Raimon. Primera actuación en Madrid. 1965 Club de Amigos de la Unesco.
Estamos en mayo y el próximo 18 habrán
pasado cuarenta y cinco años del famoso, y de alguna manera histórico, recital
de Raimon de esa fecha de 1968 en la Facultad de Ciencias Económicas de Madrid.
Como del tema ya escribí en EL MUNDANO con motivo del cuarenta
aniversario, y dada mi habitual falta de respeto por los aniversarios, prefiero
colgar hoy un texto sobre la primera actuación de Raimon en Madrid, el 1 de
noviembre de 1965, mucho menos conocida y desde luego también histórica, pues
era la primera vez, como se explica en el texto que la lengua catalana se podía
escuchar sobre un escenario en Madrid desde su toma por los sublevados en 1939.
Como se verá, también este primer recital madrileño se desarrolló en medio de
problemas, cómo sucedería en el de 1968 y volvería a suceder en Febrero de1976 en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, una actuación que, por los
tiempos que corrían, la popularidad de Raimon en aquel momento y la significación
política que se le dio fue mucho más publicitado.
El texto que reproduzco se publicó el
año pasado en el libro “TANTAS VIDAS,
TANTAS LUCHAS / Club de Amigos de la Unesco en Madrid 1961-2011”, y quizás
sea conveniente ponerlo en contesto explicando que es el CAUM, aunque siempre se puede visitar su página Web:
Creado en 1961, el CAUM fue durante el
franquismo, sin ningún género de dudas, el centro de cultura antifranquista y
democrática más importante y relevante de España, con el añadido de ser una
asociación eminentemente popular, formada no sólo por intelectuales, sino,
sobre todo, por obreros, empleados, estudiantes... Hubo de sufrir constantes
cierres, suspensiones, prohibiciones y censuras, e incluso un atentado con
bomba en la transición, pero por allí pasaron los nombres más importantes de la
cultura, el pensamiento, el arte o la ciencia de aquellos años, desde Alfonso Sastre o Buero Vallejo a Aranguren,
Eloy Terrón, Fernando Fernán Gómez o
Ruiz Jiménez, de Carlos Saura, Berlanga o Bardem a Genovés, José María Moreno Galván, Faustino
Cordón o Gaya Nuño. En el
terreno de la música actuó Raimon,
pero también Paco Ibáñez (bueno,
Paco no, que lo prohibieron), Elisa Sera,
Hilario Camacho, Cachas, Quintín Cabrera, Adolfo
Celdrán, José Menese, Luis Pastor, Las Madres del Cordero, Gerena
y un largo etcétera. En la actualidad sigue siendo un centro de cultura crítica
y resistencia ciudadana, que no es poco en estos tiempos que corren.
Recuerdo aparte tiene que tener el autor
de las fotos, que son la auténtica crónica de la actuación desde su preparación
hasta el post-recital. Manuel de Cos, que de él se trata, es
un personaje singular con una vida extraordinaria y unos valores morales fuera
de serie. Nacido en 1920 en un pueblecito de Santander y pastor en la infancia,
sufrió prisión desde 1937 a 1940, básicamente por ser hijo de familia de
izquierdas cuyo padre luchó en zona republicana para luego exiliarse y morir en
Mathausen. Manuel participó en la guerrilla antifranquista, y al disolverse
esta se dedicó al comercio de bisutería mientras continuaba su acción
clandestina en el PCE. Paralelamente, desde los años cincuenta desarrolló una
intensa actividad fotográfica, no profesional, que no ha cesado hasta ahora. La
última vez le vi en la televisión, con 93 años, fotografiando la última
concentración ante el Congreso.
Nunca fue un fotógrafo profesional, pero
su obra tiene un valor escelcional. Aunque una parte de su archivo ha sido
comprado por la Biblioteca Municipal y otra parte por la Fundación Botín, aún
conserva (y no exagero) decenas de miles de negativos y miles de horas de
grabaciones en video, básicamente de tres temas: las actividades de la izquierda
en España (con la del CAUM, del que es socio, en primer lugar), la conservación
de la naturaleza y su tierra de Santander. Todo ello constituye un archivo de
imágenes único en España.
Vamos ya con el texto. 1965 había sido
un año extraordinario para el CAUM, que ya llevaba cuatro años funcionando. El
año anterior habían estrenado nueva sede en Tirso de Molina (la misma de la que
ahora deberán irse porque una constructora ha comprado el edificio y seguro que
quieren hacer un centro comercial de lujo en él), se habían dado a conocer
entre la sociedad antifranquista madrileña y había crecido espectacularmente el
número de socios. Para cerrar el año se realizó una campaña de promoción de la
revista El Correo de la Unesco, cuya
difusión era entonces, aunque parezca increíble, subversiva, aunque no ilegal,
que se pensaba concluir en el Teatro de la Zarzuela con el número fuerte de la
presentación de Raimon en Madrid.
