sábado, 18 de mayo de 2013


Con ellos llegó la salsa (1994)



 Los maestros sientan cátedra


En julio de 1984 el Ministerio de Cultura organizó una gira por España de los principales artistas de Salsa, un género musical que aunque ya por aquel entonces tenía una cierta presencia en España, especialmente en Canarias y Barcelona, a través de los grupos y cantantes del terruño que la practicaban, había estado muy mal editado y del que apenas se conocían algunos nombres.

Hoy en día, para mucha gente la salsa puede no ser otra cosa que un componente gastronómico que no se entiende si no va seguido de la palabra barbacoa, pero en aquella época (joder, hacer ya casi 30 años) resultaba todo un descubrimiento musical para los oídos españoles. Prueba de ello es el éxito que la gira consiguió allí por donde paso. EL PAÍS le concedió gran importancia a la visita, fruto de la cual son los textos que aquí reproduzco.

Comienza la historia con la doble página que salió el domingo 8 de julio, donde se realizaba una especie de recorrido histórico por el género, su evolución y sus variantes, para continuar con los tres comentarios que en los días anteriores se publicaron sobre los otros tantos conciertos que se habían celebrado en el Palacio de Deportes de Madrid. He de decir que a raíz de estos comentarios, recibí una carta de agradecimiento de Celia Cruz, algo realmente insólito, que a partir de ese momento y durante mucho tiempo me envió regularmente una felicitación navideña anual. 

He ido trufando el texto con abundantes ejemplos salseros, que a mí me gusta mojar pan mientras leo.









EL PAÍS. 8 JULIO 1984

Comenzaron en Gijón el 30 de junio y este mismo domingo acaban la gira en Burgos y Alcalá de Henares. Entretanto, la salsa ha recorrido Barcelona, Sevilla, Salamanca, Tenerife, Valencia, Zaragoza y Segovia, llenando de ritmo auditorios bien dispares y demostrando que es, a estas alturas, un género musical aceptado mundialmente, tan rico y variado que difícilmente resiste visiones.

Antes de que la salsa fuera bautizada así ya existían los ritmos latinos. Tenía su origen primero en Cuba, en el son y el danzón, la rumba, el bolero, la guaracha y el guaguancó, y se ramificaba en formas musicales nacidas en otros países centroamericanos: el merengue, la cumbia o la bomba, dando origen a ritmos de nuevo cuño, desde el mambo al chachachá. Sus instrumentos básicos eran los timbales, las tumbadoras, los bongos, el güiro, las maracas o las claves. Ritmos e instrumentos que tocaban figuras ya míticas, como Antonio Arcano y sus Maravillas, La Orquesta Aragón, La Sonora Matancera --con Celia Cruz--, Miguel Matamoros con su trío y la Orquesta de Enrique Jorrín, entre muchos otros.

Pero la fiebre latina comenzó a extenderse por el mundo desde América del Norte. Los primeros percusionistas cubanos se instalaron en el jazz a través del bebob. Así ocurrió con Chano Pozo, que tocó con Dizzy Gillespie cuando el gran jazzmen americano se interesó por los sonidos latinos, o Machito, el as de la rumba, que murió el año pasado después de haber organizado las más importantes orquestas de jazz-latino, un término que inventó Mario Bauza, director musical del grupo Afrocuban, en los años cincuenta. Y estaban también Chapotín, Tito Puente, Benny Moré, Mongo Santamaría, Pérez Prado, Curret Alonso o Tito Rodríguez.

Eran los tiempos en que Hollywood se interesaba por abrir mercados y llenaba sus películas de hispanos de guardarropía. Las orquestas latinas amenizaban bailes, fiestas y saraos, y de cuando en cuando se reunían en el mítico Paladium, la sala de baile de la calle 53 de Nueva York.



Pero aquello todavía no era salsa. La salsa es un invento típicamente neoyorkino, fruto de la influencia de todos esos músicos anteriores, de la existencia de una juventud de origen latino nacida o residente en Nueva York, en barrios marginales de los que la salsa es la mejor expresión, y de dos hechos aparentemente contradictorios: el exilio producido por la revolución cubana y la toma de conciencia de las minorías raciales norteamericanas.

De Cuba llegó Celia Cruz, que ya había sido famosa en su país como cantante de La Sonora Matancera, y se integró en la música latina neoyorkina como la reina que era. En Nueva York surgían nuevos instrumentistas y cantantes que ya no podían pasar por alto un ritmo de la ciudad que se unía al heredado de sus antepasados.

