados, que siempre que se
lean bien creo que le da a los viejos papeles un mejor olor a polvo viejo
acumulado) he introducido algunas pruebas de cargo en forma de ilustraciones
musicales, me permitiré poner aquí como descargo mío a la acusación de
sectarismo político los textos que he publicado ya sobre artistas tan en mis
antípodas políticas como Lina Morgan,
Alfredo Landa o Tomásde Antequera.
EL PAÍS. 26 ABRIL 1984:
Prueba de cargo. Ojo a la naturalidad
y espontaneidad de la presentación.
Con la atenuante de la falta del coro de voces blancas,
porque cuando cuenta con él
la petición de pena sube un grado
YA. 27 ABRIL 1984
ABC. 29 ABRIL 1984
Con agravante de herejía y eximente de vergüenza ajena.
El Único taco de Raphael
Estadio Santiago
Bernalbéu. Madrid, 22 de junio.
EL PAÍS, 24 JUNIO
1985
Eran las 22.10
cuando Raphael salió al escenario entre el entusiasmo de 70.000 espectadores.
Unos cientos de personas, representantes de los clubes de admiradores, llegadas
desde toda España con banderas de todo el mundo. A las 0.25 terminaba su
agotador recital y el público se marchaba en paz y concordia. Dos horas y
cuarto de canciones. Un recital que como tal no fue otra cosa que una actuación
más del cantante, con la única diferencia de que, con la distancia a que obliga
un recinto tan grande, las principales claves comunicativas de Raphael: la
exhibición vocal, la suave procacidad y la ambigüedad gestual, no pudieron ser
degustadas con suficiente claridad.
El interés del
acto estuvo, pues, más que en la propia actuación, en seguir el espectáculo que
en sí forman las relaciones del cantante con su público. Un público de muy
diversa edad y no tan diversa condición, entregado y entusiasta, que aplaudió
hasta romperse las manos, sonrió cómplice ante el único taco del cantante y le
siguió por los vericuetos elementales de su mensaje en una ceremonia de
identificación e idealización.
Alrededor de
tres temas construye Raphael su mensaje: amores apasionados que estrangulan el
resuello con la punta de masoquismo que asoma por la carne viva del corazón,
amores por encima del tiempo y la realidad que subliman a la perfección la
vulgar cotidianeidad de los amores de todos los días; un cierto sentido del
españolismo y de la hispanidad considerado como un magma protector de
ambiguas esencias colectivas, y en tercer lugar, una idealización del artista,
"eterno solitario / en mitad del escenario", inaccesible para el gran
público en sus grandezas y miserias, pero cargado de sabiduría y experiencia.
Con agravante
de modernidad, alevosía y contactos con banda organizada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario