Con ellos llegó la salsa (1994)
En julio de 1984 el Ministerio de
Cultura organizó una gira por España de los principales artistas de Salsa, un
género musical que aunque ya por aquel entonces tenía una cierta presencia en
España, especialmente en Canarias y Barcelona, a través de los grupos y
cantantes del terruño que la practicaban, había estado muy mal editado y del
que apenas se conocían algunos nombres.
Hoy en día, para mucha gente la salsa
puede no ser otra cosa que un componente gastronómico que no se entiende si no
va seguido de la palabra barbacoa, pero en aquella época (joder, hacer ya casi
30 años) resultaba todo un descubrimiento musical para los oídos españoles.
Prueba de ello es el éxito que la gira consiguió allí por donde paso. EL PAÍS
le concedió gran importancia a la visita, fruto de la cual son los textos que
aquí reproduzco.
Comienza la historia con la doble página
que salió el domingo 8 de julio, donde se realizaba una especie de recorrido
histórico por el género, su evolución y sus variantes, para continuar con los
tres comentarios que en los días anteriores se publicaron sobre los otros
tantos conciertos que se habían celebrado en el Palacio de Deportes de Madrid. He de decir que a raíz de estos comentarios, recibí una carta de agradecimiento de Celia Cruz, algo realmente insólito, que a partir de ese momento y durante mucho tiempo me envió regularmente una felicitación navideña anual.
He ido trufando el texto con abundantes ejemplos salseros, que a mí me gusta mojar pan
mientras leo.
EL PAÍS. 8 JULIO 1984
Comenzaron
en Gijón el 30 de junio y este mismo domingo acaban la gira en Burgos y Alcalá
de Henares. Entretanto, la salsa ha recorrido Barcelona, Sevilla, Salamanca,
Tenerife, Valencia, Zaragoza y Segovia, llenando de ritmo auditorios bien
dispares y demostrando que es, a estas alturas, un género musical aceptado
mundialmente, tan rico y variado que difícilmente resiste visiones.
Antes
de que la salsa fuera bautizada así ya existían los ritmos latinos. Tenía su
origen primero en Cuba, en el son y el danzón, la rumba, el bolero, la guaracha
y el guaguancó, y se ramificaba en formas musicales nacidas en otros países
centroamericanos: el merengue, la cumbia o la bomba, dando origen a ritmos de
nuevo cuño, desde el mambo al chachachá. Sus instrumentos básicos eran los
timbales, las tumbadoras, los bongos, el güiro, las maracas o las claves.
Ritmos e instrumentos que tocaban figuras ya míticas, como Antonio Arcano y sus Maravillas, La Orquesta Aragón, La
Sonora Matancera --con Celia Cruz--,
Miguel Matamoros con su trío y la
Orquesta de Enrique Jorrín, entre
muchos otros.
Pero
la fiebre latina comenzó a extenderse por el mundo desde América del Norte. Los
primeros percusionistas cubanos se instalaron en el jazz a través del bebob.
Así ocurrió con Chano Pozo, que tocó
con Dizzy Gillespie cuando el gran jazzmen
americano se interesó por los sonidos latinos, o Machito, el as de la rumba, que murió el año pasado después de
haber organizado las más importantes orquestas de jazz-latino, un término que
inventó Mario Bauza, director
musical del grupo Afrocuban, en los
años cincuenta. Y estaban también Chapotín,
Tito Puente, Benny Moré, Mongo Santamaría,
Pérez Prado, Curret Alonso o Tito
Rodríguez.
Eran
los tiempos en que Hollywood se interesaba por abrir mercados y llenaba sus
películas de hispanos de guardarropía. Las orquestas latinas amenizaban bailes,
fiestas y saraos, y de cuando en cuando se reunían en el mítico Paladium, la
sala de baile de la calle 53 de Nueva York.
Pero
aquello todavía no era salsa. La salsa es un invento típicamente neoyorkino,
fruto de la influencia de todos esos músicos anteriores, de la existencia de
una juventud de origen latino nacida o residente en Nueva York, en barrios
marginales de los que la salsa es la mejor expresión, y de dos hechos
aparentemente contradictorios: el exilio producido por la revolución cubana y
la toma de conciencia de las minorías raciales norteamericanas.
De
Cuba llegó Celia Cruz, que ya había sido famosa en su país como cantante de La
Sonora Matancera, y se integró en la música latina neoyorkina como la reina que
era. En Nueva York surgían nuevos instrumentistas y cantantes que ya no podían
pasar por alto un ritmo de la ciudad que se unía al heredado de sus
antepasados.