Comenzaron a tocar en el Cheetah, un local de la calle 52 que habría de significar lo que el Palladium para la generación anterior. En 1964, Johnny Pacheco, un flautista de origen dominicano, y Jerry Masucci, un joven empresario, fundaron el sello Fania, que aportaba a las viejas discográficas latinas, como Alegría o Tico, un sentido más moderno de la música caribeña. Se conservaron ritmos, a los que se introdujeron variaciones sensibles; se mantuvieron instrumentos, aunque se añadieran otros nuevos; se recuperaron músicos y cantantes de la generación anterior, pero se incorporaron otros recientes: él jovencísimo Willie Colon, que si como trombonista no es una maravilla, ha logrado, en cambio, convertirse en el más arriesgado arreglista, director y productor de la salsa; los hermanos Palmieri, Eddy y Charlie, pianistas y arreglistas abiertos a menudo hacia el jazz; Papo Luca, también pianista; Ray Barreto, un percusionista fundamental; Larry Harlow, director de la orquesta que lleva su nombre y protagonista de dos discos indispensables, Abran paso y Tributo a Arsenio Rodríguez. Y, sobre todo, surgieron cantantes, algunos veteranos, la mayoría nuevos, que pusieron su voz a la salsa para contar historias de la calle, cotidianas o irritadas, que eran el espejo de la vida de los barrios: Cheo Feliciano, Adalberto de Santiago, Andy Montañez, los dos Ismaeles --Miranda y Ribera--, Justo Betancourt, Héctor Lavoe o Rubén Blades.

La explosión comenzó el 21 de agosto de 1971, en la segunda reunión de la Fania All Stars, de la que salieron cuatro discos y la película Nuestra cosa latina, que popularizó el género, y se estabilizó definitivamente dos años después en otro concierto histórico, claque ofrecieron las mismas estrellas de la Fania en el Yankee Stadium. Nacía la nueva salsa.


Curiosamente, si la revolución cubana motivó el exilio de algunos valiosos músicos que posibilitaron el comienzo del invento, fue también la influencia de la revolución la que llevó con el tiempo a muchos compositores y músicos de salsa a tomar conciencia de que no podían hacer un producto exclusivamente bailable y escapista, sino que era necesario componer canciones que hablaran de lo que pasaba en las calles desde una perspectiva crítica.

Rubén Blades había llegado de Panamá con su licenciatura de abogado debajo del brazo. Pete Conde Rodríguez grabó con él un disco que pasó inadvertido, hasta el punto de tener que dedicarse Rubén a trabajar como oficinista en las oficinas de la Fania, pero que llevaba una canción, Juan González, que tenía una clara intencionalidad política. A pesar de ello, siguió componiendo temas de espléndidos textos que a algunos les parecían excesivamente largos y literarios, pero que habrían de revolucionar el género. Se los interpretaron otros cantantes, como Ricardo Ray o Ismael Miranda, hasta que comienza a colaborar como cantante con Ray Barreto en 1975 y Willie Colon se encarga de producirle sus primeros discos en solitario. Las canciones de Rubén Blades han transformado la salsa: Pablo Pueblo, Pedro Navaja, Plástico o La maleta eran ya la nueva realidad salsera.



Al mismo tiempo que Rubén Blades, un puertorriqueño, Frank Ferrer, partía del folklore y la protesta para llegar a la salsa mezclando ambos conceptos en un disco ejemplar: Hierbabuena. Y Héctor Lavoe realizó su álbum Comedia y siguieron Azuquíta y Marvin Santiago… y la salsa se hizo adulta.

Toda esta historia la hemos escuchado estos días en España desde el principio al fin. Pero aquí aún se nos han quedado en el tintero las variantes que se hacen en Colombia, con artistas como Fruko y los Tesos; Venezuela, de donde es Óscar de León, bajista, cantante y músico original, y, sobre todo, la salsa que se hace en la actualidad en Cuba, tan distinta a la neoyorkina, pero que ha terminado por integrarse en el mismo tronco. De allí son algunas de las orquestas más renovadoras, como la Van-Van o Los Papines, músicos que han fundido la salsa y el jazz con maestría, como Irakere o Emiliano Salvador, y cantautores que han añadido recientemente toques salseros a sus composiciones, empezando por los más grandes, como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.




Los ritmos hispanos que cruzaron el océano nos han vuelto transformados y renovados. La salsa, o la música latina pre-salsera, tuvo un momento de auge en los años cuarenta y cincuenta, cuando mambos y boleros triunfaban en las salas de baile de nuestro país. Después, un largo paréntesis que se cuidó de cubrir la industria discográfica con productos anglosajones, el rock y todo lo demás, que han dejado tan importante poso que ya forman parte en muchos casos de nuestra cultura.