Esto es lo que sucedió:
Al
fin llegó el momento de la traca final de la campaña, el festival que se iba a
celebrar el 1 de noviembre nada menos que en el Teatro de la Zarzuela de
Madrid, al que se le habían pagado 10.000 pesetas de alquiler, y que debía ser
algo así como la presentación en público del Club, una especie de puesta de
largo tras un par de años de constante y acelerado crecimiento y actividad. El
programa se había preparado con cuidado para que diera una idea exacta de lo
que era la asociación, sus intereses y sus principios. Tras unas palabras de
Rafael Taibo y del periodista Pedro Altares, secretario de redacción por aquel
entonces de la revista Cuadernos Para el Diálogo, de la que luego sería
director, se proyectaría un documental sobre la Unesco, seguido de un recital
sobre La poesía y la Paz, con textos de Pedro Salinas, Miguel Hernández, Ángela
Figueras, Ramón de Garciasol y Nicolás Guillén que declamarían los actores del
grupo teatral del Club, y de la escenificación de un cuadro de la obra
Historias para ser contadas, del argentino Osvaldo Dragún, entonces una promesa
y luego una realidad del nuevo teatro latinoamericano. El número fuerte, sin
embargo, el que debía ser el principal atractivo de cara al público joven y
comprometido al que se quería llegar con el espectáculo, era la presentación en
Madrid del cantautor valenciano Raimon, que desde hacía un par de años había
descubierto, primero a los catalanes y luego al resto de los españoles, que la
canción no era sólo una forma de entretenerse o bailar, sino también de pensar,
de denunciar y de expresar en versos y música lo que muchos pensaban en prosa.
Esta
actuación ocupa un cierto lugar en la historia de la música popular de España.
No sólo se trataba del primer recital de Raimon en Madrid, dos años y medio
antes que el más cacareado de Económicas, sino que era también la primera vez
que un miembro de la nova canço actuaba para los madrileños, prácticamente la
primera vez que en Madrid se iba a cantar y hablar en catalán sobre un
escenario desde antes de la dictadura.
Tal
vez para ir calentando ánimos, en junio se publicó en el boletín el artículo
Raimon, un poeta que canta en catalán para el Pueblo, del que quizás merezca la
pena reproducir una parte porque deja claro el respeto y la compenetración del
Club con Raimon, y con él al naciente movimiento de los cantautores: “Faltaba una canción popular digna, sin
concesiones ni memeces epilépticas y entontecedoras, una canción que aportase
creadoramente, que hiciese de la poesía cantada un medio estimulante y
renovador para la juventud, que pusiese letra y música al servicio del progreso
humano, mediante la interpretación honesta de la realidad, con un sentido
crítico, valiente y sano. Raimon, el poeta que canta para el pueblo, se ha
ganado la simparía de la juventud con sus canciones en catalán, convirtiéndose
en ejemplo y guía de los que medran con sones facilones. Raimon, en contraste
con los ídolos de pasta del microsurco, es un joven sin afectación, sin “pose”,
sincero y lleno de naturalidad, propio de una mente honesta y sana”,
explicaba el artículo, que acababa con una selección, en catalán y castellano,
de algunas estrofas de las canciones de Raimon, encabezadas por un fragmento de
Al vent, que ya era todo un himno
popular en ciertos ámbitos políticos y culturales.
En
la crónica gráfica de Manuel de Cos se pueden seguir paso por paso los muchos
esfuerzos que realizó el Club para difundir y promocionar el festival. Se
imprimió un gran cartel en el que se anunciaba todo el programa, destacando al
final la actuación de Raimon y explicitando en un recuadro la intencionalidad
del acto y del Club: “Suscribirse a El
Correo es estar junto a LOS DERECHOS HUMANOS DE TODOS, UNA EDUCACIÓN Y CULTURA
PARA TODOS, UNA CIENCIA AL SERVICIO DE TODOS, UNA PAZ QUE BENEFICIE A TODOS”.