Comenzaron
a tocar en el Cheetah, un local de la calle 52 que habría de significar lo que
el Palladium para la generación anterior. En 1964, Johnny Pacheco, un flautista de origen dominicano, y Jerry Masucci, un joven empresario,
fundaron el sello Fania, que aportaba a las viejas discográficas latinas, como
Alegría o Tico, un sentido más moderno de la música caribeña. Se conservaron
ritmos, a los que se introdujeron variaciones sensibles; se mantuvieron
instrumentos, aunque se añadieran otros nuevos; se recuperaron músicos y
cantantes de la generación anterior, pero se incorporaron otros recientes: él jovencísimo
Willie Colon, que si como
trombonista no es una maravilla, ha logrado, en cambio, convertirse en el más
arriesgado arreglista, director y productor de la salsa; los hermanos Palmieri, Eddy y Charlie,
pianistas y arreglistas abiertos a menudo hacia el jazz; Papo Luca, también pianista; Ray
Barreto, un percusionista fundamental; Larry
Harlow, director de la orquesta que lleva su nombre y protagonista de dos
discos indispensables, Abran paso y Tributo a Arsenio Rodríguez. Y, sobre
todo, surgieron cantantes, algunos veteranos, la mayoría nuevos, que pusieron
su voz a la salsa para contar historias de la calle, cotidianas o irritadas,
que eran el espejo de la vida de los barrios: Cheo Feliciano, Adalberto de
Santiago, Andy Montañez, los dos
Ismaeles --Miranda y Ribera--, Justo Betancourt, Héctor Lavoe o Rubén Blades.
La
explosión comenzó el 21 de agosto de 1971, en la segunda reunión de la Fania All Stars, de la que salieron
cuatro discos y la película Nuestra cosa
latina, que popularizó el género, y se estabilizó definitivamente dos años
después en otro concierto histórico, claque ofrecieron las mismas estrellas de
la Fania en el Yankee Stadium. Nacía la nueva salsa.
Curiosamente,
si la revolución cubana motivó el exilio de algunos valiosos músicos que
posibilitaron el comienzo del invento, fue también la influencia de la
revolución la que llevó con el tiempo a muchos compositores y músicos de salsa
a tomar conciencia de que no podían hacer un producto exclusivamente bailable y
escapista, sino que era necesario componer canciones que hablaran de lo que
pasaba en las calles desde una perspectiva crítica.
Rubén Blades había llegado
de Panamá con su licenciatura de abogado debajo del brazo. Pete Conde Rodríguez
grabó con él un disco que pasó inadvertido, hasta el punto de tener que
dedicarse Rubén a trabajar como oficinista en las oficinas de la Fania, pero
que llevaba una canción, Juan González,
que tenía una clara intencionalidad política. A pesar de ello, siguió
componiendo temas de espléndidos textos que a algunos les parecían
excesivamente largos y literarios, pero que habrían de revolucionar el género.
Se los interpretaron otros cantantes, como Ricardo
Ray o Ismael Miranda, hasta que
comienza a colaborar como cantante con Ray
Barreto en 1975 y Willie Colon
se encarga de producirle sus primeros discos en solitario. Las canciones de Rubén Blades han transformado la salsa:
Pablo Pueblo, Pedro Navaja, Plástico o La maleta eran ya la nueva realidad
salsera.
Al
mismo tiempo que Rubén Blades, un
puertorriqueño, Frank Ferrer, partía
del folklore y la protesta para llegar a la salsa mezclando ambos conceptos en un
disco ejemplar: Hierbabuena. Y Héctor Lavoe realizó su álbum Comedia y siguieron Azuquíta y Marvin Santiago…
y la salsa se hizo adulta.
Toda
esta historia la hemos escuchado estos días en España desde el principio al
fin. Pero aquí aún se nos han quedado en el tintero las variantes que se hacen
en Colombia, con artistas como Fruko y
los Tesos; Venezuela, de donde es Óscar
de León, bajista, cantante y músico original, y, sobre todo, la salsa que
se hace en la actualidad en Cuba, tan distinta a la neoyorkina, pero que ha
terminado por integrarse en el mismo tronco. De allí son algunas de las
orquestas más renovadoras, como la Van-Van
o Los Papines, músicos que han
fundido la salsa y el jazz con maestría, como Irakere o Emiliano Salvador,
y cantautores que han añadido recientemente toques salseros a sus
composiciones, empezando por los más grandes, como Silvio Rodríguez y Pablo
Milanés.
Los
ritmos hispanos que cruzaron el océano nos han vuelto transformados y
renovados. La salsa, o la música latina pre-salsera, tuvo un momento de auge en
los años cuarenta y cincuenta, cuando mambos y boleros triunfaban en las salas
de baile de nuestro país. Después, un largo paréntesis que se cuidó de cubrir
la industria discográfica con productos anglosajones, el rock y todo lo demás,
que han dejado tan importante poso que ya forman parte en muchos casos de
nuestra cultura.