A comienzos de la década de los setenta, grupos como la Orquesta Mirasol o Secta Sónica descubrieron que podían combinar música de sabor latino con lo que habían venido haciendo hasta el momento: jazz y rock. Por allí pasaron Xavier Batlles, Víctor Amant o Gato Pérez, que un buen día, junto a Albert Batiste, Sisa y Manel Joseph, decidieron poner en pie una orquesta de baile que les permitiera divertirse mientras hacían danzar al personal. Nació la Orquesta Platería, y aunque algunos la abandonaron pronto, los que quedaron insistieron en el tema hasta convertirla en un grupo de primera magnitud. Para bailar, pero no sólo para eso.

La cosa tuvo su origen en Barcelona, donde ya se estaban interesando por los sonidos mediterráneos o el flamenco como manera de buscar una sonoridad propia y no prestada. El ejemplo cundió, y algunos grupos y cantantes han tenido ejemplar relevancia: Salseta del Poblé Sec o Sardineta, entre los grupos, y Gato Pérez, el único que ha descubierto que la rumba gitana es la salsa autóctona nacional, entre los cantantes. Incluso Hilario Camacho le dio un tiempo al ritmo caliente, para luego dedicarse a su estilo de siempre.

En Canarias, que en eso de las músicas de ida y vuelta ocupa un lugar privilegiado, se han cantado siempre boleros en fiestas y tenderetes. La emigración a Cuba y Venezuela hace particularmente cercanos los ritmos latinoamericanos y caribeños, pese a lo cual la salsa solo ha dado un músico profesionalizado. Claro que es probablemente el que más en serio se lo ha tomado en España: Caco Senante. A partir de unos orígenes de cantautor influido por la nueva canción latinoamericana, sus composiciones han ido evolucionando hacia formas totalmente salseras, que se concretan en sus dos últimos discos, Mojo Picón y Después... que le pongan salsa, en un estilo cada vez más depurado.

El mayor peligro de la salsa que se hace en España es que los intérpretes intenten aceptarla a ciegas, imitarla sin añadirle componentes personales propios.

Hay versiones mejores, pero dónde mejor para cantar
Pedro Navaja



Nuevos toques, viejos ritmos
EL PAÍS. 3 JUL 1984

Hay locales en Madrid que jamás deberían utilizarse para conciertos musicales. Uno de ellos es el Pabellón Deportivo del Real Madrid, esa mezcla de caja de cerillas y sauna. En una noche calurosa y en un recital que por sus características precisaba de un excelente sonido, no parecía el lugar más adecuado para recibir los conciertos de salsa. Ése fue el primer problema para que el sonido resultara el adecuado. La no comparecencia de Rubén Blades a probar sonido y el que el técnico encargado de la mesa de sonido fuera uno distinto al que normalmente utiliza el magnífico equipo contratado fueron las causas que condujeron a que la calidad sonora no resultara todo lo buena que hubiera sido deseable. A pesar de ello asistimos a un concierto memorable. 

Rubén Blades, que llevó la peor parte en la cuestión sonora, demostró con todas las de la ley que sus canciones y su personalidad creativa pueden superar cualquier contratiempo. Interpretó con fuerza y magnífica presencia en escena algunos de los éxitos más conocidos de su repertorio: Sin tu cariño, un éxito de los tiempos de la Fania; Pablo, pueblo; En esta vida, perteneciente a la saga de canciones dedicadas a la vida de una familia centroamericana, y Pedro Navaja, una composición de envidia, de las que le hubiera gustado escribir a uno mismo -como García Márquez confesó en estas mismas páginas de EL PAIS-, entre otros temas, así como varias composiciones de su último disco, recién editado en España: Buscando América, El padre Antonio y el monaguillo Andrés -otra canción para ponemos los dientes largos a los envidiosos- o Todos vuelven. Un concierto medido, extrovertido, acompañado por los Seis del Solar -grupo formado por seis excelentes músicos-, que acabó por sobrepasar cualquier limitación para levantar al público en justo pago a un músico creador que está haciendo evolucionar la salsa por caminos de total modernidad. El número final, Tiburón -en el que salieron a escena Tito Puente, que hizo un solo de timbales memorable, y Azuquita-, culminó una actuación inteligente y magistral con entusiasmo generalizado.

Otra versión bien distinta de salsa es la que ofreció la Orquesta Van Van, una gran orquesta de baile cubana. Y si alguien piensa que esa definición de orquesta de baile, aunque vaya precedida por el calificativo de grande, es peyorativa, está totalmente equivocado. La música para bailar puede tener una dignidad artística de primerísima magnitud cuando es interpretada por músicos como los que dirige Juan Fornell, con un juego permanente de ritmos y contrarritmos, unos arreglos compactos e imaginativos, una extraordinaria fuerza vocal y una contundencia sonora incontestable. Además, no se limitaron a tocar temas de baile sin contenido, como demuestran las alusiones a la situación centroamericana o la magnífica versión de la Canción urgente para Nicaragua, de Silvio Rodríguez.