No hay que pensar mucho para percibir que a las autoridades de aquella España
con las cárceles llenas de presos, que apenas hacia un año acababan de
conmemorar los 25 Años de Paz poniendo en marcha toda su traca propagandística,
aquellas cuatro peticiones no les debieron sonar a trigo limpio. Socios y
socias recorrieron Madrid pertrechados de cubo y engrudo para pegar aquellos
carteles, junto a un póster el cantautor, por las tapias de la ciudad, en las
que compartían anuncio con los espectáculos del momento. El grupo Los
Relámpagos actuaba en el Club Caravelle y Los Archiduques en el Victoria, Celia
Gámez tenía en el Teatro Maravillas la revista “Aquí la verdad desnuda” y en el
propio de la Zarzuela, por cuyo escenario acababa de pasar el bailarín Antonio
con su último ballet flamenco, se anunciaban para pocos días después un
festival de los Coros y Danzas y una actuación de Raphael. Se remitieron invitaciones
a los periódicos y se pidió ayuda al departamento de artes plásticas para
realizar un decorado original, que al final corrió a cargo del miembro de
Estampa Popular Manuel Calvo, quien decidió cubrir todo el fondo del escenario
con siluetas simplificadas y recortadas de personas en diferentes colores.
Se
acercaba el día y ya se habían vendido las algo más de 1.200 localidades del
teatro, a precios que iban desde las 15 pesetas de una butaca del primer piso a
las 120 por las que salía un palco con seis sillas. Alguien debió pensar que
aquel revuelo provocado por el anuncio del festival iba más allá de lo
permisible y se prohibió el acto. Pese a ello, después de negociarlo, se
consiguió que se pudiera hacer, aunque no en el Teatro de La Zarzuela, sino en
el propio local del Club, y no abierto a todo el mundo sino exclusivamente a
los socios. A toda prisa se montó en el salón de actos el decorado y allí se
trasladaron todos con el entusiasmo de equipaje.
Aquel
uno de noviembre, siempre según las fotos, antes de la hora anunciada, las seis
y media de la tarde, y cuando todavía no se había acabado de preparar el local,
comenzaron a llegar los primeros espectadores, que pronto llenaron, primero el
salón de actos, donde la gente que no pudo sentarse se apretaba de pie entre
las sillas, y luego los pasillos, hasta acabar por ocupar las escaleras, salir
a la calle y derramarse por la plaza. Fue preciso improvisar sobre la marcha
unos altavoces que se colocaron en los balcones para que todos pudieran seguir
el recital. Se cumplió el programa completo, aunque lo que sin duda se
convirtió en un recuerdo imborrable para quienes asistieron fue la actuación de
Raimon.
En las imágenes casi se puede escuchar al cantautor, tan joven que no
cumpliría los 25 años hasta el mes siguiente, que con el pie derecho subido en
una silla de tijera y la guitarra apoyada en la pierna interpretó ocho de sus
canciones más conocidas del momento: Al
vent, Som, La pedra, La nit, Canço de les mans, D’un temps, d’un país, Ahir
y Cantarem la vida. Los asistentes,
entusiasmados, aplaudieron
hasta romperse las manos, acompañaron con sus voces
algunos de los temas y al final acudieron a que Raimon les firmara algunos de
aquellos primeros discos que había grabado. En la calle, escondidos tras la
esquina de la calle de la Espada --las imágenes no mienten--, una furgoneta de
la policía y varios agentes uniformados vigilaban que la cosa no se saliera de
madre. No hubieran hecho falta, pues nada pasó, pero allí estaban.
Con
la decisión gubernativa de prohibir el festival en el Teatro de La Zarzuela y
autorizarlo, en cambio, en los locales del Club, se inauguró una política
represiva que en los años posteriores se aplicaría con verdadera inquina: la de
los actos sólo para socios. Con ello se pretendía, parece evidente, que no se
extendiera el contagio. Ya que la existencia del Club y su éxito les había
pillado por sorpresa, se trataba de poner en práctica la idea de que metiendo
todas las manzanas podridas en la misma cesta se acelera la descomposición del
conjunto. No suponían que había muchas manzanas deseando entrar en la cesta,
aún a riesgo de pudrirse.
Le gente llegaba hasta la calle |
Aquel primero de noviembre se dieron de alta en el
club cuarenta y siete nuevos socios, entre los que figuraban algunos cuyos
nombres se harían populares con el tiempo, como el autor de historietas
dibujadas, escritor y profesor universitario Iván Tubau, el sociólogo Vidal de
Nicolás, el periodista Javier Alfaya, Sabina de la Cruz, esposa del poeta Blas
de Otero, o José Luis Núñez Casal, que con el sobrenombre de Patri ocuparía un
lugar destacado en la creación de los primeros despachos laboralistas y en la
organización de abogados del PCE.
Y los grises tras la esquina |
A mi entender, una obra maestra.
Dedicada a Annalisa, su compañera desde siempre.
Para acabar esta entrega, un par de
documentos gráficos sobre el recital de mayo de 1968 que no están en el texto
de EL MUNDANO.
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