A
comienzos de la década de los setenta, grupos como la Orquesta Mirasol o Secta
Sónica descubrieron que podían combinar música de sabor latino con lo que
habían venido haciendo hasta el momento: jazz y rock. Por allí pasaron Xavier Batlles, Víctor Amant o Gato Pérez,
que un buen día, junto a Albert Batiste,
Sisa y Manel Joseph, decidieron poner en pie una orquesta de baile que les
permitiera divertirse mientras hacían danzar al personal. Nació la Orquesta Platería, y aunque algunos la
abandonaron pronto, los que quedaron insistieron en el tema hasta convertirla en
un grupo de primera magnitud. Para bailar, pero no sólo para eso.
La
cosa tuvo su origen en Barcelona, donde ya se estaban interesando por los
sonidos mediterráneos o el flamenco como manera de buscar una sonoridad propia
y no prestada. El ejemplo cundió, y algunos grupos y cantantes han tenido
ejemplar relevancia: Salseta del Poblé
Sec o Sardineta, entre los
grupos, y Gato Pérez, el único que
ha descubierto que la rumba gitana es la salsa autóctona nacional, entre los
cantantes. Incluso Hilario Camacho
le dio un tiempo al ritmo caliente, para luego dedicarse a su estilo de
siempre.
En
Canarias, que en eso de las músicas de ida y vuelta ocupa un lugar
privilegiado, se han cantado siempre boleros en fiestas y tenderetes. La
emigración a Cuba y Venezuela hace particularmente cercanos los ritmos
latinoamericanos y caribeños, pese a lo cual la salsa solo ha dado un músico
profesionalizado. Claro que es probablemente el que más en serio se lo ha
tomado en España: Caco Senante. A
partir de unos orígenes de cantautor influido por la nueva canción
latinoamericana, sus composiciones han ido evolucionando hacia formas totalmente
salseras, que se concretan en sus dos últimos discos, Mojo Picón y Después... que
le pongan salsa, en un estilo cada vez más depurado.
El
mayor peligro de la salsa que se hace en España es que los intérpretes intenten
aceptarla a ciegas, imitarla sin añadirle componentes personales propios.
Hay versiones mejores, pero dónde mejor para cantar
Pedro Navaja
Nuevos toques, viejos ritmos
EL PAÍS. 3 JUL 1984
Hay
locales en Madrid que jamás deberían utilizarse para conciertos musicales. Uno
de ellos es el Pabellón Deportivo del Real Madrid, esa mezcla de caja de
cerillas y sauna. En una noche calurosa y en un recital que por sus
características precisaba de un excelente sonido, no parecía el lugar más
adecuado para recibir los conciertos de salsa. Ése fue el primer problema para
que el sonido resultara el adecuado. La no comparecencia de Rubén Blades a probar sonido y el que
el técnico encargado de la mesa de sonido fuera uno distinto al que normalmente
utiliza el magnífico equipo contratado fueron las causas que condujeron a que
la calidad sonora no resultara todo lo buena que hubiera sido deseable. A pesar
de ello asistimos a un concierto memorable.
Rubén Blades, que llevó la peor
parte en la cuestión sonora, demostró con todas las de la ley que sus canciones
y su personalidad creativa pueden superar cualquier contratiempo. Interpretó
con fuerza y magnífica presencia en escena algunos de los éxitos más conocidos
de su repertorio: Sin tu cariño, un
éxito de los tiempos de la Fania; Pablo,
pueblo; En esta vida,
perteneciente a la saga de canciones dedicadas a la vida de una familia
centroamericana, y Pedro Navaja, una
composición de envidia, de las que le hubiera gustado escribir a uno mismo
-como García Márquez confesó en estas mismas páginas de EL PAIS-, entre otros
temas, así como varias composiciones de su último disco, recién editado en
España: Buscando América, El padre Antonio y el monaguillo Andrés
-otra canción para ponemos los dientes largos a los envidiosos- o Todos vuelven. Un concierto medido,
extrovertido, acompañado por los Seis
del Solar -grupo formado por seis excelentes músicos-, que acabó por
sobrepasar cualquier limitación para levantar al público en justo pago a un
músico creador que está haciendo evolucionar la salsa por caminos de total
modernidad. El número final, Tiburón
-en el que salieron a escena Tito Puente,
que hizo un solo de timbales memorable, y Azuquita-,
culminó una actuación inteligente y magistral con entusiasmo generalizado.
Otra
versión bien distinta de salsa es la que ofreció la Orquesta Van Van, una gran orquesta de baile cubana. Y si alguien
piensa que esa definición de orquesta de baile, aunque vaya precedida por el
calificativo de grande, es peyorativa, está totalmente equivocado. La música
para bailar puede tener una dignidad artística de primerísima magnitud cuando
es interpretada por músicos como los que dirige Juan Fornell, con un juego permanente de ritmos y contrarritmos,
unos arreglos compactos e imaginativos, una extraordinaria fuerza vocal y una
contundencia sonora incontestable. Además, no se limitaron a tocar temas de
baile sin contenido, como demuestran las alusiones a la situación
centroamericana o la magnífica versión de la Canción urgente para Nicaragua, de Silvio Rodríguez.