Las fuentes de la salsa'
Los ritmos latinoamericanos siguen en Madrid

EL PAÍS. 4 JUL 1984

Con un excelente sonido, que hace más raras las dificultades del primer día, sólo atribuibles al cúmulo de causas desgraciadas que señalábamos ayer, se desarrolló la actuación de Azuquita con Un Poquito de Todo, Tito Puente y Celia Cruz, en una noche salsera que obligó a bailar al personal asistente sin pudores ni vergüenzas. Cuando Celia Cruz interpretó su canción autobiográfica hizo algo más que contamos su vida. Hablando de Tito Puente, La Sonora Matancera, Johnny Pacheco, Pete Conde Rodríguez, Willie Colon o Ray Barreto, nos relató la historia de la salsa como género musical en el más estricto sentido del término, tal y como se ha difundido por el mundo. Atrás quedaban los precursores del estilo, Benny Moré o Machito, y dejaba abierto el camino para los renovadores.

Tito Puente y Celia Cruz trajeron hasta Madrid el calor de una música que es el son y la rumba, el merengue y el guanguancó, un ritmo para bailar con acento latino y negroide, una música hecha con absoluto rigor estético.

Tito Puente salió a escena con la respetuosa y pícara seriedad de un vendedor callejero de peines, a demostrar que es un músico de primerísima magnitud, una caja de ritmos que hace algo que jamás podrán hacer los aparatos mecánicos: tocar con corazón e inteligencia. La riqueza de su sonido -y del sexteto que dirige-, la precisión de su toque, la variedad de matices que es capaz de sacar a un instrumento tan aparentemente simple como los timbales, son algo que sólo se consigue con su genialidad personal y su carrera.
Celia Cruz resulta un fenómeno difícilmente catalogable. Si hubiera que encontrar elementos comparativos no habría más remedio que acudir a voces profundas y vivas, desde Mahalia Jackson hasta Nina Simone, pasando por el tamiz de la raza hispana, que sólo podría tener comparación actual con una Lola Flores que añadiera a su indudable sentido racial la clase y el rigor de la cubana. Cantó, bailó y habló haciendo un derroche de sabiduría popular innata, e incluso se atrevió con un equívoco "que viva España", que sólo animó al público cuando se lanzó en un infernal tumbao final. La noche fue una fiesta.

Azuquita, menos conocido, abrió la noche con indudables condiciones, un sonido espléndido a cargo de Un Poquito de Todo, el grupo que le acompañó, y canciones que si musicalmente se inscriben en los terrenos de la salsa clásica, desgranan textos que se adentran en las nuevas corrientes salseras.



Salsa catalana y mojo picón

EL PAÍS, JUL 1984

Para Caco Senante y La Orquesta Platería la actuación en las jornadas de salsa era una difícil reválida. Porque actuar al lado de los auténticamente grandes del género es una prueba para cualquiera, y muy especialmente para españoles que han decidido hacer de la salsa el origen y modelo de su propia música. El resultado fue plenamente satisfactorio, y lo fue no tanto en la medida en que fueron capaces de no desmerecer en absoluto de lo ofrecido otros días, sino en tanto en cuanto su música se aparta precisamente de la salsa original con elementos distintivos y propios.

Caco Senante cuajó la mejor actuación de las varias que le hemos visto en los últimos meses a pesar de un ambiente un tanto frío al principio, que el canario fue superando a base de poner toda la carne en e1 asador. Y Caco tiene mucha carne para asar. Interpretó sus temas más conocidos y clásicos salseros, que fueron quizá los que más animaron al personal, pero no lo mejor del recital.

La Orquesta Platería ofreció otra visión totalmente distinta, pero complementaria, de la salsa hispana. Si Caco se acerca a la salsa directo y vitalista, ellos lo hacen desde una perspectiva más distanciada e intelectual, sin llegar a ser paródica. Curiosamente ambos alcanzan su cota más creativa cuando tocan sus propios temas, cuando más se alejan del modelo y buscan su propio camino expresivo dentro de un sonido tan característico. La Platería dio un recital que los muestra en plena transformación. Desde su versión de Pedro Navaja o Ligia Elena, ambas excelentes, hasta Esto es funky-rock y las composiciones de su último disco hay la distancia que separa la afición salsera de sus principios y las preocupaciones musicales que los mueven ahora.








No hay comentarios:

Publicar un comentario