Las fuentes de la salsa'
Los
ritmos latinoamericanos siguen en Madrid
EL PAÍS. 4 JUL 1984
Con
un excelente sonido, que hace más raras las dificultades del primer día, sólo
atribuibles al cúmulo de causas desgraciadas que señalábamos ayer, se
desarrolló la actuación de Azuquita
con Un Poquito de Todo, Tito Puente y Celia Cruz, en una noche salsera que obligó a bailar al personal
asistente sin pudores ni vergüenzas. Cuando Celia Cruz interpretó su canción autobiográfica hizo algo más que
contamos su vida. Hablando de Tito
Puente, La Sonora Matancera, Johnny Pacheco, Pete Conde Rodríguez, Willie Colon o Ray Barreto, nos relató la historia de la salsa como género musical
en el más estricto sentido del término, tal y como se ha difundido por el
mundo. Atrás quedaban los precursores del estilo, Benny Moré o Machito, y
dejaba abierto el camino para los renovadores.
Tito Puente y Celia Cruz trajeron hasta Madrid el
calor de una música que es el son y la rumba, el merengue y el guanguancó, un
ritmo para bailar con acento latino y negroide, una música hecha con absoluto
rigor estético.
Tito Puente salió a escena
con la respetuosa y pícara seriedad de un vendedor callejero de peines, a
demostrar que es un músico de primerísima magnitud, una caja de ritmos que hace
algo que jamás podrán hacer los aparatos mecánicos: tocar con corazón e
inteligencia. La riqueza de su sonido -y del sexteto que dirige-, la precisión
de su toque, la variedad de matices que es capaz de sacar a un instrumento tan
aparentemente simple como los timbales, son algo que sólo se consigue con su
genialidad personal y su carrera.
Celia Cruz resulta un
fenómeno difícilmente catalogable. Si hubiera que encontrar elementos
comparativos no habría más remedio que acudir a voces profundas y vivas, desde Mahalia Jackson hasta Nina Simone, pasando por el tamiz de la
raza hispana, que sólo podría tener comparación actual con una Lola Flores que añadiera a su indudable
sentido racial la clase y el rigor de la cubana. Cantó, bailó y habló haciendo
un derroche de sabiduría popular innata, e incluso se atrevió con un equívoco
"que viva España", que sólo
animó al público cuando se lanzó en un infernal tumbao final. La noche fue una
fiesta.
Azuquita, menos conocido,
abrió la noche con indudables condiciones, un sonido espléndido a cargo de Un Poquito de Todo, el grupo que le
acompañó, y canciones que si musicalmente se inscriben en los terrenos de la
salsa clásica, desgranan textos que se adentran en las nuevas corrientes
salseras.
Salsa catalana y mojo picón
EL PAÍS, JUL 1984
Para
Caco Senante y La Orquesta Platería la actuación en las jornadas de salsa era una
difícil reválida. Porque actuar al lado de los auténticamente grandes del
género es una prueba para cualquiera, y muy especialmente para españoles que
han decidido hacer de la salsa el origen y modelo de su propia música. El
resultado fue plenamente satisfactorio, y lo fue no tanto en la medida en que
fueron capaces de no desmerecer en absoluto de lo ofrecido otros días, sino en
tanto en cuanto su música se aparta precisamente de la salsa original con
elementos distintivos y propios.
Caco Senante cuajó la mejor
actuación de las varias que le hemos visto en los últimos meses a pesar de un
ambiente un tanto frío al principio, que el canario fue superando a base de
poner toda la carne en e1 asador. Y Caco tiene mucha carne para asar.
Interpretó sus temas más conocidos y clásicos salseros, que fueron quizá los
que más animaron al personal, pero no lo mejor del recital.
La Orquesta Platería ofreció otra
visión totalmente distinta, pero complementaria, de la salsa hispana. Si Caco
se acerca a la salsa directo y vitalista, ellos lo hacen desde una perspectiva
más distanciada e intelectual, sin llegar a ser paródica. Curiosamente ambos
alcanzan su cota más creativa cuando tocan sus propios temas, cuando más se
alejan del modelo y buscan su propio camino expresivo dentro de un sonido tan
característico. La Platería dio un recital que los muestra en plena
transformación. Desde su versión de Pedro
Navaja o Ligia Elena, ambas
excelentes, hasta Esto es funky-rock
y las composiciones de su último disco hay la distancia que separa la afición
salsera de sus principios y las preocupaciones musicales que los mueven ahora.
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